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EL
PENSAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II Edición Nº 14 Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |
Catequesis de Su Santidad Juan Pablo II Sobre 1.
El Antiguo Testamento y la tradición judía reconocen frecuentemente la
nobleza moral de la mujer, que se manifiesta sobre todo en su actitud de
confianza en el Señor, en su oración para obtener el don de la maternidad y
en su súplica a Dios por la salvación de Israel de los ataques de sus
enemigos. A veces, como en el caso de Judit, toda la comunidad celebra estas
cualidades, que se convierten en objeto de admiración para todos. Junto a los
ejemplos luminosos de las heroínas bíblicas no faltan los testimonios
negativos de algunas mujeres, como Dalila, la seductora, que arruina la
actividad profética de Sansón (Jc 16, 4-21), las
mujeres extranjeras que, en la ancianidad de Salomón, alejan el corazón del
rey del Señor y lo inducen a venerar otros dioses (1 R 11, 1¬8); Jezabel, que extermina «a todos los profetas del Señor»
(1 R 18, 13) y hace asesinar a Nabot para dar su
viña a Acab (1 R 21); y la mujer de Job, que lo
insulta en su desgracia, impulsándolo a la rebelión (Jb 2, 9). En estos
casos, la actitud de la mujer recuerda la de Eva. Sin embargo, la perspectiva
predominante en 2.
En efecto, aunque a las mujeres extranjeras se las acusa de haber alejado a
Salomón del culto del verdadero Dios, en el libro de Rut se nos propone una
figura muy noble de mujer extranjera: Rut, la moabita, ejemplo de piedad para
con sus parientes y de humildad sincera y generosa. Compartiendo la vida y la
fe de Israel, se convertirá en la bisabuela de David y en antepasada del
Mesías. Mateo, incluyéndola en la genealogía de Jesús (1, 5), hace de ella un
signo de universalismo y un anuncio de la misericordia de Dios, que se
extiende a todos los hombres. Entre
las antepasadas de Jesús, el primer evangelista recuerda también a Tamar, a Racab y a la mujer de Urías, tres mujeres pecadoras, pero
no desleales, mencionadas entre las progenitoras del Mesías para proclamar la
bondad divina más grande que el pecado. Dios, mediante su gracia, hace que su
situación matrimonial irregular contribuya a sus designios de salvación,
preparando también, de este modo, el futuro. Otro modelo de entrega humilde,
diferente del de Rut, es el de la hija de Jefté,
que acepta pagar con su propia vida la victoria del padre contra los amonitas
(Jc 11, 34¬40). Llorando su cruel destino, no se
rebela, sino que se entrega a la muerte para cumplir el voto imprudente que
había hecho su padre en el marco de costumbres aún primitivas (cf. Jr 7, 31; Mi 6, 6¬8). 3.
La literatura sapiencial, aunque alude a menudo a los defectos de la mujer,
reconoce en ella un tesoro escondido: «Quien halló mujer, halló cosa buena, y
alcanzó favor del Señor» (Pr 18, 22), dice el libro
de los Proverbios, expresando estima convencida por la figura femenina, don
precioso del Señor. A1 final del mismo libro, se esboza el retrato de la
mujer ideal que, lejos de representar un modelo inalcanzable, constituye una
propuesta concreta, nacida de la experiencia de mujeres de gran valor: «Una mujer
fuerte, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas...» (Pr 31, 10). En
la fidelidad de la mujer a la alianza divina la literatura sapiencial indica
la cima de sus posibilidades y la fuente más grande de admiración. En efecto,
aunque a veces puede defraudar, la mujer supera todas las expectativas cuando
su corazón es fiel a Dios: «Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la
mujer que teme al Señor, ésa será alabada» (Pr 31,
30). 4.
En este contexto, el libro de los Macabeos, en la historia de la madre de los
siete hermanos martirizados durante la persecución de Antíoco
Epífanes, nos presenta el ejemplo más admirable de
nobleza en la prueba. Después de haber descrito la muerte de los siete
hermanos, el autor sagrado añade: «Admirable de todo punto y digna de
glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el
espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en
el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos
sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer»,
expresaba de esta manera su esperanza en una resurrección futura: «Pues así
el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el
origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con
misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus
leyes» ( La
madre, exhortando al séptimo hijo a aceptar la muerte antes que transgredir
la ley divina, expresa su fe en la obra de Dios, que crea de la nada todas
las cosas: «Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo
lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también
el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo;
antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que
vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia» ( Por
último, también ella se encamina hacia la muerte cruel, después de haber
sufrido siete veces el martirio del corazón, testimoniando una fe
inquebrantable, una esperanza sin límites y una valentía heroica. En estas
figuras de mujer, en las que se manifiestan las maravillas de la gracia
divina, se vislumbra a la que será la mujer más grande: María, Audiencia
general del miércoles 10 de abril de 1996 Fuente vatican.va |
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