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CAMINANDO CON MARIA Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant MARIOLOGIA - BIBLIOTECA DOCUMENTOS EXTERNOS |
TESTIMONIOS MISTICOS |
Para
estos testimonios nos basaremos en las revelaciones privadas hechas a Santa
Isabel de Schoenau (1129-1164), a Santa Brígida de
Suecia (1307-1373), a (El
Nihil Obstat y el Imprimatur son declaraciones oficiales de un Censor
Eclesiástico y de un Obispo, respectivamente, mediante las cuales se expresa
que una publicación no contiene errores doctrinales o morales. No indican
estos sellos aprobación o respaldo a las ideas contenidas en dicha
publicación). La mañana del día de su partida, la Madre de Dios convocó
a los Apóstoles y a las santas mujeres al Cenáculo. La Virgen se arrodilló y
besó los pies de Pedro y tuvo una emotiva despedida con cada uno de los otros
once, pidiéndoles Después de un rato de recogimiento, Las palabras de despedida de la Señora causaron honda pena
y ríos de lágrimas a todos los presentes y lloró también con ellos En esa quietud sosegada descendió del Cielo el Verbo
humanado en un trono de inefable gloria, y con dulcísimas
palabras invitó a su Madre a venir con El al Cielo: _Madre mía carísima, a quien Yo escogí para mi habitación, ya es
llegada la hora en que habéis de pasar de la vida mortal y del mundo a la
gloria de mi Padre y mía, donde tenéis preparado el asiento a mi diestra, que
gozaréis por toda Quería Jesús llevarse a su Madre viva. Pero ella, indigna
criatura, no puede pasar menos que su Hijo e Hijo de Dios. Postróse Aprobó Cristo nuestro Salvador este último sacrificio y
voluntad de su Madre santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba.
En este momento solemne, los Angeles comenzaron a cantar con celestial
armonía algunos versos del Cantar de los Cantares y otros nuevos. Salió
también una fragancia divina que con la música se percibía hasta Al entonar los Angeles la música, se reclinó María
santísima en su lecho, puestas las manos juntas sobre su pecho y los ojos
fijos en su Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor.
Siente la Madre de Dios un abundante influjo del Espíritu Santo que invade
todo su cuerpo. Las fuerzas que se le iban eran reemplazadas por una fuerza
de Amor. El Amor excedía la capacidad de su cuerpo. Y en esa entrega de Amor,
sucede la _dormición de la Madre de Dios: sin
esfuerzo alguno, su alma abandona el cuerpo y María queda como dormida. Las facciones de El sagrado cuerpo de María Santísima, que había sido
templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo
de sí una admirable y nueva fragancia, mientras yacía rodeado de miles de
Angeles de su custodia. El fulgor que irradiaba Los Apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y
júbilo por las maravillas que veían, quedaron como absortos por un tiempo y
luego cantaron himnos y salmos en obsequio a su Madre. No sabían qué hacer
con ella, pues continuaba el fulgor y el aroma exquisito. La cubrieron con un
manto, pero sin taparle el rostro, como era la costumbre con los demás
muertos. Había una barrera luminosa que impedía que se acercaran, mucho menos
tocarla. Para los Apóstoles fue un momento de infusión del Espíritu
Santo, pues se habían vuelto a sentir abandonados. Para todos los demás fue
un acontecimiento de grandes gracias. La luz radiante que despedía, impedía ver el cuerpo de Casi todo Jerusalén acompañó el cortejo fúnebre, tanto
judíos como gentiles, para presenciar esta maravillosa novedad. Los Apóstoles
llevaban el sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios, partiendo hacia las afueras
de la ciudad, al sepulcro preparado en Getsemaní. Este era el cortejo
visible. Pero además de éste, había otro invisible de los cortesanos del
Cielo: en primer lugar iban los miles de Angeles de la Reina, continuando su
música celestial, que los Apóstoles, discípulos y otros muchos podían
escuchar, música que continuó durante el tiempo de la procesión y mientras el
cuerpo permaneció en el sepulcro. Descendieron también de las alturas otros muchos millares
o legiones de Angeles, con los antiguos Patriarcas y Profetas, San Joaquín y
Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que
del Cielo envió nuestro Salvador Jesucristo para que asistiesen a las
exequias y entierro de su beatísima Madre. Llegados al sitio donde estaba preparado el privilegiado
sepulcro de la Madre de Dios, los mismos dos Apóstoles, Pedro y Juan, sacaron
el liviano cuerpo del féretro, y con la misma facilidad y reverencia lo
colocaron en el sepulcro. Juan lloraba y Pedro también. No querían dejarla.
