Ioannes
Paulus PP. II
Redemptoris Mater
sobre la
Bienaventurada Virgen Maria en la Vida de la Iglesia peregrina
1987.03.25
CONCLUSIÓN
51. Al final de la cotidiana liturgia de las
Horas se eleva, entre otras, esta invocación de la Iglesia a María: «
Salve, Madre soberana del Redentor, puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar; socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse, tú
que para asombro de la naturaleza has dado el ser humano a tu Creador ».
« Para asombro de
la naturaleza ». Estas palabras de la antífona expresan aquel asombro de la
fe, que acompaña el misterio de la maternidad divina de María. Lo acompaña,
en cierto sentido, en el corazón de todo lo creado y, directamente, en el
corazón de todo el Pueblo de Dios, en el corazón de la Iglesia. Cuán
admirablemente lejos ha ido Dios, creador y señor de todas las cosas, en la
« revelación de sí mismo » al hombre.147 Cuán claramente ha superado todos
los espacios de la infinita « distancia » que separa al creador de la
criatura. Si en sí mismo permanece inefable e inescrutable, más aún es
inefable e inescrutable en la realidad de la Encarnación del Verbo, que se
hizo hombre por medio de la Virgen de Nazaret.
Si El ha querido
llamar eternamente al hombre a participar de la naturaleza divina (cf. 2 P
1, 4), se puede afirmar que ha predispuesto la « divinización » del hombre
según su condición histórica, de suerte que, después del pecado, está
dispuesto a restablecer con gran precio el designio eterno de su amor
mediante la « humanización » del Hijo, consubstancial a El. Todo lo creado
y, más directamente, el hombre no puede menos de quedar asombrado ante este
don, del que ha llegado a ser partícipe en el Espíritu Santo: « Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único » (Jn 3, 16).
En el centro de
este misterio, en lo más vivo de este asombro de la fe, se halla María,
Madre soberana del Redentor, que ha sido la primera en experimentar: « tú
que para asombro de la naturaleza has dado el ser humano a tu Creador ».
52. En la palabras de esta antífona litúrgica se expresa
también la verdad del « gran cambio », que se ha verificado en el hombre
mediante el misterio de la Encarnación. Es un cambio que pertenece a toda
su historia, desde aquel comienzo que se ha revelado en los primeros
capítulos del Génesis hasta el término último, en la perspectiva del fin
del mundo, del que Jesús no nos ha revelado « ni el día ni la hora » (Mt
25, 13). Es un cambio incesante y continuo entre el caer y el levantarse,
entre el hombre del pecado y el hombre de la gracia y de la justicia. La
liturgia, especialmente en Adviento, se coloca en el centro neurálgico de
este cambio, y toca su incesante « hoy y ahora », mientras exclama: « Socorre
al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse ».
Estas palabras se
refieren a todo hombre, a las comunidades, a las naciones y a los pueblos,
a las generaciones y a las épocas de la historia humana, a nuestros días, a
estos años del Milenio que está por concluir: « Socorre, si, socorre al
pueblo que sucumbe ».
Esta es la
invocación dirigida a María, « santa Madre del Redentor », es la invocación
dirigida a Cristo, que por medio de María ha entrado en la historia de la
humanidad. Año tras año, la antífona se eleva a María, evocando el momento
en el que se ha realizado este esencial cambio histórico, que perdura
irreversiblemente: el cambio entre el « caer » y el « levantarse ».
La humanidad ha
hecho admirables descubrimientos y ha alcanzado resultados prodigiosos en
el campo de la ciencia y de la técnica, ha llevado a cabo grandes obras en
la vía del progreso y de la civilización, y en épocas recientes se diría
que ha conseguido acelerar el curso de la historia. Pero el cambio
fundamental, cambio que se puede definir « original », acompaña siempre el
camino del hombre y, a través de los diversos acontecimientos históricos,
acompaña a todos y a cada uno. Es el cambio entre el « caer » y el «
levantarse », entre la muerte y la vida. Es también un constante desafío a
las conciencias humanas, un desafío a toda la conciencia histórica del
hombre: el desafío a seguir la vía del « no caer » en los modos siempre
antiguos y siempre nuevos, y del « levantarse », si ha caído.
