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EL
PENSAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II Edición Nº 15 Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |
Catequesis de Su Santidad Juan Pablo II Sobre 1.La Biblia usa con frecuencia la expresión hija de Sión para referirse a
los habitantes de la ciudad de Jerusalén, cuya parte histórica y
religiosamente más significativa es el monte Sión (cf. Mi 4, 10¬13; So 3,
14¬18; Za 2, 14; 9, 9¬10). Esta personalización en
femenino hace más fácil la interpretación esponsal de las relaciones de amor
entre Dios e Israel, señalado a menudo con los términos novia o esposa. La
historia de la salvación es la historia del amor de Dios, pero en ocasiones
también de la infidelidad del ser humano. La palabra del Señor reprocha a
menudo a la esposa¬pueblo el hecho de haber violado
la alianza nupcial establecida con Dios: «Como engaña una mujer a su
compañero, así me ha engañado la casa de Israel» (Jr
3, 20) e invita a los hijos de Israel a acusar a su madre: «¡Acusad
a vuestra madre, acusadla, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su
marido!» (Os 2, 4). ¿En qué consiste el pecado de infidelidad con el que se
mancha Israel, la esposa de Yahveh? Consiste, sobre
todo, en la idolatría: según el texto sagrado, para el Señor, cuando el
pueblo elegido recurre a los ídolos comete un adulterio. 2.
El profeta Oseas es quien desarrolla, con imágenes
fuertes y dramáticas, el tema de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo,
y el de la traición por parte de éste: la historia personal de Oseas se convierte en símbolo elocuente de esa traición.
En efecto, cuando nace su hija, recibe la orden siguiente: «Ponle por nombre
"No-compadecida", porque yo no me compadeceré más de la casa de
Israel» (Os 1, 6) y un poco más adelante: «Ponle el nombre de "No¬mi¬pueblo", porque vosotros no sois mi pueblo ni
yo soy para vosotros El¬que¬soy» (Os 1, 9). El
reproche del Señor y el fracaso de la experiencia del culto a los ídolos
hacen recapacitar a la esposa infiel que, arrepentida, dice: «Voy a volver a
mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora» (Os 2, 9). Pero Dios
mismo desea restablecer la alianza, y entonces su palabra se hace memoria,
misericordia y ternura: «Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y
hablaré a su corazón» (Os 2, 16). En efecto, el desierto es el lugar donde
Dios, después de la liberación de la esclavitud, estableció la alianza
definitiva con su pueblo. Mediante
estas imágenes de amor, que vuelven a proponer la difícil relación entre Dios
e Israel, el profeta ilustra el gran drama del pecado, la infelicidad del
camino de la infidelidad y los esfuerzos del amor divino para hablar al
corazón de los hombres y llevarlos de nuevo a la alianza. La
misma perspectiva de una nueva alianza es propuesta, una vez más, por
Jeremías al pueblo en el exilio: «En aquel tiempo -oráculo del Señor- seré el
Dios de todas las familias de Israel, y ellos serán mi pueblo». Así dice el
Señor: «Halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada: va a
su descanso Israel». De lejos se le aparece el Señor: «Con amor eterno te he
amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás
reedificada, virgen de Israel» (Jr 31 1¬4). A pesar
de las infidelidades del pueblo, el amor eterno de Dios siempre está
dispuesto a restablecer el pacto de amor y a dar una salvación que supera
todas las expectativas. 4.
También Ezequiel e Isaías utilizan la imagen de la mujer infiel perdonada. A
través de Ezequiel, el Señor dice a la esposa: «Pero yo me acordaré de mi
alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré en tu favor una
alianza eterna» (Ez 16, 60). El
libro de Isaías recoge un oráculo lleno de ternura: «Tu esposo es tu Hacedor
(...). Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré.
En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor
eterno te he compadecido, dice el Señor, tu redentor» (Is 54, 5. 7¬8). El
amor prometido a la hija de Sión es un amor nuevo y fiel, una magnífica
esperanza que supera el abandono de la esposa infiel: «Decid a la hija de
Sión: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su paga le
precede. Se les llamará "Pueblo santo", "Rescatados por el
Señor"; y a ti se te llamará "Buscada", "Ciudad no
abandonada"» (Is 62, 11¬12). El
profeta precisa: «No se dirá de ti jamás "Abandonada", ni de tu
tierra se dirá jamás "Desolada", sino que a ti se te llamará
"Mi Complacencia", y a tu tierra, "Desposada". Porque el
Señor se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa
joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por
su novia se gozará por ti tu Dios» (Is 62, 45). El
Cantar de los cantares sintetiza esas imágenes y actitudes de amor en la
expresión: «Yo soy para mi amado y mi amado es para mí» (Ct
6, 3). Así se vuelve a proponer en términos ideales la relación entre Yahveh y su pueblo. 5.
Cuando escuchaba la lectura de los oráculos proféticos, María debía de pensar
en esta perspectiva, alimentando así en su corazón la esperanza mesiánica.
Los reproches dirigidos al pueblo infiel debían de suscitar en ella un
compromiso más ardiente de fidelidad a la alianza, abriendo su espíritu a la
propuesta de una comunión esponsal definitiva con el Señor en la gracia y en
el amor. De esa nueva alianza vendría la salvación del mundo entero. Audiencia
general del miércoles 24 de abril de 1996 Fuente vatican.va |
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