Rosa Blanca
A los sacerdotes.
1) Ministros del Altísimo,
predicadores de la verdad, clarines del Evangelio, permitidme que os presente
la rosa blanca de este librito para introducir en vuestro corazón y en
vuestra boca las verdades que en él se exponen sencillamente y sin aparato.
En vuestro corazón, para que vosotros
mismos emprendáis la práctica santa del Rosario y gustéis sus frutos.
En vuestra boca para que prediquéis a los
demás la excelencia de esta santa práctica y los convirtáis por este medio.
Guardaos, si no lo lleváis a mal, de mirar esta práctica como
insignificante y de escasas consecuencias, como hace el vulgo y aun muchos
sabios orgullosos; es verdaderamente grande, sublime, divina. El cielo es
quien os la ha dado para convertir a los pecadores más endurecidos y los
herejes más obstinados. Dios ha vinculado a ella la gracia en esta vida y
la gloria en la otra.
Los santos la han ejercitado y los Soberanos Pontífices
la han autorizado.
¡Oh, cuán feliz es el sacerdote y director
de almas a quien el Espíritu Santo ha revelado este secreto, desconocido de
la mayor parte de los hombres o sólo conocido superficialmente! Si logra su
conocimiento práctico, lo recitará todos los días y lo hará recitar a los
otros. Dios y su Santísima Madre derramarán copiosamente la gracia en su
alma para que sea instrumento de su gloria; y producirá más fruto con su
palabra, aunque sencilla, en un mes que los demás predicadores en muchos
años.
2) No nos contentemos, pues, mis queridos
compañeros, en aconsejarlo a los demás: es necesario que lo practiquemos.
Bien podremos estar convencidos de la excelencia del Santo Rosario, mas si
no lo practicamos, poco empeño se tomará quien nos oiga en cumplir lo que
aconsejamos, porque nadie da lo que no tiene "Coepit Jesus facere et
docere" (1). Imitemos a Jesucristo, que comenzó por hacer aquello que
enseñaba.
Imitemos al Apóstol, que no conocía ni
predicaba más que a Jesucristo crucificado: y eso es lo que haréis al
predicar el Santo Rosario, que, según más abajo veréis, no es sólo un
compuesto de padrenuestros y avemarías, sino un divino compendio de los
misterios de la vida, pasión, muerte y gloria de Jesús y de María.
Si creyera yo que la experiencia que Dios
me ha dado de la eficacia de la predicación del Santo Rosario para
convertir a las almas os pudiera determinar a predicarlo, a pesar de la
moda contraria de los predicadores, os diría las conversiones maravillosas
que he visto venir con la predicación del Santo Rosario; pero me contentaré
con relatar en este compendio algunas historias antiguas y bien probadas. Y
solamente en servicio vuestro he insertado también algunos textos latinos
de buenos autores que prueban lo que explico al pueblo en francés.
Rosa Encarnada
A los pecadores.
3) A vosotros, pobres pecadores y
pecadoras, un pecador mayor todavía os ofrece esta rosa enrojecida con la
Sangre de Jesucristo, para haceros florecer y para salvaros. Los impíos y
los pecadores impenientes claman todos los días: "Coronemus nos
rosis" (1): Coronémonos de rosas. Cantemos también nosotros,
coronémonos con las rosas del Santo Rosario.
¡Ah, qué diferentes son sus rosas de las
nuestras! Son las rosas de ellos sus placeres carnales, sus vanos honores y
sus riquezas perecederas, que muy pronto se marchitarán y perecerán; mas
las nuestras (nuestros padrenuestros y avemarías bien dichos, junto con
nuestras obras de penitencia) no se marchitarán ni pasarán jamás y su
resplandor brillará de aquí a cien mil años como al presente.
Las pretendidas rosas de ellos no
tienen sino la apariencia de tales, en realidad no son otra cosa que
espinas punzantes durante la vida por los remordimientos de conciencia, que
los atormentarán en la hora de la muerte (con el arrepentimiento) y los
quemarán durante toda la eternidad, por la rabia y la desesperación.
Si nuestras rosas tienen espinas, son
espinas de Jesucristo que Él convierte en rosas. Si punzan nuestras
espinas, es sólo por algún tiempo; no punzan sino para curarnos del pecado
y salvarnos.
4) Coronémonos a porfía de estas
rosas del paraíso recitando diariamente el Rosario; es decir tres Rosarios
de cinco decenas cada uno o tres ramos de flores o coronas: 1) para honrar
las tres coronas de Jesús y de María, la corona de gracia de Jesús en su
encarnación, su corona de espinas en su pasión y su corona de gloria en el
cielo, y la triple corona que María recibió en el cielo de la Santísima Trinidad;
2) para recibir de Jesús y de María tres coronas, la primera de mérito
durante la vida, la segunda de paz a la hora de la muerte, y la tercera de
gloria en el paraíso.
Si sois fieles en rezarle devotamente hasta
la muerte, a pesar de la enormidad de vuestros pecados, creedme:
"Percipietis coronam immarcescibilem" (2), recibiréis una corona
de gloria que no se marchitará jamás. Aun cuando os hallaseis en el borde
del abismo, o tuvieseis ya un pie en el infierno; aunque hubieseis vendido
vuestra alma al diablo, aun cuando fueseis unos herejes endurecidos y
obstinados como demonios, tarde o temprano os convertiréis y os salvaréis,
con tal que (lo repito y notad las palabras y los términos de mi consejo)
recéis devotamente todos los días el Santo Rosario hasta la muerte, para
conocer la verdad y obtener la contrición y el perdón de vuestros pecados.
Ya veréis en esta obra muchas historias de grandes pecadores convertidos
por virtud del Santo Rosario. Leedlas para meditarlas.
Dios solo.
Rosal Místico
A las almas devotas.
5) No llevaréis a mal, almas devotas,
alumbradas por el Espíritu Santo, que os dé un pequeño rosal místico,
bajado del cielo para ser plantado en el jardín de vuestra alma: en nada
perjudicará las flores odoríferas de vuestra contemplación. Es muy oloroso y
enteramente divino, no destruirá en lo más mínimo el orden de vuestro
jardín; es muy puro, bien ordenado y lo conduce todo al orden y a la
pureza; crece hasta una altura tan prodigiosa, adquiere una tan vasta
extensión, si se le riega y cultiva como conviene todos los días, que no
sólo no estorba, antes conserva y perfecciona todas las restantes
devociones. Vosotros que sois espirituales me comprendéis bien; este rosal
es Jesús y María en la vida, en la muerte y en la eternidad.
6) Las hojas verdes de este rosal
místico representan los misterios gozosos de Jesús y de María; las espinas,
los dolorosos; y las flores, los gloriosos; los capullos son la infancia de
Jesús y de María; las rosas entreabiertas representan a Jesús y a María en
los sufrimientos; las abiertas del todo muestran a Jesús y a María en su
gloria y en su triunfo. La rosa alegra con su hermosura: Ved aquí a Jesús y
María en sus misterios gozosos, pica con sus espinas; ved aquí a Jesús y
María en sus misterios dolorosos; regocija con la suavidad de su aroma:
vedlos, en fin, en sus misterios gloriosos.
No despreciéis, pues, mi planta excelente y
divina: plantadla en vuestra alma, adoptando la resolución de rezar el
Rosario. Cultivadla y regadla rezando fielmente todos los días y haciendo
buenas obras y veréis cómo este grano que parecía tan pequeño llegará a ser
con el tiempo un árbol grande, donde las almas predestinadas y elevadas a
la contemplación harán sus nidos y morada para guardarse a la sombra de sus
hojas de los ardores del sol, para preservarse en su altura de las bestias
feroces de la tierra y para ser, en fin, delicadamente alimentadas con su
fruto, que no es otro que el adorable Jesús, a quien sea honor y gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
Dios solo.
Capullo de Rosa
A los niños.
7) A vosotros, amiguitos míos, os
ofrezco un hermoso capullo de rosa; es el granito de vuestro Rosario, que
os parecerá tan insignificante. Mas ¡oh, qué precioso es ese granito! ¡Qué
admirable es ese capullo! ¡Cómo se desarrollará si rezáis devotamente
vuestra avemaría! Mucho sería pediros que rezarais el Rosario todos los
días; rezad por lo menos diariamente un tercio del Rosario con devoción, y
será una linda corona de rosas que colocaréis en las sienes de Jesús y de
María. Creedme; y escuchad una hermosa historia, y no la olvidéis.
8) Dos niñas, hermanitas, estaban a
la puerta de su casa rezando devotamente el Santo Rosario. Aparéceseles una
hermosa Señora, la cual se aproxima a la más pequeña, que tenía de seis a
siete años, la toma de la mano y se la lleva. Su hermana mayor la busca llena de
turbación y, desesperada de poder encontrarla, vuelve a su casa llorando.
El padre y la madre la buscan tres días sin encontrarla. Pasado este
tiempo, la encuentran a la puerta con el rostro alegre y gozoso. Le
preguntan de dónde viene y contesta que la Señora a quien rezaba el Rosario
la había llevado a un lugar muy hermoso y le había dado a comer cosas muy
buenas y había colocado en sus brazos a un Niño bellísimo. El padre y la
madre, recién convertidos a la fe, llamaron al Padre Jesuita que los había
instruido en ella y en la devoción del Rosario y le contaron lo que había
ocurrido. De sus propios labios lo hemos sabido nosotros. Aconteció en el
Paraguay (1).
Imitad, amados niños, a estas dos
fervorosas niñas; rezad todos los días, como ellas, el Rosario, y
mereceréis así ver a Jesús y a María: si no en esta vida, después de la
muerte, durante la eternidad. Amén.
Sabios e ignorantes, justos y pecadores,
grandes y pequeños, alaben y saluden día y noche con el Santo Rosario a
Jesús y a María.
"Salutate Mariam, quae multum
laboravit in vobis" (2).
PRIMERA DECENA
Excelencia del Santísimo Rosario en
su origen y en su nombre.
1a Rosa
9) El Rosario comprende dos cosas, a saber:
la oración mental y la oración vocal. La oración mental del Santo Rosario
es la meditación de los principales misterios de la vida, muerte y gloria
de Jesucristo y de su Santísima Madre. La oración vocal del Rosario
consiste en decir quince decenas de avemarías precedidas por un
padrenuestro y terminadas por un gloria. Se meditan y contemplan las quince
virtudes principales que Jesús y María han practicado en los quince
misterios del Santo Rosario.
En la primera parte, que consta de cinco
decenas, se honran y consideran los cinco misterios gozosos; en la segunda,
los cinco misterios dolorosos; y en la tercera, los cinco misterios
gloriosos. De este modo, el Rosario es un compuesto sagrado de oración
mental y vocal para honrar e imitar los misterios y las virtudes de la
vida, muerte, pasión y gloria de Jesucristo y de María.
2a Rosa
10) El Santo Rosario, compuesto en su fondo
y substancia de la oración de Jesucristo y de la salutación angélica -esto
es, el padrenuestro y el avemaría- y la meditación de los misterios de
Jesús y María, es sin duda la primera oración y la devoción primera de los
fieles, que desde los apóstoles y los discípulos se transmitió de siglo en
siglo hasta nosotros.
11) No obstante, el Santo Rosario, en la
forma y método que lo recitamos al presente, sólo fue inspirado a la
Iglesia en 1214 por la Santísima Virgen, que lo dio a Santo Domingo
para convertir a los herejes albigenses y a los pecadores. Ocurrió en la
forma siguiente, según cuenta el Beato Alano de la Roche en su famoso libro
titulado De Dignitate Psalterii. Viendo Santo Domingo que los crímenes de
los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un
bosque próximo a Tolosa y pasó en él tres días y tres noches en continua
oración y de penitencia, no cesando de gemir, de llorar y de macerar su
cuerpo con disciplinas para calmar la cólera de Dios; de suerte que cayó
medio muerto. La
Santísima Virgen, acompañada de tres princesas del cielo,
se le apareció entonces y le dijo: "¿Sabes tú, mi querido Domingo, de
qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el
mundo?" "Oh Señora, respondió él, Vos lo sabéis mejor que yo,
porque después de vuestro Hijo Jesucristo fuisteis el principal instrumento
de nuestra salvación." Ella añadió: "Sabe que la pieza principal
de la batería fue la salutación angélica, que es el fundamento del Nuevo
Testamento; y por tanto, si quieres ganar para Dios esos corazones
endurecidos, reza mi salterio." El Santo se levantó muy consolado y,
abrasado de celo por el bien de aquellos pueblos, entró en la Catedral. En el
mismo momento, sonaron las campanas por intervención de los ángeles para
reunir a los habitantes, y al principio de la predicación se levantó una
espantosa tormenta; la tierra tembló, el sol se nubló, los repetidos
truenos y relámpagos hicieron estremecer y palidecer a los oyentes; y
aumentó su terror al ver una imagen de la Santísima Virgen
expuesta en lugar preeminente, levantar los brazos tres veces hacia el
cielo, para pedir a Dios venganza contra ellos si no se convertían y
recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios.
El cielo quería por estos prodigios
aumentar la nueva devoción del Santo Rosario y hacerla más notoria.
La tormenta cesó al fin por las oraciones
de Santo Domingo. Continuó su discurso y explicó con tanto fervor y
entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que los moradores de Tolosa lo
aceptaron casi todos, renunciaron a sus errores, y en poco tiempo se vio un
gran cambio en la vida y las costumbres de la ciudad.
3a Rosa
12) Este milagroso establecimiento del
Santo Rosario, que guarda cierta semejanza con la manera en que Dios
promulgó su ley sobre el monte Sinaí, manifiesta evidentemente la
excelencia de esta divina práctica. Santo Domingo, inspirado por el
Espíritu Santo, predicó todo el resto de su vida el Santo Rosario con el
ejemplo y la palabra, en las ciudades y en los campos, ante los grandes y
los pequeños, ante sabios e ignorantes, ante católicos y herejes. El Santo
Rosario -que rezaba todos los días- era su preparación para predicar y su acción
de gracias de haber predicado.
13) Un día de San Juan Evangelista en que
estaba el Santo en Nuestra Señora de París rezando el Santo Rosario, como
preparación a la predicación, en una capilla situada tras el altar mayor,
se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: "Domingo,
aunque lo que tienes preparado para predicar sea bueno, he aquí, no
obstante, un sermón mucho mejor que yo te traigo." Santo Domingo
recibe de sus manos el libro donde estaba el sermón, lo lee, lo saborea, lo
comprende, da gracias por él a la Santísima Virgen. Llega la hora del sermón,
sube al púlpito y, después de no haber dicho en alabanza de San Juan
Evangelista sino que había merecido ser custodio de la Reina del Cielo,
dice a toda la concurrencia de grandes y doctores que habían venido a oírle
-habituados todos a discursos floridos- que no les hablará con palabras de
sabiduría humana, sino con la sencillez y la fuerza del Espíritu Santo. Y,
efectivamente, les predicó el Santo Rosario explicándoles palabra por
palabra, como a niños, la salutación angélica, sirviéndose de comparaciones
muy sencillas, que había leído en el papel que le había dado la Santísima Virgen.
14) He aquí las mismas palabras del sabio Cartagena,
tomadas por él del libro del Beato Alano de la Roche titulado De Dignitate
Psalterii: B. Alanus Patrem sanctum Dominicum sibi haec in revelatione
dixisse testatur: "Tu praedicas, fili, sed uti caveas ne potius laudem
humanam quaeras quam animarum fructum, audi quid mihi Parisiis contigit. Debebam in majori ecclesia
beatae Mariae praedicare, et volebam curiose non jactantiae causa, sed
propter astantium facultatem et dignitatem. Cum igitur more meo per horam
fere ante sermonem in psalterio meo (Rosarium intelligit) quadam in capella
post altare majus orarem, subito factus in raptum, cernebam amicam meam Dei
Genitricem afferentem mihi libellum et dicentem: "Dominice, et si
bonum est quod praedicare disposuisti sermonem, tamen longe meliorem attuli."
Laetus librum
capio, lego constanter, ut dixit, reperio, gratias ago, adest hora
sermonis, adest parisiensis Universitas tota, dominorumque numerus magnus. Audiebant quippe et videbant signa
magna quae per me Dominus operabatur; itaque ambonem ascendo. Festum erat
sancti Joannis Evangelistae. De eo aliud non dico nisi quod custos
singularis esse meruit Reginae coeli. Deinde auditores sic alloquor: Domini
et Magistri praestantissimi, aures reverentiae vestrae solitae sunt
curiosos audire sermones et auscultare. At nunc ego non in doctis humanae
sapientiae verbis, sed in ostensione spiritus et virtutis loquar."
Tunc, ait Carthagena post beatum Alanum, stans Dominicus eis explicavit
Salutationem angelicam comparationibus et similitudinibus familiaribus hoc
modo (1).
15) El Beato Alano de la Roche, como dice
el mismo Cartagena, refiere otras varias apariciones de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen
a Santo Domingo para instarle y animarle a predicar el Santo Rosario, a fin
de combatir el pecado y convertir a pecadores y herejes, dice: Beatus
Alanus dicit sibi a beata Virgine revelatum fuisse Christum Filium suum
apparuisse post se sancto Dominico et ipsi dixisse: "Dominice, gaudeo
quod non confidas in tua sapientia, sed cum humilitate potius affectas salvare
animas quam vanis hominibus placere. Sed multi praedicatores statim volunt
contra gravissima peccata instare, ignorantes quod ante gravem medicinam
debet fieri praeparatio, ne medicina sit inanis et vacua: quapropter prius
homines debent induci ad orationis devotionem et signanter ad psalterium
meum angelicum; quoniam, si omnes coeperint hoc orare, non dubium est quin
perseverantibus aderit pietas divinae clementiae. Praedica ergo psalterium
meum (2)."
16) En otro lugar dice el Beato Alano:
Omnes sermocinantes et praedicantes christicolis exordium pro gratia
impetranda a Salutatione angelica faciunt. Hujus rei ratio sumpta est ex
revelatione facta beato Dominico cui beata Virgo dixit: "Dominice,
fili, nil mireris quod concionando minime proficias. Enimvero aras solum a
pluvia non irrigatum. Scitoque, cum Deus renovare decrevit mundum
Salutationis angelicae pluviam praemisit; sicque ipse in melius est
reformatus. - Hortare igitur homines in concionibus ad Rosarii mei
recitationem, et magnos animarum fructus colliges." Quod sanctus Dominicus strenue
executus uberes ex suis concionibus animarum fructus retulit (3).
17) He tenido gusto en copiar palabra por
palabra los pasajes latinos de estos buenos autores en favor de los
predicadores y personas eruditas, que pudieran poner en duda la maravillosa
virtud del Santo Rosario. Mientras siguiendo a Santo Domingo se predicó la
devoción del Santo Rosario, la piedad y el fervor florecían en las órdenes
religiosas que practicaban esta devoción y en el mundo cristiano; pero desde
que no se hizo tanto aprecio de ese presente venido del cielo, no se ve más
que pecado y desórdenes por todas partes.
4a Rosa
18) Como todas las cosas, aun las más
santas, en cuanto dependen de la voluntad de los hombres, están sujetas a
cambios, no hay porque sorprenderse de que la Cofradía del Santo Rosario
sólo subsistiese en su primitivo fervor alrededor de cien años después de
su institución. Luego estuvo casi sumida en el olvido. Además, la malicia y
envidia del demonio han contribuido, sin duda, a la menor estimación del
Santo Rosario, para detener los torrentes de gracia de Dios que esta
devoción atraía al mundo. En efecto, la justicia divina afligió todos los
reinos de Europa el año 1349 con la peste más horrible que se recuerda, la
cual desde Levante se extendió a Italia, Alemania, Francia, Polonia y
Hungría y desoló casi todos estos territorios, pues de cien hombres apenas
quedaba uno vivo; las poblaciones, las villas, las aldeas y los monasterios
quedaron casi desiertos durante los tres años que duró la epidemia. Este
azote de Dios fue seguido de otros dos: la herejía de los flagelantes y un
desgraciado cisma el año 1376.
19) Luego que, por la misericordia de Dios,
cesaron estas calamidades, la Santísima Virgen ordenó al Beato Alano de la
Roche, célebre doctor y famoso predicador de la Orden de Santo Domingo del
convento de Dinan, en Bretaña, renovar la antigua Cofradía
del Santo Rosario, para que, ya que esta Cofradía había nacido en esta
provincia, un religioso de la misma tuviese el honor de restablecerla. Este
Beato Padre empezó a trabajar en esta gran obra el año 1460, después que
Nuestro Señor Jesucristo, para determinarle a predicar el Santo Rosario, le
manifestó un día en la
Sagrada Hostia, cuando el Beato celebraba la Santa Misa:
"¿Por qué me crucificas tú de nuevo?" "¿Cómo, Señor?",
le contestó el Beato Alano enteramente sorprendido. "Son tus pecados
los que me crucifican, le respondió Jesucristo, y preferiría ser
crucificado otra vez a ver a mi Padre ofendido por los pecados que has cometido.
Y me crucificas aún, porque tienes ciencia y cuanto es necesario para
predicar el Rosario de mi Madre y por este medio instruir y desviar muchas
almas del pecado; tú los salvarías, impidiendo grandes males, y, no
haciéndolo, eres culpable de los pecados que ellos cometen." Estos
reproches terribles resolvieron al Beato Alano a predicar incesantemente el
Rosario.
20) La Santísima Virgen
le dijo también cierto día, para animarle aún más a predicar el Santo
Rosario: "Fuiste un gran pecador en tu juventud, pero he obtenido de
mi Hijo tu conversión, he rogado por ti y hubiese deseado, a ser posible,
padecer toda clase de penas para salvarte, pues los pecadores convertidos
son mi gloria, y para hacerte digno de predicar por todas partes mi
Rosario." Santo Domingo, describiéndole los grandes frutos que había
conseguido en los pueblos por medio de esta hermosa devoción que les
predicaba continuamente, le dijo: "Vides quomodo profecerim in sermone
isto; id etiam facies et tu, et omnes Mariae amatores, ut sic trahatis
omnes populos ad omnem scientiam virtutum." "Ves el fruto que he
conseguido con la predicación del Santo Rosario; haz lo mismo, tú y todos
los que amáis a María, para de ese modo atraer todos los pueblos al pieno
conocimiento de las virtudes."
Esto es en compendio lo que la historia nos enseña del establecimiento del
Santo Rosario por Santo Domingo y de su renovación por el Beato Alano de la
Roche.
5a Rosa
21) No hay, hablando con propiedad, más que
una Cofradía del Rosario, compuesta de 150 avemarías; pero con relación al
fervor de las distintas personas que lo practican hay tres clases, a saber:
el Rosario común u ordinario, el Rosario perpetuo y el Rosario cotidiano.
La Cofradía del Rosario ordinario sólo exige que se rece una vez por
semana, y la del
Rosario perpetuo, una vez al año; pero la del Rosario
cotidiano exige rezarlo entero -es decir, las 150 avemarías- diariamente.
Ninguno de estos Rosarios implica obligación bajo pecado, ni aun venial;
porque la promesa de rezarlo es completamente voluntaria y de
supererogación; pero no debe alistarse en la Cofradía quien no tenga
voluntad de cumplir esa promesa, según lo exige la Cofradía, siempre que
pueda sin faltar a las obligaciones de su estado. Así, cuando el rezo del
Rosario coincida con una acción que por nuestro estado es obligatoria, debe
preferirse esta acción al Rosario por santo que sea. Cuando en la
enfermedad no pueda rezarse en todo ni en parte sin exacerbar el
padecimiento, no obliga. Cuando por legítima obediencia, olvido involuntario
o necesidad apremiante no ha podido rezarse, no hay ningún pecado, ni aun
venial; y no deja por eso de participarse de las gracias y méritos de los
otros hermanos y hermanas que lo rezan en todo el mundo.
Cristianos: si faltáis a este rezo por pura
negligencia, sin ningún motivo formal, absolutamente hablando tampoco
pecáis, pero perdéis la participación en las oraciones, buenas obras y
méritos de la Cofradía, y, por vuestra infidelidad en cosas pequeñas y de
supererogación, caeréis insensiblemente en la infidelidad a las cosas
grandes y de obligación esencial; porque: "Qui spernit modica paulatim
decidet" (4).
6a Rosa
22) Desde que Santo Domingo estableció esta
devoción hasta el año 1460, en que el Beato Alano de la Roche la renovó por
orden del cielo, se le llama el salterio de Jesús y de la Santísima Virgen,
porque contiene tantas salutaciones angélicas como salmos contiene el
salterio de David, y los sencillos e ignorantes, que no pueden rezar el
salterio de David, encuentran en el Rosario un fruto igual y aun mayor que
el que se consigue con el rezo de los salmos de David: 1) Porque el
salterio evangélico tiene un fruto más noble, a saber: el Verbo encarnado,
mientras que el salterio de David no hace más que predecirle; 2) Como la
verdad sobrepasa a la figura y el cuerpo a la sombra, del mismo modo el
salterio de la
Santísima Virgen sobrepasa al salterio de David, que sólo
fue sombra de aquél; 3) Porque la Santísima Trinidad
es la que ha compuesto el salterio de la Santísima Virgen
o Rosario, que se integra de padrenuestros y avemarías.
