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CAMINANDO CON MARIA Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant MARIOLOGIA - BIBLIOTECA DOCUMENTOS EXTERNOS |
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A Conferencia del P. Stefano de Fiores Guadalajara, México Viernes 8 de octubre de 2004 INTRODUCCIÓN Coherente con su profunda “espiritualidad mariana” que
repetidas veces ha propuesto a toda la Iglesia, Juan Pablo II, al final de Para poder entender el último capítulo de la Encíclica, se
necesitan por lo menos dos llaves hermenéuticas que nos permitan entender su
origen y penetrar sus contenidos: la primera es de orden eclesial y nos hace
comprender la novedad de la propuesta de María como mujer eucarística, en
continuidad con los datos anteriores ofrecidos por el magisterio pontificio;
la segunda es de orden cultural y nos hace descubrir en María, vitalmente
orientada hacia la Eucaristía, un paradigma de aquel don de sí que constituye
un redescubrimiento de la antropología moderna. 0.1. PROLEGÓMENOS ECLESIALES En primer lugar, aparece claro que sea la tipología
mariana eucarística como la presencia de María en la celebración de los
divinos misterios; quedan sin explicación, si no retomamos la doctrina de Así que la “relación profunda” (EE 53) entre María y la
Eucaristía hay que colocarla en la afirmación rica de contenido del capítulo
VIII de la LG, el cual afirma que “por su especial participación en la
historia de la salvación, María reúne e irradia todos los datos de la fe” (LG
65). A estos máximos datos de la fe pertenece la Eucaristía, mysterium fidei
por excelencia. De igual manera, la presentación de María como mujer
eucarística ejemplar para la comunidad cristiana, se puede entender sobre la
base de la doctrina patrística y conciliar de 0.2. ANTROPOLOGÍA DEL DON Ya de por sí cada ser humano, creado a imagen de Dios,
refleja en sí la naturaleza de un ser relacionado con Dios uno y trino, de
manera que “no puede encontrarse a sí mismo de una manera plena si no es a
través de un don sincero de sí” (GS 24). La experiencia nos hace ver cómo
cada historia individual se integra constantemente en las “demás historias”,
hasta hacer surgir nuevas asociaciones o unidades complejas. Sin embargo,
paradójicamente estas unidades se constituyen mediante una actitud de acogida
del otro, que llega a la plena disponibilidad y al don de sí. La tendencia actual es la de superar la idea del don como
un intercambio interesado que requiere una respuesta, así como constatamos en
las costumbres de varias sociedades antiguas estudiadas por Marcel Gauss. Las
situaciones humanas son más complejas y ofrecen ejemplos de un don
verdaderamente gratuito y sin posibilidad de devolución. El mismo Aristóteles
había observado la asimetría del don de la vida de parte del progenitor, de
manera que todos los servicios que el hijo le brindará no son comparables con
el don recibido. Jesús, además, rompe el círculo del trueque invitando a sus
discípulos al don desinteresado, sin cálculos secretos para recibir una
devolución o una recompensa: “Tú en cambio, cuando des un banquete, invita a los
pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. ¡Qué suerte para tí si
ellos no pueden compensarte!” (Lc 14,13-14). Tomás de Aquino fundamenta la posibilidad del don gratuito
en el amor agápico que no exige ninguna
compensación, ya que busca el bien del otro. Se puede concluir con J. Derrida y criticando a M. Gauss que se debe distinguir el
don del intercambio, ya que el don en sí no es nunca un intercambio: es un
donar sin reciprocidad y sin regreso, un movimiento absolutamente no circular
y de pura abertura Exactamente en este contexto se inserta la Eucaristía, la
cual exige una cultura del don de sí y nos ayuda a realizarlo. Jesús alcanza
lo máximo del don de sí en su Pasión: se dio a sí mismo (Gal 1,4; 1Tm 2,6),
dio su vida (Mc 10,45), dio su cuerpo (Mt 26,26). Es más, Él mismo es el don
por excelencia que brota del amor del Padre: “Dios amó tanto al mundo que le
dio a su Hijo Único” (Jn 3,16). A su vez, Jesús ofrece muchos dones a los
hombres: su Palabra (Jn 17,7.14), el Pan de Vida (Jn 6,35.51), la paz (Jn
14,27), a su Madre (Jn 19,26-27). En especial Él ofrece dos dones
preciosísimos: “dona el Espíritu sin medida (Jn 3, 34) y “la vida eterna” (Jn
10,28). Según Juan Pablo II se fundamenta sobre la convicción de que “no
podemos olvidar a María” porque ella tiene “una relación profunda” con el
Santísimo Sacramento (EE 53): el “binomio de María y la Eucaristía” es
inseparable (EE 57). El Papa sigue una doble pista: la pista histórica y la
pista litúrgica. En la primera, María sobresale como ejemplo antropológico de
fe eucarística de mucho alcance; en la segunda, ella se convierte en una
presencia viva dentro de la celebración litúrgica. 1. MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA MEDIANTE SU VIDA ENTERA (EE
53). ¿Cómo es que María se inserta en la teología eucarística?
