LA VIRGEN MARÍA
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CONSTITUCIÓN
DOGMÁTICA LUMEN GENTIUM SOBRE LA
IGLESIA
CONCILIO
ECUMÉNICO VATICANO II
CAPITULO
VIII: LA
BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO
DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
I.
"PROEMIO"
LA BIENAVENTURADA VIRGEN
MARIA EN EL MISTERIO DE CRISTO
El
benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del
mundo, "cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de
Mujer. .. para que
recibiésemos la adopción de hijos" (Gál., 4,
4-5). "El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación
descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María
Virgen" . Este misterio divino de salvación se
nos revela y continúa en la
Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en
ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus
Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la
gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor
Jesucristo".
53.
LA
BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA
En efecto,
la Virgen María,
que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su
cuerpo y trajo la Vida
al mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor.
Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y
a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma
prerrogativa y dignidad de ser la
Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del
Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia,
antecede, con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo
tiempo está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan
ser salvados; más aún: es verdaderamente madre de los miembros (de Cristo)...
por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que
son miembros de aquella Cabeza" . Por eso
también es saludada como miembro sobreeminente y
del todo singular de la
Iglesia, su prototipo y modelo eminentísimos en la fe y
caridad y a quien la
Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con
filial afecto de piedad como a Madre amantísima.
54.
INTENCION DEL CONCILIO
Por eso,
el Sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el
Divino Redentor realiza la salvación, quiere explicar cuidadosamente tanto la
función de la
Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo
Encarnado y del Cuerpo Místico, como los deberes de los hombres redimidos
hacia la Madre
de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los fieles,
sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni
tampoco dirimir las cuestiones no aclaradas totalmente por el estudio de los
teólogos. Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen
libremente en las escuelas católicas sobre Aquella que en la Santa Iglesia
ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros .
II.
OFICIO DE LA
BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION
55.
LA MADRE DEL
MESIAS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
La Sagrada Escritura del
Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma
cada vez más clara el oficio de la
Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por
así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento
describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el
advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son
leídos en la Iglesia
y son entendidos a la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez
con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor. Ella
misma, es esbozada bajo esta luz profeticamente en
la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres,
caídos en pecado (cf. Gén., 3, 15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y
dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel (Cf.
Is., 7, 14; Miq., 5, 2-3; Mt., 1, 22-23). Ella misma sobresale entre los
humildes y pobres del Señor, que de El con confianza esperan y reciben la
salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la
promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva
Economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para
librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.
56.
MARIA EN LA ANUNCIACION
El Padre
de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de
parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la
muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de
la Madre de
Jesús, que dio al mundo la Vida
misma que renueva todas las cosas, y que fue enriquecida por Dios con dones
correspondientes a tan gran oficio. Por eso no es extraño que entre los
Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios la toda santa e inmune de toda
mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva
criatura . Enriquecida desde el primer instante de su concepción con
esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena
es saludada por el ángel por mandato de Dios como "llena de gracia"
(cf. Lc., 1, 28), y ella responde al enviado celestial: "He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc., 1, 38). Así
María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y
abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el
impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava
del Señor, a la Persona
y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de Dios
omnipotente, al misterio de la Redención. Con razón, pues, los Santos Padres
consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios,
sino como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia.
Porque ella, como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de su
salvación propia y de la de todo el género humano" .
Por eso no pocos Padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman con
él: "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia
de María: lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo
desató por la fe" ; y comparándola con Eva,
llaman a María "Madre de los vivientes" , y afirman con mucha
frecuencia: "la muerte vino por Eva, por María la vida" .
57.
LA
BIENAVENTURADA VIRGEN Y EL NIÑO JESUS
La unión
de la Madre
con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la
concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando
María se dirige presurosa a visitar a Isabel, es saludada por ella como
bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor
saltó de gozo (cf. Lc., 1, 41-43) en el seno de su madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de
alegría muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos
de disminuir consagró su integridad virginal . Y cuando, ofrecido el rescate
de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba
que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma
de la Madre,
para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc., 2,
34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en
el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron
su respuesta. Pero su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas
estas cosas (cf. Lc., 2, 41-51).
58.
LA
BIENAVENTURADA VIRGEN EN EL MINISTERIO PUBLICO DE JESUS
En la vida
pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio
durante las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su
intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn., 2, 1-11).
En el decurso de la predicación de su Hijo acogió las palabras con las que
(cf. Lc., 2, 19 y 51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos
de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y
observaban la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Mc., 3, 35
par.; Lc., 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen
avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo
hasta la Cruz,
en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn., 19, 25), sufrió
profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su
sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida
por Ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo
Cristo Jesús moribundo en la
Cruz, con estas palabras: "!Mujer, he ahí a tu
hijo!" (cf. Jn., 19, 26-27) .
59.
LA
BIENAVENTURADA VIRGEN DESPUES DE LA ASCENSION
Queriendo
Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de
derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles antes del
día de Pentecostés "perseverar unánimemente en la oración, con las
mujeres y María, la Madre
de Jesús, y los hermanos de El" (Hech. , 1,
14), y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, el cual
ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación. Finalmente,
la Virgen
Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original , terminado el curso de su vida terrena, en alma
y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como
Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de
los que dominan (Apoc., 19, 16) y vencedor del
pecado y de la muerte.
III.
LA
BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA
60.
