….

 

LA VIRGEN MARÍA, LA ADMIRABLE MADRE DEL SEÑOR

Reflexión desde las Catequesis del Beato Juan Pablo II

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

www.caminando-con-maria.org

 

 

1.      MARÍA DE NAZARET, MUJER QUE SE SALE DE TODOS LOS MOLDES

María de Nazaret ha sido una mujer que se sale de todos los moldes. Ella ha producido un gran fenómeno religioso muy importante en el mundo, como es la devoción a la Virgen María. Hoy, 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, por todas partes millones de personas acuden a sus santuarios levantados en muchos lugares, algunos tan famosos como Fátima, Lourdes, y así Basílicas y templos son visitados por cientos de personas de toda índole tales como la Basílica Patriarcal de Santa María La Mayor en Roma – Italia, Nuestra Señora Del Pilar en Zaragoza – España, Nuestra Señora de Montserrat en Barcelona – España, Nuestra Señora de Guadalupe en el Distrito Federal – México, Nuestra Señora de La Salette Francia y Nuestra Señora de Czestochowa  Merdjujore.

Por todas partes personas creyentes de distintos niveles culturales y económicos se reconocen protegidos por la Virgen María y aprecian vivir en profunda comunión con ella.

Es así como centenares de pensadores, filósofos y teólogos han reflexionado sobre su figura. Artista de todas las épocas han estado representando su figura maternal, ella fue la madre de Jesús, el Hijo de Dios, el Cristo. Es decir, su figura en absolutamente trascendente.

Ciertamente, nuestra admiración,  fervor y amor a la Virgen María, nos hace decir al hablar de María, una cantidad de ternuras inimaginables, y aplicamos todo tipo de superlativos a la figura de María. La misma Iglesia habla, y desde siempre, lo mas alto de la Virgen María.

Pero la vida y la responsabilidad que le correspondió asumir a la Virgen María, nos lleva a hacernos muchas preguntas, y nos invita a meditar: ¿Qué debió sentir María cuando se hizo madre de Jesús en el momento mismo ya de la anunciación?, ¿Qué fue lo que le ocurrió a ella durante el tiempo en el cual convivió con su hijo Jesús?, ¿Como vivió la actividad pública y el destino de sus Hijo?, ¿Qué represento para ella la venida del Espíritu santo?, ¿Cómo fue su relación con Jesús?, ¿Cómo era su relación con Dios?, ¿Como pudo cumplir con toda la responsabilidad que le toco cumplir?, Todas estas respuestas debemos buscarlas de algún modo a partir de lo que hay escrito en los Evangelios sobre ella, pero también haciendo un esfuerzo por situarse en el contexto del tiempo en la cual le correspondió asumir esta inmensa responsabilidad de ser la Madre del Señor

2.      EL BEATO JUAN PABLO Y LA VIRGEN MARIA

Juan Pablo II comenta en su libro "Don y misterio" que hubo un momento de su vida en el cual se cuestionó de alguna manera su culto la Virgen María, considerando que éste, si se hace excesivo acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo. Tras leer el libro "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen" de San Luis María Grignion de Montfort, comprendió que María nos acerca a Cristo, con tal de que se viva su misterio en Cristo; esto explica el origen del Totus Tuus, es la abreviatura de la forma más completa de la consagración a la Madre de Dios.

Así fue como Juan Pablo II escribió la Encíclica Redemptoris Mater (Madre del Redentor), Promulgada el 25 de marzo de 1987 en torno a la bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina. Fue una intensa reflexión entrada en el concepto del concilio Vaticano II sobre la "peregrinación de la Fe" de la Virgen María, definida por Juan Pablo II como "el trabajo del corazón de María para comprender y aceptar todo el misterio de la vida de su Hijo", desde el modo en que fue creado hasta su sacrificio para salvar a la humanidad.

Juan Pablo II escribió muchas catequesis sobre la Vida de la Virgen María para meditarlas en diversas audiencia entre los años 1995 y 1996. En este articulo, con la ayuda de las Catequesis del Beato Juan Pablo II, hacemos un recorrido para destacar la responsabilidad que le comprendió asumir a la Virgen de María como Madre de Dios.

3.      EL ROSTRO MATERNO DE MARÍA EN LOS PRIMEROS SIGLOS

En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma que “los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos los santos, conviene también que veneren la memoria "ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor" (n. 52). La constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa, destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.