El sabio Cartagena refiere al respecto:
Sapientissimus Aquensis, libro ejus de Rosacea Corona ad Imperatorem
Maximilianum conscripto, dicit: "Salutandae Mariae ritus novitiis
inventis haud quaquam adscribitur. Si quidem cum ipsa pene ecclesia
pullulavit; nam cum inter ipsa nascentis ecclesiae primordia, perfectiores
quoque fideles tribus illis Davidicorum psalmorum quinquagenis, divinas
laudes assidue celebrarent, ad rudiores quoque qui modo arctius divinis
vacabant piis moris aemulatio est derivata... rati id quod erat, cuncta
illorum sacramenta psalmorum in coelesti hoc elogio delitescere, si quidem
eum quem psalmi venturum concinunt, hunc jam adesse, haec formula
nuntiavit; sicque trinas salutationum quinquagenas "Mariae Psalterium"
appellare coeperunt, oratione utique dominica in singulas decades ubique
praeposita prout a psalmidicis observari ante adverterunt (5)."
23) El salterio o Rosario de la Santísima Virgen
está dividido en tres Rosarios de cinco decenas cada uno: 1) Para honrar a
las tres personas de la Santísima Trinidad; 2) Para honrar la vida,
muerte y gloria de Jesucristo; 3) Para imitar a la Iglesia Triunfante,
ayudar a la militante y aliviar a la padeciente; 4) Para imitar las tres
partes de los salmos, cuya primera parte es para la vía purgativa, la
segunda para la vía iluminativa y la tercera para la unitiva; 5) Para
colmarnos de gracia durante la vida, de paz en la muerte y de gloria en la
eternidad.
7a Rosa
24) Desde que el Beato Alano de la Roche
renovó esta devoción, la voz pública, que es la voz de Dios, le ha dado el
nombre de Rosario, que significa corona de rosas. Es decir, que cuantas
veces se reza como es debido el Rosario se coloca sobre la cabeza de Jesús
y de María una corona compuesta de 153 rosas blancas y 16 rosas encarnadas
del paraíso que jamás perderán su hermosura ni su brillo. La Santísima Virgen
aprobó y confirmó este nombre de Rosario, revelando a varios que le
presentaban tantas rosas agradables cuantas avemarías rezaban en su honor y
tantas coronas de rosas como Rosarios.
25) El Hermano Alfonso Rodríguez, de la
Compañía de Jesús, rezaba el Rosario con tanto ardor, que veía con
frecuencia a cada padrenuestro salir de su boca una rosa encarnada, y a
cada avemaría, una blanca, igual en hermosura y buen aroma y solamente
distinta en el color.
Las crónicas de San Francisco cuentan
que un joven religioso tenía la buena costumbre de rezar todos los días
antes de la comida la corona de la Santísima Virgen.
Un día, no se sabe por qué, faltó a ella, y estando
servida la cena rogó a su superior que le permitiese rezarla antes de ir a la mesa. Con este
permiso se retiró a su habitación; pero como tardaba mucho, el superior
envió un religioso a llamarle.
Éste le encontró iluminado con celestes
resplandores y a la Santísima Virgen con dos ángeles cerca de él.
Cada vez que decía un avemaría, una rosa salía de su boca, y los ángeles
cogían las rosas una tras otra y las colocaban sobre la cabeza de la Santísima Virgen,
que les testimoniaba su consentimiento. Otros dos religiosos, enviados para
saber la causa del retraso de sus compañeros, vieron este misterio, y no
desapareció la
Santísima Virgen hasta que terminó el rezo de la corona.
El Rosario es, pues, una gran corona, y el
de cinco decenas, una guirnalda de flores o coronilla de rosas celestes que
se coloca sobre las cabezas de Jesús y María. La rosa es la reina de las
flores, y del mismo modo el Rosario es la rosa y la primera de las
devociones.
8a Rosa
26) No es posible expresar cuánto estima la Santísima Virgen
el Rosario sobre todas las devociones y cuán magnánima es al recompensar a
quienes trabajan para predicarlo, establecerlo y cultivarlo y cuán terrible
es, por el contrario, con aquellos que quieren hacerle oposición.
Santo Domingo en nada puso durante su vida
tanto entusiasmo como en alabar a la Santísima Virgen,
predicar sus grandezas y animar a todos a honrarla por medio del Rosario.
Esta poderosa Reina del Cielo, a su vez, no cesó de derramar sobre Santo
Domingo bendiciones a manos llenas; coronó sus trabajos con mil prodigios y
milagros, nada pidió éste a Dios que no obtuviera por intercesión de la Santísima Virgen,
y -para colmo de favores- Ella le sacó victorioso de la herejía de los
albigenses y le hizo padre y patriarca de una gran Orden.
27) ¿Qué diría yo del Beato Alano de la
Roche, reparador de esta devoción?
La Santísima
Virgen le honró varias veces con su visita para
instruirle sobre los medios de conseguir su salvación, hacerse buen
sacerdote, perfecto religioso e imitador de Jesucristo
Durante las tentaciones y persecuciones
horribles de los demonios, que le reducían a una extremada tristeza y casi
a la desesperación, le consolaba y disipaba con su dulce presencia todas
estas nubes y tinieblas. Ella le ensenó el modo de rezar el Rosario, sus
excelencias y sus frutos, le favoreció con la gloriosa calidad de nuevo
esposo y, como arras de sus castos amores, le puso un anillo en el dedo, un
collar hecho con su pelo al cuello, y le dio un Rosario. El Abad Tritemio,
el docto Cartagena, y el sabio Martín Navarro y otros hablan de él con
elogio.
Después de haber atraido a la Cofradía del Rosario más de cien mil almas,
murió en Zunolle, Flandes, el 8 de septiembre del año 1475.
28) Envidioso el demonio de los grandes
frutos que el Beato Tomás de San Juan, célebre predicador del Santo
Rosario, conseguía con esta práctica, le redujo por medio de duros tratos a
estado de una larga y penosa enfermedad, en la que fue desahuciado por los
médicos. Una noche en que él se creía infaliblemente a punto de morir se le
apareció el demonio en espantosa figura; pero, elevando él devotamente los
ojos y el corazón hacia una imagen de la Santísima Virgen
que había cerca de su cama, gritó con todas sus fuerzas: "¡Ayudadme,
socorredme, dulcísima Madre mía!" Apenas hubo acabado estas palabras,
la imagen le tendió la mano y le apretó el brazo, diciéndole: "No
temas Tomás, hijo mío, yo te auxilio: levántate y continúa predicando la
devoción de mi Rosario como habías empezado. Yo te defenderé contra todos
tus enemigos." A estas palabras de la Santísima Virgen,
huyó el demonio. Se levantó el enfermo en perfecta salud, dió gracias a su
buena Madre con un torrente de lágrimas, y continuó predicando el Rosario
con éxito maravilloso.
29) La Santísima Virgen
no favorece solamente a los predicadores del Rosario, también recompensa
gloriosamente a aquellos que, por su ejemplo, atraen a otros a esta
devoción.
A Alfonso, rey de León y Galicia, que
deseaba que todos sus criados honrasen a la Santísima Virgen
con el Santo Rosario, se le ocurrió, para animarles con su ejemplo, llevar
ostensiblemente un gran Rosario, aunque sin rezarlo, lo que bastó a obligar
a todos sus cortesanos a que lo rezaran devotamente.
El rey cayó gravemente enfermo y cuando le
creían muerto fue transportado en espíritu al tribunal de Jesucristo, vio
allí a los demonios, que le acusaban de todos los crímenes que había
cometido, y cuando iba a ser condenado a las penas eternas, se presentó a
su favor la
Santísima Virgen delante de su divino Hijo; se trajo
entonces una balanza, se colocaron todos los pecados del rey en un
platillo, y la
Santísima Virgen colocó en el otro el gran Rosario que él
había llevado en su honor, juntamente con los que, gracias a su ejemplo,
habían rezado otras personas, y esto pesaba más que todos sus pecados. Y
después, mirándole con ojos compasivos, le dijo: "He obtenido de mi
Hijo, como recompensa del pequeño servicio que me hiciste llevando el
Rosario, la prolongación de tu vida por algunos años. Empléalos bien y haz
penitencia." El rey, vuelto en sí de este éxtasis, exclamó: "¡Oh
bendito Rosario de la Santísima Virgen, por el que fui librado de
la condenación eterna!" Después que recobró la salud pasó el resto de
su vida con gran devoción al Santo Rosario y lo rezó todos los días.
Que los devotos de la Santísima Virgen
procuren ganar cuantos fieles puedan para la Cofradía del Santo Rosario, a
ejemplo de estos santos y de este rey; conseguirán en la tierra la
protección de Nuestra Señora y luego la vida eterna. "Qui elucidant me
vitam aeternam habebunt" (6).
9a Rosa
30) Pero veamos ahora qué injusticia es
impedir los progresos de la Cofradía del Santo Rosario y cuáles son los
castigos de Dios para los desgraciados que la han despreciado y quisieron
destruirla.
Como la devoción del Santo Rosario ha sido
autorizada por el cielo con varios prodigios y aprobada por la Iglesia en
varias bulas de los Papas, sólo los libertinos, impíos y espíritus fuertes
de estos tiempos se atreven a difamar la Cofradía del Santo Rosario o alejar
de ella a los fieles. En verdad que sus lenguas están infectadas con el
veneno del infierno y que son movidas por el espíritu maligno; porque nadie
puede desaprobar la devoción del Santo Rosario sin condenar lo más piadoso
que hay en la
Religión Cristiana, a saber: la oración dominical, la
salutación angélica y los misterios de la vida, muerte y gloria de
Jesucristo y de su Santísima Madre.
Estos espíritus fuertes, que no pueden sufrir que se rece el Rosario, caen
con frecuencia en
el criterio, reprobado, de los herejes, que
tienen horror al Rosario.
Aborrecer las cofradías es alejarse de Dios
y de la piedad, puesto que Jesucristo nos asegura que se encuentra en medio
de los que se reúnen en su nombre. No es ser buen católico despreciar
tantas y tan grandes indulgencias como la Iglesia concede a las cofradías.
Disuadir a los fieles de que pertenezcan a la del Santo Rosario
es ser enemigo de la salvación de las almas, que por este medio dejan el
partido del pecado para abrazar la piedad. San
Buenaventura dijo con razón que morirá en pecado y se
condenará quien haya despreciado a la Santísima Virgen:
"Qui negligerit illam morietur in peccatis suis." ¡Qué castigos
aguardan a los que apartan a otros de la devoción a Nuestra Señora!
10a Rosa
31) En ocasión en que Santo Domingo
predicaba esta devoción en Carcasona, un hereje se dedicó a poner en
ridículo los milagros y los quince misterios del Santo Rosario, lo que
impedía la conversión de los herejes. Dios permitió, para castigar a este
impío, que 15.000 demonios entrasen en su cuerpo; sus parientes le llevaron
al bienaventurado Padre (Santo Domingo) para librarle de los espíritus
malignos. Aquél se puso en oración y exhortó a todos los presentes a rezar
con él el Rosario en alta voz, y he aquí que a cada avemaría la Santísima Virgen
hacía salir cien demonios del cuerpo de este hereje en forma de carbones
encendidos. Después que fue curado, abjuró de todos sus errores, se
convirtió y se inscribió en la Cofradía del Rosario, con otros muchos
compañeros arrepentidos con este castigo y con la virtud del Rosario.
32) El docto Cartagena, de la Orden de San
Francisco, y otros varios autores refieren que el año 1482, cuando el
venerable Padre Diego Sprenger y sus religiosos trabajaban con gran celo
para restablecer la devoción y la Cofradía del Santo Rosario en la ciudad
de Colonia, dos famosos predicadores, envidiosos de los grandes frutos que
los primeros obtenían con esta práctica, trataron de desacreditarla en sus
sermones, y como tenían talento y predicamento grandes, disuadieron a
muchas personas de inscribirse. Uno de estos predicadores, para mejor
conseguir su pernicioso intento, preparó expresamente un sermón en domingo.
Llegó la hora y el predicador no aparecía: se le esperó, se le buscó y al
fin se le encontró muerto, sin haber sido auxiliado por nadie. Persuadido
el otro predicador de que este accidente era natural, resolvió suplirle
para abolir la Cofradía del Rosario. El día y hora del sermón llegaron, y
Dios castigó al predicador con una parálisis que le quitó el movimiento y la palabra. Entonces
reconoció su falta y la de su compañero, recurrió con el corazón a la Santísima Virgen,
prometiéndole predicar por todas partes el Rosario con tanto brío como lo
había combatido y rogándole que le devolviese para esto la salud y la
palabra, lo alcanzó de la Santísima Virgen, y, encontrándose
súbitamente curado, se levantó como otro Saulo, cambiado de perseguidor en
defensor del Santo Rosario. Hizo pública reparación de su falta y predicó
con mucho celo y elocuencia las excelencias del Santo Rosario.
33) No dudo de que los espíritus fuertes y
críticos de nuestros días, cuando lean las historias de este librito, las
pondrán en duda, como han hecho siempre, aunque yo no he hecho sino
transcribirlas de muy buenos autores contemporáneos, y en parte de un libro
compuesto recientemente por el R. P. Antonino Thomas, de la Orden de
Predicadores, titulado El Rosal Místico.
Todos saben que hay tres clases de fe para
las diferentes historias. A las historias de la Sagrada Escritura,
les debemos una fe divina; a las historias profanas que no repugnan a la
razón y están escritas por buenos autores, una fe humana; a las historias
piadosas referidas por buenos autores y en modo alguno contrarias a la
razón, a la fe y a las buenas costumbres, aunque a veces sean
extraordinarias, una fe piadosa. Reconozco que no hay que ser ni muy
crédulo ni muy crítico, y que debemos quedarnos siempre en el medio para
encontrar el punto de verdad y de virtud; pero también sé que así como la
caridad cree fácilmente todo aquello que no es contrario a la fe ni a las
buenas costumbres, "Caritas omnia credit" (7), del mismo modo el
orgullo conduce a negar casi todas las historias bien justificadas con el
pretexto de que no están en la Sagrada Escritura.
Es el lazo de Satanás, en que han caído los
herejes que niegan la tradición y donde los críticos de hoy caen
insensiblemente, no creyendo porque no comprenden o cuando no les agrada,
sin otra razón que el orgullo y su propia suficiencia.
(1) El Beato Alano afirma que Santo Domingo
le dijo un día en una revelación: "Hijo mío, tú predicas, pero, para
que no busques las alabanzas de los hombres antes que la salvación de las
almas, escucha lo que me sucedió en París. Debía predicar en la magnífica
iglesia dedicada a la bienaventurada María y quería hacerlo de un
modo ingenioso, no por orgullo, sino por la influencia y dignidad del
auditorio. Según mi costumbre, oraba recitando mi salterio (es decir, el
Rosario), durante la hora que precedía a mi sermón, en cierta capilla tras
el altar mayor, y tuve un rapto. Veía a mi amada Señora la Madre de Dios,
que trayéndome un libro me decía: "Domingo, aunque el sermón que has
decidido predicar es bueno, te traigo aquí otro mejor." Muy gozoso,
cogí el libro, lo leí entero y, como María había dicho, comprendí bien que
aquello era lo que convenía predicar. Le di gracias con todo mi corazón.
Llegada la hora del sermón, tenía delante de mi la Universidad de París en
masa y un gran número de señores. Ellos oían y veían las grandes señales
que por mediación mía les hacía el Señor. Subo al púlpito. Era la fiesta de
San Juan, pero de tal apóstol me contenté con decir que mereció ser
escogido para custodio singular de la Reina del cielo; y después digo así a
mi auditorio: Señores y Maestros ilustres, estáis acostumbrados a escuchar
sermones elegantes y sabios; pero yo no quiero dirigiros las doctas
palabras de la sabiduría humana, sino mostraros el Espíritu de Dios y su
virtud." Y entonces -dice Cartagena siguiendo al Beato Alano- Santo
Domingo explicó la salutación angélica por comparaciones y semejanzas
familiares.
(2) El Beato Alano dice que la Santísima Virgen
le reveló que Jesucristo su Hijo se había aparecido después de Ella a Santo
Domingo y le había dicho: "Domingo, me alegro de ver que no confías en
tu sabiduría, sino que, humildemente, prefieres salvar a las almas a
agradar a los hombres vanos. Muchos predicadores quieren en seguida tronar
contra los pecados más graves, olvidando que antes de dar una medicina
penosa, es necesario que tenga lugar la preparación. Por
eso deben antes exhortar al auditorio al amor a la oración, especialmente a
mi angélico salterio; porque si todos empiezan a rezarlo no es dudoso que
la divina clemencia estará propicia para los que perseveren. Predica, pues,
mi Rosario."
(3) Todos los predicadores hacen decir a los
cristianos la salutación angélica, al principio de sus sermones, para
obtener la gracia divina. La razón de ello se encuentra en una revelación
hecha a Santo Domingo por la bienaventurada Virgen.
"Domingo, hijo -le dijo-, no te sorprendas de que no tengan éxito tus
predicaciones, porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Sabe que,
cuando Dios quiso renovar el mundo, envió de antemano la lluvia de la
salutación angélica, y así es como se reformó el mundo. Exhorta, pues, en
tus sermones a rezar el Rosario, y recogerás grandes frutos para las
almas." Y habiéndolo hecho así Santo Domingo con constancia obtuvieron
sus predicaciones notable éxito.
(5) El sapientísimo de Aix-la-Chapelle -J.
Bessel-, en su libro La Corona de Rosas, dedicado al emperador Maximiliano,
dice: "No puede afirmarse que la salutación mariana sea una invención
reciente. Se extendió con la Iglesia misma. Efectivamente, desde los
orígenes de la Iglesia, los fieles más instruidos celebraban las alabanzas
divinas con la triple cincuentena de salmos davídicos. Entre los más
humildes, que encontraban serias dificultades en el rezo del oficio divino,
surgió una santa emulación... Pensaron, y con razón, que en el celestial
elogio -el Rosario- se incluyen todos los secretos divinos de los salmos.
Sobre todo porque los salmos cantaban al que debía venir, mientras que esta
fórmula se dirige al que ha venido ya. Por eso comenzaron a llamar
"Salterio de María" a las tres series de cincuenta oraciones,
anteponiendo a cada decena la oración dominical, como habían visto hacer a
quienes recitaban los salmos."
SEGUNDA DECENA
Excelencia del
Santo Rosario por las oraciones de que está compuesto.
11a Rosa
34) El Credo o Símbolo de los Apóstoles
-que se reza sobre la cruz del Rosario- por ser un santo resumen y
compendio de las verdades cristianas, es una oración de gran mérito, porque
la fe es la base, el fundamento y el principio de todas las virtudes
cristianas, de todas las virtudes eternas y de todas las oraciones
agradables a Dios. "Accedentem ad Deum credere oportet" (1).
Quien se acerca a Dios ha de empezar por creer, y cuanto mayor sea su fe,
tanta más fuerza y mérito en sí misma tendrá la oración y tanta más gloria
dará a Dios.
No me detendré a explicar las palabras del
Símbolo de los Apóstoles; pero no puedo menos de aclarar estas tres
primeras palabras: "Credo in unum Deum", "Creo en
Dios", que encierran los actos de las tres virtudes teologales: la fe,
la esperanza y la
caridad. Tienen maravillosa eficacia para santificar el
alma y abatir a los demonios. Con estas palabras han vencido muchos santos
las tentaciones, principalmente las que iban contra la fe, la esperanza y
la caridad durante su vida o en la hora de la muerte. Éstas fueron las
últimas palabras que San Pedro mártir escribió con el dedo sobre la arena
lo mejor que pudo, cuando rota la cabeza por un sablazo de un hereje estaba
a punto de expirar.
35) Como la fe es la única llave para
entrar en todos los misterios de Jesús y María encerrados en el Santo
Rosario, conviene empezarlo rezando el Credo con muy devota atención, y
cuanto mayor y más viva sea nuestra fe, tanto más meritorio será el
Rosario. Es preciso que la fe sea viva y animada por la caridad: es decir,
que para rezar bien el Rosario es necesario estar en gracia de Dios o en
busca de esta gracia; es necesario que la fe sea fuerte y constante; es
decir, que no hay que buscar en la práctica del Santo Rosario solamente el
gusto sensible y el consuelo espiritual, o -lo que es lo mismo- que no hay
que dejarlo porque se tenga una enormidad de distracciones involuntarias en
el espíritu, un inexplicable tedio en el alma, un pesado fastidio y un
sopor casi continuo en el cuerpo. No son precisos gusto, ni consuelo, ni
suspiros, fervor y lágrimas, ni aplicación continua de la imaginación, para
rezar bien el Rosario. Bastan la fe pura y la buena intención. "Sola
fides sufficit" (2).
12a Rosa
36) El padrenuestro u oración dominical
tiene la primera excelencia en su autor, que no es hombre ni ángel, sino el
Rey de los ángeles y de los hombres, Jesucristo. Convenía -dice San
Cipriano- que aquel que venía a darnos la vida de la gracia como Salvador
nos enseñase el modo de orar como celestial Maestro. La sabiduría de este divino
Maestro se manifiesta bien en el orden, la dulzura, la fuerza y la claridad
de esta oración divina; es corta, pero rica en enseñanzas, inteligible para
la gente sencilla y llena de misterios para los sabios.
El padrenuestro encierra todos los deberes que
tenemos para con Dios, los actos de todas las virtudes y la súplica de
todos nuestros bienes espirituales y corporales. Contiene, dice Tertuliano,
el compendio del Evangelio. Aventaja, dice Tomás de Kempis, a todos los
deseos de los santos, contiene en compendio todas las dulces sentencias de
los salmos y de los cánticos; pide cuanto necesitamos, alaba a Dios de un
modo excelente, eleva el alma de la tierra al cielo y la une estrechamente
con Dios.
37) San Crisóstomo dice que quien no
ora como el divino Maestro ha orado y enseñado a orar no es su discípulo, y
Dios Padre no escucha con agrado las oraciones que compuso el espíritu
humano, sino las de su Hijo, que Él nos ha enseñado.
Debemos rezar la oración dominical con la
certeza de que el Eterno Padre la oirá favorablemente, puesto que es la
oración de su Hijo, al que siempre atiende, y nosotros miembros de Cristo.
¿Cómo ha de negarse tan buen Padre a una súplica tan bien fundada, apoyada
como está en los méritos e intercesión de tan digno Hijo?
San Agustín asegura que el padrenuestro
bien rezado quita los pecados veniales. El justo cae siete veces cada día.
La oración dominical contiene siete peticiones por las cuales podemos
remediar estas caídas y fortificarnos contra los enemigos. Es oración corta
y fácil para que, como somos frágiles y estamos sujetos a muchas miserias,
recibamos rápido auxilio, rezándola frecuente y devotamente.
38) Salid de vuestro error, almas
devotas que despreciáis la oración que el mismo Hijo de Dios ha compuesto y
ordenado para todos los fieles; vosotros, que sólo estimáis las oraciones
compuestas por los hombres, como si el hombre, aun el más esclarecido,
supiese mejor que Jesucristo cómo debemos orar. Buscáis en los libros de
los hombres el modo de alabar y orar a Dios, como si os avergonzaseis del
que su Hijo nos ha prescrito. Os persuadís de que las oraciones que están
en los libros son para los sabios y para los ricos y el Rosario es sólo
para las mujeres, para los niños, para el pueblo, como si las alabanzas y
oraciones que leéis fueran más hermosas y agradables a Dios que las
contenidas en la oración dominical. Es peligrosa tentación sentir hastío de
la oración que Jesucristo nos ha recomendado para aficionarse a las
oraciones compuestas por los hombres. No desaprobamos las compuestas por
los santos para excitar a los fieles a alabar a Dios, pero no podemos
sufrir que las prefieran a la oración que salió de la boca de la Sabiduría Encarnada
y que dejen el manantial para correr tras los arroyos y que desdeñen el
agua clara para beber la
turbia. Porque al fin el Rosario, compuesto de la oración
dominical y de la salutación angélica, es esa agua clara y perpetua que
brota del manantial de la gracia, mientras que las otras oraciones que
buscan en los libros no son sino pequeños arroyos que se derivan de ella.
39) Podemos llamar dichoso a quien,
rezando la oración del Señor, pese atentamente cada palabra; ahí encuentra
cuanto necesita y cuanto pueda desear.
Cuando rezamos esta admirable oración,
cautivamos desde el primer momento el corazón de Dios, al invocarle con el
dulce nombre de Padre.
"Padre nuestro", el más tierno de
todos los padres, todopoderoso en la creación, admirabilísimo en la
conservación del universo, amabilísimo en su Providencia, bonísimo e
infinitamente bueno en la Redención. Dios es nuestro Padre, nosotros
somos hermanos, el cielo es nuestra patria y nuestra herencia. ¿No nos
inspirará esto, al mismo tiempo, el amor a Dios, el amor al prójimo y el
desprendimiento de todo lo terreno? Amemos, pues, a un Padre como ése, y
digámosle mil y mil veces: "Padre nuestro, que estás en el
cielo." Vos que llenáis el cielo y la tierra por la inmensidad de
vuestra esencia, que estáis presente en todas partes; Vos que estáis en los
santos por vuestra gloria, en los condenados por vuestra justicia, en los
justos por vuestra gracia y en los pecadores por vuestra paciencia que los
sufre, haced que recordemos siempre nuestro origen celestial, que vivamos
como verdaderos hijos vuestros, que tendamos siempre hacia Vos solamente
con todo el ardor de nuestros deseos.
