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Ioannes Paulus PP. II
Redemptoris Mater
sobre la Bienaventurada Virgen Maria en la Vida de la Iglesia peregrina

1987.03.25

 

CONCLUSIÓN

 51. Al final de la cotidiana liturgia de las Horas se eleva, entre otras, esta invocación de la Iglesia a María: « Salve, Madre soberana del Redentor, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar; socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse, tú que para asombro de la naturaleza has dado el ser humano a tu Creador ».

« Para asombro de la naturaleza ». Estas palabras de la antífona expresan aquel asombro de la fe, que acompaña el misterio de la maternidad divina de María. Lo acompaña, en cierto sentido, en el corazón de todo lo creado y, directamente, en el corazón de todo el Pueblo de Dios, en el corazón de la Iglesia. Cuán admirablemente lejos ha ido Dios, creador y señor de todas las cosas, en la « revelación de sí mismo » al hombre.147 Cuán claramente ha superado todos los espacios de la infinita « distancia » que separa al creador de la criatura. Si en sí mismo permanece inefable e inescrutable, más aún es inefable e inescrutable en la realidad de la Encarnación del Verbo, que se hizo hombre por medio de la Virgen de Nazaret.

Si El ha querido llamar eternamente al hombre a participar de la naturaleza divina (cf. 2 P 1, 4), se puede afirmar que ha predispuesto la « divinización » del hombre según su condición histórica, de suerte que, después del pecado, está dispuesto a restablecer con gran precio el designio eterno de su amor mediante la « humanización » del Hijo, consubstancial a El. Todo lo creado y, más directamente, el hombre no puede menos de quedar asombrado ante este don, del que ha llegado a ser partícipe en el Espíritu Santo: « Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único » (Jn 3, 16).

En el centro de este misterio, en lo más vivo de este asombro de la fe, se halla María, Madre soberana del Redentor, que ha sido la primera en experimentar: « tú que para asombro de la naturaleza has dado el ser humano a tu Creador ».

52. En la palabras de esta antífona litúrgica se expresa también la verdad del « gran cambio », que se ha verificado en el hombre mediante el misterio de la Encarnación. Es un cambio que pertenece a toda su historia, desde aquel comienzo que se ha revelado en los primeros capítulos del Génesis hasta el término último, en la perspectiva del fin del mundo, del que Jesús no nos ha revelado « ni el día ni la hora » (Mt 25, 13). Es un cambio incesante y continuo entre el caer y el levantarse, entre el hombre del pecado y el hombre de la gracia y de la justicia. La liturgia, especialmente en Adviento, se coloca en el centro neurálgico de este cambio, y toca su incesante « hoy y ahora », mientras exclama: « Socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse ».

Estas palabras se refieren a todo hombre, a las comunidades, a las naciones y a los pueblos, a las generaciones y a las épocas de la historia humana, a nuestros días, a estos años del Milenio que está por concluir: « Socorre, si, socorre al pueblo que sucumbe ».

Esta es la invocación dirigida a María, « santa Madre del Redentor », es la invocación dirigida a Cristo, que por medio de María ha entrado en la historia de la humanidad. Año tras año, la antífona se eleva a María, evocando el momento en el que se ha realizado este esencial cambio histórico, que perdura irreversiblemente: el cambio entre el « caer » y el « levantarse ».

La humanidad ha hecho admirables descubrimientos y ha alcanzado resultados prodigiosos en el campo de la ciencia y de la técnica, ha llevado a cabo grandes obras en la vía del progreso y de la civilización, y en épocas recientes se diría que ha conseguido acelerar el curso de la historia. Pero el cambio fundamental, cambio que se puede definir « original », acompaña siempre el camino del hombre y, a través de los diversos acontecimientos históricos, acompaña a todos y a cada uno. Es el cambio entre el « caer » y el « levantarse », entre la muerte y la vida. Es también un constante desafío a las conciencias humanas, un desafío a toda la conciencia histórica del hombre: el desafío a seguir la vía del « no caer » en los modos siempre antiguos y siempre nuevos, y del « levantarse », si ha caído.

