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SALUDO
A San
Francisco de Asís Salve,
Señora, santa Reina, santa
Madre de Dios, María, que
eres virgen hecha iglesia y
elegida por el santísimo Padre del cielo, a
la cual consagró Él con
su santísimo amado Hijo y
el Espíritu Santo Paráclito, en
la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien. Salve,
palacio suyo; salve,
tabernáculo suyo; salve, casa suya. Salve,
vestidura suya; salve,
esclava suya; salve,
Madre suya y
todas vosotras, santas virtudes, que
sois infundidas por la gracia e
iluminación del Espíritu Santo en
los corazones de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios. S.
Francisco de Asís |
SAN
FRANCISCO Y por
Martín Steiner, o.f.m. Francisco «rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber
hecho hermano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel
198). Esta afirmación de Tomás de Celano nos
invita, en primer lugar, a la modestia: si el amor que Francisco profesaba a
María es «indecible», quiere decirse que nos hallamos ante un misterio que no
podemos llegar a comprender; es imposible abarcarlo con nuestras palabras e
ideas. El secreto de Francisco no se deja penetrar fácilmente en ningún
sector. Se entra en él poco a poco, sin conseguir nunca la impresión de
haberlo descifrado exhaustivamente. El autor nos indica al mismo tiempo en qué dirección debemos buscar:
Francisco ama a María con un «amor indecible» por la relación singular que
María mantiene con Aquel a quien se dirige el apasionado amor del Poverello: Cristo. ¡Es la Madre del Hijo de Dios!
Francisco va de golpe a lo esencial: María está referida por entero a su
Hijo. De ahí que su contemplación y devoción no separen jamás a María de
Jesús. Postura tradicional y única base sólida para un amor recto y auténtico
a María. I. CÓMO CONSIDERA FRANCISCO
A MARÍA 1. María y la Encarnación ¿Cómo percibía y admiraba Francisco,
ya más concretamente, la maternidad divina de María? «Por haber hecho hermano
nuestro al Señor de la majestad», decía Tomás de Celano
(2 Cel 198). Escribe Francisco: «Este Verbo del
Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel,
fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y
gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra
humanidad y fragilidad» (2CtaF 4; cf. OfP 15,3). Francisco engloba así a María en su
contemplación de la humanidad de María está en el centro de este misterio de humildad y de amor: de
ella ha tomado el Hijo de Dios nuestra carne, nuestra debilidad y fragilidad;
por medio de ella se ha hecho Hermano nuestro, ese Hermano a quien contempla
Francisco extasiándose: «¡Oh, cuán santo y cuán
amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico,
dulce, amable y más que todas las cosas deseable!» (1CtaF
13; cf. 2CtaF 56). Se comprende que englobe a María
en su amor sin medida a su Señor. «Por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella» (LM 9,3):
por medio de ella ha venido a nosotros, pecadores, el que nos trae la
misericordia, la ternura del Padre. 2. El misterio de la encarnación es misterio de humildad y también, por
tanto, de pobreza. Francisco apenas puede apartar de él su mirada interior
(cf. 1 Cel 84-85). Y una vez más asocia a María a
su amor a Cristo pobre. «Siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con A más de esto, Celano llama a María: paupercula Virgo, «la Virgen pobrecilla», la «poverella» (2 Cel 200),
expresión de la que es muy lógico pensar que se remonta al mismo Francisco.