¿Cuáles son los lazos que unen la Eucaristía con María? Juan Pablo II le
dedica el último capítulo de la encíclica, que se titula exactamente: A la
escuela de María, mujer “eucarística” (EE 53-58). La referencia a María es muy oportuna, ya que pasamos de
lo abstracto a lo concreto, de las teorías al ejemplo antropológico
representado por la mujer “eucarística”, toda proyectada hacia Al Papa le queda fácil -aunque se trate de un acercamiento
bastante inusual- hacer una lectura en perspectiva eucarística, de toda la
vida de María, sin atarse a la cronología (como en cambio preferimos
nosotros, juntando según este orden los contenidos de la Encíclica). No
solamente se entrevén las analogías entre ella y nosotros, sino también la
singularidad y la amplitud de su experiencia que abarca los principales
aspectos del misterio eucarístico. 1.1. MARÍA CREE EN EL VERBO HECHO CARNE. En la Anunciación, se encuentra “una analogía profunda
entre el fiat pronunciado por María a las palabras del ángel, y el amén que
cada fiel pronuncia cuando recibe el Cuerpo del Señor” (EE 55). La actitud
que nos une es la de la fe, mediante A María se le pidió que creyera que Aquél a quien ella
concebía “por obra del Espíritu Santo” era “el Hijo de Dios” (cf. Lc
1,30-35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el misterio eucarístico
se nos pide que creamos que ese mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se
hace enteramente presente con su ser humano y divino en los signos del pan y
del vino” (EE 55). Todos podemos captar la importancia de esta fe para los
sacerdotes y para los fieles que están acostumbrados a repetir a diario la
Cena del Señor, y que por consiguiente, están expuestos a la rutina diaria y
al gusano de 1.2. MARÍA PRIMER TABERNÁCULO. La visita de María a Isabel nos pone frente a un dato
objetivo y a una actitud subjetiva, ambos relacionados con “Cuando, en la Visitación, lleva en su seno al Verbo hecho
carne, ella se convierte de algún modo en “tabernáculo” -el primer
“tabernáculo” de la historia- donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los
ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su
luz a través de los ojos y la voz de María” (EE 55). 1.3. EL MAGNIFICAT, CÁNTICO EUCARÍSTICO. El Magnificat, cantado por María
después de la revelación de su maternidad de parte de Isabel, rebota en la
Iglesia, la cual, “en la Eucaristía se une plenamente a Cristo y a su
sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María”; o sea, releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística” (EE 58). Las convergencias espirituales entre la celebración
eucarística y el cántico de María son variadas: 1.3.1. Alabanza y acción de gracias, ya que en ambos casos
se alaba y se le da gracias al Padre “por Cristo, en Cristo y con Cristo”, o
sea que realiza “la verdadera actitud eucarística”. 1.3.2. Memoria de la Encarnación redentora. En ambos casos
se hace “memoria de las maravillas realizadas por Dios en la historia de la
salvación”: en el Magnificat se celebra la
Encarnación redentora, expresada “en las grandes cosas” hechas por Dios en
María, mientras que en la Eucaristía se actualiza el misterio pascual del
Señor. 1.3.3. Tensión escatológica hacia el nuevo cosmos,
anticipado en 1.4. UNIDA EN EL OFRECIMIENTO DEL SACRIFICIO. En la infancia de Jesús, María ofrece dos actitudes
indispensables para una participación en la Eucaristía: el amor y el
ofrecimiento del sacrificio. En Belén, la Madre se revela como “inigualable
modelo de amor” cuando contempla con mirada embelesada el rostro de Cristo
recién nacido y al estrecharlo en sus brazos (EE 55). En el templo de
Jerusalén, el anuncio de Simeón preanuncia “el drama del Hijo crucificado” y
también “el Stabat Mater
de la Virgen al pie de la cruz”; por consiguiente, “María vive una especie de