En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, corresponde a cuanto se dice en los evangelios: “¿No es éste (...) el hijo de María?”, se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos (6,3). “¿No se llama su madre María?”, es la pregunta que refiere san Mateo (13,55).

4.      MARIA MADRE DE JESUS

A los ojos de los discípulos, congregados después de la Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su significado. María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, con relación a toda la Iglesia.

Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús es un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título los cristianos quieren afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles, recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren todos los días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.

5.      LA MATERNIDAD VIRGINAL DE MARIA

Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.

Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido sin intervención de hombre alguno.

6.      LA VIRGINIDAD DE MARÍA ADQUIERE UN VALOR SINGULAR

Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo.

La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad.

Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María su inspiración y su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.

7.      MADRE DEL VERBO ENCARNADO, QUE ES “DIOS DE DIOS”

La afirmación: “Jesús nació de María, la Virgen”, implica ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio trascendente, que sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de la filiación divina de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, ella es Madre del Verbo encarnado, que es “Dios de Dios (...), Dios verdadero de Dios verdadero”.

El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), se atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto, comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.

Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.

8.      MATERNIDAD DIVINA

De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub tuum praesidium..., “Bajo tu amparo...”) contiene la invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto de una reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo cristiano. Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.

El concilio de Éfeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.

9.      MARÍA EN EL NACIMIENTO DE JESÚS

En la narración del nacimiento de Jesús, el evangelista Lucas refiere algunos datos que ayudan a comprender mejor el significado de ese acontecimiento.

Ante todo, recuerda el censo ordenado por César Augusto, que obliga a José, “de la casa y familia de David”, y a María, su esposa, a dirigirse “a la ciudad de David, que se llama Belén” (Lc 2,4).

Al informarnos acerca de las circunstancias en que se realizan el viaje y el parto, el evangelista nos presenta una situación de austeridad y de pobreza, que permite vislumbrar algunas características fundamentales del reino mesiánico: un reino sin honores ni poderes terrenos, que pertenece a Aquel que, en su vida pública, dirá de sí mismo: “El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58).

10.  LOS SENTIMIENTOS DE LA VIRGEN AL ENGENDRAR AL HIJO DE DIOS.

El relato de san Lucas presenta algunas anotaciones, aparentemente poco importantes, con el fin de estimular al lector a una mayor comprensión del misterio de la Navidad y de los sentimientos de la Virgen al engendrar al Hijo de Dios.

La descripción del acontecimiento del parto, narrado de forma sencilla, presenta a María participando intensamente en lo que se realiza en ella: “Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7). La acción de la Virgen es el resultado de su plena disponibilidad a cooperar en el plan de Dios, manifestada ya en la Anunciación con su “Hágase en mi según tu voluntad” (Lc 1,38).

María vive la experiencia del parto en una situación de suma pobreza: no puede dar al Hijo de Dios ni siquiera lo que suelen ofrecer las madres a un recién nacido; por el contrario, debe acostarlo “en un pesebre”, una cuna improvisada que contrasta con la dignidad del “Hijo del Altísimo”.

11.  MARÍA YA ESTABA ASOCIADA AL DESTINO DE SUFRIMIENTO DE SU HIJO

El evangelio explica que “no había sitio para ellos en el alojamiento” (Lc 2,7). Se trata de una afirmación que, recordando el texto del prólogo de san Juan: “Los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11), casi anticipa los numerosos rechazos que Jesús sufrirá en su vida terrena. La expresión “para ellos” indica un rechazo tanto para el Hijo como para su Madre, y muestra que María ya estaba asociada al destino de sufrimiento de su Hijo y era partícipe de su misión redentora.

Jesús, rechazado por los “suyos”, es acogido por los pastores, hombres rudos y no muy bien considerados, pero elegidos por Dios para ser los primeros destinatarios de la buena nueva del nacimiento del Salvador. El mensaje que el ángel les dirige es una invitación a la alegría: “Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo” (Lc 2,10), acompañada por una exhortación a vencer todo miedo: “No temáis”.

En efecto, la noticia del nacimiento de Jesús representa para ellos, como para María en el momento de la Anunciación, el gran signo de la benevolencia divina hacia los hombres. En el divino Redentor, contemplado en la pobreza de la cueva de Belén, se puede descubrir una invitación a acercarse con confianza a Aquel que es la esperanza de la humanidad.