"Santificado sea tu nombre." El
nombre del Señor es santo y temible, dice el profeta-rey, y en el cielo,
según Isaías, resuenan las alabanzas con que los serafines aclaman sin
cesar la santidad del Señor Dios de los ejércitos. Deseamos que toda la
tierra conozca y adore los atributos de este Dios tan grande y tan santo:
que sea conocido, amado y adorado de los paganos, de los turcos, de los
judíos, de los bárbaros y de todos los infieles; que todos los hombres le
sirvan y glorifiquen con fe viva, firme esperanza y ardiente caridad,
renunciando a todos los errores; en una palabra, que todos los hombres sean
santos porque Él lo es.
"Venga a nosotros tu reino." Es
decir, que reinéis en nuestras almas por vuestra gracia, durante la vida, a
fin de que merezcamos después de nuestra muerte reinar con Vos en vuestro
reino, que es la soberana y eterna felicidad que creemos, esperamos y
deseamos, esa felicidad que nos está prometida por la bondad del Padre, que
nos fue adquirida por los méritos del Hijo y que nos es revelada por las
luces del Espíritu Santo.
"Hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo." Sin duda, nada puede sustraerse a las disposiciones de la divina Providencia,
que tiene todo previsto y arreglado antes del suceso, ningún obstáculo es
capaz de impedirle el fin que se ha propuesto, y cuando pedimos a Dios que
se haga su voluntad, no es que temamos, dice Tertuliano, que alguno se
oponga eficazmente a la ejecución de sus designios, sino que aceptamos
humildemente cuanto le plugo ordenar respecto a nosotros; que cumplimos
siempre y en todas las cosas su santa voluntad, manifiesta en sus
mandamientos, con tanta prontitud, amor y constancia como los ángeles y
bienaventurados le obedecen en el cielo.
40) "Danos hoy nuestro pan de
cada día." Jesucristo nos enseña a pedir a Dios cuanto necesitamos
para la vida del cuerpo y la del alma. Por estas palabras de la oración
dominical confesamos humildemente nuestra miseria y rendimos homenaje a la
Providencia, declarando que creemos y queremos obtener de su bondad todos
los bienes temporales. Bajo el nombre de pan pedimos lo que es
indispensable para la vida, excluyendo lo superfluo. Este pan lo pedimos
hoy, es decir, que limitamos al día nuestras solicitudes, confiando a la
Providencia el mañana. Pedimos el pan de cada día, confesando así nuestras
necesidades que siempre renacen y mostrando la continua dependencia en que
estamos de la protección y socorro de Dios.
"Perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden." Nuestros pecados
-dicen San Agustín y Tertuliano- son deudas que contraemos con Dios, y su
justicia exige el pago hasta el último céntimo. Por tanto tenemos todas
esas tristes deudas. A pesar del número de nuestras iniquidades, acerquémonos
a Él confiadamente y digámosle con verdadero arrepentimiento: Padre
nuestro, que estás en el cielo, perdónanos los pecados de nuestro corazón y
de nuestra boca, los pecados de acción y de omisión que nos hacen
infinitamente culpables a los ojos de vuestra justicia; porque, como hijos
de un padre clemente y misericordioso, perdonamos por obediencia y por
caridad a nuestros ofensores.
Y "no permitas que", por
infidelidad a vuestras gracias, "sucumbamos a las tentaciones"
del mundo, del demonio y de la
carne. Y "líbranos del mal", que es el pecado,
del mal de la pena temporal y de la pena eterna que hemos merecido.
"¡Amén!" Palabra de gran consuelo
que es, dice San Jerónimo, como el sello que Dios pone al fin de nuestras
súplicas para asegurarnos de que nos ha escuchado, como si Él mismo nos
respondiese:
¡Amén! Sea como pedís, ciertamente lo
habéis conseguido, pues tal es el significado de la palabra ¡Amén!
13a Rosa
41) Honramos las perfecciones de Dios en
cada palabra que decimos de la oración dominical. Honramos su fecundidad
con el nombre de Padre. Padre que tenéis desde la eternidad un Hijo que es
Dios como Vos mismo, eterno, consubstancial, que es una misma esencia, una
misma potencia, una misma bondad, una misma sabiduría con Vos, Padre e Hijo
que amándoos producís al Espíritu Santo, que es Dios, tres personas
adorables que son un solo Dios.
¡Padre nuestro! Es decir, Padre de los
hombres por la creación, por la conservación y por la redención. Padre
misericordioso de los pecadores. Padre amigo de los justos, Padre magnífico
de los bienaventurados.
Que estás. Por esta palabra admiramos la
inmensidad, la grandeza y la plenitud de la esencia de Dios, que se llama
con verdad "El que es" (3): es decir, que existe esencialmente, necesariamente
y eternamente, que es el Ser de los seres, la causa de todos los seres; que
encierra eminentemente en sí mismo las perfecciones de todos los seres; que
está en todos por su esencia, presencia y potencia, sin estar encerrado en
ellos. Honramos su sublimidad, su gloria y majestad en estas palabras: que
estás en el cielo, es decir, como sentado en vuestro trono, ejerciendo
vuestra justicia sobre todos los hombres.
Adoramos su santidad deseando que su nombre
sea santificado. Reconocemos su soberanía y la justicia de sus leyes
ansiando la llegada de su reino y que le obedezcan los hombres en la tierra
como lo hacen los ángeles en el cielo. Creemos en su Providencia rogándole
que nos dé nuestro de pan de cada día. Invocamos su clemencia pidiéndole el
perdón de nuestros pecados. Reconocemos su poder al rogarle que no nos deje
caer en la
tentación. Nos confiamos a su bondad esperando que nos
librará del mal. El Hijo de Dios, que glorificó siempre a su Padre por sus
obras, ha venido al mundo para que le glorifiquen los hombres y les enseñó
la manera de honrarle con esta oración que Él mismo se dignó dictarles.
Debemos, pues, rezarla con frecuencia, con atención y con el mismo espíritu
que Él la ha compuso.
14a Rosa
42) Cuando rezamos atentamente esta divina
oración, hacemos tantos actos de las más elevadas virtudes cristianas
cuantas palabras pronunciamos. Diciendo: Padre nuestro, que estás en el
cielo, hacemos actos de fe, adoración y humildad; y deseando que su nombre
sea santificado y glorificado, aparece en nosotros un celo ardiente por su
gloria.
Pidiéndole la posesión de su reino,
practicamos la
esperanza. Deseando que se cumpla su voluntad en la
tierra como en el cielo, mostramos espíritu de perfecta obediencia. Al
pedirle el pan nuestro de cada día, practicamos la pobreza de espíritu y el
desasimiento de los bienes de la tierra. Rogándole
que nos perdone nuestros pecados, hacemos un acto de arrepentimiento; y
perdonando a los que nos ofendieron, ejercitamos la misericordia en su más
alta perfección. Pidiéndole socorro en las tentaciones, hacemos actos de
humildad, de prudencia y de fortaleza. Esperando que nos libre del mal,
practicamos la
paciencia. En fin, pidiéndole todas estas cosas no
solamente para nosotros, sino también para el prójimo y para todos los
fieles de la Iglesia, hacemos oficio de verdaderos hijos de Dios, le
imitamos en la caridad, que alcanza a todos los hombres, y cumplimos el
mandamiento de amar al prójimo.
43) Detestamos todos los pecados y
observamos todos los mandamientos de Dios cuando al rezar esta oración
siente nuestro corazón de acuerdo con la lengua y no tenemos ninguna
intención contraria al sentido de estas divinas palabras. Pues cuando
reflexionamos que Dios está en el cielo -es decir, infinitamente elevado
sobre nosotros por la grandeza de su majestad-, entramos en los
sentimientos del más profundo respeto en su presencia; y, sobrecogidos de
temor, huimos del orgullo, abatiéndonos hasta el anonadamiento. Al
pronunciar el nombre del Padre recordamos que debemos la existencia a Dios
por medio de nuestros padres, y del mismo modo nuestra instrucción por
medio de los maestros, que representan aquí, para nosotros, a Dios, de
quien son vivas imágenes; y nos sentimos obligados a honrarles, o -por
mejor decir- a honrar a Dios en sus personas, y nos guardamos muy bien de
despreciarlos y afligirlos.
Cuando deseamos que el santo nombre de Dios
sea glorificado, estamos muy lejos de profanarlo. Cuando miramos el reino
de Dios como nuestra herencia, renunciamos en absoluto a los bienes de este
mundo; cuando sinceramente rogamos para nuestro prójimo los bienes que
deseamos para nosotros mismos, renunciamos al odio, a la disensión y a la envidia. Pidiendo
a Dios nuestro pan de cada día, detestamos la gula y la voluptuosidad que
se nutren de la
abundancia. Rogando a Dios verdaderamente que nos perdone
como nosotros perdonamos a nuestros deudores, reprimimos nuestra cólera y
nuestra venganza, devolvemos bien por mal y amamos a nuestros enemigos.
Pidiendo a Dios que no nos deje caer en el pecado en el momento de la
tentación, demostramos huir de la pereza y que buscamos los medios de
combatir los vicios y buscar nuestra salvación. Rogando a Dios que nos
libre del mal, tememos su justicia y somos felices por que el temor de Dios
es el principio de la sabiduría. Por el temor de Dios evita el
hombre el pecado.
15a Rosa
44) La salutación angélica es tan
sublime, tan elevada, que el Beato Alano de la Roche ha creído que ninguna
criatura puede comprenderla y que sólo Jesucristo, hijo de la Santísima Virgen,
puede explicarla.
Tiene origen su principal excelencia en la Santísima Virgen,
a quien se dirigió, de su fin, que fue la Encarnación del Verbo -para la
cual se trajo del cielo- y del arcángel San Gabriel, que la pronunció el
primero.
La salutación resume en la síntesis más
concisa toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen.
Se encuentra en ella una alabanza y una invocación.
Encierra la alabanza cuanto forma la verdadera grandeza de María; la
invocación comprende todo lo que debemos pedirle y lo que de su bondad
podemos alcanzar. La Santísima Trinidad ha revelado la primera
parte; Santa Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, añadió la segunda; y
la Iglesia en el primer Concilio de Éfeso en 430, ha puesto la
conclusión, después de condenar el error de Nestorio y de definir que la Santísima Virgen
es verdaderamente Madre de Dios. El Concilio ordenó que se invocase a la Santísima Virgen
bajo esta gloriosa cualidad, expresada por estas palabras: "Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte."
45) La Santísima
Virgen María fue aquella a quien se hizo esta divina
salutación para llevar a cabo el asunto más grande e importante del mundo,
la Encarnación del Verbo Eterno, la paz entre Dios y los hombres y la
redención del género humano. Embajador de tan dichosa nueva fue el arcángel
Gabriel, uno de los primeros príncipes de la corte celestial. La salutación
angélica contiene la fe y la esperanza de los patriarcas, de los profetas y
de los apóstoles; es la constancia y la fuerza de los mártires, la ciencia
de los doctores, la perseverancia de los confesores y la vida de los
religiosos. Es el cántico nuevo de la ley de gracia, la alegría de los
ángeles y de los hombres, el terror y la confusión de los demonios.
Por la salutación angélica, Dios se hizo
hombre, y la Virgen
Madre de Dios; las almas de los justos salieron del
limbo, las ruinas del cielo se repararon y los tronos vacíos se ocuparon de
nuevo, se perdonó el pecado, se nos dio la gracia, curáronse las
enfermedades, resucitaron los muertos, se llamó a los desterrados, se
aplacó la
Santísima Trinidad y obtuvieron los hombres la vida
eterna. En fin, la salutación angélica es el arco iris, el emblema de la
clemencia y de la gracia dadas al mundo por Dios.
16a Rosa
46) Aun cuando no hay nada tan grande
como la Majestad
Divina, ni nada tan abyecto como el hombre -considerado
como pecador-, sin embargo, esta Majestad Suprema no desdeña nuestros
homenajes; se complace cuando cantamos sus alabanzas. Y la salutación del
ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria
del Altísimo. "Canticum novum cantabo tibi" (4): Entonaré un
cántico nuevo. Este cántico nuevo que David predijo se cantaría a la venida
del Mesías es la salutación del Arcángel.
Hay un cántico antiguo y un cántico nuevo.
El antiguo es el que cantaron los israelitas en reconocimiento de la
creación, la conservación, la libertad de su esclavitud, el paso del Mar
Rojo, el maná y todos los demás favores del cielo. El cántico nuevo es el
que cantan los cristianos en acción de gracias por la Encarnación y por la Redención. Como
estos prodigios se realizaron por la salutación del ángel, repetimos esta
salutación para agradecer a la Santísima Trinidad
estos beneficios inestimables. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al
mundo que llegó a darle su único Hijo para salvarle. Bendecimos al Hijo
porque descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos
ha redimido. Glorificamos al Espíritu Santo porque ha formado el cuerpo
purísimo de Jesús, que fue la víctima de nuestros pecados. Con este
espíritu de agradecimiento debemos rezar la salutación angélica,
acompañándola de actos de fe, esperanza, amor y acción de gracias por el
beneficio de nuestra salvación.
47) Aunque este cántico nuevo se
dirige directamente a la Madre de Dios y encierra sus elogios, es, no
obstante, muy glorioso para la Santísima Trinidad,
porque todo el honor que rendimos a la Santísima Virgen
vuelve a Dios, causa de todas sus perfecciones y virtudes. Dios Padre es
glorificado porque honramos a la más perfecta de sus criaturas. El Hijo es
glorificado porque alabamos a su purísima Madre. El Espíritu Santo es
glorificado porque admiramos las gracias de que fue colmada su Esposa.
Del mismo modo que la Santísima Virgen,
con su hermoso Magnificat, dedica a Dios las alabanzas y bendiciones que le
tributa Santa Isabel por su eminente dignidad de Madre del Señor, envía
también inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le hacemos por
la salutación angélica.
48) Si la salutación angélica da gloria a la Santísima Trinidad,
es también la más perfecta alabanza que podemos dirigir a María.
Santa Matilde, deseando saber por qué medio
podría testimoniar mejor la ternura de su devoción a la Madre de Dios, fue
arrebatada en espíritu, y se le apareció la Santísima Virgen
llevando sobre el pecho la salutación angélica escrita en letras de oro, y
le dijo: "Sabe, hija mía, que nadie puede honrarme con una salutación
más agradable que la que me ofreció la Beatísima Trinidad,
por la cual me elevó a la dignidad de Madre de Dios. Por la palabra
"Ave", que es el nombre de Eva, supe que Dios, con su
omnipotencia, me había preservado de todo pecado y de las miserias a que
estuvo sujeta la primera mujer.
El nombre de "María", que
significa Señora de luz, indica que Dios me llenó de sabiduría y de luz,
como astro brillante, para iluminar el cielo y la tierra.
Las palabras: "llena de gracia",
expresan que el Espíritu Santo me colmó de tantas gracias, que puedo
comunicarlas con abundancia a quienes las piden por mediación mía.
Diciendo: "el Señor es contigo",
se me recuerda el gozo inefable que sentí en la Encarnación del Verbo
divino.
Cuando se me dice: "bendita tú eres
entre todas las mujeres", alabo a la divina misericordia, que me elevó
a tan alto grado de felicidad.
A las palabras: "bendito es el fruto
de tu vientre, Jesús", todo el cielo se regocija de ver a Jesús, Hijo
mío, adorado y glorificado por haber salvado a los hombres."
17a Rosa
49) Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen
reveló al Beato Alano de la Roche -y sabemos que este gran devoto de María
confirmó con juramento sus revelaciones-, hay tres más notables: la
primera, que es señal probable y próxima de eterna reprobación tener negligencia,
tibieza y aversión a la salutación angélica, que ha reparado el mundo; la
segunda, que los que sienten devoción a esta salutación divina poseen una
gran señal de predestinación; la tercera, que los que han recibido del
cielo el favor de amar a la Santísima Virgen y servirla por afecto deben
cuidar con el mayor esmero de continuar amándola y sirviéndola hasta que
Ella los coloque en el cielo, por medio de su Hijo, en el grado de gloria
conveniente a sus méritos.
50) Todos los herejes, que son hijos del
diablo, y que llevan las señales evidentes de la reprobación, tienen horror
al avemaría; aprenden el padrenuestro, pero no el avemaría y preferirían
llevar sobre sí una serpiente antes que un Rosario.
Entre los católicos, los que llevan el
signo de la reprobación no se cuidan apenas del Rosario, son negligentes en
rezarlo o lo rezan con fastidio y precipitadamente. Aunque yo no aceptara
con fe piadosa lo revelado al Beato Alano de la Roche, mi experiencia me
basta para estar persuadido de esta terrible y dulce verdad. Yo no sé, ni
veo con claridad cómo es que una devoción aparentemente tan pequeña puede
ser señal infalible de eterna salvación, y su defecto, signo de
reprobación; y no obstante, nada más cierto.
Nosotros mismos vemos que quienes en
nuestros días profesan las doctrinas nuevas condenadas por la Iglesia, a
pesar de su piedad aparente, descuidan la devoción del Rosario y con
frecuencia lo separan del corazón de quienes les rodean, con los pretextos
más hermosos del mundo. Se guardan muy bien de condenar abiertamente el
Rosario y el escapulario, como hicieron los calvinistas; pero su manera de
conducirse es tanto más perniciosa cuanto más sutil. Hablaremos de ello a
continuación.
51) Mi avemaría, mi Rosario, son mi
oración y mi muy segura piedra de toque para distinguir a los que van
dirigidos por el espíritu de Dios de los que están bajo la ilusión del
espíritu maligno. He conocido almas que parecían volar, como las águilas,
hasta las nubes, por su sublime contemplación, y que, no obstante, eran
desdichadamente engañadas por el demonio, y sólo pude descubrir sus
ilusiones al verlas rechazar el avemaría como algo que resultaba poco para
ellas.
El avemaría es un rocío celeste y divino
que, al caer en el alma de un predestinado, le comunica admirable
fecundidad para producir toda clase de virtudes; y cuanto más regada está
el alma por esta oración, más se ilumina su espíritu, más se abrasa su
corazón y fortifica contra sus enemigos.
El avemaría es un dardo penetrante e
inflamado, que, unido por un predicador a la palabra de Dios que anuncia,
le da fuerza para atravesar y convertir los corazones más duros, aun cuando
no tenga el orador extraordinario talento natural para la predicación.
Ésta fue la secreta arma que, como dejo
dicho, enseño la
Santísima Virgen a Santo Domingo y al Beato Alano para
convertir a los herejes y a los pecadores. Éste es el origen de la práctica
de los predicadores de rezar un avemaría al principio de sus predicaciones,
según asegura San Antonino.
18a Rosa
52) Esta divina salutación atrae
sobre nosotros la bendición abundante de Jesús y María, porque es principio
infalible que Jesús y María recompensan magnánimamente a quienes les
glorifican: devuelven centuplicadas las bendiciones que reciben. "Ego
diligentes me diligo... ut ditem diligentes me et thesauros eorum
repleam" (5). Es lo que claman claramente Jesús y María: "Amamos
a quienes nos aman, los enriquecemos y henchimos sus tesoros."
"Qui seminat in benedictionibus, in benedictionibus et metet"
(6): Los que siembran bendiciones, recogerán bendiciones.
Ahora bien, rezar debidamente la salutación
angélica ¿no es amar, bendecir y glorificar a Jesús y María? En cada
avemaría decimos una bendición doble, una a Jesús y otra a María:
"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús." Por cada avemaría rendimos a María el mismo honor que
Dios le rindió, saludándola con el arcángel Gabriel. ¿Quién podrá creer que
Jesús y María -que tantas veces hacen bien a quienes les maldicen- lancen
maldición contra quienes les honran y bendicen con el avemaría?
La Reina de los cielos, dicen San Bernardo
y San Buenaventura, no es menos agradecida y cortés que las personas de más
alta condición del mundo; las aventaja en tal virtud como en todas las
demás perfecciones y no dejará que la honremos respetuosamente sin darnos
el ciento por uno. María -dice San Buenaventura- nos saluda con la gracia
si la saludamos con el avemaría: "Ipsa salutabit nos cum gratia si
salutaverimus eam cum Ave Maria."
¿Quién podrá comprender las gracias y
bendiciones que operan en nosotros el saludo y las miradas benignas de la Santísima Virgen?
Desde el momento en que oyó Santa Isabel el
saludo que le hacía la Madre de Dios, fue llena del Espíritu Santo, y su
niño saltaba de gozo. Si nos hacemos dignos del saludo y la bendición
recíprocos de la
Santísima Virgen, seremos sin duda llenos de gracia, y un
torrente de consuelos espirituales inundará nuestras almas.
19a Rosa
53) Está escrito: "Dad y se os
dará" (7). Tomemos la comparación del Beato Alano: "Si yo os
diese cada día ciento cincuenta diamantes, ¿no me perdonaríais aunque
fuerais mi enemigo? ¿No me otorgaríais como a amigo todas las gracias
posibles? ¿Queréis enriqueceros con bienes de gracia y de gloria? Saludad a
la
Santísima Virgen, honrad a vuestra bondadosa Madre."
"Sicut qui thesaurizat, ita et qui
honorificat matrem" (8). El que honra a su Madre, la Santísima Virgen,
es como el que atesora.
Presentadle, al menos, cincuenta avemarías
diariamente, cada una de las cuales contiene quince piedras preciosas, que
le son más agradables que todas las riquezas de la tierra. ¿Qué no podréis
esperar de su liberalidad? Ella es nuestra Madre y nuestra amiga. Es la
Emperatriz del Universo, que nos ama más que todas las madres y reinas
reunidas amaron a hombre alguno, porque, como dice San Agustín, la caridad
de la Virgen
María excede a todo el amor natural de todos los hombres
y de todos los ángeles.
54) Nuestro Señor se apareció un día a
Santa Gertrudis contando monedas de oro; ella tuvo curiosidad de
preguntarle qué contaba. "Cuento -respondió Jesucristo- tus avemarías:
son la moneda con que se compra mi paraíso."
El devoto y docto Suárez, de la Compañía de
Jesús, estimaba de tal modo la salutación angélica, que decía que con gusto
daría toda su ciencia por el precio de un avemaría bien dicha.
55) El Beato Alano de la Roche se dirige
así a la
Santísima Virgen: "Que quien te ama, oh excelsa
María, escuche esto y se llene de gozo: El cielo exulta de dicha, y de
admiración la tierra, cuando digo Ave María. Mientras aborrezco al mundo,
en amor de Dios me inundo cuando digo Ave María. Mis temores se disipan,
mis pasiones se apaciguan, cuando digo Ave María. Se aumenta mi devoción y
alcanzo la contrición cuando digo Ave María. Se confirma mi esperanza, mi
consuelo se agiganta, cuando digo Ave María. Mi alma de gozo palpita, mi
tristeza se disipa, cuando digo Ave María, porque la dulzura de esta
suavísima salutación es tan grande que no hay término apropiado para
explicarla debidamente, y después que hubiera uno dicho de ella maravillas,
resultaría aún tan escondida y profunda que no podríamos descubrirla. Es
corta en palabras, pero grande en misterios; es más dulce que la miel y más
preciosa que el oro. Es preciso tenerla frecuentemente en el corazón para
meditarla y en la boca para leerla y repetirla devotamente."
"Auscultet tui nominis amator, o
Maria, coelum gaudet, omnis terra stupet cum dico Ave Maria; Satan fugit,
infernus contremiscit, cum dico Ave Maria; mundus vilescit, cor in amore
liquescit, cum dico Ave Maria; terror evanescit, caro marcescit, cum dico
Ave Maria; crescit devotio, oritur compunctio, cum dico Ave Maria; spes
proficit, augetur consolatio, cum dico Ave Maria; recreatur animus, et in
bono confortatur aeger affectus, cum dico Ave Maria. Siquidem tanta
suavitas hujus benignae salutationis, ut humanis non possit explicari
verbis, sed semper manet altior et profundior quam omnis creatura indagare
sufficiat. Haec oratio parva est verbis, alta mysteriis, brevis sermone,
alta virtute, super mel dulcis, super aurum pretiosa; ore cordis est
jugiter ruminanda labiisque puris frequentissime legenda ac devote
repetenda."
Refiere el mismo Beato Alano, en el
capítulo 69 de su Salterio, que una religiosa muy devota del Rosario se
apareció después de su muerte a una de sus hermanas y le dijo: "Si
pudiera volver a mi cuerpo para decir solamente un avemaría, aun cuando
fuera sin mucho fervor, por tener el mérito de esa oración, sufriría con gusto
cuantos dolores padecí antes de morir." Hay que advertir que había
sufrido durante varios años crueles dolores.
56) Miguel de Lisle, Obispo de
Salubre, discípulo y colega del Beato Alano de la Roche en el
restablecimiento del Santo Rosario, dice que la salutación angélica es el
remedio de todos los males que nos afligen, con tal que la recemos
devotamente en honor de la Santísima Virgen.
20a Rosa
Breve explicación del avemaría.
57) ¿Estáis en la miseria del pecado?
Invocad a la
divina María; decidle: "Ave", que quiere decir:
"Te saludo con profundo respeto, oh Señora, que eres sin pecado, sin
desgracia." Ella os librará del mal de vuestros pecados.
