Caminando con Jesus Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
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Fidentem Piumque LEÓN XIII Amor del Papa a 20 de Septiembre de 1896 |
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l.
Amor del Papa a Muchas
veces en el transcurso de Nuestro Pontificado, atestiguamos públicamente
Nuestra confianza y piedad respecto a A
través de circunstancias funestísimas para la
religión cristiana y para las naciones, conocimos cuán propio era de Nuestra
solicitud recomendar ese medio de paz y de salvación que Dios, en su infinita
bondad, ha dado género humano en la persona de su augusta Madre, y que
siempre se vio patente en la historia de En
todas partes el celo de las naciones católicas ha respondido a Nuestras
exhortaciones y deseos; por donde quiera se ha propagado la devoción al
Santísimo Rosario, y se ha producido abundancia de excelentes frutos. No
podemos dejar de celebrar a Nuestro
ánimo, henchido de apostólica a solicitud, sintiendo que se acerca, cada vez
más el momento último de la vida, mira con más gozosa confianza a la que,
cual aurora bendita, anuncia la ventura de un día interminable. Si Nos
es grato, Venerables Hermanos, el recuerdo de otras cartas publicadas en
fecha determinada en loor del Rosario, oración en todos conceptos agradable a
la que tratamos de honrar, y utilísima a los que debidamente la rezan, grato
Nos es también insistir en ello y confirmar Nuestras instrucciones. II.
Necesidad de la oración. Excelente
ocasión se Nos ofrece de exhortar paternalmente a las almas y corazones para
que aumenten su piedad y se vigoricen con la esperanza de los inmortales
premios. La
oración de que hablamos recibió el nombre especial de Rosario, como si
imitase el suave aroma de las rosas y la belleza de los floridos ramilletes.
Tan propia como es para honrar a Bien
lo ve quien considera la esencia del Rosario; nada se Nos aconseja más en los
preceptos y ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo y de los Apóstoles, que
invocar a Dios y pedir su auxilio. Los Padres y doctores nos hablaron luego
de la necesidad de la oración, tan grande que si los hombres descuidaren este
deber, en vano esperarán la salvación eterna. III.
La asiduidad en la oración. Mas si la
oración por su misma índole y conforme a la promesa de Cristo es camino que
conduce a la obtención de las mercedes, sabemos todos que hay dos elementos
que la hacen eficaz: la asiduidad y la unión de muchos fieles. Indícase la
primera en la bondadosísima invitación que nos dirige Cristo: Pedid, buscad,
llamad[i]. Parécese Dios
a un buen Padre que quiere contestar los deseos de sus hijos; pero también
que éstos con instancia acudan a él y que, con sus ruegos, le importunen, de
suerte que unan a Él su alma con los vínculos más fuertes. IV. La
oración en común. Nuestro
Señor más de una vez habló de la oración en común: "Si dos de entre
vosotros se reúnen en la tierra, mi Padre que está en los Cielos les
concederá lo que pidan, porque donde se hallaren dos o tres reunidos en mi
nombre, yo estaré entre ellos"[ii]. Así dice
audazmente Tertuliano: "Nos reunimos para sitiar a Dios con nuestras
oraciones y como si nos tomásemos de las manos, para hacer violencia
agradable a Dios"[iii]. Son de
Santo Tomás de Aquino estas memorables frases: "Imposible que las
oraciones de muchos hombres no sean escuchadas, si, por decirlo así, forman
una sola"[iv]. Ambas
recomendaciones se pueden aplicar bien al Rosario. Porque en él, en efecto,
para no extendernos, redoblamos Nuestras súplicas para implorar del Padre
celestial el reinado de su gracia y de su gloria, y asiduamente invocamos a V. El
Rosario familiar y en el templo. Apropiado
es también que el Rosario se rece como oración en común. Con razón se le ha
llamado Salterio de María. Debe renovarse religiosamente esa costumbre de
Nuestros mayores; en las familias cristianas, en la ciudad y en el campo, al
finalizar el día y concluir sus rudos trabajos, reuníanse
ante la imagen de Considerando
esa eficacia de la oración en común, entre las decisiones que en varias épocas
tomamos respecto al Rosario, dictamos ésta: deseamos que diariamente se
recite en las catedrales y todos los días de fiesta en las parroquias[v].