Era dejar a aquélla que los mantenía unidos al Señor. Era su Madre. Cubrieron
el cuerpo con el manto y cerraron el sepulcro con una losa, conforme a la
costumbre de otros entierros. Los Angeles de la Reina continuaron sus
celestiales cantos y el exquisito aroma persistía, mientras se podía percibir
el fulgor que salía del sepulcro. Los Apóstoles, los discípulos y las santas mujeres oraban
con mucho fervor, con mucha confianza, con mucho amor. Pero El Padre y el Espíritu Santo aprobaron este decreto por el
cual el Hijo le pedía al Padre un sitio especial para su Madre al lado de El día tercero que el alma santísma
de María gozaba de esta gloria, manifestó el Señor a los santos su voluntad
divina de que Ella volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo, para que
en su cuerpo y alma fuese otra vez levantada a la diestra de su Hijo
santísimo, sin esperar a la general resurrección de los muertos. Y llegando
al sepulcro, estando todos a la vista del cuerpo virginal de María, dijo el
Señor a los Santos estas palabras: _Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de
su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la humanidad en
que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella
cooperó conmigo en las obras de la redención, y así debo resucitarla como Yo
resucité de los muertos; y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora,
porque en todo quiero hacerla semejante a Mí. Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de
Cristo su Hijo santísimo, entró en el virginal cuerpo y le reanimó y
resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa, comunicándole los cuatro
dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza
(1), correspondiente a la gloria del alma, de
donde se derivan a los cuerpos. Con estos dotes salió en alma y
cuerpo del sepulcro María Santísima, extremadamente radiante, gloriosamente
vestida y llena de una belleza indescriptible, sin que quedara removida ni
levantada la piedra con que estaba cerrada la fosa. Desde el sepulcro comenzó una solemnísima procesión
acompañada de celestial música hacia el Cielo glorioso. Entraron en el Cielo
los Santos y Angeles, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y a
su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David: _De pie a tu
derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir, y
tan hermosa, que fue la admiración de todos los cortesanos del Cielo. Allí se
oyeron aquellos elogios misteriosos que le dejó escrito Salomón: _Salid,
hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas
y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto, como
varilla de todos los perfumes aromáticos? (Cant.
3,6) ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna,
refulgente como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados? (Cant. 6,9) ¿Quién es ésta en quien el mismo Dios halló
tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas
al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en estos
cielos! ¡Oh novedad digna de Con estas glorias llegó María Santísima en cuerpo y alma
al trono de Allí quedó absorta María Santísima entre las Divinas
Personas y como anegada en aquel océano interminable y en el abismo de Mientras tanto, aquí abajo, al lado del sepulcro, Pedro y
Juan perseveraban junto con otros en la oración, no sin lágrimas en los ojos.
Al día tercero reconocieron que la música celestial había cesado, e
inspirados por el Espíritu Santo coligieron que En la mañana de la Asunción de Mientras cantaban himnos de alabanza al Señor y a su
Santísima Madre, después de haber repuesto la loza del sepulcro a su sitio,
apareció un Angel que les dijo: _Vuestra Reina y nuestra, ya vive en alma y
cuerpo en el Cielo y reina en él para siempre con Cristo. Ella me envía para
que os confirme en esta verdad y os diga de su parte que os encomienda de
nuevo la Iglesia y conversión de las almas y dilatación del evangelio, a cuyo
ministerio quiere que volváis luego, como lo tenéis encargado, que desde su
gloria cuidará de vosotros. Allá en el Cielo glorioso, mientras La Persona del Eterno Padre, hablando con los Angeles y
Santos, dijo: _Nuestra Hija María fue escogida y poseída de nuestra voluntad
eterna la primera entre todas las criaturas para nuestras delicias, y nunca
degeneró del título y ser de hija que le dimos en nuestra mente divina, y
tiene derecho a nuestro Reino, de quien ha de ser reconocida y coronada por
legítima Señora y singular Reina. El Verbo humanado dijo: _A mi Madre
verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por Mí fueron
redimidas, y de todo lo que Yo soy Rey ha de ser ella legítima y suprema
Reina. El Espíritu Santo dijo: _Por el título de Esposa mía, única y
escogida, al que con fidelidad ha correspondido, se le debe también la corona
de Reina por toda la eternidad. Dicho esto, Así, el Padre le entrega todas las criaturas y todo lo
creado por El. El Hijo le entrega todas las almas por El redimidas. Y el
Espíritu Santo todas las gracias que El desea derramar sobre la humanidad,
porque _todas nuestras cosas son tuyas, como tú siempre fuiste nuestra. El Padre Eterno anuncia a los Angeles y Santos en medio de
esa Fiesta Celestial que sería Ella quien derramaría todas las gracias sobre
el mundo, que nada de lo que Ella pidiera le sería negado a quien era Reina
de Cielo y Tierra. (1) Veamos las definiciones de las cualidades de los cuerpos
gloriosos que nos da Royo Marín, en _Teología de la Salvación: Claridad:
cierto resplandor que rebosa al cuerpo, proveniente de la suprema felicidad
del alma. Impasibilidad: gracia y dote que hace que no pueda ya el cuerpo
padecer molestia, ni sentir dolor, ni quebranto alguno. Agilidad: se librará
el cuerpo de la carga que le oprime y se podrá mover hacia cualquier parte a
donde quiera el alma con tanta velocidad, que no puede haberla mayor.
Sutileza: el cuerpo bienaventurado se sujetará completamente al imperio del
alma y la servirá y será perfectamente dócil a su voluntad. Es la
espiritualización del cuerpo glorificado. FUENTES: www.clerus.org (CONGREGACION PARA EL CLERO DE Mariología; www.caminando-con-jesus.org www.caminando-con-maria.org |
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