¿Estáis en las tinieblas de la ignorancia o
del error? Venid a María; decidle: "Ave, María", es decir: "Iluminada
con los rayos del sol de justicia." Ella os comunicará sus luces.
¿Estáis separados del camino del cielo?
Invocad a María, que quiere decir: Estrella del mar y Estrella polar que
guía nuestra navegación en este mundo. Ella os conducirá al puerto de
eterna salvación.
¿Estáis afligidos? Recurrid a María, que
quiere decir: "mar amargo", que fue llena de amarguras en este
mundo, al presente cambiada en mar de purísimas dulzuras en el cielo. Ella
convertirá vuestra tristeza en alegría y vuestras aflicciones en consuelos.
¿Habéis perdido la gracia? Honrad la
abundancia de gracias de que Dios llenó a la Santísima Virgen;
decidle:
"Llena de Gracia" y de todos los
dones del Espíritu Santo. Ella os dará sus gracias.
¿Os sentís solos y abandonados de Dios? Dirigíos
a María y decidle: "El Señor es contigo" más noble e íntimamente
que en los justos y los santos, porque eres con Él una misma cosa; pues,
siendo tu Hijo, su carne es tu carne, y, dado que eres su Madre, estás con
el Señor por perfecta semejanza y mutua caridad. Decidle, en fin:
"Toda la
Trinidad Santísima está contigo, pues Tú eres su Templo
precioso." Ella os colocará bajo la protección y salvaguardia de Dios.
¿Habéis llegado a ser objeto de la
maldición de Dios? Decid: "Eres bendita entre todas las mujeres"
y de todas las naciones por tu pureza y fecundidad; Tú cambiaste la
maldición divina en bendición. Ella os bendecirá.
¿Estáis hambrientos del pan de la gracia y
del pan de la vida? Acercaos a la que ha llevado el pan vivo que descendió del
cielo; decidle: "Bendito es el fruto de tu vientre", que
concebiste sin detrimento de tu virginidad, que llevaste sin trabajo y que
diste a la vida sin dolor. Sea bendito "Jesús", que rescató del
cautiverio al mundo, que curó al mundo enfermo, resucitó al hombre muerto,
hizo volver al desterrado, justificó al hombre criminal, salvó al hombre
condenado. Sin duda vuestra alma será saciada del pan de la gracia en esta
vida y de la gloria eterna en la otra. Amén.
58) Concluid vuestra oración con la
Iglesia, y decid: "Santa María", santa en cuerpo y alma, santa
por tu abnegación singular y eterna en el servicio de Dios, santa en
calidad de Madre de Dios, que te ha dotado de una santidad eminente, como
convenía a tan infinita dignidad.
"Madre de Dios" y también Madre
nuestra, nuestra Abogada y Mediadora, Tesorera y Dispensadora de las
gracias de Dios, procúranos prontamente el perdón de nuestros pecados y
nuestra reconciliación con la Majestad divina.
"Ruega por nosotros, pecadores",
pues tienes tanta compasión con los miserables, que no desprecias ni
rechazas a los pecadores, sin los cuales no serías la Madre del Salvador.
"Ruega por nosotros ahora",
durante el tiempo de esta corta vida frágil y miserable; "ahora",
porque sólo nos pertenece el momento presente; ahora, que estamos
acometidos y rodeados noche y día de poderosos y crueles enemigos.
"Y en la hora de nuestra
muerte", tan terrible y peligrosa, en que nuestras fuerzas estarán
agotadas, en que nuestros espíritus y nuestros cuerpos estarán abatidos por
el dolor y el terror; en la hora de nuestra muerte, en que Satanás
redoblará sus esfuerzos por nuestra eterna perdición; en esa hora en que se
decidirá nuestra suerte dichosa o desgraciada para toda la eternidad. Ven
en auxilio de tus pobres hijos; Oh Madre compasiva, abogada y refugio de
los pecadores; aleja de nosotros en la hora de la muerte a los demonios,
enemigos y acusadores nuestros, cuyo aspecto horroroso nos espanta. Ven a
iluminarnos en las tinieblas de la muerte. Condúcenos,
acompáñanos al tribunal de nuestro Juez, tu Hijo, intercede por nosotros
para que nos perdone y nos reciba en el número de tus escogidos en la
mansión de la gloria eterna. "Amén." Así sea.
59) ¿Quién no admirará la excelencia
del Santo Rosario, compuesto de dos partes divinas: la oración dominical y
la salutación angélica? ¿Hay oración más grata a Dios y a la Santísima Virgen,
más fácil, más dulce y más saludable para los hombres? Tengámoslas siempre
en el corazón y en la boca para honrar a la Santísima Trinidad,
a Jesucristo nuestro salvador y a su Santísima Madre. Además, al fin de
cada decena es conveniente añadir el gloria: Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos
de los siglos. Amén.
TERCERA DECENA
Excelencia del
Santo Rosario en la meditación de la vida y pasión de Nuestro Señor
Jesucristo
21a Rosa
Los quince misterios del Rosario.
60) Misterio es una cosa sagrada y
difícil de comprender. Las obras de Jesucristo son todas sagradas y
divinas, porque es Dios y hombre al mismo tiempo. Las de la Santísima Virgen
son muy santas, porque es la más perfecta de las puras criaturas. Se
llaman, con razón, las obras de Jesucristo y de su Santa Madre, misterios,
porque están repletas de maravillas, de perfecciones e instrucciones
profundas y sublimes, que el Espíritu Santo descubre a los humildes y a las
almas sencillas que les honran.
También pueden llamarse las obras de Jesús
y María flores admirables, cuyo olor y hermosura sólo conocen quienes se
acercan a ellas, las olfatean y las abren por medio de una atenta y seria
meditación.
61) Santo Domingo dividió la vida de
Jesucristo y la de la Santísima Virgen en quince misterios que nos
representan sus virtudes y principales acciones, como quince cuadros cuyos
trazos deben servirnos de regla y ejemplo para la dirección de nuestra
vida. Son quince antorchas para guiarnos en este mundo, quince espejos
ardientes para conocer a Jesús y María, para conocernos a nosotros mismos y
para encender el fuego de su amor en nuestros corazones, quince hogueras
para consumirnos completamente con su celestes llamas.
La Santísima Virgen enseñó a Santo Domingo este
excelente método de orar y le ordenó predicarlo para despertar la piedad de
los cristianos y hacer revivir el amor de Jesucristo en sus corazones.
También lo enseñó al Beato Alano de la Roche. "Es una oración muy útil
-le dijo-, es un obsequio que me agrada mucho, el rezo de ciento cincuenta
salutaciones angélicas. Y lo es aún más, y harán aún mucho mejor, quienes
recen las salutaciones meditando la vida, pasión y gloria de Jesucristo,
porque esta meditación es el alma de tales oraciones." En efecto, el
Rosario, sin meditar los misterios de nuestra salvación, sería casi como un
cuerpo sin alma, una excelente materia, sin su forma que es la meditación,
que lo distingue de las demás devociones.
62) La primera parte del Rosario se
compone de cinco misterios; el primero es el de la Anunciación del Arcángel
Gabriel a la
Santísima Virgen, el segundo el de la Visitación de la Santísima Virgen
a Santa Isabel, el tercero es el de la Natividad de Jesucristo, el cuarto
el de la Presentación del Niño Jesús en el templo y la purificación de la Santísima Virgen,
el quinto el del Encuentro de Jesús en el templo entre los doctores. Se
llaman misterios gozosos a causa del gozo que proporcionaron a todo el
universo. La
Santísima Virgen y los ángeles fueron llenos de júbilo en
el dichoso momento de la Encarnación.
Santa Isabel y San Juan Bautista se colmaron de alegría
con la visita de Jesús y María. El cielo y la tierra celebraron el
nacimiento del Salvador. Simeón fue consolado y regocijado cuando recibió a
Jesús en sus brazos. Los doctores estaban arrebatados de admiración al oír
las respuestas de Jesús; y ¿quién podrá expresar la alegría de María y de
José al encontrar a Jesús después de tres días de ausencia?
63) La segunda parte del Rosario se
compone también de cinco misterios, que se llaman misterios dolorosos,
porque nos representan a Jesucristo abrumado de tristeza, cubierto de
llagas, cargado de oprobios, de dolores y de tormentos. El primero de estos
misterios es el de la oración de Jesús y su Agonía en el Huerto de los
Olivos, el segundo su Flagelación, el tercero su Coronación de espinas, el
cuarto el de la Cruz a cuestas y el quinto el de la Crucifixión y muerte
sobre el Calvario.
64) La tercera parte del Rosario contiene
otros cinco misterios, llamados gloriosos, porque contemplamos en ellos a
Jesús y María en el triunfo y en la gloria. El primero es el de la Resurrección
de Jesucristo, el segundo su Ascensión, el tercero el de la Venida del
Espíritu Santo sobre los Apóstoles, el cuarto la gloriosa Asunción
de la Virgen y el quinto su Coronación.
He ahí las quince olorosas flores del rosal
místico, sobre las cuales las almas piadosas se detienen como diligentes
abejas, para recoger el jugo admirable y producir la miel de una sólida
devoción.
22a Rosa
La meditación de los misterios nos
conforma a Jesús.
65) El principal cuidado del alma
cristiana es caminar hacia la perfección. "Sed fieles imitadores de
Dios, como hijos suyos queridísimos que sois", nos dice el gran
Apóstol (1). Esta obligación está comprendida en el decreto eterno de
nuestra predestinación como el único medio debidamente ordenado para
conseguir la gloria eterna. San Gregorio de Nisa dice gráficamente que
somos pintores. Nuestra alma es el lienzo sobre el cual debemos aplicar el
pincel; las virtudes son los colores que deben prestarle belleza; y el
original que debemos copiar es Jesucristo, imagen viva que representa perfectamente
al Padre eterno. De modo que, así como un pintor, para hacer un retrato al
natural, pone el original ante sus ojos y a cada pincelada vuelve a
mirarlo, del mismo modo el cristiano debe tener siempre ante sus ojos la
vida y las virtudes de Jesucristo, para no decir, hacer ni pensar nada sino
conforme a Él.
66) Para ayudarnos en la obra
importante de nuestra predestinación, la Santísima Virgen
ordenó a Santo Domingo exponer a los fieles que recen el Rosario los
misterios sagrados de la vida de Jesucristo, no solamente para que le
adoren y glorifiquen, sino principalmente para que regulen su vida y sus
acciones con sus virtudes. Ahora bien, de igual manera que los hijos llegan
a imitar a sus padres viéndoles y conversando con ellos y aprenden su lengua
oyéndoles hablar, como un aprendiz consigue dominar su arte viendo trabajar
a su maestro, así también los fieles cofrades del Rosario, considerando
seria y devotamente las virtudes de Jesucristo en los quince misterios de
su vida, se hacen semejantes a su Maestro divino, con el auxilio de su
gracia y por la intercesión de la Santísima Virgen.
67) Si Moisés ordenó al pueblo hebreo
de parte de Dios mismo que jamás olvidase los beneficios de que había sido
colmado, con mayor razón el Hijo de Dios puede mandarnos que grabemos en
nuestro corazón y tengamos constantemente ante nuestros ojos los misterios
de su vida, de su pasión y de su gloria, puesto que son beneficios con que
Él nos ha favorecido y con los cuales mostró el exceso de su amor por
nuestra salvación. "¡Oh vosotros que pasáis por el camino, mirad y ved
si hay dolor comparable a mi dolor, que sufro por vosotros (2)! Acordaos de
mi pobreza y vida errante, del ajenjo y amargor que sufrí por vosotros en
mi pasión (3)."
Estas palabras y muchas otras que pudiéramos
recordar, nos convencen sobradamente de la obligación en que estamos de no
contentarnos con rezar vocalmente el Rosario en honor de Jesucristo y de la Santísima Virgen,
sino ir meditando al mismo tiempo sus misterios sagrados.
23a Rosa
El Rosario, memorial de la vida y
muerte de Jesús.
68) Jesucristo, el divino esposo de
nuestras almas, nuestro dulcísimo amigo, desea que recordemos sus
beneficios y los estimemos sobre todas las cosas. Tiene gloria accidental,
como también la
Santísima Virgen y todos los santos del cielo, cuando
meditamos con afectuosa devoción los misterios sagrados del Rosario, que
son los más visibles efectos de su amor a nosotros y los más ricos
presentes que pudo hacernos, pues por ellos gozan de la gloria la Santísima Virgen
y todos los santos.
La Beata Ángela de Foligno pidió un día a
Nuestro Señor que le indicara con qué ejercicio podía honrarle más. Y
apareciéndosele en la Cruz, le dijo: "Hija mía, contempla mis
llagas." Aprendió de este amable Salvador que nada le es más agradable
que la meditación de sus sufrimientos. Después le descubrió las heridas de
su cabeza y varias circunstancias de sus tormentos y le dijo: "He
sufrido todo esto por tu salvación, ¿qué podrías hacer que iguale mi amor
por ti?"
69) El Santo Sacrificio de la Misa
honra infinitamente a la Santísima Trinidad, porque representa la
pasión de Jesucristo y por medio de ella ofrecemos los méritos de su
obediencia, de sus sufrimientos y de su sangre. Toda la corte celestial
recibe con la Santa
Misa gloria accidental, y varios doctores, con Santo
Tomás, nos dicen, por la misma razón, que el cielo se alegra de la Comunión
de los fieles, porque el Santísimo Sacramento es un memorial de la pasión y
muerte de Jesucristo, y por él participan los hombres de estos frutos y
adelantan en el negocio de su salvación.
Ahora bien, el Rosario -rezado con la
meditación de los misterios sagrados- es un sacrificio de alabanzas a Dios
por el beneficio de nuestra Redención y un devoto recuerdo de los
sufrimientos, muerte y gloria de Jesucristo. Es, pues, cierto que el
Rosario causa gloria, alegría accidental a Jesucristo, a la Santísima Virgen
y a todos los bienaventurados, porque no desean más, para nuestra dicha
eterna que vernos ocupados en un ejercicio tan glorioso para nuestro
Salvador y tan saludable para nosotros.
70) Nos asegura el Evangelio que un
pecador que se convierte y hace penitencia causa alegría a todos los
ángeles. Si es suficiente para alegrar a los ángeles que un pecador deje
sus pecados y haga penitencia, ¿qué alegría, qué júbilo será para toda la
corte celestial, qué gloria para el mismo Jesucristo, vernos en la tierra
meditar devotamente y con amor sus abatimientos, sus tormentos y su muerte
cruel e ignominiosa? ¿Hay nada más eficaz para tocarnos y llevarnos a
sincera penitencia?
El cristiano que no medita los misterios
del Rosario demuestra gran ingratitud hacia Jesucristo y la poca estima que
hace de cuanto el divino Salvador ha sufrido por la salvación del mundo. Su
conducta parece decir que desconoce la vida de Jesucristo, que pone poco
cuidado en aprender lo que ha hecho, lo que ha sufrido para salvarnos. Este
cristiano puede temer que, no habiendo conocido a Jesucristo, o habiéndole
olvidado, lo rechace el día del juicio con este reproche: "En verdad
te digo que no te conozco" (4).
Meditemos, pues, la vida y sufrimientos del
Salvador durante el Santo Rosario, aprendamos a conocerle y reconocer sus
beneficios para que Él nos reconozca como hijos y amigos suyos en el día
del juicio.
24a Rosa
La meditación
de los misterios del Rosario es un gran medio de perfección.
71) Los santos hacían objeto
principal de su estudio la vida de Jesucristo, meditaban sus virtudes y
sufrimientos, y por este medio llegaron a la perfección cristiana. San
Bernardo empezó por este ejercicio, que continuó siempre. "Desde el
principio de mi conversión -dice- hice un ramo de mirra compuesto con los
dolores de mi Salvador, puse este ramo sobre mi corazón pensando en los
azotes, las espinas y los clavos de la pasión y aplicaba todo mi ingenio a
meditar todos los días estos misterios."
Éste es también el ejercicio de los santos
mártires; nos admiran la forma como triunfaron de los más crueles
tormentos, ¿de dónde pudiera venir aquella admirable constancia de los
mártires, dice San Bernardo, sino de las llagas de Jesucristo, acerca de
las cuales hacían ellos frecuente meditación? ¿Dónde estaba el alma de
estos generosos atletas cuando su sangre corría y su cuerpo era triturado
por los suplicios? Su alma estaba en las llagas de Jesucristo, y estas
llagas los hacían invencibles.
72) La Santísima Madre
del Salvador ocupó toda su vida en meditar las virtudes y sufrimientos de
su Hijo. Cuando oyó a los ángeles entonar en su nacimiento cánticos de
alegría, cuando vio a los pastores adorarlo en el establo, se llenó de
admiración y meditaba sobre todas estas maravillas. Comparaba las grandezas
del Verbo encarnado con sus profundos abatimientos; la paja y el pesebre,
con su trono y con el seno de su Padre; el poder de un Dios, con la debilidad
de un niño; su sabiduría, con su sencillez.
La Santísima Virgen dijo un día a Santa Brígida:
"Cuando contemplaba la hermosura, la modestia, la sabiduría de mi
Hijo, mi alma se sentía transportada de alegría, y cuando consideraba que
sus manos y sus pies habían de ser atravesados con clavos, vertía un
torrente de lágrimas, partiéndoseme el corazón de dolor."
73) Después de la Ascensión de Jesucristo, la Santísima Virgen
dedicó el resto de su vida a visitar los lugares que este divino Salvador
había santificado con su presencia y con sus tormentos. Allí meditaba sobre
el exceso de su caridad y los rigores de su pasión. Ése era también el
ejercicio continuo de María Magdalena durante los treinta años que vivió en
la Santa Cueva. En
fin, San Jerónimo dice que ésa era la devoción de los primeros fieles.
Iban, de todos los países del mundo, a Tierra Santa, para grabar más
profundamente en sus corazones el amor y el recuerdo del Salvador de los
hombres con la vista de los objetos y lugares por Él consagrados con su
nacimiento, sus trabajos, sus sufrimientos y su muerte.
74) Todos los cristianos tienen una
sola fe, adoran a un solo Dios, esperan una misma felicidad en el cielo;
sólo conocen un mediador, que es Jesucristo; todos deben imitar este modelo
divino y para ello considerar los misterios de su vida, sus virtudes y su
gloria. Es un error imaginarse que la meditación de las verdades de la fe y
de los misterios de la vida de Jesucristo es sólo para los sacerdotes,
religiosos y aquellos que se han retirado fuera del mundo. Si los
religiosos y eclesiásticos están obligados a meditar acerca de las grandes
verdades de nuestra santa religión, para responder dignamente a su
vocación, los seglares están igualmente obligados, a causa de los peligros
que tienen diariamente de perderse. Deben, pues, armarse con el frecuente
recuerdo de la vida, de las virtudes y de los sufrimientos del Salvador,
que nos representan los quince misterios del Santo Rosario.
25a Rosa
Riquezas de santificación encerradas
en las oraciones y meditaciones del Rosario.
75) Jamás podrá nadie comprender el
tesoro admirable de santificación que encierran las oraciones y los
misterios del Santo Rosario. Esta meditación de los misterios de la vida y
muerte de Nuestro Señor Jesucristo es, para todos los que la practican,
manantial de maravillosos frutos. Hoy se quieren cosas que impresionen, que
conmuevan, que produzcan en el alma impresiones profundas. Y ¿qué hay en el
mundo más conmovedor que la historia maravillosa de nuestro Redentor,
desarrollada en quince cuadros que nos recuerdan las grandes escenas de la
vida, la muerte y la gloria del Salvador del mundo? ¿Qué oraciones son más
excelentes y sublimes que la oración dominical y el Ave del ángel? En ellas
se encierran todos nuestros deseos y necesidades.
76) La meditación de los misterios y
oraciones del Rosario es la más fácil de las oraciones, porque la
diversidad de virtudes y estados de Jesucristo que en ellos se estudian,
recrea y fortifica maravillosamente el espíritu e impide las distracciones.
Los sabios encuentran en estas fórmulas la doctrina más profunda y los
pequeños las instrucciones más familiares.
Es preciso pasar por esta sencilla
meditación para elevarse al grado más sublime de contemplación. Tal es la
opinión de Santo Tomás de Aquino y el consejo que nos da cuando dice que es
necesario ejercitarse de antemano, como en un campo de batalla, en la
adquisición de todas las virtudes, de las que son modelos perfectos los
misterios del Rosario; porque es ahí -dice el sabio Cajetano- donde
adquirimos la unión íntima con Dios, sin la cual la contemplación es sólo
una ilusión capaz de seducir a las almas.
77) Si los falsos iluminados de
nuestros días -los quietistas- hubieran seguido este consejo, no hubieran
tenido tan vergonzosas caídas, ni causado tantos escándalos en cuestiones
de devoción. Es una engañosa ilusión del demonio creer que puedan
componerse oraciones más sublimes que el Pater y el Ave, abandonando estas
divinas oraciones, que son el sostén, la fuerza y la guardia del alma.
Reconozco que no es necesario rezarlas
siempre vocalmente, ya que la oración interior en cierto modo es más
perfecta que la vocal; pero os aseguro que es muy peligroso, por no decir
pernicioso, abandonar voluntariamente el rezo del Rosario bajo el pretexto de
una unión más perfecta con Dios. El alma sutilmente orgullosa, engañada por
el demonio meridiano, hace todo cuanto puede interiormente para elevarse al
grado sublime de las oraciones de los santos, y desprecia y deja por esto
sus antiguos rezos, buenos en su sentir para la generalidad de las almas.
Se hace sorda a las oraciones y la salutación de un ángel y aun a la
oración que un Dios ha hecho, practicado y mandado: "Sic orabitis:
Pater noster" (5) oraréis así, y de este modo va cayendo de ilusión en
ilusión, de precipicio en precipicio.
78) Créeme, amado cofrade del
Rosario, ¿quieres llegar a un alto grado de oración sin afectación y sin
caer en las ilusiones del demonio, tan frecuentes en las personas de
oración? reza diariamente, si puedes, el Rosario entero, o al menos el de
cinco decenas.
¿Has llegado a él por la gracia de Dios? Si
quieres conservarte en él y crecer en la humildad, conserva la práctica del
Rosario, porque un alma que rece el Rosario todos los días jamás será
formalmente herética, ni será engañada por el demonio; es una afirmación
que rubricaría con mi sangre.
Si, no obstante, Dios, en su infinita
misericordia, te atrae, en medio del Rosario, tan poderosamente como a
algunos santos, déjate arrastrar por su atractivo, deja a Dios actuar y
orar en ti y recitar el Rosario a su manera, y que esto te baste en aquel
día.
Pero si sólo estás en la contemplación
activa u oración ordinaria de quietud, de presencia de Dios y de afecto,
tendrás menos razón para dejar el Rosario, y, rezándolo, lejos de
retroceder en la oración y la virtud, te será maravillosa ayuda y la
verdadera escala de Jacob, de quince escalones por los cuales irás de
virtud en virtud, de luz en luz, y llegarás fácilmente, sin engaños, hasta
la plenitud de la edad de Jesucristo.
26a Rosa
79) Guardaos de imitar la obstinación
de aquella devota de Roma de quien tanto hablan las maravillas del Rosario.
Era una persona tan devota y tan fervorosa que confundía con su santa vida
a los religiosos más austeros de la Iglesia de Dios.
Deseaba consultar a Santo Domingo. Se
confesó con él, y le impuso por penitencia rezar solamente un Rosario, y
como consejo, rezarlo todos los días. Se excusó diciendo que ella tenía
todos sus ejercicios reglados, que llevaba cilicio, que tomaba disciplina
varias veces por semana, que hacía tantos ayunos y no sé cuántas
penitencias. Santo Domingo le insta reiteradamente a seguir su consejo,
pero ella no quiere; se retira del confesionario como escandalizada del
proceder de su nuevo director, que quería persuadirla a una devoción que no
le agradaba.
He aquí que, estando en oración, y
arrebatada en éxtasis, vio su alma obligada a comparecer ante el Supremo
Juez. San Miguel alza la balanza, pone sus penitencias y otras oraciones en
un platillo, y en el otro sus pecados e imperfecciones; el platillo de las
buenas obras no puede contrarrestar al otro; ella, alarmada, pide
misericordia; se dirige a la Santísima Virgen, su abogada; Ella deja caer
en el platillo de las buenas obras el único Rosario que -por penitencia- ha
rezado; y fue tanto su peso que contrarrestó el de los pecados; la Santísima Virgen
la reprendió al mismo tiempo por no haber seguido el consejo de su servidor
Domingo de rezar el Santo Rosario todos los días. Cuando volvió en sí, fue
a arrojarse a los pies de Santo Domingo, le contó lo ocurrido, le pidió
perdón por su incredulidad y prometió rezar el Rosario todos los días. Por
este medio, llegó a la perfección cristiana, a la gloria eterna.
¡Aprended de aquí, personas de oración, la
fuerza, el precio y la importancia de esta devoción del Santo Rosario con
la meditación de sus misterios!
80) Nadie más elevado en la oración
que Santa Magdalena, que era transportada sobre el santo Monte Pillón por
los ángeles siete veces al día, que había estado en la escuela de
Jesucristo y de su Santísima Madre; y, sin embargo, cuando pidió a Dios un
buen medio para adelantar en su amor y llegar a la más alta perfección, el
arcángel San Miguel vino de parte de Dios a decirle que no sabía de otro
que considerar, por medio de una cruz, que colocó delante de su cueva, los
misterios dolorosos que ella había presenciado.