‘Eucaristía anticipada’, se podría decir una ‘comunión espiritual’ de deseo y
ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la Pasión” (EE 56). La
lectura que hace la encíclica es típicamente espiritual y cristiana: una
lectio divina que expresa en términos post-pascuales lo que era contenido, y
encubierto en la experiencia vital realizada por María. 1.5. CONFÍEN EN De la señal de Caná, la encíclica recuerda solamente la
coincidencia del “Hagan lo que…” de María, con el “Hagan esto…” de Cristo,
según lo cual la Madre nos impulsa a obedecer al Hijo, quien a su vez ordena
que se celebre la Eucaristía en memoria suya. Al mismo tiempo, el Papa pone
en los labios de María una sugestiva invitación a que confiemos en Cristo y
en su poderosa palabra, sin nunca echarse para atrás: “Con la solicitud materna que muestra en las bodas de
Caná, María parece decirnos: “No duden, fíense de la palabra de mi Hijo. Él
que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer
del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre, entregando a los creyentes en este
misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así, pan de vida” (EE
54). 1.6. PRESENTE AL PIE DE LA CRUZ. La cumbre de la participación de María en el misterio
pascual, de la que la Eucaristía es la anamnesis, es seguramente la
experiencia de este misterio de parte de ella “en primera persona al pie de
la Cruz” (EE 56). La encíclica no desarrolla este momento, mejor, esta
“hora”, en 1.7. ASIDUA EN Por fin la encíclica hace que nos detengamos complacidos
en María, “en el periodo post-pascual, en su participación en la celebración
eucarística, presidida por los Apóstoles, como ‘memorial’ de la Pasión” (EE
56). El Papa no toma en consideración la presencia de María en “María se encontraba en Jerusalén el Viernes Santo (Jn
19,25-27). Se puede deducir que también estuviera el Jueves.
Si tomó parte en la cena junto con aquellos a los cuales Cristo dijo: ‘Tomen
y coman’, en todo caso no estaba incluida entre aquellos a los que se
dirigían las palabras de la institución: ‘Hagan esto en memoria mía’”. Por tanto, debemos rehacernos a las usanzas de los
israelitas en los tiempos de Jesús para deducir que posiblemente María se
encontraba con Jesús para Más segura es la presencia de María en la “fracción del
pan” (Hch 2,42), fórmula que indica la Eucaristía, que era celebrada con
asiduidad de parte de la comunidad de Jerusalén y luego también de Pablo (cf
Hch 20,7.11; 27,35). Los Hechos de los Apóstoles dan noticia de la Madre de
Jesús: “presente entre los Apóstoles ‘concordes en la oración’ (Hch 1,14), en
la primera comunidad reunida después de la Ascensión, en espera de
Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las
celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana,
asiduos ‘en la fracción del pan’” (Hch 2,42) (EE 53). El Papa se identifica con la situación vivida muy
posiblemente por María durante las cenas eucarísticas, imaginando “sus
sentimientos”: “Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los
signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la
Eucaristía, debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno
el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había
experimentado en primera persona al pie de la Cruz” (EE 56). Más allá de estos posibles sentimientos personales de
María en la comunión eucarística, uno de los resúmenes de los Hechos de los
Apóstoles (2,42-47) nos ofrece la atmósfera espiritual que acompañaba el rito
de la fracción del pan. La Madre de Jesús, nombrada como miembro de la
comunidad cristiana post-pascual (Hch 1,14), era una de aquellos “todos” que
“todos los días se reunían en el templo con entusiasmo, partían el pan en sus
casas y compartían la comida con alegría (en agalliásei)