Mientras con toda
la humanidad se acerca al confín de los dos Milenios, la Iglesia, por su
parte, con toda la comunidad de los creyentes y en unión con todo hombre de
buena voluntad, recoge el gran desafío contenido en las palabras de la
antífona sobre el « pueblo que sucumbe y lucha por levantarse » y se dirige
conjuntamente al Redentor y a su Madre con la invocación « Socorre ». En
efecto, la Iglesia ve —y lo confirma esta plegaria— a la
Bienaventurada Madre de Dios en el misterio salvífico de Cristo y en su
propio misterio; la ve profundamente arraigada en la historia de la
humanidad, en la eterna vocación del hombre según el designio providencial
que Dios ha predispuesto eternamente para él; la ve maternalmente presente
y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la
vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve
socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el
mal, para que « no caiga » o, si cae, « se levante ».
Deseo
fervientemente que las reflexiones contenidas en esta Encíclica ayuden
también a la renovación de esta visión en el corazón de todos los
creyentes.
Como Obispo de
Roma, envío a todos, a los que están destinadas
las presentes consideraciones, el beso de la paz, el saludo y la bendición
en nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
Dado en Roma, junto a san Pedro, el 25 de marzo,
solemnidad de la Anunciación del Señor del año 1987, noveno de mi
Pontificado.
________________________________________
1 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium,
52 y todo el cap. VIII, titulado « La bienaventurada Virgen María, Madre de
Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia ».
2 La expresión «
plenitud de los tiempos » (pléroma tou jrónou) es paralela a locuciones
afines del judaísmo tanto bíblico (cf. Gn 29, 2l, 1 S 7, 12; Tb l4, 5) como
extrabíblico, y sobre todo del N.T. (cf. Mc 1, l5; Lc 21, 24; Jn 7, 8; Ef
l, 10). Desde el punto de vista formal, esta expresión indica no sólo la
conclusión de un proceso cronológico, sino sobre todo la madurez o el
cumplimiento de un período particularmente importante, porque está
orientado hacia la actuación de una espera, que adquiere, por tanto, una
dimensión escatológica. Según Ga 4, 4 y su contexto, es el acontecimiento
del Hijo de Dios quien revela que el tiempo ha colmado, por asi decir, la
medida; o sea, el período indicado por la promesa hecha a Abraham, así como
por la ley interpuesta por Moisés, ha alcanzado su culmen, en el sentido de
que Cristo cumple la promesa divina y supera la antigua ley.
3 Cf. Misal
Romano, Prefacio del 8 de diciembre, en la Inmaculada Concepión de Santa
María Virgen; S. Ambrosio, De Institutione Virginis, V, 93-94; PL 16, 342;
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 68.
4 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 58.
5 Pablo VI, Carta
Enc. Christi Matri (15 de septiembre de 1966): AAS 58 (1966) 745–749;
Exhort. Apost. Signum magnum (13 de mayo de 1967): AAS 59 (1967) 465-475;
Exhort. Apost. Marialis cultus (2 de febrero de 1974): AAS 66 (1974)
113-168.
6 El Antiguo
Testamento ha anunciado de muchas maneras el misterio de María: cf. S. Juan
Damasceno, Hom. in Dormitionem I, 8-9: S. Ch. 80,
103-107.
7 Cf. Enseñanzas,
VI/2 (1983), 225 s., Pío IX, Carta Apost. Ineffabilis Deus (8 de diciembre
de 1854): Pii IX P. M. Acta , pars I, 597-599.
8 Cf. Const. past. sobre la Iglesia en el
mundo actual Gaudium et spes, 22.