Obsérvese esta práctica con celo y constancia y alegrémonos de que se
observe, acompañada de otras manifestaciones solemnes de la piedad pública y
de peregrinaciones a los santuarios célebres cuyo número debemos desear que
aumente. Esa
asociación de rezos y alabanzas a María tiene mucho de tierno y saludable
para las almas. Sentímoslo Nosotros, y Nuestra
gratitud Nos hace recordar que cuando en ciertas circunstancias solemnes de
Nuestro Pontificado, Nos hallamos en VI.
María mediadora entre Dios y los hombres. ¿Quién
pudiera pensar y decir que la viva confianza que tenemos en el socorro de Es
imposible concebir que nadie para reconciliar a Dios y a los hombres haya
podido o en adelante pueda obrar tan eficazmente como VII.
El Rosario nos recuerda estos misterios. Como
estos misterios se incluyen en el Rosario y sucesivamente se ofrecen a la
memoria y meditación de los fieles, se ve lo que significa María en la obra
de Nuestra reconciliación y salvación. Nadie
puede substraerse a un tierno afecto viendo presentarse a María en hogar de
Isabel como instrumento de las gracias divinas y cuando presenta a su Hijo a
los pastores, a los Reyes y a Simeón. Pero
¿qué se ha de sentir pensando que VIII.
El Rosario fortifica la fe. También
hay otro fruto notable del Rosario, en relación con las necesidades de
nuestra época. Ya hemos recordado que consiste en que viéndose expuesta a
tantos ataques y peligros la virtud de la fe divina, el Rosario da al
cristiano con qué alimentarla y fortificarla eficaz mente. Las divinas
Escrituras llaman a Cristo autor y consumador de la fe[x]; "autor de la
fe" porque Él mismo enseñó a los hombres un gran número de verdades que
debían creer, sobre todo las relativas a Dios mismo y al Cristo en que reside
toda la plenitud de Divinidad[xi], y porque por su
gracia y de algún modo por la unión del Espíritu Santo, les da afectuosamente
los me dios de creer; "y consumador" de la misma fe porque El hace
evidente en el Cielo cuanto el hombre no percibe en su vida mortal mas que a
través de un velo, y allí cambiará la fe presente en gloriosa iluminación. Ciertamente
la acción de Cristo se hace sentir en el Rosario de una manera poderosa.
Consideramos y meditamos su vida privada en los misterios gozosos, la pública
hasta la muerte entre los mayores tormentos, y la gloriosa que, después de la
resurrección triunfante, se ve trasladada a IX. El
Rosario profesión de fe. Y dado
que la fe para ser plena y digna debe necesariamente manifestarse, porque se
cree en el corazón para la justicia, pero se confiesa la fe por la boca para
la salvación[xii], encontramos
precisamente en el Rosario un excelente medio de confesarla. En efecto, por
las oraciones vocales que forman su trama podemos expresar y confesar nuestra
fe en Dios, nuestro Padre, lleno de providencia; en la vida de la eternidad
futura, en la remisión de los pecados, y también nuestra fe en los misterios
de Nadie
ignora cuál es el valor y el mérito de la fe. Ni es otra cosa la fe que el
germen escogido del que nacen actualmente las flores de toda virtud, por las
que nos hacemos agradables a Dios, donde nacerán más tarde los frutos que
deben durar para siempre. Conocerte es, en efecto, el perfeccionamiento de la
justicia, y su virtud es la raíz de la inmortalidad[xiii]. X.
