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LAS GLORIAS DE MARÍA San Alfonso María de Ligorio SÚPLICA DEL AUTOR A JESÚS Y A MARÍA |
ORACIÓN POR UNA BUENA MUERTE ¡Dulce Madre mía! ¿Cuál será mi muerte? Cuando pienso en el momento en que me presente ante Dios, recordando que con mi conducta tantas veces firmé mi condena, tiemblo, me confundo y me inquieto por mi eterna
salvación. María, en la sangre de Jesús y en tu
intercesión, tengo la esperanza
mía. Eres señora del cielo y reina del
universo; basta decir que
eres la Madre de Dios. Eres lo más sublime, pero tu grandeza, lejos de desentenderte, más te inclina a compadecerte
de nuestras miserias. Los mundanos en la cumbre de sus honores se alejan de los antiguos amigos y se desdeñan
de tratar con los poco afortunados. No obra así tu corazón noble y amoroso; mientras más miserias contempla, más se empeña en
socorrerlas. Apenas se te invoca, vuelas en socorro del necesitado y te adelantas
a nuestras plegarias. Tú nos consuelas en nuestras aflicciones, disipas las tempestades y en toda
ocasión procuras nuestro bien. Bendita sea la divina mano que en ti ha
unido tanta majestad con tal ternura, tanta eminencia con
tanto amor. Doy gracias siempre a mi Señor y me
alegro porque de tu dicha depende la mía y mi destino
está unido al tuyo. Consoladora de afligidos, consuela a un afligido
que a ti se encomienda. Los remordimientos de conciencia me
atormentan, tanto por los pecados cometidos como por la incertidumbre de si los he
llorado cual debía. Veo todas mis obras llenas de fango y de
defectos. El infierno está esperando mi muerte para
acusarme. Madre mía, ¿qué será de mí? Si no me amparas estoy perdido. ¿Qué me dices? ¿Querrás ayudarme? Virgen piadosísima, protégeme. Obtenme verdadero dolor de mis pecados; dame fuerzas para enmendarme y serle fiel a
Dios en adelante. Y cuando esté para morir, María, esperanza mía, no me abandones. Entonces más que nunca asísteme y confórtame
para que no desespere. Perdona, Señora, mi atrevimiento; ven con tu
presencia a consolarme. A tantos has hecho esta gracia, que también yo la deseo; si grande es mi audacia, mayor es tu
bondad, que a los más miserables vas buscando para
consolarlos. En tu bondad confío. Sea gloria tuya para siempre haber salvado del infierno a quien a él estaba condenado y haberle conducido a tu reino, donde espero gozar la gran ventura de estar siempre a tus pies agradecido y bendiciéndote
y amando eternamente. ¡María, yo te espero! No me hagas quedar desconsolado. Hazlo así; amén, así sea. |
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