Este poner de relieve la pobreza de María, en unión con la de su Hijo, tiene
su explicación en la contemplación intensa del misterio de Navidad: «No
recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla»
(ibíd.). La pobreza caracteriza la vida de María a
lo largo de toda su trayectoria: «Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios
vivo omnipotente..., fue pobre y huésped y vivió de limosna tanto Él como la
Virgen bienaventurada y sus discípulos...» (1 R 4-5). Este pensamiento conmueve
a Francisco: «Una vez que se sentó a comer le dijo un hermano que Cristo es «el que ha de vivir eternamente y está glorificado» (CtaO 22). Pero desde el día en que Francisco se
solidarizó con los leprosos y «practicó con ellos la misericordia» (cf. Test 2), comprendió que podía seguir encontrando a Cristo
pobre en la persona de cualquier pobre. También aquí asocia espontáneamente a
María a su Hijo: «Cuando ves a un pobre, ves un espejo del Señor y de su
Madre pobre» (2 Cel 85; cf. LM 8,5). Celano comenta: «El alma de Francisco desfallecía a la
vista de los pobres...; en todos los pobres veía al Hijo de la Señora pobre
llevando desnudo en el corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» (2
Cel 83). Y cada día se renueva para él en la
Eucaristía la maravilla de la encarnación: «Ved que diariamente se humilla
(el Hijo de Dios), como cuando desde el trono real descendió al seno de la
Virgen; diariamente viene a nosotros Él mismo en humilde apariencia;
diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote» (Adm 1,16-18). En resumen, no podremos extrañarnos de verle formular su proyecto de
vida: «Yo el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la
pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre y
perseverar en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os aconsejo que
viváis siempre en esta santísima vida y pobreza» (UltVol
1-2) (2). 3. MARÍA, ELEGIDA Y
CONSAGRADA POR LA TRINIDAD María está tan íntimamente vinculada al misterio de la encarnación que
Francisco la contempla en el designio eterno de Dios, cuyo centro es Saludo a 1¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen
convertida en templo (virgen hecha iglesia), 2 y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su
santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito; 3 que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien! 4 ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! 5 ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios! 6 ¡Salve también todas vosotras, santas virtudes, que, por la gracia e
iluminación del Espíritu Santo, sois infundidas en los corazones de los
fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a Dios! Antífona del Oficio de la
Pasión (OfP Ant) Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna
semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre
de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por
nosotros, junto con el arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y
con todos los santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro. Con palabras sencillas y tradicionales, Francisco expone la síntesis
de lo que la fe puede afirmar de María, en base a -- en primer lugar, las afirmaciones doctrinales centrales sobre
María, Madre de Dios y Virgen, punto de partida de cualquier reflexión sobre
María (SalVM 1; OfP Ant
1-2); -- seguidamente, la insistencia en un doble título derivado de la
maternidad divina y que representa también un homenaje: María es Reina (SalVM 1), pues es «hija y esclava del altísimo Rey sumo y
Padre celestial» (OfP Ant); María es «Domina»,
Señora (SalVM 1). Si el primero de estos títulos es
tradicional, el segundo refleja un aspecto original de Francisco: como el
caballero honra a su Dama y vive para ella, Francisco «ofrecía a María los
afectos de su corazón» (offerebat illi affectus -2 Cel 198-); -- la fe en la elección de María, «elegida por el santísimo Padre del
cielo» (SalVM 2); su misión corresponde a su
elección por Dios desde toda la eternidad; -- la certeza de que esta elección ha desembocado en su consagración
por toda la Trinidad: «consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el
Espíritu Santo Paráclito» (SalVM 2). La Antífona
aclara la relación de María con cada una de las tres divinas personas. María
es «hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro
santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» (OfP
Ant 2). Con el P. Efrén Longpré puede advertirse que
Francisco no habla de purificación y de santificación de María, sino
únicamente de su consagración; afirma que María tuvo desde siempre la
plenitud de la gracia y todo bien (SalVM) y que no
ha nacido entre las mujeres ninguna semejante a ella (OfP
Ant). Así, ilustres defensores del dogma de Es menester dejarse impregnar por la mirada de Francisco, que
contempla a María en su relación con los Tres que son Dios, y por el clima de
infinito respeto que se desprende de estas oraciones, para adivinar a través
de palabras tan sencillas la solidez de su doctrina mariana y, a la vez, algo
de la profundidad y delicadeza de su amor hacia la Virgen. En el Saludo a La parte final del Saludo hace pensar en el Saludo a las Virtudes. Por
lo demás, este último escrito lleva en varios de los buenos manuscritos el
título de: Las Virtudes (o bien, Saludo de las Virtudes) con las que fue
adornada II. MARÍA Y 1. Alumbramiento del
espíritu del Evangelio por los méritos de María ¿Hasta dónde se remonta en la historia de Francisco su «amor
indecible» a Encontramos la primera manifestación en su celo por restaurar la
capillita de la Porciúncula. ¿En qué estadio de su evolución se encontraba
entonces Francisco? La experiencia de la «dulzura» (Test
3) le había permitido presentir ya el alcance del misterio de la encarnación;
posteriormente, la revelación del Crucificado, vinculada a su heroica
experiencia con los leprosos (LM 1,5), le había hecho descubrir el amor sin
límites del Señor en su pasión; el mandato del crucifijo de San Damián le
había confiado una tarea provisional; y el conflicto con su padre había
desembocado en su «salida del siglo» (Test 3).