y con gran sencillez de corazón (kai aphelóteti)” (Hch 2,46). María participa no sólo en la
celebración doméstica de la eucaristía, sino también en los sentimientos que
animan a los discípulos del Señor: la alegría o gozo que provienen de la fe
(cf Hch 8,8.39; 13,48.52; 16,34) y que ella había experimentado y expresado
en el Magnificat (Lc 1,46-47); y la sencillez de
corazón que es propia del pobre de Yahvé y de la persona evangélica. Podemos concluir con Juan Pablo II que “María es mujer
‘eucarística’ con toda su vida” (EE 53), a lo largo de la cual ella ha
experimentado un conjunto de sentimientos que se vuelven ejemplares para toda
la Iglesia: la fe, el amor, la comunión sacrifical,
la alegría y la sencillez de corazón… Por primera vez, María es presentada como “mujer
eucarística” (EE 53-58), o sea, totalmente en relación y tensión hacia 2. MARÍA SE ENCUENTRA PRESENTE EN CADA UNA DE NUESTRAS
CELEBRACIONES EUCARÍSTICAS (EE 57) La presencia de María en la celebración eucarística y en
la Eucaristía, Cuerpo del Señor, merece una consideración especial. Ella no
puede prescindir de la presencia de Cristo en el rito y en el sacramento
eucarístico que, en primer lugar, habrá que precisar para poder captar la
similitud y la diferencia. 2.1. La teología post-conciliar coincide en considerar “la
presencia de Cristo en la liturgia” como “el verdadero tema central” de la
Cristología, sin el cual no se explica la realidad del misterio eucarístico.
Entendiendo por presencia “la relación real que existe entre dos o más seres
que son vecinos entre sí por cualquier título o fundamento real”, debemos
reconocer que Cristo está presente en la celebración litúrgica de una manera
progresiva que alcanza su perfección en De esto, podemos deducir que Cristo Salvador es el primero
y supremo sujeto o ministro activo de la liturgia en fuerza de su único
sacerdocio y de su única mediación (cf 1Tm 2,5). Él ejerce una presencia
sustancial y operativa indispensable para la existencia y la eficacia del
sacramento, en la que se hacen presentes y se actualizan sus misterios de la
vida terrenal, o sea, sus acciones histórico-salvíficas. A este propósito, se especifica que “la humanidad asunta
al cielo (alma y cuerpo) es considerada en su actual estado glorioso de
existencia […] en el que está siempre presente todo su pasado histórico”. En
otras palabras, se trata de la presencia de Cristo en su condición
glorificada, que sin embargo, no prescinde de su condición terrena y la
actualiza en el sacramento. En la persona del Verbo encarnado “subsisten,
perduran todas las acciones, todas las disposiciones vitales, todos los
estados de la obra salvadora realizada por Él durante su vida terrena”. En
fin, Cristo está presente en cuanto glorificado -no como cualquier ser del
mundo, que está determinado por el tiempo y el espacio-, de manera que las
especies consagradas del pan y del vino “han perdido su existencia mundana a
favor de la presencia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo glorioso”. A nivel ecuménico, “es unánimemente reconocida y aceptada
por las Iglesias” la formulación de cinco aspectos ya presentes en las
antiguas confesiones de fe: 1) “acción de gracias a Dios Padre”; 2) “memorial
de Cristo”; 3) “invocación del Espíritu”; 4) “comunión de los fieles”; 5)
“banquete del Reino”. En especial las Iglesias “confiesan con gozo aquella
presencia real, viviente y activa de Cristo” del que se habla en el Documento
de Lima (1982). Igualmente se constata “una profunda armonía de base” entre
anglicanos y católicos acerca de la Eucaristía y del ministerio, sobre todo,
con respecto a la “presencia real de Cristo”: el las sagradas especies. Es
más, la teología de la presencia de Cristo en la Eucaristía es profundizada en
clave espiritual y vital de parte de las tres principales confesiones