Mientras con toda la humanidad se acerca al confín de los dos Milenios, la Iglesia, por su parte, con toda la comunidad de los creyentes y en unión con todo hombre de buena voluntad, recoge el gran desafío contenido en las palabras de la antífona sobre el « pueblo que sucumbe y lucha por levantarse » y se dirige conjuntamente al Redentor y a su Madre con la invocación « Socorre ». En efecto, la Iglesia ve —y lo confirma esta plegaria— a la Bienaventurada Madre de Dios en el misterio salvífico de Cristo y en su propio misterio; la ve profundamente arraigada en la historia de la humanidad, en la eterna vocación del hombre según el designio providencial que Dios ha predispuesto eternamente para él; la ve maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que « no caiga » o, si cae, « se levante ».

Deseo fervientemente que las reflexiones contenidas en esta Encíclica ayuden también a la renovación de esta visión en el corazón de todos los creyentes.

Como Obispo de Roma, envío a todos, a los que están destinadas las presentes consideraciones, el beso de la paz, el saludo y la bendición en nuestro Señor Jesucristo. Así sea.

 

Dado en Roma, junto a san Pedro, el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor del año 1987, noveno de mi Pontificado.

 

 

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1 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 52 y todo el cap. VIII, titulado « La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia ».

2 La expresión « plenitud de los tiempos » (pléroma tou jrónou) es paralela a locuciones afines del judaísmo tanto bíblico (cf. Gn 29, 2l, 1 S 7, 12; Tb l4, 5) como extrabíblico, y sobre todo del N.T. (cf. Mc 1, l5; Lc 21, 24; Jn 7, 8; Ef l, 10). Desde el punto de vista formal, esta expresión indica no sólo la conclusión de un proceso cronológico, sino sobre todo la madurez o el cumplimiento de un período particularmente importante, porque está orientado hacia la actuación de una espera, que adquiere, por tanto, una dimensión escatológica. Según Ga 4, 4 y su contexto, es el acontecimiento del Hijo de Dios quien revela que el tiempo ha colmado, por asi decir, la medida; o sea, el período indicado por la promesa hecha a Abraham, así como por la ley interpuesta por Moisés, ha alcanzado su culmen, en el sentido de que Cristo cumple la promesa divina y supera la antigua ley.

3 Cf. Misal Romano, Prefacio del 8 de diciembre, en la Inmaculada Concepión de Santa María Virgen; S. Ambrosio, De Institutione Virginis, V, 93-94; PL 16, 342; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 68.

4 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 58.

5 Pablo VI, Carta Enc. Christi Matri (15 de septiembre de 1966): AAS 58 (1966) 745–749; Exhort. Apost. Signum magnum (13 de mayo de 1967): AAS 59 (1967) 465-475; Exhort. Apost. Marialis cultus (2 de febrero de 1974): AAS 66 (1974) 113-168.

6 El Antiguo Testamento ha anunciado de muchas maneras el misterio de María: cf. S. Juan Damasceno, Hom. in Dormitionem I, 8-9: S. Ch. 80, 103-107.

7 Cf. Enseñanzas, VI/2 (1983), 225 s., Pío IX, Carta Apost. Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854): Pii IX P. M. Acta , pars I, 597-599.

8 Cf. Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 22.

9 Conc. Ecum. Ephes.: Conciliorum Oecumenicorum Decreto, Bologna 1973 (3), 41-44; 59-61 (DS 250-264), cf. Conc. Ecum. Calcedon.: o.c., 84-87 (DS 300-303).

10 Conc. Ecum. Vat II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 22.

11 Const dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 52.

12 Cf. ibid., 58.

13 Ibid., 63; cf. S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Luc., II, 7:CSEL, 32/4, 45; De Institutione Virginis, XIV, 88-89: PL 16, 341.

14 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 64.

15 Ibid., 65.

16 « Elimina este astro del sol que ilumina el mundo y ¿dónde va el día? Elimina a María, esta estrella del mar, sí, del mar grande e inmenso ¿qué permanece sino una vasta niebla y la sombra de muerte y densas nieblas?: S. Bernardo, In Nativitate B. Mariae Sermo-De aquaeductu, 6: S. Bernardi Opera, V, 1968, 279; cf. In laudibus Virginis Matris Homilia II, 17: Ed. cit., IV, 1966, 34 s.

17 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 63.

18 Ibid., 63.

19 Sobre la predestinación de Maria, cf. S. Juan Damasceno, Hom. in Nativitatem, 7; 10: S. Ch. 80, 65; 73; Hom. in Dormitionem I, 3: S. Ch. 80, 85: « Es ella, en efecto, que, elegida desde las generaciones antiguas, en virtud de la predestinación y de la benevolencia del Dios y Padre que te ha engendrado a ti (oh Verbo de Dios) fuera del tiempo sin salir de sí mismo y sin alteración alguna, es ella que te ha dado a luz, alimentado con su carne, en los últimos tiempos ... ».