El cántico de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace”, que se puede traducir también por “los hombres de la benevolencia” (Lc 2,14), revela a los pastores lo que María había expresado en su Magníficat: el nacimiento de Jesús es el signo del amor misericordioso de Dios, que se manifiesta especialmente hacia los humildes y los pobres.

12.  LA ADMIRABLE EXPERIENCIA DEL ENCUENTRO CON LA MADRE Y SU HIJO,

A la invitación del ángel los pastores responden con entusiasmo y prontitud: “Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado” (Lc 2,15).

Su búsqueda tiene éxito: “Encontraron a María y a José, y al niño” (Lc 2,16). Como nos recuerda el Concilio, “la Madre de Dios muestra con alegría a los pastores (...) a su Hijo primogénito” (Lumen gentium, 57). Es el acontecimiento decisivo para su vida.

El deseo espontáneo de los pastores de referir “lo que les habían dicho acerca de aquel niño” (Lc 2,17), después de la admirable experiencia del encuentro con la Madre y su Hijo, sugiere a los evangelizadores de todos los tiempos la importancia, más aún, la necesidad de una profunda relación espiritual con María, que permita conocer mejor a Jesús y convertirse en heraldos jubilosos de su Evangelio de salvación.

Frente a estos acontecimientos extraordinarios, san Lucas nos dice que María “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Mientras los pastores pasan del miedo a la admiración y a la alabanza, la Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo el recuerdo de los acontecimientos relativos a su Hijo y los profundiza con el método de la meditación en su corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese modo, ella sugiere a otra madre, la Iglesia, que privilegie el don y el compromiso de la contemplación y de la reflexión teológica, para poder acoger el misterio de la salvación, comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a los hombres de todos los tiempos.

13.  MARÍA, MADRE DE DIOS

La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el concilio de Éfeso.

En la primera comunidad cristiana, mientras crece entre los discípulos la conciencia de que Jesús es el Hijo de Dios, resulta cada vez más claro que María es la Theotókos, la Madre de Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos evangélicos, aunque en ellos se habla de la “Madre de Jesús” y se afirma que él es Dios (Jn 20,28; cf. 5,18; 10,30.33). Por lo demás, presentan a María como Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros (cf. Mt 1,22-23).

Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita” (Liturgia de las Horas). En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotókos, “Madre de Dios”.

En la mitología pagana a menudo alguna diosa era presentada como madre de algún dios. Por ejemplo, Zeus, dios supremo, tenía por madre a la diosa Rea. Ese contexto facilitó, tal vez, en los cristianos el uso del título Theotókos, “Madre de Dios”, para la madre de Jesús. Con todo, conviene notar que este título no existía, sino que fue creado por los cristianos para expresar una fe que no tenía nada que ver con la mitología pagana, la fe en la concepción virginal, en el seno de María, de Aquel que era desde siempre el Verbo eterno de Dios.

14.  LA NATURALEZA DIVINA Y DE LA NATURALEZA HUMANA EN LA ÚNICA PERSONA DEL HIJO,

En el siglo IV, el término Theotókos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia.

Por ello se comprende el gran movimiento de protesta que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en duda la legitimidad del título «Madre de Dios». En efecto, al pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta doctrinalmente la expresión «Madre de Cristo». Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas -divina y humana- presentes en él.

El concilio de Efeso, en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios.

15.  LA QUE HA ENGENDRADO A DIOS

Las dificultades y las objeciones planteadas por Nestorio nos brindan la ocasión de hacer algunas reflexiones útiles para comprender e interpretar correctamente ese título. La expresión Theotókos, que literalmente significa “la que ha engendrado a Dios”, a primera vista puede resultar sorprendente, pues suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere sólo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz.

Así pues, al proclamar a María “Madre de Dios”, la Iglesia desea afirmar que ella es la «Madre del Verbo encarnado, que es Dios». Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana.

La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios.

16.  EXPRESIÓN PRIVILEGIADA DE FE EN LA DIVINIDAD DE CRISTO Y DE AMOR A LA VIRGEN.

Cuando proclama a María “Madre de Dios”, la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre. Esta unión aparece ya en el concilio de Éfeso; con la definición de la maternidad divina de María los padres querían poner de relieve su fe en la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los tiempos, interpretando correctamente el significado de esa maternidad, la han convertido en expresión privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen.