cristianas: la católica, la ortodoxa y la protestante. Se trata de especificar mejor lo que está incluido en la
actualización sacramental de la Pasión de Cristo; ciertamente, no todos los
hechos históricos que a ella se refieren, sino aquellos que son relevantes en
el orden salvífico. Y aquí se abre un camino para una posible recuperación de
la disposición o revelación de Jesús crucificado acerca de su Madre (Jn
19,25-27), como veremos más adelante. Entonces, se puede concluir que Cristo está realmente
presente en la Eucaristía no de una manera estática sino dinámica y
soteriológica: La presencia real del Cuerpo y de la Sangre de Cristo es
el corazón y el meollo de la Eucaristía: por eso la Iglesia la defendió
siempre con mucho apasionamiento. Y ella es totalmente en función del suceso sacrifical. En efecto, Cristo no se hace presente sólo de
manera estática: su presencia es sobre todo dinámica, portadora de salvación:
una presencia de víctima que se consume por nosotros: es el Christus passus (en el sentido del perfectum
praesens). 2.1. Colocándonos en otra vertiente teológica, después de aquel
de la ejemplaridad que muestra María como modelo de vida eucarística en el
que podemos inspirarnos, la encíclica puntualiza la verdad consoladora,
aunque muy pocas veces evidenciada, de la presencia de María en la
celebración litúrgica: “María está presente, con la Iglesia y como Madre de
la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas” (EE 57). Ya anteriormente, Juan Pablo II había aportado una
explicación esclarecedora, retomando la analogía entre el misterio pascual y
su actualización eucarística: “María está presente en el memorial -o sea, la
acción litúrgica- porque estuvo presente en el evento salvífico”. De hecho,
queda claro que María, en su vida terrenal, siguió fielmente a Jesús hasta
los pies de la cruz “sufriendo profundamente junto con su Unigénito y
asociándose con ánimo materno a su sacrificio” (LG 58). En realidad, Lucas y
Juan presentan a la Madre de Jesús como totalmente orientada hacia el
misterio pascual. Al pie de la cruz, la “espada” de la oposición a Cristo de
parte de sus contemporáneos alcanza su cumbre y traspasa su alma (Lc 2,34-35).
Ella se encuentra insertada en el corazón de la “hora” de Jesús, o sea, de su
rebajamiento-glorificación, donde recibe una maternidad con referencia a los
discípulos amados por su Hijo (Jn 19,25-27). No se especifica el tipo de presencia de María en la celebración
de la Eucaristía, sino que ésta “implica también el recibir continuamente”
(EE 57) la donación de ella como Madre que el Hijo crucificado cumplió. No
por nada, “el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya
desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y de Occidente” (EE 57) y la
anáfora romana pone “en veneración y en comunión en primer lugar, con la
gloriosa y siempre virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo”. Y
nos socorre aquí un descubrimiento reciente que interpreta la presencia
personal de María con el cuerpo glorioso y neumático como no delimitable por
el espacio y el tiempo. 2.2. ¡SALVE, VERDADERO CUERPO NACIDO DE MARÍA VIRGEN! La presencia de María en La encíclica cita dos veces esta antífona, la segunda vez
con fe personal y especialmente sentida: “Déjenme, mis queridos hermanos que, con íntima emoción
[…] les dé testimonio de fe en El substrato de esta antífona es la identidad fundamental
entre el cuerpo eucarístico del Señor y el que fue recibido en el seno de Tal identidad es transmitida por la conocida ecuación
entre el cuerpo de Cristo y el cuerpo de María: “La carne de Cristo es la
carne de María”. La expresión se encuentra bajo la forma de “Caro enim Jesu caro est Mariae” en el Sermón acerca de la Asunción de María