9 Conc. Ecum.
Ephes.: Conciliorum Oecumenicorum Decreto, Bologna 1973 (3), 41-44; 59-61
(DS 250-264), cf. Conc. Ecum. Calcedon.: o.c., 84-87 (DS 300-303).
10 Conc. Ecum.
Vat II, Const. past. sobre
la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 22.
11 Const dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 52.
12 Cf. ibid., 58.
13 Ibid., 63; cf.
S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Luc., II, 7:CSEL, 32/4, 45; De Institutione Virginis, XIV,
88-89: PL 16, 341.
14 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 64.
15 Ibid., 65.
16 « Elimina este
astro del sol que ilumina el mundo y ¿dónde va el día? Elimina a María,
esta estrella del mar, sí, del mar grande e inmenso ¿qué permanece sino una
vasta niebla y la sombra de muerte y densas nieblas?: S. Bernardo, In
Nativitate B. Mariae Sermo-De aquaeductu, 6: S. Bernardi Opera, V, 1968,
279; cf. In laudibus Virginis Matris Homilia II, 17: Ed. cit., IV, 1966, 34
s.
17 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 63.
18 Ibid., 63.
19 Sobre la
predestinación de Maria, cf. S. Juan Damasceno, Hom. in
Nativitatem, 7; 10: S. Ch. 80, 65; 73; Hom. in
Dormitionem I, 3: S. Ch. 80, 85: « Es ella, en efecto, que, elegida desde
las generaciones antiguas, en virtud de la predestinación y de la
benevolencia del Dios y Padre que te ha engendrado a ti (oh Verbo de Dios)
fuera del tiempo sin salir de sí mismo y sin alteración alguna, es ella que
te ha dado a luz, alimentado con su carne, en los últimos tiempos ... ».
20 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 55.
21 Sobre esta
expresión hay en la tradición patrística una interpretación amplia y
variada: cf. Orígenes, In Lucam homiliae, VI, 7: S. Ch. 87, 148; Severiano
De Gabala, In mundi creationem, Oratio VI, 10: PG 56, 497 s.; S. Juan
Crisóstomo (pseudo), In Annuntiationem Deiparae et contra Arium impium, PG
62, 765 s.; Basilio De Seleucia, Oratio 39, In Sanctissimaé
Deiparae Annuntiationem, 5: PG 85, 441-446; Antipatro De Ostra, Hom. II, In
Sanctissimae Deiparae Annuntiationem, 3-11: PG, 1777-1783; S. Sofronio de
Jerusalén, Oratio II, In Sanctissimae Deiparae Annnuntiationem, 17-19: PG
87/3, 3235-3240; S. Juan Damasceno, Hom. in
Dormitionem, I, 7: S. Ch. 80, 96-101; S. Jerónimo, Epistola 65, 9: PL 22,
628; S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Lucam, II, 9: CSEL 34/4, 45 s.; S.
Agustín, Sermo 291, 4-6: PL 38, 1318 s.; Enchiridion, 36, 11: PL 40, 250;
S. Pedro Crisólogo, Sermo 142: PL 52, 579 s.; Sermo 143: PL 52, 583; S.
Fulgencio De Ruspe, Epistola 17, VI, 12: PL 65, 458; S. Bernardo, In
laudibus Virginis Matris, Homilía III , 2-3: S. Bernardi Opera, IV, 1966,
36-38.
22 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 55.
23 ibid., 53.
24 Cf. Pío IX, Carta
Apost. Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1856): Pii IX P. M. Acta, pars
I, 616; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesía Lumen gentium, 53.
25 Cf. S. Germán. Cost.,
In Anntiationem SS. Deiparae Hom.: PG 98, 327 s.; S. Andrés Cret., Canon in
B. Mariae Natalem, 4: PG 97, 1321 s.; In Nativitatem B. Mariae, I: PG 97,
811 s.; Hom. in Dormitionem S. Mariae 1: PG 97,
1067 s.