Penitencia. Conviene
añadir a este propósito algo de los deberes de virtud que necesariamente
exige la fe. Entre ellos se halla la penitencia, que comprende la
abstinencia, necesaria y saludable por más de un concepto. Si XI.
Fácil uso del Rosario. En
nuestros esfuerzos para lograr el supremo bien, ¡con qué sabia providencia se
Nos indica el Rosario como socorro que a todos conviene, fácilmente
aprovechable, sin comparación posible con otro alguno! Aun el medianamente
instruido en asuntos de Religión puede servirse de él fácilmente y con
utilidad, y el Rosario no toma tanto tiempo que perjudique a cualesquiera
ocupaciones. Los
anales sagrados abundan en ejemplos famosos y oportunos, y se sabe que muchas
personas cargadas de importantes quehaceres y grandes trabajos jamás han
interrumpido un solo día esta piadosa costumbre. XII.
La sagrada Corona. Bien
se concilia la devoción del Rosario con el íntimo afecto religioso que
profesamos a De
ellas ha sido enriquecida la devoción del Rosario cada vez más por Nuestros
predecesores y por Nos mismo, concedidas en cierto modo por la manos mismas
de Estas
razones, Venerables Hermanos, Nos mueven a alabar siempre y recomendar a los
pueblos católicos tan excelente fórmula de piedad y de devoción, Pero aún
tenemos otro muy grave motivo que ya en Nuestras cartas y alocuciones os
hemos manifestado, abriendo de par en par Nuestro corazón. XIII.
Reconciliación entre los disidentes. Nuestras
acciones, en efecto, se inspiran más ardientemente cada día en el deseo
concebido en el divino razón de Jesús de favorecer
la tendencia a la reconciliación que apunta en los disidentes. Comprendemos
que esa admirable unidad no puede prepararse y realizarse por mejor medio que
por la virtud de las santas oraciones. Recordamos el ejemplo de Cristo, que
en una oración dirigida a su Padre le pidió que sus discípulos fuesen uno
solo en la fe y en la caridad; y que su Santísima Madre dirigiera la misma
ferviente oración, es indudable recorriendo la historia apostólica. Ella
nos representa la primera Asamblea de los Apóstoles, implorando a Dios y
concibiendo gran esperanza, la prometida efusión del Espíritu Santo y a la
vez a María presente en medio de ellos y orando especialmente, Todos
perseveraban en la oración con María, XIV.
Exhortación final. Redóblese,
por tanto, esa devoción, sobre todo para obtener la santa unidad. Nada puede
ser más dulce y agradable para María, que íntimamente unida con Cristo, desea
y anhela que los hombres todos, favorecidos con el mismo y único bautismo de
Jesucristo, se unan a Él y entre sí por la misma fe y una perfecta caridad. Los
augustos misterios de esta Fe, por el culto del Rosario, penetren más
hondamente en las almas para obtener el dichoso resultado de imitar lo que
contiene y lograr lo que prometen. Entre
tanto, como prenda de las divinas mercedes y testimonio de Nuestro afecto, os
concedemos benignamente a cada uno de vosotros y a vuestro clero y pueblo la
bendición Apostólica. Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 20 de
Septiembre del año 1896, de Nuestro Pontificado el decimonono. LEÓN PAPA XIII [i]
Mat. 7, 7. [ii] Mat. 18, 19-20. [iii] Apologet. c. 39. [iv] In Evang. Matth., c. 18. [v] Letras apostólicas, "Salularis ille" de
diciembre de 1883. [vi] 1 Timot.,
2, 5-6. [vii] S. Thom. III, q. XXVI, a. 1-2, según su disposición y oficio. [viii]
S. Tomás. III. q. [ix]
De Assumpt. BMV. c. 5, entre las obras de San
Agustín. [x] Hebr., 12, 2. [xi] [xii] [xiii] Sap., 15. 3.
(14) 1 Pctr. 5, 4. [xiv] S. Bernardino Serm. in Nativ.
BMV n. 7 [xv]
Act. 1, 14. |
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