Que el ejemplo de San Francisco de Sales,
el gran director de las almas espirituales de su tiempo, os estimule a
pertenecer a tan santa Cofradía, pues, a pesar de ser santo, hizo voto de
rezar el Rosario completo todos los días de su vida.
San Carlos Borromeo lo rezaba también todos
los días y recomendaba encarecidamente esta devoción a sus sacerdotes, a
sus seminaristas y a todo su pueblo.
El Beato Pío V, uno de los Papas más
eminentes que gobernaron la Iglesia, rezaba todos los días el Rosario.
Santo Tomás de Villanueva, Arzobispo de Valencia, San Ignacio, San
Francisco Javier, San Francisco de Borja, Santa Teresa de Jesús, San Felipe
Neri y muchos otros grandes hombres, que no cito, han ejercitado esta
devoción. Seguid su ejemplo: vuestros directores quedarán descansados, y si
los informáis de los frutos que podéis sacar de él, se apresurarán a
animaros a ello.
27a Rosa
81) Para animaros aún más a esta devoción
de las almas grandes, añado que el Rosario, rezado con la meditación de los
misterios: 1) nos eleva gradualmente al perfecto conocimiento de
Jesucristo; 2) purifica nuestras almas del pecado; 3) nos permite vencer a
todos nuestros enemigos; 4) nos facilita la práctica de las virtudes; 5)
nos abrasa en amor de Jesucristo; 6) nos enriquece con gracias y meritos;
7) nos proporciona con qué pagar todas nuestras deudas con Dios y con los
hombres, y finalmente, nos consigue de Dios toda clase de gracias.
82) El conocimiento de Jesucristo es
la ciencia de los cristianos y la ciencia de la salvación; se remonta, dice
San Pablo (6), sobre todas las ciencias humanas en precio y en excelencia:
1) por la dignidad de su objeto, que es un Dios hombre en presencia del
cual todo el universo no es tan siquiera una gota de rocío o un granito de
arena; 2) por su utilidad; las ciencias humanas nos llenan solamente del
viento y humo del orgullo; 3) por su necesidad; porque no podemos salvarnos
sino tenemos el conocimiento de Jesucristo, y el que ignore todas las demás
ciencias se salvará, con tal que esté iluminado con la ciencia de
Jesucristo. ¡Dichoso Rosario, que nos proporciona la ciencia y el
conocimiento de Jesucristo, haciéndonos meditar su vida, su muerte, su pasión
y su gloria!
La reina de Saba, admirando la
ciencia de Salomón, exclamaba: "Dichosos tus criados y sirvientes, que
están siempre en tu presencia y oyen los oráculos de tu sabiduría"
(7); pero más dichosos son los fieles que meditan atentamente la vida, las
virtudes, los sufrimientos y la gloria del Salvador, porque adquieren de
este modo el perfecto conocimiento en que consiste la vida eterna.
"Haec est vita aeterna" (8).
83) La Santísima Virgen
reveló al Beato Alano que, tan pronto como Santo Domingo predicó el
Rosario, los pecadores empedernidos se convirtieron y lloraron amargamente
sus crímenes, los mismos niños hicieron penitencias increíbles y el fervor
fue tan grande, por doquiera que se predicó el Rosario, que los pecadores
cambiaron de vida y edificaron a todos con sus penitencias y su enmienda de
vida.
Si sentís vuestra conciencia cargada
con algún pecado, coged el Rosario, rezad una parte en honor de algunos
misterios de la vida, pasión o gloria de Jesucristo y estad persuadidos de que,
mientras meditáis y honráis estos misterios, Él, en el cielo, mostrará sus
llagas sagradas a su Padre, abogará por vosotros y os obtendrá la
contrición y el perdón de vuestros pecados. Él dijo un día al Beato Alano:
"Si esos miserables pecadores rezasen frecuentemente mi Rosario,
participarían de los méritos de mi pasión, y, yo, como su abogado, calmaría
la divina justicia."
84) Esta vida es de guerra y
tentaciones continuas. No tenemos que combatir a enemigos de carne y
sangre, pero sí a las potencias mismas del infierno. (9). ¿Qué mejores
armas podemos tomar para combatirlos que la oración dominical, que nuestro
gran Capitán nos ha enseñado; la salutación angélica, que ha ahuyentado a
los demonios, destruido el pecado y renovado el mundo; la meditación de la
vida y de la pasión de Jesucristo, que son pensamientos que debemos tener
habitualmente presentes, como manda San Pedro, para defendernos de los
mismos enemigos que Él ha vencido y que nos atacan diariamente? "Desde
que el demonio -dice el Cardenal Hugo-, fue vencido por la humildad y la
pasión de Jesucristo, apenas puede atacar a un alma que medita estos
misterios, o, si la ataca, es derrotado vergonzosamente."
"Induite vos armaturam Dei" (10).
85) Pertrechaos, pues, con estas
armas de Dios, con el Santo Rosario, y quebrantaréis la cabeza del demonio
y viviréis tranquilos contra todas sus tentaciones. De ahí resulta que aun
el Rosario material es tan terrible al diablo, que los santos se han
servido de él para encadenarle y arrojarle del cuerpo de los posesos, según
atestiguan varias historias.
86) Cierto hombre -refiere el Beato
Alano- había ensayado inútilmente toda suerte de devociones para librarse
del espíritu maligno, que había tomado posesión de él. Resolvió ponerse al
cuello el Rosario. Y con esto se alivió. Pero cuando se lo quitaba era
atrozmente atormentado por el demonio, por lo cual resolvió llevarlo noche
y día, y así logró alejar para siempre al demonio, que no podía soportar
tan terrible cadena. El Beato Alano asegura que libró a un gran número de
posesos poniéndoles un Rosario al cuello.
87) Al Padre Juan Amat, de la Orden
de Santo Domingo, predicando la cuaresma en un lugar del reino de Aragón,
le trajeron una joven posesa, y después de haberla exorcizado varias veces
inútilmente, le puso al cuello su Rosario, ella comenzó a dar gritos
espantosos, diciendo: "¡Quitadme, quitadme estos granos que me
atormentan!" Por fin, el Padre, compadecido de ella, le quitó el
Rosario del cuello.
La noche siguiente, cuando este Padre
estaba descansando en su lecho, los mismos demonios que poseían a la joven
vinieron a él furiosos para apoderarse de su persona, pero con su Rosario,
que tenía fuertemente cogido en la mano, a pesar de los esfuerzos que
hicieron para quitárselo, los golpeó y arrojó, diciendo: "¡Santa
María, Virgen del Rosario, amparadme!"
Cuando a la mañana siguiente iba a la
igiesia, encontró a la desgraciada joven aún posesa; uno de los demonios
que estaban en ella empezó a decir, burlandose del Padre: "¡Ah
hermano! ¡Si no hubieras tenido tu Rosario, ya te habríamos
arreglado!" Entonces el Padre arrojó de nuevo su Rosario al cuello de
la joven diciendo: "Por los sacratísimos nombres de Jesús y María, su
santa Madre, y por la virtud del Santísimo Rosario, os mando, espíritus
malignos, salir de este cuerpo inmediatamente"; en el acto tuvieron
que obedecer y quedó libre la joven. Estas historias ponen de relieve la
fuerza del Santo Rosario para vencer toda clase de tentaciones de los
demonios y toda clase de pecados, porque las cuentas benditas del Rosario
los ponen en fuga.
28a Rosa
88) San Agustín asegura que no hay
ejercicio tan virtuoso y útil para la salvación como pensar con frecuencia
en los sufrimientos de Nuestro Señor. San Alberto Magno, maestro de Santo
Tomás, supo por revelación que el solo recuerdo o la meditación de la
pasión de Jesucristo es más meritorio para el cristiano que ayunar durante
un año todos los viernes a pan y agua, o tomar disciplina -aun de sangre-
todas las semanas, o rezar todos los días el salterio. ¿Cual no será el
mérito del Rosario, que conmemora toda la vida y pasión de Nuestro Señor?
La Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la
Roche que, después del Santo Sacrificio de la Misa, que es la primera y más
viva memoria de la pasión de Jesucristo, no hay devoción más excelente y
meritoria que el Rosario, que es como una segunda memoria y representación
de la vida y pasión de Jesucristo.
89) El Padre Dorland refiere que la Santísima Virgen
dijo un día al venerable Domingo (cartujo), devoto del Santo Rosario, que
residía en Tréveris el año 1481:
"Cuantas veces rezan los fieles, en
estado de gracia, el Santo Rosario con la meditación de los misterios de la
vida y pasión de Jesucristo, obtienen plena y completa remisión de sus
pecados."
También dijo la Santísima Virgen
al Beato Alano: "Sabe que, aun cuando hay gran cantidad de
indulgencias concedidas a mi Rosario, yo añadiré muchas más por cada parte
de él en favor de aquellos que lo recen sin pecado mortal, de rodillas,
devotamente; y a quienes perseveren en la devoción del Santo Rosario, en
estas condiciones y meditaciones, les conseguiré, en premio de este
servicio, plena remisión de la pena y de la culpa de todos sus pecados al
fin de su vida.
Y que no te parezca esto increíble; es fácil
para mí, pues que soy la Madre del Rey de los cielos, que me llama llena de
gracia, y, como llena de gracia, haré también amplia efusión de ella sobre
mis queridos hijos."
90) Santo Domingo estaba tan
persuadido de la eficacia y los méritos del Santo Rosario, que no ponía
otra penitencia a los que confesaba, como ya hemos visto en la historia de
la dama romana a quien puso por penitencia un solo Rosario.
Los confesores deberían también, para
seguir el ejemplo de este gran Santo, mandar a los penitentes rezar el
Rosario con la reflexión de los misterios sagrados, prefiriendo esa a otras
penitencias de menor mérito y que no son tan agradables a Dios, ni tan
saludables para avanzar en el camino de la virtud, ni tan eficaces para
impedir la caída en el pecado; además de que rezando el Rosario se ganan
muchísimas indulgencias que no están concedidas a otras muchas devociones.
91) "Ciertamente -dice el Abad
Blosio-, el Rosario, con la meditación de la vida y pasión, resulta muy
agradable a Jesucristo y la Santísima Virgen y muy eficaz para obtener lo
que se desea. Podemos rezarlo tanto por nosotros como por aquellos que nos
fueron encomendados y por toda la Iglesia. Recurramos,
pues, a la devoción del Santo Rosario en todas nuestras necesidades, y
obtendremos infaliblemente lo que pidamos a Dios para nuestra
salvación."
29a Rosa
92) No hay nada más divino, en
opinión de San Dionisio, nada más noble, ni más agradable a Dios que
cooperar a la salvación de las almas y derribar las máquinas del demonio
que intenta perderlas; éste fue el motivo por el cual descendió el Hijo de
Dios a la
tierra. Derrocó, en efecto, el imperio de Satanás con la
fundación de la Iglesia, pero este tirano rehizo en parte sus fuerzas, y en
los siglos XI, XII y XIII ejercía cruel violencia sobre las almas con la
herejía de los albigenses, por los odios, disenciones y vicios abominables
que hacía reinar en el mundo.
¿Cuál sería el remedio para tan graves
males? ¿Cómo derribar las fuerzas de Satanás? La Santísima Virgen,
protectora de la Iglesia, dio como medio eficaz para apaciguar la cólera de
su Hijo, para extirpar la herejía y reformar las costumbres de los
cristianos, la Cofradía del Santo Rosario. Los hechos lo comprobaron: se
reavivó la caridad, se volvió a la frecuencia de los sacramentos como en
los primeros siglos de oro de la Iglesia y se reformaron las costumbres de
los cristianos.
93) El Papa León X dice en su bula
que esta Cofradía fue fundada en honor de Dios y de la Santísima Virgen,
como un muro para contener las desgracias que iban a caer sobre la Iglesia.
Gregorio XIII dice que el Rosario fue dado
del cielo como medio para apaciguar la cólera de Dios e implorar la
intercesión de la Santísima Virgen.
Julio III dice que el Rosario fue inspirado
para abrirnos más fácilmente el cielo, a través de la ayuda de la Santísima Virgen.
Pablo III y el Beato Pío V declaran que el
Rosario fue establecido y dado a los fieles para procurarles más
eficazmente el descanso y el consuelo espirituales. ¿Quién despreciará el
ingreso en una cofradía instituida con tan nobles fines?
94) El Padre Domingo, cartujo, muy
devoto del Santo Rosario, vio un día el cielo abierto y a toda la corte
celestial ordenada admirablemente. Oyó cantar el Rosario con arrebatadora
melodía, honrando en cada decena un misterio de la vida, de la pasión o de
la gloria de Jesucristo y de la Santísima Virgen. Y
advirtió que, cuando pronunciaban el nombre sagrado de María, hacían una
inclinación de cabeza, y al de Jesús, hacían todos una genuflexión, y daban
gracias a Dios por los grandes beneficios concedidos al cielo y a la tierra
mediante el Santo Rosario. Vio igualmente a la Santísima Virgen
y a los santos que presentaban a Dios los Rosarios que los cofrades
recitaban en la tierra y que rogaban por cuantos practicaban esta devoción.
Vio también innumerables coronas de bellísimas y olorosas flores preparadas
para los que rezan devotamente el Santo Rosario, los cuales, cuantas veces
lo rezan, se hacen una corona con la que serán engalanados en el cielo. La
visión de este devoto cartujo está en conformidad con la que tuvo el
discípulo amado cuando vio una multitud innumerable de ángeles y santos que
alababan y bendecían a Jesucristo por cuanto ha hecho y sufrido en el mundo
por nuestra salvación; y ¿no es esto lo que hacen los cofrades del Rosario?
95) No hay que figurarse que el
Rosario es sólo para las mujeres, los niños y los ignorantes; es también
para hombres, y para los más grandes hombres. Tan pronto como Santo Domingo
dio cuenta al Papa Inocencio III de la orden que había recibido del cielo
para establecer esta Cofradía, el Santo Padre la aprobó, exhortó a Santo
Domingo a predicarla y quiso ser asociado a ella. Los mismos cardenales la
abrazaron con gran fervor, de suerte que López no dudó en escribir:
"Nullus sexus, nulla aetas, nulla condicio ab oratione rosarii
subtraxit se."
Así se ven en esta Cofradía toda clase de
personas: duques, príncipes, reyes, lo mismo que prelados, cardenales,
Soberanos Pontífices. Larga sería su enumeración para este compendio, y si
ingresas, querido lector, en esta Cofradía, tendrás parte en su devoción y
sus gracias sobre la tierra y en su gloria en el cielo. "Cum quibus consortium vobis erit
devotionis, erit et communio dignitatis."
30a Rosa
96) Si los privilegios, las gracias y
las indulgencias hacen recomendable a una cofradía, puede afirmarse que la del Rosario es la
más recomendable que tiene la Iglesia, puesto que es la más favorecida y
enriquecida con indulgencias; y desde su institución apenas hay Papa que no
haya abierto los tesoros de la Iglesia para gratificarla. Como el ejemplo
persuade mejor que las palabras y los beneficios, los Soberanos Pontífices
no han podido expresar mejor la estima en que tenían a esta santa Cofradía
que asociándose a ella.
He aquí un pequeño resumen de las
indulgencias concedidas a la Cofradía del Santo Rosario, confirmadas de
nuevo por nuestro Padre Santo el Papa Inocencio XI el día 31 de julio de
1679, recibida y autorizada su publicación por el Arzobispo de París el 25
de septiembre del mismo año:
1) En el día de ingreso en la Cofradía:
indulgencia plenaria.
2) En la hora de la muerte: indulgencia
plenaria.
3) Por el rezo de cada una de las tres
partes del Rosario: diez años y diez cuarentenas.
4) Por cada vez que pronuncien devotamente
los santos nombres de Jesús y María: siete días de indulgencia.
5) A los que devotamente asistan a la
procesión del Santo Rosario: siete años y siete cuarentenas.
6) A los que, verdaderamente arrepentidos y
confesados, visiten la capilla del Rosario en la iglesia en que esté
establecida, los primeros domingos de cada mes y las fiestas de Nuestro
Señor y de la
Santísima Virgen: indulgencia plenaria.
7) A los que asistan a la Salve: cien días
de indulgencia.
8) A los que devotamente y para dar ejemplo
lleven sin reserva el Santo Rosario: cien días de indulgencia.
9) A los cofrades enfermos que, no pudiendo
ir a la iglesia y habiendo confesado y comulgado, recen durante el día el
Santo Rosario, o al menos una parte: indulgencia plenaria el día señalado
para ganarla.
10) Los Sumos Pontífices, por su gran
liberalidad hacia los cofrades del Rosario, les han dado la facultad de
ganar las indulgencias de las estaciones de Roma visitando cinco altares y
rezando ante cada uno de ellos cinco veces el padrenuestro y el avemaría
por la prosperidad de la
Iglesia. Si sólo hay un altar o dos en la iglesia donde
está establecida la Cofradía, rezarán veinticinco veces el padrenuestro y
avemaría ante este altar.
97) Gran favor ciertamente para los cofrades
del Rosario, pues la visita de las iglesias de las estaciones de Roma lleva
aparejados consigo indulgencias plenarias, librar almas del purgatorio y
muchas otras grandes remisiones que los cofrades pueden ganar sin trabajo,
sin gastos, sin salir de su país; y aun si la Cofradía no está establecida
en el lugar que habitan los cofrades, pueden ganar dichas indulgencias
visitando cinco altares de otra iglesia cualquiera, según concesión de León
X.
He aquí los días en que pueden ganarlas,
determinados y fijos para los que habitan fuera de Roma, por decreto de la Sagrada
Congregación de Indulgencias, aprobado por nuestro Santo
Padre el Papa el 7 de marzo de 1678, que ordenó sea inviolablemente
observado:
Todos los domingos de Adviento; los tres días
de las cuatro Témporas; la vigilia de Navidad, en las Misas de media noche,
de la aurora y del día; las fiestas de San Esteban, San Juan Evangelista,
Santos Inocentes, Circuncisión y Reyes; los domingos de Septuagésima,
Sexagésima, Quincuagésima, y desde el miércoles de Ceniza todos los días
hasta el domingo de Cuasimodo inclusive; los tres días de Rogativas, el día
de la Ascensión, la vigilia de Pentecostés y todos los días de la octava y
los tres días de las cuatro Témporas de septiembre.
Amados cofrades del Rosario, hay aún muchas
más indulgencias. Si queréis verlo, leed el Sumario de las indulgencias
concedidas a los cofrades del Rosario. Allí veréis los nombres de los
Papas, el año y otros particulares que no es posible consignar en este
resumen.
CUARTA DECENA
Excelencia del Santo Rosario demostrada por las maravillas que Dios
ha hecho en su favor.
31a Rosa
98) Santo Domingo, al visitar a Doña
Blanca, reina de Francia, que en los doce años que llevaba de casada no
había tenido hijos, y estaba afligida sobremanera, le aconsejó que rezara
el Rosario todos los días para lograr del cielo la gracia de tener
descendencia. Así lo hizo la reina, y su petición fue oída el año 1213, en
que nació su primogénito, que fue llamado Felipe. Pero la muerte se lo arrebató,
y más que nunca acudió ella a la Santísima Virgen,
y distribuyó gran cantidad de Rosarios en la Corte y en varias ciudades del
reino para que Dios la colmase con una completa bendición. Y esto sucedió
el año 1215, en que vino al mundo San Luis, gloria de Francia y modelo de
reyes cristianos.
99) Alfonso VIII, rey de Aragón y de
Castilla, fue, a causa de sus pecados, castigado por Dios de varias
maneras, y se vio obligado a retirarse a una ciudad de uno de sus aliados.
Encontrándose Santo Domingo en la misma el día de Navidad, predicó, según
su costumbre, el Rosario y las gracias que se obtienen de Dios por esta
devoción, y dijo, entre otras cosas, que los que lo rezan devotamente
obtendrán la victoria sobre sus enemigos y recobrarán todo lo perdido.
El rey advirtió bien estas palabras y envió
a buscar a Santo Domingo y le preguntó si era cierto cuanto había
predicado. El Santo respondió que no había que dudar, y le prometió que si
quería practicar esta devoción y apuntarse en la Cofradía, vería los efectos.
Resolvióse el rey a rezar todos los días el Rosario, continuó así durante
un año, y el mismo día de Navidad, después de rezarlo se le apareció la Santísima Virgen
y le dijo: "Alfonso, hace un año que me sirves devotamente con el
Rosario. Vengo a recompensarte. Sabe que he obtenido de mi Hijo el perdón
de todos tus pecados. Aquí tienes esto Rosario. ¡Te lo regalo! Llévalo
siempre contigo y jamás podrán perjudicarte tus enemigos."
Desapareció, dejando al rey muy consolado; volvió él a su casa llevando en
la mano el Rosario, y viendo a la reina le contó lleno de gozo el favor que
acababa de recibir de la Santísima Virgen, le tocó los ojos con el
Rosario y recobró la vista, que había perdido.
Algún tiempo después, habiendo el rey
reunido algunas tropas, con ayuda de sus aliados atacó osadamente a sus
enemigos, les obligó a devolver las tierras y a reparar los daños, los
arrojó enteramente, y fue tan afortunado en la guerra que de todas partes
iban soldados para combatir bajo su mando, porque las victorias parecían
seguir por todas partes sus batallas. No debe sorprendernos, porque no
entraba jamás en batalla sino después de haber rezado el Rosario de
rodillas; había hecho ingresar en la Cofradía a toda la corte y exhortaba a
sus oficiales y criados a ser devotos del Rosario. La reina se obligó
igualmente y los dos perseveraron en el servicio de la Santísima Virgen
y vivieron piadosamente.
32a Rosa
100) Santo Domingo tenía un primo,
llamado Don Pero o Pedro, que llevaba una vida muy disoluta. Habiendo oído
que el Santo predicaba las maravillas del Rosario y que muchos se
convertían y cambiaban de vida por este medio, dijo: "Había perdido la
esperanza de mi salvación, pero comienzo a tomar confianza, es preciso que
yo oiga a ese hombre de Dios." Asistió, pues, un día al sermón de
Santo Domingo. El Santo, al verle, redobló su ardor en atacar los vicios y
rogó a Dios, desde lo íntimo de su corazón, que abriese los ojos de su
primo para que conociera el estado miserable de su alma.
Don Pero se asustó desde luego, pero no se
resolvió a convertirse; volvió, sin embargo, a la predicación del santo, y
éste, viendo que este corazón endurecido no se convertiría sin algo
extraordinario, gritó en alta voz: "Señor Jesús, haced ver a todo este
auditorio el estado en que se encuentra el que acaba de entrar en vuestra
casa."
Entonces todo el pueblo vio a Don Pero
rodeado de una multitud de diablos en forma de bestias horribles que le
tenían atado con cadenas de hierro; huyeron todos, unos por aquí, otros por
allá, y fue para él espantoso verse objeto del horror de todos. Santo
Domingo hizo que todos se detuvieran, y dijo a Don Pero: "Conoced,
desgraciado, el deplorable estado en que os encontráis; arrojaos a los pies
de la
Santísima Virgen. Tomad este Rosario, rezadlo con devoción
y arrepentimiento de vuestros pecados y resolveos a cambiar de vida."
Se puso de rodillas, rezó el Rosario y se
sintió movido a confesarse, lo que hizo con una gran contrición. El Santo
le ordenó que rezase todos los días el Santo Rosario, y él prometió hacerlo
y se inscribió en la Cofradía; su cara, que antes había asustado a todos,
al salir de la iglesia aparecía brillante como la de un ángel. Perseveró en
la devoción al Santo Rosario, llevó una vida arreglada y murió
dichosamente.
33a Rosa
101) Predicando Santo Domingo el
Rosario cerca de Carcasona, le llevaron un hereje albigense poseso; el
Santo le exorcizó en presencia de una gran muchedumbre; se cree que le
escuchaban más de doce mil hombres. Los demonios que poseían a este
miserable estaban obligados a responder, a su pesar, a las preguntas del
Santo, que les hizo decir:
1) Que eran quince mil los que había en el
cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del
Rosario.
2) Que con el Rosario, que él predicaba,
llevaba el terror y el espanto a todo el infierno, y que era el hombre que
más odiaban en todo el mundo a causa de las almas que les quitaba con la
devoción del Rosario.
3) Revelaron otra porción de
particularidades.
Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello
del poseso y les preguntó a cuál de los santos del cielo temían más y cuál
debía ser más amado y honrado por los hombres.
A esta pregunta prorrumpieron en gritos tan
espantosos que la mayor parte del auditorio cayó en tierra sobrecogida de
espanto. Entonces los espíritus malignos, para no responder, lloraban y se
lamentaban de un modo tan lastimero y conmovedor que muchos de los
asistentes, movidos por natural piedad, lloraban también. Los demonios
decían por boca del poseso con voz lastimera: "¡Domingo! ¡Domingo!
¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño!
Tú que tienes compasión de los pecadores y
miserables, ¡ten piedad de nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te
complaces en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya padecemos!
¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!"