20 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 55.

21 Sobre esta expresión hay en la tradición patrística una interpretación amplia y variada: cf. Orígenes, In Lucam homiliae, VI, 7: S. Ch. 87, 148; Severiano De Gabala, In mundi creationem, Oratio VI, 10: PG 56, 497 s.; S. Juan Crisóstomo (pseudo), In Annuntiationem Deiparae et contra Arium impium, PG 62, 765 s.; Basilio De Seleucia, Oratio 39, In Sanctissimaé Deiparae Annuntiationem, 5: PG 85, 441-446; Antipatro De Ostra, Hom. II, In Sanctissimae Deiparae Annuntiationem, 3-11: PG, 1777-1783; S. Sofronio de Jerusalén, Oratio II, In Sanctissimae Deiparae Annnuntiationem, 17-19: PG 87/3, 3235-3240; S. Juan Damasceno, Hom. in Dormitionem, I, 7: S. Ch. 80, 96-101; S. Jerónimo, Epistola 65, 9: PL 22, 628; S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Lucam, II, 9: CSEL 34/4, 45 s.; S. Agustín, Sermo 291, 4-6: PL 38, 1318 s.; Enchiridion, 36, 11: PL 40, 250; S. Pedro Crisólogo, Sermo 142: PL 52, 579 s.; Sermo 143: PL 52, 583; S. Fulgencio De Ruspe, Epistola 17, VI, 12: PL 65, 458; S. Bernardo, In laudibus Virginis Matris, Homilía III , 2-3: S. Bernardi Opera, IV, 1966, 36-38.

22 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 55.

23 ibid., 53.

24 Cf. Pío IX, Carta Apost. Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1856): Pii IX P. M. Acta, pars I, 616; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesía Lumen gentium, 53.

25 Cf. S. Germán. Cost., In Anntiationem SS. Deiparae Hom.: PG 98, 327 s.; S. Andrés Cret., Canon in B. Mariae Natalem, 4: PG 97, 1321 s.; In Nativitatem B. Mariae, I: PG 97, 811 s.; Hom. in Dormitionem S. Mariae 1: PG 97, 1067 s.

26 Liturgia de las Horas, del 15 de Agosto, en la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, Himno de las I y II Vísperas; S. Pedro Damián, Carmina et preces, XLVII: PL 145, 934.

27 Divina Comedia, Paraíso XXXIII, 1; cf. Liturgia de las Horas, Memoria de Santa María en sábado, Himno II en el Officio de Lectura.

28 Cf. S. Agustín, De Sancta Virginitate, III, 3: PL 40, 398; Sermo 25, 7: PL 16, 937 s.

29 Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5.

30 Este es un tema clásico, ya expuesto por S. Ireneo: « Y como por obra de la virgen desobediente el hombre fue herido y, precipitado, murió, así también por obra de la Virgen obediente a la palabra de Dios, el hombre regenerado recibió, por medio de la vida, la vida ... Ya que era conveniente y justo ... que Eva fuera « recapitulada » en María, con el fin de que la Virgen, convertida en abogada de la virgen, disolviera y destruyera la desobediencia virginal por obra de la obediencia virginal »; Expositio doctrinae apostolicae, 33: S. Ch. 62, 83-86; cf. también Adversus Haereses, V, 19, 1: S. Ch. 153, 248-250.

31 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5.

32 Ibid., 5; cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium , 56.

33 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 56.

34 Ibid., 56.

35 Cf. ibid., 53; S. Agustín, De Sancta Virginitate, III, 3: PL 40, 398; Sermo 215, 4: PL 38, 1074; Sermo 196, I: PL 38, 1019; De peccatorum meritis et remissione, I, 29, 57: PL 44, 142; Sermo 25, 7: PL 46, 937 s.; S. León Magno, Tractatus 21; De natale Domini, I: CCL 138, 86.

36 Cf. Subida del Monte Carmelo, L. II, cap. 3, 4-6.

37 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 58.

38 Ibid., 58.

39 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5.