26 Liturgia de
las Horas, del 15 de Agosto, en la Asunción de la Bienaventurada Virgen
María, Himno de las I y II Vísperas; S. Pedro Damián, Carmina et preces,
XLVII: PL 145, 934.
27 Divina
Comedia, Paraíso XXXIII, 1; cf. Liturgia de las Horas, Memoria de Santa
María en sábado, Himno II en el Officio de Lectura.
28 Cf. S.
Agustín, De Sancta Virginitate, III, 3: PL 40, 398; Sermo 25, 7: PL 16, 937
s.
29 Const. dogm. sobre la divina
revelación Dei Verbum, 5.
30 Este es un
tema clásico, ya expuesto por S. Ireneo: « Y como por obra de la virgen
desobediente el hombre fue herido y, precipitado, murió, así también por
obra de la Virgen obediente a la palabra de Dios, el hombre regenerado
recibió, por medio de la vida, la vida ... Ya que era conveniente y justo
... que Eva fuera « recapitulada » en María, con el fin de que la Virgen,
convertida en abogada de la virgen, disolviera y destruyera la
desobediencia virginal por obra de la obediencia virginal »; Expositio
doctrinae apostolicae, 33: S. Ch. 62, 83-86; cf. también Adversus Haereses,
V, 19, 1: S. Ch. 153, 248-250.
31 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la divina revelación Dei Verbum, 5.
32 Ibid., 5; cf.
Const. dogm. sobre la
Iglesia Lumen gentium , 56.
33 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 56.
34 Ibid., 56.
35 Cf. ibid., 53;
S. Agustín, De Sancta Virginitate, III, 3: PL 40, 398; Sermo 215, 4: PL 38,
1074; Sermo 196, I: PL 38, 1019; De peccatorum meritis et remissione, I,
29, 57: PL 44, 142; Sermo 25, 7: PL 46, 937 s.; S. León Magno, Tractatus
21; De natale Domini, I: CCL 138, 86.
36 Cf. Subida del
Monte Carmelo, L. II, cap. 3, 4-6.
37 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 58.
38 Ibid., 58.
39 Cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. sobre la divina revelación Dei
Verbum, 5.
40 Sobre la
participación o « compasión » de María en la muerte de Cristo, cf. S.
Bernardo, In Dominica infra octavam Assumptionis Sermo, 14: S. Bernardi
Opera, V, 1968, 273.
41 S. Ireneo,
Adversus Haereses, III, 22, 4: S. Ch. 211, 438-444; cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 56, nota 6.
42 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 56 y los Padres citados en las notas 8 y 9.
43 « Cristo es
verdad, Cristo es carne, Cristo verdad en la mente de María, Cristo carne
en el seno de María »: S. Agustín, Sermo 25 (Sermones inediti), 7: PL 46,
938.
44 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 60.
45 Ibid., 61.
46 Ibid., 62.
47 Es conocido lo
que escribe Orígenes sobre la presencia de María y de Juan en el Calvario:
« Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y el Evangelio de
Juan es el primero de los Evangelios; ninguno puede percibir el significado
si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de
Jesús a María como Madre »: Comm. in Ioan., 1, 6:
PG 14, 31; cf. S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Luc., X, 129-131: CSEL,
32/4, 504 s.
48 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 54 y 53; este último texto conciliar cita a S. Agustín, De Sancta
Virgintitate, VI, 6: PL 40, 399.
49 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 55.
50 Cf. S. León
Magno, Tractatus 26, de natale Domini, 2: CCL 138, 126.
51 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 59.
52 S. Agustín, De
Civitate Dei, XVIII, 51: CCL 48, 650.
53 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 8.
54 Ibid., 9.
55 Ibid., 9.
56 Ibid., 8.
57 Ibid., 9.
58 Ibid., 65.
59 Ibid., 59.
60 Cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. sobre la divina revelacion Dei
Verbum,5.
61 Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 63.