del Seudo-Agustín, autor desconocido al que J. Winandy
identifica con Ambrosio Autperto (+781). El
contexto se refiere a la Asunción de María, y más exactamente a la
incorrupción de su cuerpo. El autor piensa que, si Jesús ha conservado
íntegra la virginidad de la Madre, pudo también preservarla de la corrupción,
que constituye “el oprobio de la condición humana”. Si el Hijo quedó ajeno de
la corrupción, lo fue también la Madre de la que Él recibió la naturaleza
humana. Y aquí llega oportuna la frase: En efecto, la carne de Jesús es la carne de María, y de
manera más especial que José, Judas y los demás hermanos suyos, a los cuales
Judas decía: Es nuestro hermano y nuestra carne (Gen 37,27). De hecho, la
carne de Cristo, aunque magnificada por la gloria de la Resurrección y
glorificada por Como queda evidente, aquí no se trata del cuerpo
eucarístico del Señor, sino de la identidad entre el cuerpo glorificado de
Cristo y el cuerpo que le ofreció María. El traspaso de éstos a la
Eucaristía, ya presente en Ireneo, se hace explícito con Pascasio Radberto el cual, en el De corpore
et sanguine Domini (831)
pone de relieve el realismo de la presencia de Cristo en la Eucaristía,
afirmando que éste contiene el cuerpo natural (histórico) al que la Virgen
llevó en su seno, que fue crucificado y que resucitó. Otro benedictino perteneciente al mismo monasterio, Ratramo de Corbie (+875),
reacciona frente a la total identificación entre el cuerpo histórico y el
cuerpo sacramental de Cristo, observando la “no pequeña diferencia que existe
entre el cuerpo presente en el misterio y el cuerpo que padeció, fue
sepultado y resucitó”: este último “es la verdadera carne de Cristo”,
mientras que el otro es “el sacramento de su carne”. Éste, además,
“representa la memoria de la Pasión o muerte del Señor” e incluye a todos los
fieles que forman un solo cuerpo con Él. En todo caso, se exige la fe para
recibir el sacramento. Sin duda, la referencia a María es garantía de la rectitud
de la fe en la presencia de Jesús en Honorio de Autun (+1133/56)
concluye el debate afirmando, a propósito de las palabras de Cristo en El Señor, el Kyrios, sentado a
la “derecha de Dios” y por consiguiente afuera del mundo sacramental, es
aquel que ofrece a su Iglesia, en el Espíritu, sacramentalmente, el don de sí
mismo. […] Solamente este Cuerpo resucitado es el Pan de Vida para la
salvación del mundo. Acerca de la manera de la presencia de Cristo en la
Eucaristía, el mismo Tomás de Aquino demitiza la
teoría medieval, que volvería en los siglos posteriores, de la “bajada” del
Señor al pan y al vino, en cuyo caso el cambio se realizaría en su persona de
‘ser glorificado’. Mientras que la tradición oriental y occidental recurre a
la transformación sustancial de los elementos de la Cena del Señor,
expresados con los términos metousiosis (más allá
de la sustancia), metabolé (cambio) y
transustanciación (cambio de sustancia); al mismo resultado, se llega usando
los términos transfinalización y transignificación, que expresan un fin y un significado
que van más allá de lo normal, y que indican entonces “un cambio que alcanza
la última profundidad de los elementos”. Queda excluida la posición de aquellos que salen de la
premisa pseudo-científica que una buena parte de la sangre de la madre
permanece en el hijo adulto. Ellos consideran la identidad de un modo literal
y por consiguiente, afirman que por lo menos una parte del cuerpo o de la
sangre de María permanece en la Eucaristía, y que por consiguiente, sería
comida y se debería adorar. Unos autores como Poza, de Vega y Zeferino de Someyre (1663)
sostienen que bajo las especies eucarísticas, se encuentra de alguna manera
también el cuerpo de María, aunque bajo persona distinta. Esta sentencia de
tinte fisicista fue condenada por el Santo Oficio.