40 Sobre la participación o « compasión » de María en la muerte de Cristo, cf. S. Bernardo, In Dominica infra octavam Assumptionis Sermo, 14: S. Bernardi Opera, V, 1968, 273.

41 S. Ireneo, Adversus Haereses, III, 22, 4: S. Ch. 211, 438-444; cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 56, nota 6.

42 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 56 y los Padres citados en las notas 8 y 9.

43 « Cristo es verdad, Cristo es carne, Cristo verdad en la mente de María, Cristo carne en el seno de María »: S. Agustín, Sermo 25 (Sermones inediti), 7: PL 46, 938.

44 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 60.

45 Ibid., 61.

46 Ibid., 62.

47 Es conocido lo que escribe Orígenes sobre la presencia de María y de Juan en el Calvario: « Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y el Evangelio de Juan es el primero de los Evangelios; ninguno puede percibir el significado si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre »: Comm. in Ioan., 1, 6: PG 14, 31; cf. S. Ambrosio, Expos. Evang. sec. Luc., X, 129-131: CSEL, 32/4, 504 s.

48 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 54 y 53; este último texto conciliar cita a S. Agustín, De Sancta Virgintitate, VI, 6: PL 40, 399.

49 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 55.

50 Cf. S. León Magno, Tractatus 26, de natale Domini, 2: CCL 138, 126.

51 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 59.

52 S. Agustín, De Civitate Dei, XVIII, 51: CCL 48, 650.

53 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 8.

54 Ibid., 9.

55 Ibid., 9.

56 Ibid., 8.

57 Ibid., 9.

58 Ibid., 65.

59 Ibid., 59.

60 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelacion Dei Verbum,5.

61 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 63.

62 Cf. ibid., 9.

63 Cf. ibid., 65.

64 Ibid., 65.

65 Ibid., 65.

66 Cf. ibid., 13.

67 Cf. ibid., 13.

68 Cf. ibid., 13.

69 Cfr. Misal Romano, fórmula de la consagración del cáliz en las Plegarias Eucarísticas.

70 Conc. Ecum. Vat. II. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 1.

71 Ibid., 13.

72 Ibid., 15.

73 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, 1.

74 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 68, 69. Sobre la Santísima Virgen María, promotora de la unidad de los cristianos y sobre el culto de María en Oriente, cf. León XIII, Carta Enc. Adiutricem populi (5 de septiembre de 1895): Acta Leonis, XV, 300-312.

75 Cf. Conc Ecum. Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, 20.

76 Ibid., 19.

77 Ibid., 14.

78 Ibid., 15.

79 Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm., sobre la Iglesia Lumen gentium, 66.

80 Conc. Ecum. Calced., Definitio fidei: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna 1973 (3), 86 (DS 301)

81 Cf. el Weddâsê Mâryâm (Alabanzas de María), que está a continuación del Salterio etíope y contiene himnos y plegarias a María para cada día de la semana. Cf. también el Matshafa Kidâna Mehrat (Libro del Pacto de Misericordia); es de destacar la importancia reservada a María en los Himnos así como en la liturgia etíope.

82 Cf. S. Efrén, Hymn. de Nativitate: Scriptores Syri, 82: CSCO, 186.

83 Cf.. S. Gregorio De Narek, Le livre des prières: S. Ch. 78, 160-163; 428-432.

84 Conc. Ecum. Niceno II: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna 1973 (3), 135-138 (DS 600-609).

85 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 59.

86 Cf Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, 19.

87 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 8.

88 Ibid., 9.

89 Como es sabido, las palabras del Magníficat contienen o evocan numerosos pasajes del Antiguo Testamento.

90 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 2.

91 Cf. por ejemplo S. Justino, Dialogus cum Tryphone Iudaeo, 100: Otto II, 358; S. Ireneo, Adversus Haereses III, 22, 4: S. Ch. 211, 439-449; Tertuliano, De carne Christi, 17, 4-6: CCL 2, 904 s.

92 Cf. S. Epifanio, Panarion, III, 2;Haer. 78, 18: PG 42, 727-730

93 Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre Libertad cristiana y liberación (22 de marzo de 1986), 97.

94 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 60.

95 Ibid., 60.

96 Cf. Ia fómula de mediadora « ad Mediatorem » de S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo, 2: S. Bernardi Opera, V, 1968, 263. María como puro espejo remite al Hijo toda gloria y honor que recibe: Id., In Nativitate B. Mariae Sermo-De aquaeductu, 12: ed. cit. , 283.