En la Theotókos la Iglesia, por una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación, porque, como afirma san Agustín, “si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la carne (...) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección” (Tract. in Ev. Ioannis, 8,6-7). Y, por otra, contempla con asombro y celebra con veneración la inmensa grandeza que confirió a María Aquel que quiso ser hijo suyo. La expresión “Madre de Dios” nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento.

Siguiendo el ejemplo de los antiguos cristianos de Egipto, los fieles se encomiendan a Aquella que, siendo Madre de Dios, puede obtener de su Hijo divino las gracias de la liberación de los peligros y de la salvación eterna.

17.  MARÍA, EDUCADORA DEL HIJO DE DIOS

Aunque se realizó por obra del Espíritu Santo y de una Madre Virgen, la generación de Jesús, como la de todos los hombres, pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto. Además, la maternidad de María no se limitó exclusivamente al proceso biológico de la generación, sino que, al igual que sucede en el caso de cualquier otra madre, también contribuyó de forma esencial al crecimiento y desarrollo de su hijo.

No sólo es madre la mujer que da a luz un niño, sino también la que lo cría y lo educa; más aún, podemos muy bien decir que la misión de educar es, según el plan divino, una prolongación natural de la procreación.

María es Theotókos, Madre de Dios, no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano.

18.  EL HIJO DE DIOS VINO AL MUNDO EN UNA CONDICIÓN HUMANA

Se podría pensar que Jesús, al poseer en sí mismo la plenitud de la divinidad, no tenía necesidad de educadores. Pero el misterio de la Encarnación nos revela que el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (cf. Hb 4,15). Como acontece con todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (cf. Lc 2,40), requirió la acción educativa de sus padres.

El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (cf. Lc 2,51). Esa dependencia nos demuestra que Jesús tenía la disposición de recibir y estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José, que cumplían su misión también en virtud de la docilidad que él manifestaba siempre.

19.  APTA PARA DESEMPEÑAR LA MISIÓN DE MADRE Y EDUCADORA.

Los dones especiales, con los que Dios había colmado a María, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos.

Además de la presencia materna de María, Jesús podía contar con la figura paterna de José, hombre justo (cf. Mt 1,19), que garantizaba el necesario equilibrio de la acción educadora. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador de la humanidad. Luego, al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José permitió a Jesús insertarse en el mundo del trabajo y en la vida social.

20.  LA OBRA EDUCATIVA DE MARÍA FUE MUY EFICAZ Y PROFUNDA

Los escasos elementos que el evangelio ofrece no nos permiten conocer y valorar completamente las modalidades de la acción pedagógica de María con respecto a su Hijo divino. Ciertamente, ella fue, junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza mediante el uso de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en el éxodo de Egipto. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén con ocasión de la Pascua.

Contemplando los resultados, ciertamente podemos deducir que la obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, y que encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil.

21.  MARÍA UNA ORIENTACIÓN SIEMPRE POSITIVA,

La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta algunas características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. Por ejemplo, el hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir. Además, aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien revele, desde el episodio de su pérdida y encuentro en el templo, su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo exclusivamente la voluntad del Padre. De “maestra” de su hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.

Permanece la grandeza de la tarea encomendada a la Virgen Madre: ayudó a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, “en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc 2,52) y a formarse para su misión.

María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación profunda y eficaz de los hijos.

Su experiencia educadora constituye un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de la persona de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios.

 

San Juan de la Cruz, uniendo siempre María y Cristo, exclamó: "la Madre de Dios es mía" (Oración del alma enamorada).

 

Cristo Jesús María y José vivan en sus corazones

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

 

Fuentes y origen de este artículo son las Catequesis del Beato Juan Pablo II publicadas en el L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 15-IX-95,  del 22-XI-96, del 29-XI-96 y del 6-XII-96.

Algunas comentarios que he realizado, están tomado de Romano Guardini Maria la Madre del Señor, Editorial Criitiandad, y del el libro Mariología de José C.R. Garcia Paredes.

Para conocer mas a la Virgen María, visite mi pagina WEB www.caminando-con-maria.org

 

 

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds

www.caminando-con-jesus.org

www.caminando-con-maria.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

……..