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EL
PENSAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II Edición Nº 19 Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |
Catequesis de Su Santidad Juan Pablo II Sobre 1. En
el episodio de La
estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), no admite ninguna
interpretación reductiva. Su coherencia no permite
sostener válidamente mutilaciones de los términos o de las expresiones que
afirman la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. 2.
El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a José, afirma, al
igual que san Lucas, la concepción por obra «del Espíritu Santo» (Mt 1,20),
excluyendo las relaciones conyugales. Además,
a José se le comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento:
no se trata para él de una invitación a dar su consentimiento previo a la
concepción del Hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del
Espíritu Santo y de la cooperación de la madre. Sólo se le invita aceptar
libremente su papel de esposo de San
Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplimiento de la profecía
de Isaías: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán
por nombre Emmanuel, que traducido significa “Dios con nosotros”» (Mt 1,23;
cf. Is 7,14). De ese modo, san Mateo nos lleva a la conclusión de que la
concepción virginal fue objeto de reflexión en la primera comunidad
cristiana, que comprendió su conformidad con el designio divino de salvación
y su nexo con la identidad de Jesús, «Dios con nosotros». La
afirmación paradójica de Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió
Dios a si Hijo, nacido de mujer (…), para que recibiéramos la filiación
adoptiva» (Ga 4,4-5), abre el camino al
interrogante sobre la personalidad de ese Hijo, y, por tanto, sobre su
nacimiento virginal. Este
testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe en la concepción
virginal de Jesús estaba enraizada firmemente en los ambientes de Como
hemos visto, los evangelios contienen la afirmación explícita de una
concepción virginal de orden biológico, por obra del Espíritu Santo, y 4.
La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la
tradición posterior. Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos
postulan la afirmación del nacimiento virginal: Arístides, Justino, Ireneo y
Tertuliano está de acuerdo con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús
«nacido verdaderamente de una virgen» (Smirn. 1,2).
Estos autores hablan explícitamente de una generación virginal de Jesús real
e histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamente moral o un vago
don de la gracia, que se manifestó en el nacimiento del niño. Las
definiciones solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos y del
Magisterio pontificio, que siguen a las primeras fórmula
breves de fe, están en perfecta sintonía con esta verdad. El concilio
de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redactada esmeradamente y con
contenido definido de modo infalible, afirma que Cristo «en lo últimos días,
por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre
de Dios, en cuanto a la humanidad» (DS 301). Del mismo modo, el tercer
concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo «nació del Espíritu
Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios,
según la humanidad» (DS 555). Otros concilios ecuménicos (Constantinopolitano
II, Lateranense IV y Lugdunense II) declaran a María «siempre virgen»,
subrayando su virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852). El concilio
Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de que María,
«por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre,
ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo»
(Lumen gentium, 63). A las definiciones conciliares
hay que añadir las del Magisterio pontificio, relativas a 5.
Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción del concilio de Letrán del año 649, convocado por el Papa Martín I, no
precisan el sentido del apelativo «virgen», se ve claramente que este término
se usa en su sentido habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales
y la preservación de la integridad corporal. En todo caso, la integridad física
se considera esencial para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús
(cf. Catecismo de La
designación de María como «santa, siempre Virgen e Inmaculada», suscita la
atención sobre el vínculo entre santidad y virginidad. María quiso una vida
virginal, porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a
Dios. La
expresión que se usa en la definición de Audiencia general del miércoles 10 de julio de 1996 Fuente vatican.va |
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