97 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 62.

98 Ibid., 62.

99 Ibid., 61.

100 Ibid., 62.

101 Ibid., 61

102 Ibid., 61

103 Ibid., 62.

104 Ibid., 62.

105 Ibid., 62; también en su oración la Iglesia reconoce y celebra la « función materna » de María, función « de intercesión y perdón, de impetración y gracia, de reconciliación y paz » (cf. prefacio de la Misa de la Bienaventurada Virgen María, Madre y Mediadora de gracia, en Collectio Missarum de Beata Maria Virgine, ed. typ. 1987, I, 120.

106 Ibid., 62.

107 Ibid., 62; S. Juan Damasceno, Hom. in Dormitionem, I, 11; II, 2, 14: S. Ch. 80, 111 s.; 127-131; 157-161; 181-185; S. Bernardo, In Assumptione Beatae Mariae Sermo, 1-2: S Bernardi Opera, V, 1968, 228-238.

108 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 59; cf. Pío XII, Const. Apost. Munificentissimus Deus (1 de noviembre de 1950): AAS 42 (1950) 769-771; S. Bernardo presenta a María inmersa en el esplendor de la gloria del Hijo: In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo, 3: S. Bernardi Opera, V, 1968, 263 s.

109 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 53.

110 Sobre este aspecto particular de la mediación de María como impetradora de clemencia ante el Hijo Juez, cf. S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo, 1-2: S. Bernardi Opera, V, 1968, 262 s.; León XIII, Cart. Enc. Octobri mense (22 de septiembre de 1891): Acta Leonis, XI, 299-315.

111 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 55.

112 Ibid., 59.

113 Ibid., 36.

114 Ibid., 36.

115 A propósito de María Reina, cf. S. Juan Damasceno, Hom. in Nativitatem, 6, 12; Hom. in Dormitionem, I, 2, 12, 14; II, 11; III, 4: S. Ch. 80, 59 s.; 77 s.; 83 s.; 113 s.; 117; 151 s.; 189-193.

116 Conc. Ecum. Vat. II, Const. sobre la Iglesia Lumen gentium, 62

117 Ibid., 63.

118 Ibid., 63.

119 Ibid., 66.

120 Cf. S. Ambrosio, De Institutione Virginis, XIV, 88-89: PL 16, 341; S. Agustín, Sermo 215, 4: PL 38, 1074; De Sancta Virginitate, II, 2; V, 5; VI, 6: PL 40, 397; 398 s.; 399; Sermo 191, II, 3: PL 38, 1010 s.

121 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium, 63.

122 Ibid., 64.

123 Ibid., 64.

124 Ibid., 64.

125 Ibid., 64.

126 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 8; S. Buenaventura, Comment. in Evang. Lucae, Ad Claras Aquas, VII, 53, n. 40; 68, n. 109.

127 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 64.

128 Ibid., 63.

129 Ibid., 63.

130 Como es bien sabido, en el texto griego la expresión «eis ta ídia» supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante. Cf. S. Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: « La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura ».

131 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 62.

132 Ibid., 63.

133 Conc. Ecum. Vat II, Const past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 22.

134 Cf. Pablo VI, Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 (1964) 1015.

135 Pablo VI, Solemne Profesión de Fe (30 de junio de 1968), 15: AAS 60 (1968) 438 s.

136 Pablo VI, Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 (1964) 1015.

137 Ibid., 1016.

138 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 37.

139 Cf. S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo: S. Bernardi Opera, V, 1968, 262-274.

140 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 65.

141 Cf. Cart. Enc. Fulgens corona (8 de septiembre de 1953): AAS 45 (1953) 577-592. Pío X con la Cart. Enc. Ad diem illum (2 de febrero de 1904), con ocasión del 50 aniversario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, había proclamado un Jubileo extraordinario de algunos meses de duración: Pii X P. M. Acta, I, 147-166.

142 Cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 66-67.

143 Cf. S. Luis María Grignion de Montfort, Traité de la vraie dévotion á la sainte Vierge. Junto a este Santo se puede colocar también la figura de S. Alfonso María de Ligorio, cuyo segundo contenario de su muerte se conmemora este año: cf. entre sus obras, Las glorias de María.

144 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium , 69.

145 Homilía del 1 de enero de 1987.

146 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium, 69.

147 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 2: « Por esta revelación Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía ».

 

 

 

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