En efecto, aunque María sea, según la expresión de Dante, “el rostro que más
se parece a Cristo”, o sea, aunque tenga con el Hijo una múltiple semejanza
biológica, psicológica y sobre todo moral y espiritual (una afinidad-sintonía
que converge en la espiritualidad de los pobres de Yahvé), es digno de ser
subrayado el hecho que el patrimonio genético que deriva de la madre se
encuentra en el hijo como persona distinta y separada de la madre. En conclusión, podemos fijar algunos puntos acerca de la
presencia de María en la Eucaristía: a) A pesar de que, dondequiera que se encuentra Jesús, se
encuentra en Él el patrimonio genético transmitido por la madre, hay que
excluir de la Eucaristía la presencia física de una parte del cuerpo y de la
sangre de b) La antífona “¡Salve, verdadero cuerpo nacido de María
Virgen!” traduce en oración un dato innegable: el origen del cuerpo de
Cristo, de la Virgen su Madre. Jesús permanece siempre como Hijo de c) Una vez establecida esta identidad del cuerpo de
Cristo, reafirmada en la frase “la carne de Cristo es la carne de María”, se
necesita distinguir netamente la modalidad distinta de la presencia corporal
de Cristo en su vicisitud terrenal, en su vida celestial y en el sacramento
de d) No existen dificultades para admitir la presencia de
María en el rito o celebración de la Eucaristía, que se da en comunión íntima
con la liturgia de la Iglesia celeste y en primer lugar con e) La Eucaristía no es sólo el misterio de la presencia de
Cristo con su Cuerpo y su Sangre, sino también el memorial y la actualización
de su muerte y resurrección; de manera que “este evento central de salvación
se hace realmente presente” (EE 11). Juan Pablo II añade que “en el memorial
del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su Pasión
y muerte “ y “no falta lo que Cristo ha realizado
también con su Madre para beneficio nuestro” (EE 57). Siguiendo esta línea,
se puede concluir que en la Eucaristía se representa y actualiza también el
gesto salvífico de Cristo que entrega María a la comunidad, y la comunidad a
María. Perspectiva que es atrayente y que requerirá de una mayor
profundización. 2.3. EL MUNDO NUEVO FRUTO DE LA EUCARISTÍA. Resulta muy significativa la relación entre Eucaristía y
el Reino escatológico de Dios, anticipado en la persona de la Virgen asunta
al cielo. El nuevo mundo (aspecto cosmológico) y el nuevo hombre/mujer
(aspecto antropológico) son fruto del sacramento de “En verdad, en verdad les digo: el que escucha mi palabra
y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna” (Jn 5,24). “Esta es la
voluntad de mi Padre: toda persona que al contemplar al Hijo crea en él,
tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. […] El que coma de
este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para
la vida del mundo. […] El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida
eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6,40.51.54). Nos encontramos frente a una concatenación indivisible:
escucha de la Palabra, fe como opción fundamental, banquete eucarístico, vida
eterna, resurrección. Esta secuencia queda visible en la vida de María:
Virgen en escucha, creyente y peregrina en la fe, asidua en la fracción del
pan, percibida como siempre viva por los fieles, y asunta al cielo en alma y
cuerpo. Ahora comprendemos las palabras del Papa que relacionan entre sí la
Eucaristía, María y “el mundo renovado por el amor”: “Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima,
en quien el Misterio eucarístico se muestra más que en ningún otro, como
misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que
tiene 3. CONCLUSIONES VITALES. “Sine Dominico non possumus vivere”, afirmaba Saturnino, sacerdote y mártir durante
la persecución de Diocleciano al principio del
siglo IV. La Iglesia vive de la Eucaristía y no puede vivir sin ella. La
participación devota y fructífera en la Pascua del Señor celebrada en la
liturgia, se moldea sobre la figura de María, “mujer eucarística”. 3.1. CON MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA, GIRAR ALREDEDOR DE
CRISTO. En primer lugar, tenemos que sentirnos agradecidos con
María porque nos dio a Jesús, que luego se comunicará a nosotros mediante el
sacramento del Misterio pascual. En este sentido, Gersón
llega a llamar a María como “madre de la Eucaristía”, aunque sea de forma
indirecta. Por consiguiente, del corazón de los fieles que reciben la
Eucaristía debe brotar un vivo agradecimiento hacia la Madre de Jesús, ya que
gracias a su maternidad, hemos recibido el Pan bajado del cielo. Además, de ella, que está toda orientada hacia la
Eucaristía con toda su vida y que se caracteriza por actitudes eucarísticas,
aprendemos el auténtico cristocentrismo que tiene