62 Cf. ibid., 9.
63 Cf. ibid., 65.
64 Ibid., 65.
65 Ibid., 65.
66 Cf. ibid., 13.
67 Cf. ibid., 13.
68 Cf. ibid., 13.
69 Cfr. Misal
Romano, fórmula de la consagración del cáliz en las Plegarias Eucarísticas.
70 Conc. Ecum.
Vat. II. Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 1.
71 Ibid., 13.
72 Ibid., 15.
73 Cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Decr. sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio,
1.
74 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 68, 69. Sobre la Santísima Virgen María, promotora de la unidad de
los cristianos y sobre el culto de María en Oriente, cf. León XIII, Carta
Enc. Adiutricem populi (5 de septiembre de 1895): Acta Leonis, XV, 300-312.
75 Cf. Conc Ecum.
Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis
redintegratio, 20.
76 Ibid., 19.
77 Ibid., 14.
78 Ibid., 15.
79 Conc. Ecum.
Vat II, Const. dogm., sobre la Iglesia Lumen gentium, 66.
80 Conc. Ecum.
Calced., Definitio fidei: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna 1973
(3), 86 (DS 301)
81 Cf. el Weddâsê
Mâryâm (Alabanzas de María), que está a continuación del Salterio etíope y
contiene himnos y plegarias a María para cada día de la semana. Cf. también
el Matshafa Kidâna Mehrat (Libro del Pacto de Misericordia); es de destacar
la importancia reservada a María en los Himnos así como en la liturgia
etíope.
82 Cf. S. Efrén, Hymn. de Nativitate: Scriptores
Syri, 82: CSCO, 186.
83 Cf.. S. Gregorio De
Narek, Le livre des prières: S. Ch. 78, 160-163; 428-432.
84 Conc. Ecum.
Niceno II: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna 1973 (3), 135-138 (DS
600-609).
85 Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 59.
86 Cf Conc. Ecum.
Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis
redintegratio, 19.
87 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 8.
88 Ibid., 9.
89 Como es
sabido, las palabras del Magníficat contienen o evocan numerosos pasajes
del Antiguo Testamento.
90 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la divina revelación Dei Verbum, 2.
91 Cf. por
ejemplo S. Justino, Dialogus cum Tryphone Iudaeo, 100: Otto II, 358; S.
Ireneo, Adversus Haereses III, 22, 4: S. Ch. 211, 439-449; Tertuliano, De
carne Christi, 17, 4-6: CCL 2, 904 s.
92 Cf. S.
Epifanio, Panarion, III, 2;Haer. 78, 18: PG 42,
727-730
93 Congregación
para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre Libertad cristiana y
liberación (22 de marzo de 1986), 97.
94 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 60.
95 Ibid., 60.
96 Cf. Ia fómula
de mediadora « ad Mediatorem » de S. Bernardo, In Dominica infra oct.
Assumptionis Sermo, 2: S. Bernardi Opera, V, 1968, 263. María como puro
espejo remite al Hijo toda gloria y honor que recibe: Id., In Nativitate B.
Mariae Sermo-De aquaeductu, 12: ed. cit. , 283.
97 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 62.
98 Ibid., 62.
99 Ibid., 61.
100 Ibid., 62.
101 Ibid., 61
102 Ibid., 61
103 Ibid., 62.
104 Ibid., 62.
105 Ibid., 62;
también en su oración la Iglesia reconoce y celebra la « función materna »
de María, función « de intercesión y perdón, de impetración y gracia, de
reconciliación y paz » (cf. prefacio de la Misa de la Bienaventurada Virgen
María, Madre y Mediadora de gracia, en Collectio Missarum de Beata Maria
Virgine, ed. typ. 1987, I, 120.
106 Ibid., 62.
107 Ibid., 62; S. Juan
Damasceno, Hom. in Dormitionem, I, 11; II, 2, 14: S. Ch. 80, 111 s.;
127-131; 157-161; 181-185; S. Bernardo, In Assumptione Beatae Mariae Sermo,
1-2: S Bernardi Opera, V, 1968, 228-238.