102) El Santo, sin inmutarse por las
dolientes palabras de estos desgraciados espíritus, les respondió que no
cesaría de atormentarles hasta que hubieran respondido a la pregunta. Dijeron
los demonios que contestarían, pero en secreto y al oído y no delante de
todos. Insistió el Santo, ordenándoles que hablasen muy alto. Los diablos
no quisieron decir palabra a pesar de la orden que les había dado.
Entonces el Santo, puesto de rodillas, hizo
a la
Santísima Virgen esta oración: "O excellentissima
Virgo Maria, per virtutem psalterii et rosarii tui, compelle hos humani
generis hostes questioni meae satisfacere." "Oh excelentísima
Virgen María, por la virtud de tu salterio y Rosario, ordena a estos enemigos
del género humano que contesten a mi pregunta."
Hecha esta oración, una llama ardiente sale
de las orejas, la nariz y la boca del poseso y hace temblar a todos, pero a
nadie hace mal. Entonces los diablos exclamaron: "Domingo, te rogamos,
por la pasión de Jesucristo y por los méritos de su santa Madre y los de
todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir nada,
porque los ángeles cuando tú quieras te lo revelarán. Nosotros somos
embusteros. ¿Por qué quieres creernos? No nos atormentes más, ten piedad de
nosotros."
"Desgraciados sois" dice Santo
Domingo, y, arrodillándose, dirigió esta oración a la Santísima Virgen:
"O Mater sapientiae dignissima et de cujus salutatione quomodo illa
fieri debeat jam edoctus est populus; pro salute populi circumstantis rogo:
Coge hosce tuos adversarios, ut plenam et sinceram veritatem palam hic
profiteantur" (1). Apenas había terminado esta oración, cuando vio
cerca de él a la
Santísima Virgen, rodeada de una multitud de ángeles, que
con una varilla de oro que tenía en la mano golpeaba al endemoniado,
diciéndole: "Contesta a la pregunta de mi servidor Domingo." Hay
que advertir que el pueblo no veía ni oía a la Santísima Virgen,
sino solamente Santo Domingo.
103) Entonces los demonios comenzaron
a gritar, diciendo: "O inimica nostra, o nostra damnatrix, o nostra
inimica, o nostra damnatrix, o confusio nostra, quare de coelo descendisti,
ut nos hic ita torqueres? Per te quae infernum evacuas et pro peccatoribus tanquam potens
advocata exoras; o Via coeli certissima et securissima, cogimur sine mora
et intermissione ulla, nobis quamvis invitis, et contra nitentibus, totam
rei proferre veritatem. Nunc declarandum nobis est simulque publicandum
ipsum medium et modus quo ipsimet confundamur, unde vae et maledictio in
aeternum nostris tenebrarum principibus.
Audite igitur vos, christiani. Haec christi
Mater potentissima est in preservandis suis servis quominus precipites
ruant in baratrum nostrum inferni. Illa est quae dissipat et enervat, ut
sol, tenebras omnium machinarum et astutiarum nostrarum, detegit omnes
fallacias nostras et ad nihilum redegit omnes nostras tentationes.
Coactique fatemur neminem nobiscum damnari qui ejus sancto cultui et pio
obsequio devotus perseverat. Unicum ipsius suspirum, ab ipsa et per ipsam
sanctissimae Trinitati oblatum, superat et excedit omnium sanctorum preces,
atque pium et sanctum eorum votum et desiderium, magisque eum formidamus
quam omnes paradisi sanctos; nec contra fideles ejus famulos quidquam
praevalere possumus.
Notum sit etiam vobis plurimos christianos in
hora mortis ipsam invocantes contra nostra jura salvari, et nisi Marietta
illa obstitisset nostrosque conatus repressisset, a longo jam tempore totam
Ecclesiam exterminassemus, nam saepissime universos Ecclesiae status et
ordines a fide deficere fecissemus. Imo planius et plenius vi et
necessitate compulsi, adhuc vobis dicimus, nullum in exercitio Rosarii sive
psalterii ejus perseverantem aeternos inferni subire cruciatus. Ipsa enim
devotis servis suis veram impetrat contritionem qua fit ut peccata sua
confiteantur, et eorum indulgentiam a Deo consequantur."
104) "¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y
confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan
cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes
sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados -a pesar
nuestro- a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y
ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!
¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede
impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa
las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras
intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras
tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su
servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad
vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La
tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra
sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos
cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las
leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta
-así la llamaban en su furia- no se hubiera opuesto a nuestros designios y
esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y
precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que
añadir, con mayor claridad y precisión -obligados por la violencia que nos
hacen- que nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque
Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los
pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de
ellos."
Entonces Santo Domingo hizo rezar el
Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y a cada avemaría que el
santo y el pueblo rezaban -¡cosa sorprendente!- salían del cuerpo de este
desgraciado una gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos.
Y cuando salieron todos los demonios y el hereje se vio completamente
libre, la
Santísima Virgen dio, aunque invisiblemente, su bendición
a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente gran alegría. Este
milagro fue causa de la conversión de gran número de herejes, que incluso
se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario.
34a Rosa
105) ¿Quién podrá contar las
victorias que Simón, conde de Montfort, ganó a los albigenses bajo la
protección de Nuestra Señora del Rosario?: fueron tan notables que jamás ha
visto el mundo cosa parecida. Con quinientos hombres desbarató un ejército
de diez mil herejes. Otra vez con treinta venció a tres mil. Después, con
mil infantes y ochocientos de caballería, hizo pedazos el ejército del rey
de Aragón, compuesto de cien mil hombres, perdiendo solamente ocho soldados
de infantería y uno de caballería.
106) ¡De cuántos peligros libró la Santísima Virgen
a Alano de Lanvallay, caballero bretón que combatía por la fe contra los
albigenses! Un día que se hallaba rodeado por todas partes de enemigos, la Santísima Virgen
lanzó contra ellos ciento cincuenta piedras y le libró de sus manos.
Otro día en que había naufragado su navío y
estaba ya próximo a sumergirse, esta bonísima Madre hizo emerger ciento
cincuenta colinas, por encima de las cuales llegó a Bretaña; y en memoria
de los milagros que había hecho en su favor la Santísima Virgen,
como recompensa del Rosario que diariamente le rezaba, fundó en Dinan un
convento para religiosos de Santo Domingo y, después de hacerse él mismo
religioso, murió santamente en Orleans.
107) Otero, soldado bretón de
Vaucouleurs, hizo huir compañías enteras de herejes y de ladrones con su
Rosario y con la espada al brazo. Sus enemigos, después de vencidos, le
aseguraron haber visto resplandecer su espada, y una vez en su brazo un
escudo que tenía pintadas las imágenes de Jesucristo, la Santísima Virgen
y los santos, que le hacían invencible y le daban fuerza para atacar.
En cierta ocasión, con diez compañías
venció a veinte mil herejes sin perder ninguno de sus soldados, lo que
impresionó de tal modo al general del ejército enemigo, que fue a ver a
Otero, abjuró de sus herejías y declaró que le había visto cubierto de
armas de fuego durante el combate.
35a Rosa
108) El Beato Alano refiere que un
Cardenal llamado Pedro, del título de Santa María del Tíber, instruido por
Santo Domingo, su íntimo amigo, en la devoción del Santo Rosario, se
interesó por ella de tal modo que fue su panegirista y la inculcaba a todos
cuantos podía. El Cardenal fue enviado como legado a Tierra Santa entre los
cristianos cruzados que combatían a los sarracenos, e hizo tales prosélitos
en el ejército cristiano -practicando todos esta devoción para conseguir el
auxilio del cielo- en un combate, con sólo tres mil triunfaron sobre cien
mil.
Ya hemos visto que los demonios temen
infinitamente al Rosario. Dice San Bernardo que la salutación angélica les
quebranta y hace estremecer a todo el infierno. El Beato Alano asegura haber
conocido varias personas que se habían entregado al diablo en cuerpo y alma
y que habían renunciado al bautismo y a Jesucristo y que, después de
abrazar la devoción del Santo Rosario, fueron libertadas de su tiranía.
36a Rosa
109) En el año 1578 una mujer de
Amberes se entregó al demonio, firmando el acta de entrega con su sangre.
Algún tiempo después se arrepintió, y como sintiera gran deseo de reparar
el mal que había hecho, buscó un confesor prudente y caritativo para
conocer el medio de librarse del poder del diablo.
Encontró efectivamente un sabio y virtuoso
sacerdote que le aconsejó buscase al Padre Enrique, director de la Cofradía
del Santo Rosario del convento de Santo Domingo, para que la inscribiese en
la Cofradía y la confesara; y así se lo pidió, pero en vez del Padre
encontró al demonio bajo la forma de un religioso que la reprendió
severamente y le dijo que ninguna gracia podía esperar de Dios, ni había
modo de revocar lo que había firmado; lo cual la afligió mucho. Pero no
perdió por completo la esperanza en la misericordia del Señor, volvió a
buscar al Padre y encontró nuevamente al diablo, que la rechazó como en la
ocasión anterior; mas repitiendo por tercera vez el intento, permitió el
Señor que encontrase al Padre Enrique, a quien buscaba, el cual la recibió
con caridad, exhortándola a confiar en la bondad de Dios y hacer una buena
confesión; la admitió en la Cofradía y le ordenó que con frecuencia rezase
el Santo Rosario. Y un día, durante la Misa que el Padre celebraba por la
mencionada mujer, la Santísima Virgen obligó al diablo a
devolverle la cédula firmada; y quedó así libertada por la autoridad de
María y la devoción al Rosario.
37a Rosa
110) Un señor que tenía muchos hijos,
metió a una de las hijas en un monasterio que se encontraba a la sazón
completamente desarreglado, pues las religiosas sólo respiraban vanidad y
frivolidad. El confesor, hombre fervoroso y devoto del Santo Rosario,
deseando dirigir a esta joven religiosa a la práctica de vida más perfecta,
le ordenó rezar todos los días el Rosario en honor de la Santísima Virgen,
meditando la vida, pasión y gloria de Jesucristo. Le agradó a ella mucho
esta devoción y poco a poco fue aborreciendo el desarreglo de sus hermanas
y empezaron a gustarle el silencio y la oración, a pesar del desprecio y
burlas de las otras religiosas, que interpretaban su fervor como
gazmoñería.
Habiendo ido por aquellos días a visitar el
monasterio un santo Abad, tuvo una extraña visión mientras oraba; le pareció
ver una religiosa en oración en su celda ante una Señora de admirable
hermosura, acompañada de un coro de ángeles, los cuales con flechas
encendidas arrojaban a la multitud de demonios que pretendía entrar; y
estos espíritus malignos huían a las celdas de las demás religiosas, en
figura de sucios animales, para excitarlas al pecado, en el cual muchas de
ellas consentían.
Conoció el Abad por esta visión el mal
espíritu de este monasterio, creyó morir de pena, llamó a la joven
religiosa y la exhortó a la perseverancia.
Reflexionando sobre la excelencia del Santo Rosario,
resolvió reformar a estas religiosas con tal devoción; adquirió para ello
hermosos Rosarios que regaló a todas las religiosas persuadiéndolas de que
lo rezasen todos los días y prometiéndoles, si así lo hacían, no
violentarlas para que se reformasen. Recibieron complacidas los Rosarios y
prometieron rezarlo con esa condición. ¡Cosa admirable!: poco a poco
dejaron sus vanidades, se dieron al recogimiento y al silencio y en menos
de un año pidieron ellas mismas la reforma. El Rosario
pudo en sus corazones más de lo que hubiera conseguido el Abad con sus
exhortaciones y su autoridad.
38a Rosa
111) Una condesa española, instruida
por Santo Domingo en la devoción del Rosario, lo rezaba diariamente con
maravilloso adelanto en la
virtud. Como aspiraba a la vida de perfección, pidió
cierto día a un Prelado y célebre predicador algunas prácticas de
perfección. Este Prelado le dijo que antes era preciso le declarase el
estado de su alma y sus ejercicios de piedad, y ella contestó que el
principal era el Rosario, que rezaba todos los días, meditando los
misterios gozosos, dolorosos y gloriosos con gran fruto espiritual para su
alma. El Obispo, entusiasmado al oír explicar las raras enseñanzas
encerradas en los misterios, le dijo: "Hace veinte años que soy doctor
en teología, he leido muchas y excelentes prácticas de devoción, pero no he
conocido nada más fructífero ni más conforme al cristianismo. Quiero
imitaros; predicaré el Rosario." Y así lo hizo, y con tal éxito, que
al poco tiempo pudo ver un gran cambio de costumbres en su diócesis: muchas
conversiones, restituciones y reconciliaciones; el libertinaje, el lujo y
el juego cesaron; comenzaron a florecer la paz en las familias, la devoción
y la caridad.
Cambio tanto más admirable cuanto que este Obispo había
trabajado mucho para conseguirlo y hasta entonces ineficazmente.
Para inculcar mejor la devoción al Rosario,
llevaba siempre uno muy hermoso, y enseñándolo al auditorio decía:
"Sabed, hermanos míos, que el Rosario de la Santísima Virgen
es tan excelente que yo soy vuestro Obispo, doctor en teología y en ambos
derechos, me glorio de llevarlo siempre como el más ilustre signo de mi
episcopado y doctorado."
39a Rosa
112) El rector de una parroquia de Dinamarca
contaba frecuentemente, para mayor gloria de Dios y con gran gozo de su
alma, que había obtenido en su parroquia un resultado análogo al de este
Obispo en su diócesis.
"Había predicado -decía- sin éxito
alguno las materias más urgentes y mas provechosas. No había fruto alguno.
Al fin me resolví a predicar el Santo Rosario y expliqué su excelencia y su
práctica, y puedo asegurar que, desde que mi pueblo gustó esta devoción, he
visto un cambio evidente en seis meses.
Tan cierto es que esta divina oración tiene
especial poder para mover los corazones e inspirarles horror al pecado y
amor a la virtud."
La Santísima Virgen dijo un día al Beato Alano:
"Así como Dios ha escogido la salutación angélica para la Encarnación
de su Verbo y para la Redención de los hombres, así quienes deseen reformar
las costumbres de los pueblos y regenerarlos en Jesucristo deben honrarme y
dirigirme la misma salutación. Yo soy -añadió- el camino por el cual vino
Dios a los hombres, y es necesario que después de Jesucristo obtengan la
gracia y las virtudes por mi mediación."
113) Yo, que esto escribo, he
aprendido por experiencia propia la fuerza de esta oración para convertir
los corazones más endurecidos. He encontrado algunos en los que las más
terribles verdades predicadas en una misión no habían hecho impresión
alguna; y en cambio, habiendo adquirido, por consejo mío, la costumbre de
rezar diariamente el Santo Rosario, se convirtieron y se dieron a Dios.
He podido observar la enorme diferencia de
costumbres entre pueblos y pueblos de las parroquias donde di misiones pues
mientras unos, por haber abandonado la práctica del Rosario, habían vuelto
a caer en las malas costumbres, otros, por haberla conservado, conservaban
también la gracia de Dios y adelantaban todos los días en la vida
cristiana.
40a Rosa
114) El Beato Alano de la Roche, el
Padre Juan Dumont, el Padre Thomas, las crónicas de Santo Domingo y otros
autores, que fueron muchos de ellos testigos oculares, refieren un gran
número de conversiones milagrosas de pecadores y pecadoras después de
veinte, treinta o cuarenta años en el mayor desorden, nada había podido
convertirlos, y que se convirtieron por esta maravillosa devoción. Por
temor a extenderme demasiado, no las referiré.
Tampoco he de referirme a las que yo mismo
he visto; todas las omito por diversas razones.
Caros lectores, si practicáis y predicáis
esta devoción, aprenderéis por propia experiencia, y experimentaréis
felizmente, el efecto maravilloso de las promesas hechas por la Santísima Virgen
a Santo Domingo, al Beato Alano de la Roche y a cuantos hagan florecer esta
devoción que le es tan grata, que instruye a los pueblos en las virtudes de
su Hijo y en las suyas, inicia en la oración mental y conduce a la
imitación de Jesucristo, a la frecuencia de los sacramentos, a la práctica
sólida de las virtudes y toda clase de buenas obras; a ganar preciosas
indulgencias que los pueblos ignoran porque los predicadores de esta
devoción apenas han hablado de ellas, contentándose con hacer del Rosario
un sermón a la moderna, aunque sólo cause muchas veces admiración y ninguna
instrucción.
115) En fin, me contento con deciros
con el Beato Alano de la Roche que el Rosario es manantial y depósito de
toda clase de bienes:
1) P Peccatoribus praestat poenitentiam;
2) S Sitientibus stillat satietatem;
3) A Alligatis adducit absolutionem;
4) L Lugentibus largitur laetitiam;
5) T Tentatis tradit tranquillitatem;
6) E Egenis expellit egestatem;
7) R Religiosis reddit reformationem;
8) I Ignorantibus inducit intelligentiam;
9) V Vivis vincit vastitatem;
10) M Mortuis mittit misericordiam per
modum suffragii (2).
"Volo -dijo un día la Santísima Virgen
al Beato Alano- ut psaltae mei in vita et in morte, et post mortem, habeant
benedictionem, gratiae plenitudinem ac libertatem, immunesque sint a
caecitate, obduratione, inopia ac servitute."
"Quiero que los devotos de mi Rosario
obtengan la gracia y bendición de mi Hijo durante su vida, en la hora de la
muerte y después de ella. Quiero que se vean libres de todas las
esclavitudes y sean reyes verdaderos, con la corona en la cabeza y el cetro
en la mano, y alcancen la gloria eterna. Amén."
(1) Oh dignísima Madre de la Sabiduría,
acerca de cuya salutación, de qué forma debe rezarse, ya queda instruido
este pueblo, te ruego para la salud de los fieles aquí presentes que
obligues a estos tus enemigos a que abiertamente confiesen aquí la verdad
completa y sincera.
(2) Los pecadores obtienen el perdón,
Las almas sedientas se sacian, Los que están atados ven sus lazos
deshechos, Los que lloran hallan alegría, Los que son tentados hallan
tranquilidad, Los pobres son socorridos, Los religiosos son reformados, Los
ignorantes son instruidos, Los vivos vencen la decadencia espiritual, Los
muertos alcanzan la misericordia por vía de sufragios.
(1) Ef 5,1.
QUINTA DECENA
De cómo debe rezarse el Rosario.
41a Rosa
116) No es la duración, sino el
fervor de nuestras oraciones lo que agrada a Dios y le gana el corazón. Una
sola avemaría bien dicha tiene más mérito que ciento cincuenta mal dichas. Casi
todos los católicos rezan el Rosario, al menos una parte o algunas decenas
de avemarías. ¿Por qué, pues, hay tan pocos que se enmienden de sus pecados
y adelanten en la virtud, sino porque no hacen las oraciones como es
debido?
117) Veamos, pues, el modo de rezar
para agradar a Dios y hacernos santos. En principo, es preciso que la
persona que reza el Santo Rosario se halle en estado de gracia o al menos
resuelta a salir del pecado, pues la teología nos enseña que las oraciones
y buenas obras hechas en pecado mortal son obras muertas que no pueden ser
agradables a Dios ni merecer la vida eterna. En este sentido está escrito:
"Non est speciosa laus in ore peccatoris" (1).
Ni la alabanza, ni la salutación angélica,
ni aun la oración enseñada por Jesucristo son agradables a Dios cuando
salen de la boca de un pecador impenitente:
"Populus hic labiis me honorat, cor
autem eorum longe est a me" (2).
Esas personas que ingresan en mis
cofradías, dice Jesucristo, y rezan todos los días el Rosario o una parte
de él sin contrición alguna de sus pecados, me honran con los labios, pero
su corazón está muy lejos de mí.
He dicho "o al menos resuelta a salir
del pecado": 1) Porque si fuera necesario estar absolutamente en
gracia de Dios para hacer oraciones que le fuesen agradables, se seguiría
que los que están en pecado mortal no deberían rezar, a pesar de que tienen
más necesidad de ello que los justos; y por tanto, no debería aconsejarse
nunca a un pecador que rezase el Rosario, ni una parte de él, porque le
sería inútil, lo cual es un error condenado por la Iglesia. 2) Porque si
con voluntad de permanecer en el pecado y sin intención alguna de salir de
él se inscribiese en una cofradía de la Santísima Virgen,
o rezase el Rosario, o una parte de él, u otra oración, se haría del número
de los falsos devotos de la Santísima Virgen y de los devotos
presuntuosos e impenitentes que bajo el manto de la Santísima Virgen,
con el escapulario sobre su cuerpo y el Rosario en la mano, gritan:
"¡Santa y bondadosa Virgen, Dios te salve, María!" y no obstante
crucifican y desgarran cruelmente a Jesucristo con sus pecados y caen para
su desgracia de las más santas cofradías de la Santísima Virgen
a las llamas del infierno.
118) Aconsejamos el Santo Rosario a
todos: a los justos, para perseverar y crecer en gracia de Dios, y a los
pecadores, para salir de sus pecados. Pero no agrada ni puede agradar a
Dios que exhortemos a un pecador a hacer del manto de protección de la Santísima Virgen
un manto de condenación para ocultar sus crímenes y cambiar el Rosario, que
es el remedio de todos los males, en veneno mortal y funesto.
"Corruptio optimi pessima."
Es necesario ser ángel de pureza, dice el
sabio Cardenal Hugo, para acercarse a la Santísima Virgen
y rezar la salutación angélica. Ella hizo que un impúdico que rezaba, por
regla general diariamente, el Rosario pudiera ver hermosos frutos en un
vaso manchado de inmundicias; y como se sintiera él horrorizado, le dijo la
Señora: "He ahí como me sirves: me presentas rosas bellísimas en un
vaso sucio y corrompido. Juzga si pueden resultarme agradables."
42a Rosa
119) No basta para rezar bien
expresar nuestra súplica con la más hermosa de las oraciones, que es el
Rosario, sino que es preciso hacerlo con gran atención, porque Dios oye la
voz del corazón más bien que la de la boca. Orar con distracciones voluntarias
sería gran irreverencia que haría nuestros Rosarios infructuosos y nos
llenaría de pecados. ¿Cómo osaremos pedir a Dios que nos oiga, si no nos
oímos nosotros mismos y si mientras suplicamos a esta imponente majestad,
ante quien todo tiembla, nos distraemos voluntariamente a correr tras de
una mariposa? Es alejar de uno la bendición de este gran Señor,
convirtiéndola en la maldición lanzada contra los que hacen la obra de Dios
con negligencia: "Maledictus qui facit opus Dei neglegenter" (3).
120) Cierto que no se puede rezar el
Rosario sin tener alguna distracción involuntaria, y aun es difícil decir
un avemaría sin que la imaginación siempre inquieta quite algo de la atención;
pero sí se puede rezar sin distracciones voluntarias, y para disminuir las
involuntarias y fijar la atención, deben ponerse todos los medios.
A tal efecto, poneos en la presencia de
Dios, creed que Dios y su Santísima Madre os miran, que vuestro ángel de la
guarda está a vuestra derecha y recoge vuestras avemarías como otras tantas
rosas, si son bien rezadas, para hacer una corona a Jesús y María, y que,
por el contrario, el demonio está a vuestra izquierda y merodea alrededor
para devorar vuestras avemarías y anotarlas en su libro de muerte, cuando
no son dichas con atención, devoción y modestia. Sobre todo, no dejéis de
ofrecer los decenarios en honor de los misterios y de representaros en la
imaginación a Nuestro Señor y a su Santísima Madre en el misterio que
consideréis.
121) Se lee en la vida del Beato
Hermann, de la Orden de los Premonstratenses, que cuando rezaba el Rosario
con atención y devoción, meditando sus misterios, se le aparecía la Santísima Virgen
radiante de luz, de hermosura y de majestad. Pero después se le enfrió la
devoción y rezaba el Rosario de prisa y sin atención; se le apareció
entonces con la cara arrugada, triste y desagradable. Como el Beato Hermann
se sorprendiera de tal cambio, díjole la Santísima Virgen:
"Me presento a tus ojos como estoy en tu alma, pues tú me tratas
solamente como una persona vil y despreciable. ¿Qué fue de aquellos tiempos
en que me saludabas con respeto y atención, meditando mis misterios y
admirando mis grandezas?"
43a Rosa
122) Así como no existe oración más
meritoria para el alma y más gloriosa para Jesús y María que el Rosario
bien rezado, no hay tampoco ninguna oración más difícil de rezar bien y
perseverar en ella, particularmente por las distracciones que vienen como
naturalmente de la frecuente repetición de la misma súplica.
Cuando se reza el oficio de la Virgen Santísima,
los siete salmos o cualquier otra oración que no sea el Rosario, el cambio
o diversidad de términos de que se componen tales oraciones detiene la
imaginación y recrea el espíritu, dando al alma, consiguientemente,
facilidad para rezarlas bien. Pero en el Rosario, como son siempre los
mismos padrenuestros y avemarías y combinados de igual modo es bien difícil
no cansarse, no dormirse y no dejarlo para seguir otros rezos más
recreativos y menos molestos. Esto es lo que hace que se necesite
infinitamente más devoción para perseverar en el rezo del Santo Rosario que
en ninguna otra oración, aunque sea ésta el salterio de David.