Francisco ignoraba todavía cuál sería su vocación definitiva. Ni el servicio
a los leprosos, ni la reparación de iglesias le parecía que debían agotar lo
que el Señor esperaba de él. En espera de nuevas luces, se consagra sin
embargo con entusiasmo a estos cometidos. Después de restaurar la iglesia de
San Damián, emprende la restauración de Concluidas dichas obras, Francisco dirige la mirada hacia la capilla
de la Porciúncula, en la planicie de Asís. También este antiguo santuario se
hallaba en ruinas. «Al contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a
compasión, porque le hervía el corazón en devoción hacia la madre de toda
bondad, decidió quedarse allí mismo. Cuando acabó de reparar dicha iglesia,
se encontraba ya en el tercer año de su conversión» (1 Cel
21; cf. LM 2,8). De este modo es como aflora la primera manifestación de amor a María
en la vida de Francisco: no fija su residencia en San Damián ni en San Pedro,
sino en la Porciúncula, revelando así su devoción a Nuestra Señora. Había
adquirido la certeza de que la Virgen prefería esa minúscula iglesia entre
todas. Y cuando le parece que una certidumbre es inspirada por Dios, habla de
ella en términos de «revelación» (cf. Test 14. 23):
«El dichoso Padre solía decir que por revelación de Dios sabía que Pero volvamos al hilo de los acontecimientos. Francisco repara
iglesias durante cerca de tres años, a la vez que atiende también a los
leprosos. Es un período de dura prueba, de búsqueda de su propio camino.
Tiene que acostumbrarse a su vida tremendamente penosa de pobre desprovisto
de todo, abandonado a la benevolencia o a la malevolencia de las gentes a
quienes mendiga su subsistencia y los materiales necesarios para llevar a
cabo sus obras de reparación (4). Aunque sabe que está en paz, porque ha
obedecido a Dios en todo, presiente que su Señor no le ha revelado todavía su
vocación definitiva. Es un espacio de tiempo doloroso desde muchos puntos de
vista. Y entonces Francisco se dirige a María: «Mientras moraba en la iglesia
de la Virgen, Madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos
gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en
que se dignara ser su abogada» (ut fieri dignaretur advocata ipsius) (LM 3,1).
Durante este período crucial se encomienda pues a María para que ella sea su
«advocata»: la que le proteja y, al mismo tiempo,
interceda por él. San Buenaventura comenta en una magnífica frase el resultado de esta
gestión: «Al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir
y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica» (ibíd.). Por tanto, el autor
atribuye a la intervención de María el descubrimiento que Francisco hizo de
su vocación, cuando oyó el evangelio de Francisco califica como una «revelación» la iluminación súbita que
tuvo entonces: «El Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma
del santo Evangelio» (Test 14). San Buenaventura lo
interpreta como una concepción y un alumbramiento paralelos a la concepción
del Verbo de Dios en María. La idea no es extraña a Francisco, como lo
atestigua su comentario sobre nuestra función maternal en relación a Cristo
(cf. 1CtaF 10; 2CtaF 53).