108 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 59; cf. Pío XII, Const. Apost. Munificentissimus Deus (1 de
noviembre de 1950): AAS 42 (1950) 769-771; S. Bernardo presenta a María
inmersa en el esplendor de la gloria del Hijo: In Dominica infra oct.
Assumptionis Sermo, 3: S. Bernardi Opera, V, 1968, 263 s.
109 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 53.
110 Sobre este
aspecto particular de la mediación de María como impetradora de clemencia
ante el Hijo Juez, cf. S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis
Sermo, 1-2: S. Bernardi Opera, V, 1968, 262 s.; León XIII, Cart. Enc.
Octobri mense (22 de septiembre de 1891): Acta Leonis, XI, 299-315.
111 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 55.
112 Ibid., 59.
113 Ibid., 36.
114 Ibid., 36.
115 A
propósito de María Reina, cf. S. Juan Damasceno, Hom. in
Nativitatem, 6, 12; Hom. in Dormitionem, I, 2, 12,
14; II, 11; III, 4: S. Ch. 80, 59 s.; 77 s.; 83 s.; 113 s.; 117; 151 s.;
189-193.
116 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. sobre la Iglesia Lumen gentium, 62
117 Ibid., 63.
118 Ibid., 63.
119 Ibid., 66.
120 Cf. S.
Ambrosio, De Institutione Virginis, XIV, 88-89: PL 16, 341; S. Agustín,
Sermo 215, 4: PL 38, 1074; De Sancta Virginitate, II, 2; V, 5; VI, 6: PL
40, 397; 398 s.; 399; Sermo 191, II, 3: PL 38, 1010 s.
121 Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen Gentium, 63.
122 Ibid., 64.
123 Ibid., 64.
124 Ibid., 64.
125 Ibid., 64.
126 Cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. sobre la
divina revelación Dei Verbum, 8; S. Buenaventura, Comment. in Evang. Lucae, Ad Claras Aquas, VII, 53, n. 40; 68, n.
109.
127 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 64.
128 Ibid., 63.
129 Ibid., 63.
130 Como es bien
sabido, en el texto griego la expresión «eis ta ídia» supera el límite de
una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero
alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más
bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las
palabras de Cristo agonizante. Cf. S. Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: « La tomó consigo, no en sus
heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que
atendía con premura ».
131 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 62.
132 Ibid., 63.
133 Conc. Ecum.
Vat II, Const past. sobre la Iglesia en el mundo
actual Gaudium et Spes, 22.
134 Cf. Pablo VI,
Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 (1964) 1015.
135 Pablo VI,
Solemne Profesión de Fe (30 de junio de 1968), 15: AAS 60 (1968) 438 s.
136 Pablo VI,
Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 (1964) 1015.
137 Ibid., 1016.
138 Cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual
Gaudium et spes, 37.
139 Cf. S.
Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo: S. Bernardi Opera, V,
1968, 262-274.
140 Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium, 65.
141 Cf. Cart.
Enc. Fulgens corona (8 de septiembre de 1953): AAS 45 (1953) 577-592. Pío X
con la Cart. Enc. Ad diem illum (2 de febrero de 1904), con ocasión del 50
aniversario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la
Bienaventurada Virgen María, había proclamado un Jubileo extraordinario de
algunos meses de duración: Pii X P. M. Acta, I, 147-166.
142 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 66-67.
143 Cf. S. Luis María Grignion de Montfort, Traité de
la vraie dévotion á la sainte Vierge. Junto a este
Santo se puede colocar también la figura de S. Alfonso María de Ligorio,
cuyo segundo contenario de su muerte se conmemora este año: cf. entre sus
obras, Las glorias de María.
144 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium , 69.
145 Homilía del 1
de enero de 1987.
146 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
Gentium, 69.
147 Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre
la divina revelación Dei Verbum, 2: « Por esta revelación Dios invisible
habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos
para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía ».
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