123) Y aumentan esta dificultad
nuestra imaginación, tan inquieta que ni un solo momento está en reposo, y
la malicia del demonio, tan infatigable para distraernos e impedir nuestra
oración. ¿Qué no hará contra nosotros este espíritu malo, mientras nosotros
rezamos el Rosario contra él? Acrecienta nuestra natural languidez y
nuestra negligencia. Antes de la oración aumenta el hastío, las
distracciones y el decaimiento; durante la oración nos asalta por todas
partes, y cuando hemos terminado de orar entre mil trabajos y
distracciones, nos dice: "No has hecho nada meritorio, tu Rosario nada
vale, mejor te fuera trabajar y ocuparte en tus negocios; pierdes el tiempo
en rezar tantas oraciones vocales sin atención; media hora de meditación o
una buena lectura valdría mucho más. Mañana, que no tendrás tanto sueño,
rezarás con más atención, deja el resto de tu Rosario para mañana." De
este modo, el diablo, con sus artificios, consigue con frecuencia que se
abandone el Rosario más o menos por completo o siquiera que se difiera.
124) No lo creais, amados cofrades del
Rosario, y tened valor; pues aunque durante todo el Rosario haya estado
vuestra imaginación llena de distracciones e ideas extravagantes, si las
habéis procurado desechar lo mejor posible desde el momento en que os
apercibisteis de ello, vuestro Rosario es mucho mejor, porque es más
meritorio y tanto más meritorio cuanto más difícil; y es tanto más difícil
cuanto resulta naturalmente menos agradable al alma estar lleno de las
enojosas moscas y hormigas de las distracciones que recorren nuestra imaginación,
a pesar de nuestra voluntad, no dejando así al alma tiempo para gustar lo
que dice y reposar en paz.
125) Si es preciso que luchéis
durante todo el Rosario contra las distracciones, combatid valientemente
con las armas en la mano; es decir, continuando el Rosario, aunque sin
gusto ni consuelo sensible; es un terrible pero saludable combate para el
alma fiel; si rendís vuestras armas, es decir, si dejáis el Rosario; estáis
vencidos, y por el momento el demonio, vencedor de vuestra firmeza, os
dejará en paz, y en el día del juicio os reprochará vuestra pusilanimidad y
infidelidad. "Qui fidelis est in minimo et in majori fidelis est"
(4): El que es fiel en las cosas pequeñas lo será también en las grandes.
El que es fiel en rechazar las pequeñas
distracciones durante una breve plegaria será también fiel en las cosas
grandes. Nada, en efecto, más cierto que este principio, pues el Espíritu
Santo es quien lo ha dicho. Valor, pues, buenos servidores y fieles siervos
de Jesucristo y de la Santísima Virgen, que habéis tomado la
resolución de rezar el Rosario diariamente. Que la multitud de moscas, yo
llamo así a las distracciones que os hacen la guerra mientras rezáis, no
sea capaz de obligaros indignamente a dejar la compañía de Jesús y María en
la que estáis al rezar el Rosario. Pondré después los modos de disminuir
las distracciones.
44a Rosa
126) Después de invocar al Espíritu
Santo para rezar bien el Santo Rosario, poneos un momento en la presencia
de Dios y ofreced las decenas, del modo que veréis más adelante.
Antes de empezar la decena, deteneos un
momento, más o menos prolongado, según el tiempo de que dispongáis, para
considerar el misterio que celebréis en la decena, y pedid siempre, por ese
misterio y por la intercesión de la Santísima Virgen,
una de las virtudes que más sobresalgan en el misterio o aquélla de que os
encontréis más necesitados.
Tened cuidado, sobre todo, con las dos
faltas que ordinariamente cometen todos los que rezan el Santo Rosario.
La primera es no formar intención alguna al
rezar el Rosario, de manera que si les preguntáis por qué lo rezan, no
sabrían responderos. Por eso debéis tener siempre presente al rezar el
Rosario alguna gracia que pedir, alguna virtud que deseáis practicar o
algún pecado de que queréis veros libres.
La segunda falta que comúnmente se comete
al rezar el Rosario es no tener otra intención, después de empezado, si no
es la de acabarlo pronto. Esto proviene de considerar el Rosario como algo
oneroso, que pesa mucho cuando no se ha rezado, sobre todo si se ha hecho
ya de ello así como un deber de conciencia o cuando se nos ha impuesto por
penitencia o como a nuestro pesar.
127) Da compasión el ver cómo reza el
Rosario la mayor parte de las gentes; lo dicen con precipitación
vertiginosa y aun omiten parte de las palabras. No osarían cumplimentar de
tal modo al último de los hombres, y no obstante se llega a creer que Jesús
y María estarán con ello muy honrados...
Después de esto, ¿cabe asombrarse si las
más santas oraciones de la Religión Cristiana quedan casi sin fruto
alguno; y si después de rezar mil y diez mil Rosarios no es uno más santo?
Detén, querido cofrade del Rosario, tu
precipitación natural al rezarlo y haz algunas pausas en medio del
padrenuestro y del avemaría, y una pausa más breve después de las palabras
del padrenuestro y del avemaría que señalo aquí con una cruz.
Padre Nuestro, que estás en el cielo +
santificado sea tu nombre + venga a nosotros tu reino + hágase tu voluntad
+ en la tierra como en el cielo +.
Danos hoy + nuestro pan de cada día +
perdona nuestras ofensas + como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden + no nos dejes caer en la tentación + y líbranos del mal. Amén +.
Dios te salve, María, llena eres de gracia
+ el Señor es contigo + bendita tú eres entre todas las mujeres + y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús +.
Santa María, Madre de Dios + ruega por
nosotros, pecadores, ahora + y en la hora de nuestra muerte. Amén +.
Te costará trabajo al principio hacer estas
paradas por la mala costumbre contraída de rezar precipitadamente, pero un
decenario dicho con pausa te será más meritorio que miles de Rosarios sin
detención, sin reflexionar.
128) El Beato Alano de la Roche y
otros autores, entre ellos Belarmino, cuentan que un buen sacerdote
aconsejó a tres hermanas, penitentes suyas, que rezasen diaria y
devotamente el Rosario, durante un año, sin faltar ningún día, para tejer
un hermoso vestido de gloria a la Santísima Virgen;
y que éste era un secreto que el cielo le había comunicado. Las tres
hermanas lo hicieron así durante un año, y el día de la Purificación, al
atardecer, cuando ya estaban retiradas, entró en su habitación la Santísima Virgen,
acompañada de Santa Catalina y de Santa Inés, llevando la Santísima Virgen
un vestido resplandeciente de luz, sobre el cual se leía, escrito por todas
partes con caracteres de oro: "Ave Maria gratia plena." La Santísima Virgen
aproximóse a la cama de la primogénita y le dijo: "Yo te saludo, hija
mía, que tan bien y tan frecuentemente me saludaste. Vengo a agradecerte
los hermosos vestidos que me hiciste."
Diéronle también las gracias las dos santas
vírgenes que la acompañaban y las tres desaparecieron.
Una hora después, la Santísima Virgen
volvió con sus dos compañeras a la misma habitación, vestida con un traje
verde, pero sin oro y sin luminosidad, se acercó al lecho de la segunda
hermana y le dio gracias por el traje que le había hecho rezando su
Rosario; pero como ella había visto a la Santísima Virgen
aparecerse a su hermana mayor con mucha mayor brillantez, pidióle la razón
de ello. "Es -respondió María- que me hizo mejor vestido, rezando el
Rosario mejor que tú."
Una hora más tarde, aproximadamente,
aparecióse la
Santísima Virgen por tercera vez a la más joven de las
hermanas, vestida con un harapo sucio y roto, diciéndole: "¡Oh hija
mía!, así me vestiste; yo te lo agradezco."
La joven, cubierta de confusión, exclamó:
"¡Oh Señora mía! Perdón os pido por haberos vestido tan mal, dadme
tiempo para haceros un hermoso traje rezando bien el Rosario."
Desaparecida la visión, contó la afligida joven a su confesor cuánto le
había ocurrido, y éste la animó a rezar durante un año el Rosario con más
perfección que nunca, cosa que ella hizo. Al cabo del año, el mismo día de
la Purificación, la Santísima Virgen, también acompañada de Santa
Catalina y Santa Inés, que llevaban coronas, y vestida con hermosísimo
traje, se les apareció al atardecer y les dijo: "Estad seguras, hijas
mías, del reino de los cielos, donde entraréis mañana con gran
alegría." A lo que respondieron las tres: "Preparado está nuestro
corazón, amadísima Señora, nuestro corazón está preparado." La visión
desapareció. Aquella misma noche se sintieron enfermas, llamaron a su
confesor, recibieron los últimos sacramentos y dieron las gracias a su
director por la santa práctica que les había enseñado. Después de Completas
se les apareció de nuevo la Santísima Virgen acompañada de un gran número
de vírgenes, e hizo vestirse con túnicas blancas a las tres hermanas, que,
luego de esto, fueron al cielo, mientras cantaban los ángeles: "Venid,
esposas de Jesucristo, recibid las coronas que os están preparadas desde la
eternidad."
Aprended de esta historia varias verdades:
1) cuán importante es tener buenos directores que inspiren santas prácticas
de piedad y particularmente el Santo Rosario; 2) cuán importante es rezar
el Santo Rosario con atención y devoción; 3) cuán benigna y misericordiosa
es la
Santísima Virgen con los que se arrepienten del pasado y
proponen enmendarse; 4) cuán liberal es en recompensar durante la vida, en
la hora de la muerte y en la eternidad los pequeños servicios que con
fidelidad se le hacen.
45a Rosa
129) Añado que es preciso rezar el
Santo Rosario con modestia; es decir, en cuanto se pueda, de rodillas, con
las manos juntas y entre ellas el Rosario. No obstante, en caso de
enfermedad puede rezarse en la cama; de viaje, puede rezarse caminando, y
si por alguna enfermedad no se puede estar de rodillas, puede rezarse en
pie o sentado. Puede también rezarse trabajando, cuando no es posible dejar
el trabajo, para satisfacer los deberes de la profesión, porque el trabajo
manual no siempre es contrario a la oración vocal.
Confieso que nuestra alma, por su
limitación, cuando está atenta al trabajo de las manos, lo está menos a las
operaciones del espíritu, tales como la oración; pero, sin embargo, de
imponerlo la necesidad, tiene también su precio esta oración ante la Santísima Virgen,
que recompensa más el buen deseo del corazón que el acto exterior.
130) Os aconsejo dividir el Rosario
en tres partes y tres tiempos diferentes del día, es preferible dividirlo
así a rezarlo todo de una vez.
Si no podéis encontrar tiempo suficiente
para rezar el tercio seguido, rezad una decena aquí y la otra allá y
podréis arreglaros de modo que, a pesar de vuestras ocupaciones y negocios,
antes de acostaros, hayáis rezado el Rosario completo.
Imitad en eso la fidelidad de San
Francisco de Sales, quien, cierto día que se hallaba muy cansado por las
visitas que había hecho, cuando eran ya muy cerca de las doce de la noche,
recordó que le faltaba por rezar algunas decenas del Rosario, e
inmediatamente se puso de rodillas y las rezó antes de acostarse, a pesar
de todas las respetuosas reconvenciones que su capellán, viéndole tan
cansado, le hizo para que aplazase hasta la mañana siguiente lo que quedaba
por rezar.
Imitad la fidelidad, modestia y devoción de
aquel santo religioso que, según refieren las crónicas de San Francisco,
tenía por costumbre rezar un Rosario con mucha devoción y modestia antes de
comer, como más arriba contamos (5).
46a Rosa
131) De cuantos modos hay de rezar el
Rosario, el más glorioso para Dios y saludable para el alma, como también
el más terrible para el diablo, es salmodiarlo o rezarlo públicamente a dos
coros.
Dios se complace en las asambleas. Todos
los ángeles y santos reunidos en el cielo le cantan incesantemente
alabanzas. Los justos de la tierra, reunidos en varias comunidades, le
ruegan colectivamente día y noche. Nuestro Señor aconsejó expresamente tal
práctica a sus Apóstoles y discípulos, prometiéndoles que cuantas veces se
reuniesen dos o tres en su nombre se encontraría en medio de ellos (6).
¡Qué dicha estar en compañía de Jesús! Sin embargo, para poseerle basta con
reunirse a rezar el Rosario. ¡Estar en compañía de Jesucristo! He ahí la
razón por la que los primeros cristianos se reunían tan a menudo, a
despecho de las persecuciones de los emperadores, que les prohibían
congregarse. Preferían exponerse a la muerte a faltar a sus asambleas, en
las que estaban ciertos de tener en su compañía a Jesús.
132) Este modo de oración es más
saludable al alma:
1) Porque el espíritu está ordinariamente
más atento en la oración pública que en la oración en privado.
2) Cuando se reza en comunidad, las oraciones
de cada individuo se hacen comunes a toda la asamblea y no forman todas
juntas más que una sola oración; de suerte que si algún particular no reza
tan bien, otro que lo hace mejor compensa su falta; el fuerte sostiene al
débil, el fervoroso enardece al tibio, el rico enriquece al pobre, el malo
pasa entre los buenos. ¿Cómo vender una medida de cizaña? Basta mezclarla
con cuatro o cinco fanegas de trigo bueno.
3) Una persona que reza el Rosario sola
tiene solamente el mérito de un Rosario; pero si lo reza con treinta
personas, adquiere el mérito de treinta Rosarios. Tales son las leyes de la
oración pública. ¡Qué ganancia! ¡Qué ventaja!
4) Urbano VIII, muy satisfecho de la
devoción del Rosario, que se rezaba a dos coros en muchos lugares de Roma,
especialmente en el convento de la Minerva, concedió cien días de
indulgencia cuantas veces se rezara a dos coros: Toties quoties. Éstos son
los términos de su breve que empieza: Ad perpetuam rei memoriam, año 1626.
Así que todas las veces que se reza el Rosario en comunidad se ganan cien
días de indulgencia.
5) Esta oración pública es más poderosa
para apaciguar la ira de Dios y alcanzar su misericordia que la oración
particular, y la Iglesia, dirigida por el Espíritu Santo, se sirvió de esa forma
de oración en los tiempos de miserias y calamidades públicas.
El Papa Gregorio XIII declara en una bula
que es forzoso creer piadosamente que las oraciones públicas y las
procesiones de los cofrades del Santo Rosario habían contribuido mucho a
obtener de Dios la gran victoria que los cristianos ganaron en el golfo de
Lepanto sobre la armada de los turcos el primer domingo de octubre del año
1571.
133) Luis el Justo, de feliz memoria,
sitiando La Rochela, donde tenían los herejes revolucionarios sus fuertes,
escribía a la Reina, su madre, para que se hiciesen oraciones públicas por
la prosperidad de su ejército. La Reina resolvió organizar Rosarios
públicos en la iglesia de los Hermanos Predicadores del barrio de San
Honorato de París, lo que cumplió con el mayor esmero el señor Arzobispo.
Se empezó esta devoción el 20 de mayo de 1628. Asistieron la Reina Madre y la Reina Regente,
así como el Duque de Orleans, los eminentísimos señores Cardenales de la
Rochefoucault y de Berulle, muchos prelados, toda la corte y una multitud
innumerable de pueblo. El señor Arzobispo leía en alta voz las meditaciones
sobre los misterios del Rosario y empezaba a continuación el padrenuestro y
el avemaría de cada decena, que los religiosos y asistentes contestaban.
Después del Rosario, llevaban en procesión la imagen de la Santísima Virgen,
cantando sus letanías.
Continuóse esta devoción todos los sábados
con admirable fervor y bendición evidente del cielo, pues el Rey triunfó
sobre los ingleses en la isla de Re y entró victoriosamente en La Rochela
el día de Todos los Santos del mismo año; lo que demuestra la fuerza de la
oración pública.
134) En fin, el Rosario rezado en
comunidad es mucho más terrible para el demonio, pues se constituye por tal
medio un cuerpo de ejército para atacarle. Triunfa, algunas veces con
facilidad, de la oración particular, pero si ésta se une a la de los demás,
entonces con gran dificultad podrá conseguir su propósito. Es fácil romper
una varita, pero si la unís a otra y hacéis un haz, no podréis romperla.
"Vis unita fit fortior." Los soldados se unen en cuerpo de
ejército para combatir a sus enemigos, los malos se unen con frecuencia
para sus excesos y sus bailes, los mismos demonios se unen para perdernos;
¿por qué, pues, los cristianos no han de unirse para estar en compañía de
Jesucristo, para apaciguar la ira de Dios, para alcanzar su gracia y su
misericordia y para vencer y abatir más poderosamente a los demonios?
Amados cofrades del Rosario, sea que viváis
en la ciudad o en el campo, cerca de la iglesia parroquial o de una
capilla, id a ella al menos todas las tardes y, con permiso del señor
rector de dicha parroquia y en compañía de cuantos lo deseen, rezad el
Rosario a dos coros; haced lo mismo en vuestra casa o en la de un
particular cualquiera del pueblo, si no tenéis la comodidad de la iglesia o
capilla.
135) Es una santa práctica que Dios,
por su misericordia, estableció en los lugares en que di misiones, para
conservar y aumentar el fruto e impedir el pecado. En esas villas y aldeas,
antes de establecer el Rosario, sólo bailes, excesos, disolución,
inmodestias, juramentos, querellas y divisiones se veían; únicamente se
escuchaban canciones deshonestas y palabras de doble sentido. Al presente
no se oyen más que los cánticos y la salmodia del padrenuestro y el
avemaría, sólo se ven santas compañías de veinte, treinta, cien y más
personas que cantan como religiosos alabanzas a Dios en una hora
determinada.
Hay también lugares en que diariamente se
reza el Rosario en comunidad en tres tiempos del día. ¡Qué bendición del
cielo! Como por todas partes hay réprobos, no dudéis de que hay en los
lugares donde vivís algunos malos que desdeñarán de venir a vuestro
Rosario, que os ridiculizarán quizás y aun harán cuanto puedan, con sus
malas palabras y ejemplos, para impediros continuar este santo ejercicio;
pero resistid. Como tales desgraciados han de estar para siempre separados
de Dios y de su paraíso en el infierno, es preciso que aquí
anticipadamente, en la tierra, se separen de Jesucristo y de sus servidores
y siervas.
47a Rosa
136) Separaos de los malos, pueblo de
Dios, almas predestinadas, y para escapar y salvaros de en medio de los que
se condenan por su impiedad, indevoción y ociosidad, decidíos, sin perdida
de tiempo, a rezar con frecuencia el Santo Rosario, con fe, con humildad,
con confianza y con perseverancia.
Quien piense seriamente en el mandato de
Jesucristo de que oremos siempre, en su ejemplo, en las inmensas
necesidades que tenemos de la oración a causa de nuestras tinieblas, ignorancias
y debilidades y de la multitud de nuestros enemigos, no se contentará,
ciertamente, con rezar el Rosario una vez al año, según ordena la Cofradía
del Rosario perpetuo, ni todas las semanas, como la del Rosario
ordinario prescribe, sino que lo rezará todos los días, sin faltar uno,
como la Cofradía del Rosario cotidiano señala, aunque no tenga otra
obligación que la de salvarse.
Oportet, es necesario, semper orare, orar
siempre, et non deficere (7), no cesar de orar.
137) Son éstas palabras eternas de
Jesucristo, que es forzoso creer y practicar, bajo pena de condenación.
Explicadlas como queráis, con tal que no las expliquéis a la moda, a fin de
no practicarlas a la
moda. Jesucristo nos dio su verdadera explicación en los
ejemplos que nos ha dejado: "Exemplum dedi vobis, ut quemadmodum ego
feci, ita et vos faciatis" (8). "Erat pernoctans in oratione
Dei" (9). Como si el día no le bastase, empleaba la noche en la
oración.
Con frecuencia repetía a sus Apóstoles
estas dos palabras: "Vigilate et orate" (10). Velad y orad. La
carne es débil, la tentación próxima y continua. Si no oráis siempre,
caeréis. Como quiera que creyeron que lo que Nuestro Señor les decía era
sólo de consejo, interpretaron estas palabras a la moda y por eso cayeron
en la tentación y en el pecado, aun estando en compañía de Jesucristo.
138) Si quieres vivir, amado cofrade,
a la moda y condenarte a la moda; es decir, si transiges con caer de vez en
cuando en pecado mortal, pensando confesarte después, si evitas los pecados
groseros y escandalosos y conservas las apariencias de la hombría de bien,
no son necesarias tantas oraciones, ni que reces tantos Rosarios; una
pequeña oración por la mañana y por la tarde, unos cuantos Rosarios que te
sean impuestos en penitencia y algunas decenas de avemarías cuando te
vinieren en gana, son bastante para aparecer ante el mundo como cristiano.
Si hicieras menos, te acercarías al libertinaje; si hicieras más, te
aproximarías a la excepción, a la gazmoñería.
139) Pero si, como verdadero
cristiano que desea de veras salvarse y caminar por el sendero de los
santos, quieres no caer de ningún modo en pecado mortal, romper todas las
ligaduras y apagar todos los dardos encendidos del diablo, es necesario que
reces siempre como enseñó Jesucristo.
Por tanto, es necesario, al menos, que
reces diariamente el Rosario u otras oraciones equivalentes.
Y repito "al menos" porque ése
será el fruto que conseguirás rezando el Rosario todos los días: evitar
todos los pecados mortales y vencer todas las tentaciones, en medio de los
torrentes de iniquidad del mundo, que arrastran con frecuencia a los más
seguros; en medio de las espesas tinieblas, que ciegan con frecuencia a los
más iluminados, en medio de los espíritus malignos, que, más diestros que
nunca y con menos tiempo para tentar, lo hacen con mayor habilidad y éxito.
¡Oh, qué maravilla de la gracia del Santo
Rosario! ¡Poder escapar del mundo, del demonio y de la carne y salvarte
para el cielo!
140) Si no queréis creer lo que os
digo creed en vuestra propia experiencia. Yo os pregunto si cuando sólo
hacíais un poco de oración, como se hace en el mundo y del modo que
ordinariamente se hace, podíais evitar faltas graves y grandes pecados que
por vuestra ceguera os parecían pequeños. Abrid, pues, los ojos, y para vivir
y morir santamente, sin pecados, al menos mortales, orad siempre, rezad
todos los días el Rosario, como lo hacían en otro tiempo los cofrades al
establecerse la Cofradía. La Santísima Virgen, al dárselo a
Santo Domingo, le ordenó que lo rezase e hiciera rezar todos los días; y el
Santo no recibía en la Cofradía a ninguno como no estuviera resuelto a
rezarlo diariamente. Si, ahora, no se exige, en la Cofradía del Rosario
ordinario, más que un Rosario por semana, es porque el fervor se ha apagado
y se ha enfriado la
caridad. De aquí se deduce que puede decirse de quien
reza poco: "Non fuit ab initio sic" (11).
Es preciso
también advertir tres cosas.
141) La primera, que si deseáis
inscribiros en la Cofradía del Rosario cotidiano y participar de las
oraciones y méritos de los que están en ella, no basta con ser inscrito en
la Cofradía del Rosario ordinario o tomar solamente la resolución de rezar
el Rosario todos los días; es preciso además dar vuestro nombre a los que
tienen potestad para inscribiros; y es conveniente confesar y comulgar en
la ocasión de ser recibidos cofrades por esta intención. La razón de la
mencionada advertencia consiste en que el Rosario ordinario no envuelve el
cotidiano, pero el Rosario cotidiano implica el ordinario.
Lo segundo que debe tenerse en cuenta es:
que no hay, absolutamente hablando, ningún pecado, ni aun venial, en faltar
de rezar el Rosario diario, ni el semanal, ni el anual.
Y lo tercero, que cuando la enfermedad, obediencia
legítima, necesidad u olvido involuntario son causa de que no podáis rezar
el Rosario, no dejáis por eso de tener su mérito y no perdéis la
participación en los Rosarios de los otros cofrades; y por tanto no es
necesario en absoluto que al día siguiente recéis dos Rosarios para suplir
al que habéis faltado, sin culpa vuestra según yo supongo. Si, no obstante,
la enfermedad os permitiera rezar una parte del Rosario, debéis rezarla.
"Beati qui stant coram te semper." "Beati qui habitant in
domo tua, Domine, in saecula saeculorum laudabunt te" (12):
Bienaventurados, oh Jesús, Señor nuestro, los cofrades del Rosario
cotidiano, que todos los días están alrededor vuestro y en vuestra casita
de Nazaret alrededor de vuestra cruz sobre el Calvario y alrededor de
vuestro trono en los cielos, para meditar y contemplar vuestros misterios
gozosos, dolorosos y gloriosos. ¡Oh, qué felices son en la tierra por las
gracias especiales que les comunicáis y qué dichosos serán en el cielo,
donde os alabarán de modo especial por los siglos de los siglos!
142) Además es preciso rezar el
Rosario con fe, según las palabras de Jesucristo: "Credite quia
accipietis et fiet vobis" (13): Creed que recibiréis de Dios lo que le
pidáis, y os escuchará. Os dirá: "Sicut credidisti, fiat tibi"
(14). Hágase como has creído. "Si quis indiget sapientiam, postulet a
Deo; postulet autem in fide nihil haesitans" (15): Si alguno necesita
sabiduría, que la pida a Dios con fe, sin dudar, rezando el Rosario, y se
le dará.