MARIA, ESCLAVA DEL SEÑOR, EN LA
OBRA DE LA
REDENCION Y DE LA SANTIFICACION
Uno solo
es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: "Porque uno es Dios y
uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se
entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos" (I Tim. , 2, 5-6). Pero la función maternal de María hacia
los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de
Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico
de la
Bienaventurada Virgen en favor de los hombres, no nace de
ninguna necesidad, sino del divino beneplácito y brota de la superabundancia
de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende
totalmente y de la misma saca toda su eficacia, y lejos de impedirla, fomenta
la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
61.
MATERNIDAD ESPIRITUAL
La Bienaventurada Virgen,
predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios junto con la Encarnación del
Verbo divino por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la
benéfica Madre del Divino Redentor y en forma singular la generosa
colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.
Concibiendo
a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre,
padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del
todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad,
en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es
nuestra Madre en el orden de la gracia.
62.
MEDIADORA
Y esta
maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el
momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo
mantuvo sin vacilación al pie de la
Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos.
Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que
continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación . Por su amor materno cuida de los hermanos de
su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan
contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen
en la Iglesia
es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora . Lo cual, sin embargo, se entiende de manera
que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador .
Porque
ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado, nuestro
Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo participan de varias
maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad
de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así
también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus
criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.
La Iglesia no duda
en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y
lo recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados en esta protección
maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.
63.
MARIA, COMO VIRGEN Y MADRE, TIPO DE LA IGLESIA
La Bienaventurada Virgen, por el
don y el oficio de la maternidad divina, con que está unida al Hijo Redentor,
y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de
Dios es tipo de la Iglesia,
como ya enseñaba San Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y
de la perfecta unión con Cristo . Porque en el
misterio de la Iglesia,
que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen
María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la
virgen y de la madre ; pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al
mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo,
como una nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua
serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios
constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom., 8, 29); a saber: los
fieles, a cuya generación y educación coopera con materno amor.
64.
FECUNDIDAD DE LA VIRGEN Y
DE LA IGLESIA
Ahora
bien: la Iglesia,
contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente
la voluntad del Padre, también ella es madre, por la palabra de Dios
fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para
la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y
nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la
fidelidad prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la
virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida
esperanza, la sincera caridad.
65.
VIRTUDES DE MARIA QUE HAN DE SER IMITADAS POR LA IGLESIA
Mientras
que la Iglesia
en la Beatísima
Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin
mancha ni arruga, (cf. Ef., 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan
en crecer en la santidad venciendo el pecado: y por eso levantan sus ojos
hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de
virtudes. La Iglesia,
reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo
hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el altísimo
misterio de la
Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque
María, que habiendo participado íntimamente en la historia de la Salvación, en cierta
manera une en sí y refleja las más grandes verdades de la fe, al ser
predicada y honrada, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio
y hacia el amor del Padre. La
Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace
más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, la
esperanza y la caridad, buscando y siguiendo en todas las cosas la divina
voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia
aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen precisamente, para
que por la Iglesia
nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue
ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos
los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.
IV.
CULTO DE LA
BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA IGLESIA
NATURALEZA
Y FUNDAMENTO DEL CULTO
María, que
por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por encima de todos
los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre
de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, con razón es honrada con
especial culto por la
Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen
es honrada con el título de "Madre de Dios", a cuyo amparo los
fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas
. Especialmente desde el Concilio de Efeso, el culto del pueblo de
Dios hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la
invocación e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: "Me
llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas
grandes el Poderoso" (Lc., 1, 48). Este culto, tal como existió siempre
en la Iglesia
aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración,
que se da al Verbo Encarnado lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo
promueve poderosamente. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado
dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones
de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen
que mientras se honra a la
Madre, el Hijo, en quien fueron creadas todas las cosas
(cf. Col., 1, 15-16) y en quien "tuvo a bien el Padre que morase toda la
plenitud" (Col., 1, 19), sea debidamente conocido, amado, glorificado y
sean cumplidos sus mandamientos.
67.
ESPIRITU DE LA
PREDICACION Y DEL CULTO
El
Sacrosanto Sínodo enseña deliberadamente esta doctrina católica y exhorta al
mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto,
sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen,
como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella,
recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente
aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto
de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen
y de los santos . Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los
predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda
falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al
considerar la singular dignidad de la Madre de Dios .
Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y
doctores y de las liturgias de la
Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren
rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada Virgen,
que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y
piedad. Aparten con diligencia todo aquello que, sea de palabra, sea de obra,
pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca
de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, por su parte, los fieles
que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio,
ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a
reconocer la excelencia de la
Madre de Dios y nos excita a un amor filial hacia nuestra
Madre y a la imitación de sus virtudes.
V.
MARIA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS
PEREGRINANTE
Entre
tanto, la Madre
de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y
alma, es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro
siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe., 3,
10), brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza
segura y de consuelo.
69. Ofrece
gran gozo y consuelo a este Sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco falten
entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y
Salvador, especialmente entre los Orientales, que van a una con nosotros por
su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de
Dios . Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de
los hombres, para que Ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ensalzada ahora
en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de
todos los santos, interceda también ante su Hijo para que las familias de
todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano, como los
que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia
en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua
Trinidad.
Todas y
cada una de las cosas establecidas en esta Constitución dogmática fueron del
agrado de los Padres. Y Nos, con la potestad Apostólica conferida por Cristo,
juntamente con los Venerables Padres, en el Espíritu Santo, las aprobamos,
decretamos y establecemos y mandamos que, decretadas sinodalmente,
sean promulgados para gloria de Dios.
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