Aquí la podemos comprender teniendo en cuenta el paralelismo entre Cristo y
Francisco, su más fiel discípulo. Como el Verbo lleno de gracia y de verdad
se ha encarnado en María para ser la revelación del amor del Padre, para ser,
por tanto, en su Persona Se comprende la explosión de júbilo de Francisco, tras tan larga
búsqueda de su propio camino: «Al instante, saltando de gozo, lleno del
Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero, esto es lo que
yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en
práctica"» (1 Cel 22). ¿Cómo no habría de
reforzarse definitivamente su amor a María, a quien le debía tan gran favor?
Como auténtico pobre, ¡qué gran sentido tenía Francisco de la gratitud! 2. MARÍA, «ADVOCATA» DE Francisco sigue confiándose a María, con los hermanos que pronto le ha
dado el Señor. «Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su
confianza..., por eso la constituyó abogada (advocata)
suya y de todos sus hermanos» (LM 9,3). La Orden naciente, por tanto, es
puesta bajo el patronazgo de Sin embargo, Francisco espera de María algo más que el simple
desarrollo numérico de El primero se refiere a la pobreza evangélica. Afluían de paso tantos
hermanos a la Porciúncula que Pedro Cattani,
vicario de san Francisco, le pidió permiso para retener parte de los bienes
de los novicios y reservarlos para poder atender a las necesidades de dichos
huéspedes. «Lejos de nosotros esa piedad, carísimo hermano -respondió el
Santo-, que, por favorecer a los hombres, actuemos impíamente contra la
Regla». «Y ¿qué hacer?», replicó el vicario. «Si no puedes atender de otro
modo a los que vienen -le respondió-, quita los atavíos y las variadas galas
de El segundo ejemplo apunta al amor a los pobres. Es la célebre historia
de la madre de dos religiosos que se hallaba en una necesidad extrema y a
quien los hermanos no tenían nada que poderle dar. Francisco ordena: «Da a
nuestra madre el Nuevo Testamento para que lo venda y remedie su necesidad.
Creo firmemente que agradará más al Señor y a Así pues, en la vida concreta, a Francisco le gustaba asociar a María
a Cristo como fuente de inspiración en las decisiones que afectaban a la
fidelidad al Evangelio. La contemplación de la «paupercula
Virgo», humilde y disponible, le ayudó ciertamente, así nos lo demuestran los
ejemplos citados, a captar la revolución que el Evangelio ha aportado en el
campo de lo «sagrado» en casos prácticos y cotidianos. Lo más sagrado no es
el libro de la Palabra de Dios (¡que él quiere que se venere!), ni cuanto
atañe al culto (¡que él quiere que sea decente, suntuoso incluso!), sino el
hombre en su indigencia, con el que se solidariza el Dios del Evangelio. Como puede verse, pues, Francisco asocia por lo general a María a
Cristo, cuyas huellas y pobreza quiere seguir. La referencia a María es
particularmente explícita en el motivo de la mendicación, la cual es una
forma privilegiada de la sequela, seguimiento, de
Cristo humilde y pobre; esta referencia, además, está garantizada por un
texto de Efectivamente, la sequela de Cristo pobre,
unida a la manera como Francisco contempla la Encarnación (Cristo pobre y «paupercula Virgo»), es la nota característica del
evangelismo franciscano. Por eso, en opinión de san Buenaventura, Francisco
establece un paralelismo sorprendente entre la encarnación del Hijo de Dios
en María, su Madre pobrecilla, y el nacimiento de los hermanos a la vida
evangélica en la «paupercula religio»
(la Orden pobrecilla): «Nacidos, por virtud del Espíritu Santo, de una madre
pobre, a imagen de Cristo Rey, han de ser engendrados en una religión
pobrecilla por el espíritu de pobreza» (LM 3,10). Esta afirmación figura sólo
en la versión bonaventuriana de la parábola expuesta por Francisco ante el
papa, cuando le pidió la aprobación pontificia de su Regla; aunque no aparece