que caracterizar nuestra existencia espiritual. Aquí se nos ilumina mediante
una página magnífica del Card. De Bérulle, el cual nos invita a pasar de la concentración
en nosotros mismos hacia la descentración en Cristo, así como por medio de Copérnico hemos pasado del sistema ptolomáico
geocéntrico al sistema heliocéntrico: “Un genio excelente de este siglo ha querido establecer
que el sol es el centro del mundo y no la tierra. […] Esta nueva opinión,
poco seguida en la ciencia de los astros, es útil y debe ser seguida en la
ciencia de Esta imagen sugestiva se aplica a todos los cristianos,
llamados a vivir por medo de Cristo, con Cristo, en Cristo y para Cristo,
según la doctrina neotestamentaria resumida en En realidad, Lucas presenta a María como una mujer que
recuerda y medita constantemente “todas las cosas” que se refieren al Hijo
(Lc 2,19.52). Jesús, también para María, permanece como un enigma que ningún
rayo laser podría penetrar completamente, un
misterio incomprensible pero que se revela poco a poco bajo la luz del
Espíritu: “Lo que sucedía era tan misterioso que María tenía que escudriñar
continuamente su sentido y, a medida que iba conociendo sus profundidades,
también su corazón iba profundizándose”. Es muy probable que María haya mantenido esa actitud
meditativa no solamente al pie de la cruz y en la resurrección de Cristo,
sino también frente a 3.2. EUCARISTÍA, O SEA, EL SER DON EN LA COMUNIDAD. María nos conduce a un encuentro profundo y espiritual con
el Hijo, exactamente porque en la Eucaristía está presente Cristo con “su
verdadero cuerpo nacido de María Virgen”, como nos recuerda Juan Pablo II y
como se ve claramente en la piedad popular: Con mucha razón la piedad del pueblo cristiano siempre ha
reconocido la existencia de un profundo lazo entre la devoción a la Virgen
santa y el culto a la Eucaristía: este es un hecho que podemos encontrar en
la liturgia occidental como en la oriental, en la tradición de las Familias
religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos (también
juveniles) y en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los
fieles hacia la Eucaristía (RM 44). Una vez orientados hacia la Eucaristía, tenemos que
asimilar vitalmente la bendición bíblica, realizando el paso hacia una
antropología de la alabanza y una cosmología del don. Nada choca tanto con la
oración de bendición como la reserva exclusiva y egoísta de las realidades
terrenas. Nada es más requerido por la soberanía del Dios del universo que la
condivisión y la solidaridad. Cuando luego fijamos nuestra mirada en el corazón de
Cristo presente en la Eucaristía, podemos considerar que no hemos entendido
nada si no hemos entendido que el mismo Cristo es el ser-para-nosotros, que
su cuerpo es entregado por nosotros y que su sangre es derramada por
nosotros. También nuestra vida tiene que llegar a ser una existencia-para. Lejos de invitarnos a participar en un círculo cerrado de
intimidad entre nosotros y Cristo, la Eucaristía es esencialmente marcada por
la caridad hacia los hermanos y hermanas necesitados, ya que es el Sacramento
de la unidad de la Iglesia. Si salimos de la celebración eucarística sin haber crecido
en la comunión con todas las componentes de la Iglesia y de la humanidad,
significa que somos ciegos y sordos a las interpelaciones del Pan de Vida. En
cambio, debe existir continuidad y armonía entre la unidad con Cristo y una
antropología relacional inspirada por el amor. Esta se describe de la
siguiente manera: Es extremadamente importante decirle a este mundo nuestro,
que es necesario vivir el amor a la verdad, la sinceridad, la disponibilidad
a aprender, la capacidad de diálogo, la no disponibilidad al conflicto,
sintiéndolas como virtudes que permiten seguir adelante todos juntos. No
poseemos la verdad, pero podría existir la confianza para acercarnos a ella,
juntos. Éste sería ya un hecho de valor enorme. Hoy en día los jóvenes se dan
cuenta que con respecto a lo que se hace, es más determinante la manera en
que se relacionan entre sí. El Espíritu transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, de manera análoga a su obra en el seno de En una sociedad siempre más caracterizada por el
pluralismo étnico, cultural, sociopolítico y religioso, esta propuesta que
brota del amor hacia los demás y hacia los últimos, se presenta como la
oportunidad más universal de entendimiento. De esta manera, se comprende cómo
la Eucaristía, el Sacramento del amor, y la relación entre la Eucaristía y
María constituyen un lugar especial para la construcción de la unidad de la
familia humana, revelación del misterio del Nuevo Adán y de Fuente: Vatican.va |
CAMINANDO CON MARIA Pedro Sergio Antonio
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