143) Es también necesario rezar con
humildad, como el publicano que estaba con las dos rodillas en tierra, y no
con una rodilla en el aire o sobre un banco, como los mundanos; estaba al
fondo de la iglesia, y no en el santuario, como el fariseo; tenía los ojos
bajos hacia el suelo, sin atreverse a mirar al cielo, y no con la cabeza
levantada, mirando acá y allá, como el fariseo; y golpeaba su pecho
confesándose pecador y pidiendo perdón: "Propitius esto mihi
peccatori" (16), y no como el fariseo, que se vanagloriaba de sus buenas
obras, despreciando a los demás en sus oraciones. Guardaos de la orgullosa
oración del fariseo que le volvía más endurecido y maldito; imitad, en
cambio, la humildad del publicano en su oración, que le obtuvo la remisión
de sus pecados.
Tened cuidado en no tender a lo
extraordinario y de no pedir y desear conocimientos extraordinarios,
visiones, revelaciones y otras gracias milagrosas que algunas veces se han
comunicado a ciertos santos en el rezo del Rosario. "Sola fides
sufficit" (17), la fe sola es suficiente en la actualidad, puesto que
el Evangelio y todas las devociones y prácticas de piedad son
suficientemente establecidas.
No omitáis jamás la más mínima parte del
Rosario en vuestros desalientos, sequedades y decaimientos interiores; eso
sería señal de orgullo e infidelidad; sino, como bravos campeones de Jesús
y María, sin ver, sentir, ni gustar nada, rezad en medio de toda vuestra
sequedad el padrenuestro y el avemaría, pensando lo mejor que podáis en los
misterios.
No deseéis los bombones y golosinas de los
niños para comer vuestro pan cotidiano, y para imitar con más perfección a
Jesucristo en su agonía, prolongad vuestro Rosario cuando tengáis más
trabajo para rezarlo: "Factus in agonia prolixius orabat" (18);
para que pueda aplicarse a vosotros lo dicho de Jesucristo cuando estaba en
la agonía de la oración: oraba más largamente.
144) En fin, orad con mucha
confianza, fundada en la bondad y liberalidad infinita de Dios y en las
promesas de Jesucristo. Dios es un manantial de agua viva que afluye al
corazón de los que oran. Jesucristo es el pecho del Padre Eterno, lleno de
la leche de la gracia y de la verdad; el mayor deseo del Padre Eterno con
relación a nosotros es comunicarnos las aguas saludables de su gracia y
misericordia; y exclama: "Omnes sitientes venite ad aquas" (19):
Venid a beber de mis aguas por la oración; y cuando no se le pide, se
lamenta de que se le abandona: "Me dereliquerunt fontem aquae
vivae" (20). Se proporciona un gran placer a Jesucristo pidiéndole sus
gracias; y mayor satisfacción todavía que procura a las madres naturales
dar a sus hijos el néctar de sus pechos. La oración es el canal de la
gracia de Dios y a modo de pecho maternal de Jesucristo. Si no se acude a
ella como deben hacerlo todos los hijos de Dios, Jesucristo se queja
amorosamente: "Usque modo non petistis quidquam, petite et accipietis,
quaerite et invenietis, pulsate et aperietur vobis" (21): Hasta ahora
nada me habéis pedido: pedidme y os daré, buscad y encontraréis, llamad a
mi puerta, que yo os la
abriré. Y para animarnos más a rogarle con confianza,
empeña su palabra de que el Eterno Padre nos concederá cuanto le pidamos en
su nombre: en el nombre de Jesús.
48a Rosa
145) Pero a nuestra confianza unamos
en quinto lugar la perseverancia en la oración. Sólo
el que persevera en pedir, buscar y llamar recibirá, encontrará y entrará.
No basta con pedir a Dios una gracia durante un mes, un año, diez años,
veinte; no hay que aburrirse, "et non deficere", es preciso pedir
hasta la muerte y estar resuelto a obtener lo que se pide para la salvación
o a morir, y aun es preciso unir a la muerte la perseverancia en la oración
y la confianza en Dios y decir: "Etiam si occiderit me, sperabo in
eum" (22): Aun cuando quisiera darme la muerte, esperaría en Él y de
Él lo que pido.
146) La liberalidad de los ricos y
grandes del mundo muéstrase previniendo por sus beneficios lo que necesitan
los demás, aun antes que se lo pidan; pero Dios, por el contrario, muestra
su magnificencia en hacer buscar durante mucho tiempo y hacer pedir las
gracias que quiere conceder, y cuanto más preciosa es la gracia que quiere
otorgar, más tiempo difiere su concesión:
1) Para aumentarla de ese modo.
2) Para que quien la reciba la tenga en
gran estima.
3) Para que tenga cuidado de no perderla después
de recibida; porque no se estima mucho lo que en un momento y con poco
trabajo se consigue.
Perseverad, pues, amados cofrades del
Rosario, pidiendo a Dios por el Santo Rosario todas vuestras necesidades
espirituales y corporales, y particularmente, la divina Sabiduría
que es un tesoro infinito. "Thesaurus est infinitus" (23); y
tarde o temprano la obtendréis infaliblemente, con tal que no lo dejéis ni
perdáis ánimos durante vuestra carrera. "Grandis enim tibi restat
via" (24).
Porque aún os falta mucho camino por
recorrer, muchos malos tiempos que atravesar, muchas dificultades que
remover, muchos enemigos que vencer, antes de reunir tesoros bastantes para
la eternidad, muchos padrenuestros y avemarías para adquirir el paraíso y
ganar la corona hermosísima que espera todo fiel cofrade del Rosario.
"Nemo accipiat coronam tuam"
(25): Cuidad que otro más fiel que vos en rezar diariamente su Rosario no
os la quite. "Coronam tuam": era vuestra, Dios os la había
preparado, era vuestra, y la teníais casi ganada con vuestros Rosarios bien
rezados, y por haberos detenido en tan hermoso camino, por donde caminabais
tan bien, "currebatis bene" (26), otro que os adelantó, llegó el
primero, otro más diligente y más fiel adquirió y pagó con sus Rosarios y
buenas obras lo preciso para comprar esta corona.
"Quid vos impedivit?" (27).
¿Quién os ha impedido tener la corona del Santo Rosario? ¡Ah, los enemigos
del Santo Rosario, que son muchos!
147) Creedme, solamente alcanzarán
esa corona los esforzados que la arrebatan violentamente, "violenti
rapiunt" (28). No son estas coronas para los medrosos que temen las
burlas y amenazas del mundo, ni tampoco para los perezosos y holgazanes que
rezan el Rosario con negligencia o a la fuerza o por rutina y con intervalos,
según su fantasía; no son estas coronas para los cobardes que se
descorazonan y deponen las armas cuando ven a todo el infierno
desencadenado contra su Rosario.
Si queréis, amados cofrades del Rosario,
entrar al servicio de Jesús y María rezando diariamente el Rosario,
preparad vuestra alma para la tentación: "Accedens ad servitutem Dei,
praepara animam tuam ad tentationem" (29). Los herejes, los
libertinos, los hombres de bien del mundo, los semidevotos y falsos
profetas, de acuerdo con vuestra corrompida naturaleza y el infierno todo,
os presentarán terribles combates para obligaros a abandonar esta práctica.
148) Para preveniros contra los
ataques, no tanto de los herejes y libertinos declarados como de la
"gente buena" -según el mundo-, y aun de las personas devotas a
quien esta práctica no agrada, voy a escribiros con sencillez algo de lo
que a diario dicen y piensan:
"Quid vult seminiverbius ille? Venite,
opprimamus eum, contrarius est enim" (30), etc.: ¿Qué quiere decir
este gran rezador de Rosarios? ¿Qué es lo que musita a horas? ¡Qué
holgazanería! No hace otra cosa que rezar Rosarios, mejor le fuera
trabajar, sin divertirse con tantas santurronerías. ¡Claro que sí! ¡No hay
más que rezar el Rosario, y las alondras caerán tostadas del cielo! ¡El
Rosario nos traerá algo bueno para cenar! Dice Dios: Ayúdate y te ayudaré,
¿para qué recargarse con tantas oraciones? "Brevis oratio penetrat
coelos." Bastan un padrenuestro y un avemaría bien dichos. Dios no nos
impuso el Rosario. Es bueno cuando se tiene tiempo, pero no tendremos menos
facilidad de salvarnos por eso. ¡Cuántos santos hay que no lo rezaron
nunca!
Hay gentes que juzgan a todos por su
medida, indiscretos que todo lo llevan al extremo, hay escrupulosos que
encuentran pecado donde no lo hay y dicen que todos los que no recen el
Rosario se condenarán.
Rezar el Rosario es bueno para mujercillas
ignorantes que no saben leer. ¡Rezar el Rosario! ¿No es mejor rezar el
Oficio de la
Santísima Virgen o los siete salmos? ¿Hay nada tan
hermoso como esos salmos, dictados por el Espíritu Santo?
¿Os habéis habituado a rezar el
Rosario todos los días? ¡Humo de paja que poco durará! ¿No sería mejor
echarse encima menos carga y ser más constante? Vaya, querido amigo,
creedme, haced bien vuestra oración por la mañana y por la noche, trabajad
por Dios durante el día, Dios no os pide más; si no tuvieseis, como tenéis,
que ganaros la vida, pudiera pasar que os distrajeseis en rezar el Rosario;
podéis rezarlo los domingos y fiestas a vuestra elección, pero no en los
días laborables; tenéis que trabajar.
¡A qué un Rosario tan grande como el de las
mujeres! Yo los he visto de una decena, que vale tanto como el de quince
decenas. ¡Qué! ¡Llevar el Rosario en la cintura!, ¡qué gazmoñería!; os aconsejo
ponerlo al cuello como hacen los españoles. Ésos son grandes rezadores de
Rosarios; llevan uno grande en una mano y en la otra un puñal para dar un
golpe traidor. Dejad, dejad esas devociones exteriores, la verdadera
devoción está en el corazón, etc.
149) Muchas personas hábiles y
grandes doctores, pero espíritus fuertes y orgullosos, no os aconsejarán
quizá el Santo Rosario; os llevarán más bien a rezar los siete salmos
penitenciales o algunas otras oraciones. Si algún confesor os puso de penitencia
rezar un Rosario durante quince días o un mes, os basta confesaros con uno
de esos señores para que os cambie la penitencia en otras oraciones,
ayunos, misas o limosnas.
Aun si consultáis sobre lo mismo a algunas
personas de oración de ésas que hay en el mundo, como no conocen por
experiencia la excelencia del Rosario, no solamente no lo aconsejarán a
nadie, sino que disuadirán de ello a los demás, para aplicarlos a la
contemplación como si el Rosario y la contemplación fuesen incompatibles y
como si tantos santos que fueron devotos del Rosario no hubieran llegado a
la más sublime contemplación.
Vuestros enemigos domésticos os atacarán
tanto más cruelmente cuanto más unidos estéis con ellos. Quiero decir: las potencias
de vuestra alma y los sentidos de vuestro cuerpo, las distracciones del
espíritu, el tedio de la voluntad, las sequedades del corazón, los
decaimientos y enfermedades del cuerpo, todo esto, de concierto con los
espíritus malignos que se mezclan con ellos, os gritarán: Deja tu Rosario,
es él quien te da dolor de cabeza; deja tu Rosario, que no hay obligación
ninguna de rezarlo, bajo pena de pecado; al menos reza sólo una parte, tus
penas son una señal de que Dios no quiere que lo reces, ya lo rezarás
mañana que estarás mejor dispuesto, etc.
150) En fin, amado hermano, el
Rosario cotidiano tiene tantos enemigos, que considero como uno de los más
insignes favores de Dios la gracia de perseverar en su devoción hasta la
muerte.
Persevera y tendrás la corona admirable
preparada en el cielo a tu fidelidad: "Esto fidelis usque ad mortem et
dabo tibi coronam" (31).
49a Rosa
151) A fin de que, al rezar el
Rosario, ganéis las indulgencias concedidas a los cofrades del Santo
Rosario, es conveniente hacer algunas observaciones sobre las indulgencias.
La indulgencia, en general, es una remisión
o moderación de las penas temporales debidas por los pecados actuales, por
la aplicación de las satisfacciones sobreabundantes de Jesucristo, de la Santísima Virgen
y de todos los santos, que están encerradas en los tesoros de la Iglesia.
La indulgencia plenaria es una remisión de
todas las penas debidas por el pecado; la no plenaria, como de cien, mil
años, más o menos, es la remisión de tantas penas como hubiéramos podido
expiar durante cien o mil años si hubiéramos hecho durante ese tiempo,
proporcionalmente, las penitencias enumeradas en los antiguos cánones de la Iglesia. Ahora
bien, estos cánones ordenaban, para un solo pecado mortal, siete y algunas
veces diez y hasta quince años de penitencia, de suerte que una persona que
hubiera cometido veinte pecados mortales debía hacer, por lo menos, siete
veces veinte años de penitencia, y así sucesivamente.
152) Para que los cofrades del
Rosario ganen las indulgencias, es preciso: 1) Que estén verdaderamente
arrepentidos y que hayan confesado y comulgado, como dicen las bulas de las
indulgencias. 2) Que no tengan afecto alguno al pecado venial, porque
subsistiendo el afecto al pecado subsiste la culpa, y subsistiendo la culpa
no se perdona la pena. 3) Es preciso que hagan las oraciones y buenas obras
que señalan las bulas. Cuando, según la intención de los Papas, se puede
ganar una indulgencia parcial, por ejemplo, de cien años, sin ganar la
plenaria, no siempre es necesario -para ganar la parcial- haber confesado y
comulgado. Es lo que sucede con las indulgencias otorgadas al rezo del
Santo Rosario, a las procesiones, a los Rosarios benditos, etc. No
despreciéis estas indulgencias.
153) Flammin y un gran número de
autores refieren que una distinguida señorita llamada Alejandra,
milagrosamente convertida, e inscrita en la Cofradía del Rosario por Santo
Domingo, se le apareció después de muerta y le dijo que estaba condenada a
setecientos años de purgatorio por varios pecados que había cometido y
hecho cometer a varios con sus vanidades mundanas, y le rogó que la
aliviase e hiciese que la aliviasen con sus oraciones los cofrades del
Rosario; así lo hizo el Santo. Quince días después se reapareció a Santo
Domingo más brillante que un sol, pues en tan corto tiempo había sido
libertada por las oraciones que los cofrades del Rosario hicieron por ella.
Advirtió también al Santo que venía de parte de las almas del purgatorio
para exhortarle a continuar predicando el Rosario y hacer de modo que sus
parientes las hicieran partícipes de sus Rosarios, por lo cual ellas les
recompensarían abundantemente cuando llegaran a la gloria.
50a Rosa
154) A fin de facilitar el ejercicio
del Santo Rosario, he aquí varios métodos para rezarlo santamente, con la
meditación de los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de Jesús y
María. Os detendréis en el que más os agrade, y aun podéis vosotros mismos
formar particularmente otro, como han hecho muchos santos personajes.
Métodos devotos de recitar el Santo Rosario y atraer la gracia de los
misterios de la vida, pasión y gloria de Jesús y María.
Primer Método
Veni,
Sancte Spiritus, etc.
Ofrecimiento del Rosario.
155) Yo me uno a los santos del cielo
y a los justos de la tierra, oh Jesús mío, para alabar dignamente a vuestra
Santísima Madre y a Vos en Ella y por Ella. Y renuncio a cuantas
distracciones sufra durante este Rosario.
Os ofrecemos, Señora, el Credo para honrar
vuestra fe mientras vivisteis en la tierra y pediros que nos hagáis
partícipes de esa misma fe.
Os ofrecemos el padrenuestro, Señor, para
adoraros en vuestra unidad y reconoceros como principio y fin de todas las
cosas.
Os ofrecemos, Trinidad Santísima, tres
avemarías, para agradeceros todas las mercedes que habéis hecho a María y
las que nos habéis hecho a nosotros por su mediación.
Un padrenuestro, tres avemarías, gloria.
Ofrecimiento
particular de las decenas.
Misterios Gozosos.
156) Primera Decena. Os ofrecemos
esta primera decena, Señor nuestro Jesucristo, en honor de vuestra Encarnación.
Y os pedimos, por este misterio y por la intercesión de vuestra santa
Madre, una profunda humildad de corazón.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la
Encarnación, descended a mi alma y hacedla verdaderamente humilde.
Segunda Decena. Os ofrecemos, Señor
nuestro Jesucristo, esta segunda decena en honor de la Visitación de
vuestra santísima Madre a su prima Santa Isabel. Y os pedimos, por este
misterio y por la intercesión de María, una perfecta caridad con nuestro prójimo.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la Visitación,
descended a mi alma y hacedla verdaderamente caritativa.
Tercera Decena. Os ofrecemos esta
tercera decena, oh Jesús niño, en honor de vuestro santo nacimiento. Y os pedimos,
por este misterio y por intercesión de vuestra santa Madre, el desasimiento
de los bienes de la tierra y el amor a la pobreza y a los pobres.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la Natividad,
descended a mi alma y hacedla pobre de espíritu.
Cuarta Decena. Os ofrecemos, Señor
nuestro Jesucristo, esta cuarta decena en honor de vuestra Presentación en
el templo por manos de María, y por este misterio y por la intercesión de
vuestra santa Madre, os pedimos el don de sabiduría y la pureza de corazón
y de cuerpo.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la Purificación,
descended a mi alma y hacedla verdaderamente sabia y pura.
Quinta Decena. Os ofrecemos, Señor
nuestro Jesucristo, esta quinta decena en honor de haberos recobrado María
en medio de los doctores cuando os había perdido. Y os pedimos, por este
misterio y por intercesión de Ella, nuestra conversión y la de los herejes,
cismáticos e idólatras.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de Jesús hallado en el
templo, descended a mi alma y convertidla.
Misterios Dolorosos.
157) Sexta Decena. Os ofrecemos,
Señor nuestro Jesucristo, esta sexta decena en honor de vuestra Agonía mortal
en el Huerto de los Olivos. Y os pedimos, por este misterio y por la
intercesión de vuestra santa Madre, una perfecta contrición de nuestros
pecados y entera conformidad a vuestra santa voluntad.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias de la Agonía de Jesús, descended a
mi alma y hacedla verdaderamente contrita y conforme con la voluntad de
Dios.
Séptima Decena. Os ofrecemos, Señor nuestro
Jesucristo, esta séptima decena en honor de vuestra santa Flagelación. Y os
pedimos, por este misterio y por la intercesión de vuestra santísima Madre,
perfecta mortificación de nuestros sentidos.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias de la Flagelación de Jesús,
descended a mi alma y hacedla verdaderamente mortificada.
Octava Decena. Os ofrecemos, Señor
nuestro Jesucristo, esta octava decena en honor de vuestra dolorosa
Coronación de espinas. Y os pedimos, por este misterio y por la intercesión
de vuestra santa Madre, un gran desprecio del mundo.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la Coronación de
espinas de Jesús, descended a mi alma y hacedla verdaderamente opuesta al
mundo.
Novena Decena. Os ofrecemos, Señor
nuestro Jesucristo, esta novena decena en honor de vuestra Cruz a cuestas.
Y os pedimos, por este misterio y por la intercesión de vuestra santísima
Madre, paciencia para llevar la cruz detrás de Vos todos los días de
nuestra vida.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la Cruz a cuestas,
descended a mi alma y hacedla verdaderamente paciente.
Décima Decina. Os ofrecemos, Señor
nuestro Jesucristo, esta décima decena, en honor de vuestra Crucifixión en
el Calvario. Y os pedimos, por este misterio y por la intercesión de
vuestra santísima Madre, gran horror al pecado, amor a la Cruz y buena
muerte para nosotros y para cuantos están ahora en la agonía.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la pasión y muerte
de Jesucristo, descended a mi alma y hacedla verdaderamente santa.
Misterios Gloriosos.
158) Undécima Decena. Os ofrecemos,
Señor nuestro Jesucristo, esta undécima decena en honor de vuestra
triunfante Resurrección. Y os pedimos, por este misterio y por intercesión
de vuestra santísima Madre, una fe viva.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias de la Resurrección, descended a mi
alma y hacedla verdaderamente fiel.
Duodécima Decena. Os ofrecemos, Señor
nuestro Jesucristo, esta duodécima decena en honor de vuestra gloriosa
Ascensión. Y os pedimos, por este misterio y por la intercesión de vuestra
santísima Madre, una firme esperanza y un gran deseo del cielo.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias del misterio de la Ascensión de
Jesucristo, descended a mi alma y hacedla verdaderamente celeste.
Decimotercera Decena. Os ofrecemos,
Espíritu Santo, esta decimotercera decena, en honor del misterio de
Pentecostés. Y os pedimos, por este misterio y por intercesión de María,
vuestra fiel esposa, la divina sabiduría para conocer, gustar y practicar
la verdad y hacer partícipe de ella a todo el género humano.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias de Pentecostés, descended a mi alma
y hacedla verdaderamente sabia según Dios.
Decimocuarta Decena. Os ofrecemos,
Señor nuestro Jesucristo, esta decimocuarta decena en honor de la Inmaculada
Concepción y de la Asunción de vuestra santísima Madre,
en cuerpo y alma a los cielos. Y os pedimos, por estos misterios y por su
intercesión, una verdadera devoción a Ella, para bien vivir y morir.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
Gracias de la Inmaculada
Concepción y de la Asunción de María, descended a mi alma
y hacedla verdaderamente devota de María.
Decimoquinta Decena. Os ofrecemos,
Señor nuestro Jesucristo, esta decimoquinta y última decena en honor de la
Coronación de vuestra santísima Madre en los cielos. Y os pedimos por este
misterio y por la intercesión suya, el progreso y la perseverancia en la
virtud hasta la muerte y la corona eterna que nos está preparada. Os
pedimos la misma gracia para todos nuestros bienhechores.
Un padrenuestro, diez avemarías, gloria.
159) Os pedimos, oh buen Jesús, por
los quince misterios de vuestra vida, pasión, muerte y gloria y los méritos
de vuestra santísima Madre, que convirtáis a los pecadores, auxiliéis a los
agonizantes, libertéis a las almas del purgatorio y nos deis a todos
vuestra gracia para bien vivir y morir y vuestra gloria para veros cara a
cara y amaros durante la eternidad. Amén.
Segundo y más breve método
para celebrar la vida, muerte y
gloria
de Jesús y María rezando el Santo Rosario
y para disminuir las distracciones
de la imaginación.
160) A cada avemaría de cada diez,
hay que añadir una palabrita que nos traiga a la memoria el misterio que se
celebra en la decena; añadir esta palabra a la mitad del avemaría, después
del nombre de "Jesús".
1a Decena Y bendito es el fruto
de tu vientre, Jesús encarnado.
2a Decena Jesús santificador.
3a Decena Jesús pobre niño.
4a Decena Jesús sacrificado.
5a Decena Jesús santo de los
santos.
6a Decena Jesús agonizante.
7a Decena Jesús azotado.
8a Decena Jesús coronado de
espinas.
9a Decena Jesús cargado con la
cruz.
10a Decena Jesús crucificado.
11a Decena Jesús resucitado.
12a Decena Jesús que sube a los
cielos.
13a Decena Jesús que te llena del
Espíritu Santo.
14a Decena Jesús que te
resucita.
15a Decena Jesús que te corona.
Al fin de la primera corona, se dice:
Gracias de los misterios gozosos, descended a nuestras almas y volvedlas
verdaderamente santas.
Al fin de la segunda: Gracias de los
misterios dolorosos, descended a nuestras almas y hacedlas verdaderamente
pacientes.
Al fin de la tercera: Gracias de los
misterios gloriosos, descended a nuestras almas y hacedlas eternamente
bienaventuradas.
Notas:
(1) Si 15,9.
(2) Mc 7,6.
(3) Jer 48,10.
(4) Lc 16,10.
(5) 7a Rosa.
(6) Mt 18,20.
(7) Lc 18,1.
(8) Jn 13,15.
(9) Lc 6,12.
(10) Mt 26,41.
(11) Mt 19,8.
(12) 1 Re 10,8; Sal 84,5.
(13) Mc 11,24.
(14) Mt 8,13.
(15) Sant 1,5-6.
(16) Lc 18,13.
(17) Pange lingua.
(18) Lc 22,43.
(19) Is 55,1.
(20) Jer 2,13.
(21) Jn 16,24; Mt 7,7.
(22) Job 13,15.
(23) Sab 7,14.
(24) 1 Re 19,7.
(25) Ap 3,11.
(26) Gál 5,7.
(27) Gál 5,7.
(28) Mt 11,12.
(29) Si 2,1.
(30) He 17,18; Sab 2,12.
(31) Ap 2,10.
(2) Lam 1,12.
(3) Lam 3,19.
(4) Mt 25,12.
(5) Mt 6,9.
(6) Flp 3,8.
(7) 1 Re 10,8.
(8) Jn 17,3.
(9) Ef 6,12.
(10) Ef 6,11.
(1) Heb 11,6.
(2) Pange lingua.
(3) Éx 3,14.
(4) Sal 144,9.
(5) Prov 8,17,21.
(6) 2 Cor 9,6.
(7) Lc 6,38.
(8) Si 3,5.
(1) Antoine Boissieu, S.J., Le Chrétien
prédestiné par la dévotion à la Sainte Vierge.
(2) Rom 16,6.
(1) Sab 2,8.
(2) 1 Pe 5,4.
(1) He 1,1.
(4) Si 19,1.
(6) Si 24,31.
(7) 1 Cor 13,7.
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