en las versiones más antiguas ( Pero con este punto estamos abordando ya la función ejemplar de María. III. 1. Para la Orden de los
Menores Para mejor comprender la función ejemplar de María en la vida de la
Orden naciente, conviene volver una vez más a La pequeña residencia de la Porciúncula se convierte en el centro de
la Orden: en ella se acoge a los nuevos hermanos; allí tienen lugar los
Capítulos. Según Francisco, su comunidad debía ser el «espejo de la Orden»,
obligada a mantenerse siempre en la humildad y Francisco quiere pues que aquí florezca un cierto número de virtudes,
actitudes y estilo de vida propio que, a través de ese «espejo», se deben
refractar sobre toda 2. Para los hermanos
sacerdotes Hay una categoría de hermanos a quienes Francisco propone más
directamente a María como modelo: los hermanos sacerdotes. Conocida es la
veneración de Francisco a los sacerdotes y la razón única de este respeto:
son ministros de las Palabras, del Cuerpo y de la Sangre del altísimo Señor
Jesucristo. Francisco ve en ellos a Cristo, por muy pecadores que sean,
puesto que Cristo habla y actúa en ellos (Test
6-13). Ahora bien, él compara directamente el ministerio del sacerdote en la
celebración eucarística a María, en cuyo seno se encarnó el Hijo de Dios (Adm 1,16-18). Y en la Carta a toda la Orden propone en
consecuencia a María como modelo de los hermanos sacerdotes: «Escuchad,
hermanos míos: si ¡Magnífico llamamiento a la
humildad de la fe y a la santidad! 3. Para todos los fieles Más allá de la Orden, Francisco propone a María como modelo a todos
los fieles, al menos a aquellos que de alguna manera se sentían vinculados a
él: «A todos los cristianos, religiosos, clérigos y laicos, hombres y
mujeres, a cuantos habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su
siervo y súbdito» (2CtaF 1). Conocido es el célebre
texto en que Francisco pone de manifiesto las maravillas de la vida
cristiana: «Nunca debemos desear estar sobre otros, sino, más bien, debemos
ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios. Y sobre todos
aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y
perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor y hará en ellos
habitación y morada. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan.
Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Somos esposos
cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo. Y hermanos
somos cuando cumplimos la voluntad del Padre, que está en el cielo; madres,
cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el amor y por una
conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas que deben ser
luz para ejemplo de otros» (2CtaF 47-53; cf. los
versículos siguientes). Dos puntos interesan especialmente a nuestro tema. a) Francisco describe de manera admirable la función maternal del fiel
respecto a Cristo (v. 53). Hagamos la transposición de esta doctrina: De la
misma forma que María, la humilde sierva, permitió al Señor de la gloria
hacerse en ella nuestro hermano, por el poder del Espíritu que se posó sobre
ella, así también, por el poder del mismo Espíritu que se posa sobre él (vv. 48-50), quien sigue el camino de la minoridad (v. 47)
puede llevar en sí, mediante el amor y la pureza y sinceridad de corazón, al
Señor Jesús y alumbrarlo en los demás mediante su vida santa, que es obra del
Espíritu en él (v. 53; cf. 2 R 10,9). Francisco expone aquí la vida cristiana
de manera propiamente mariana: en cuanto a su naturaleza, es la vida de un
ser que lleva en sí a Cristo; en cuanto a su eficacia, da a luz a Cristo en
los demás. Con términos sencillos y luminosos Francisco describe todo el
misterio de la Iglesia y de su maternidad, cuya figura es María. b) Para definir la relación con Dios de quien se compromete en el
camino de la minoridad, cumple con rectitud la voluntad de Dios y permanece
unido al Señor Jesús con un amor sincero, Francisco emplea los mismos
términos que utiliza para expresar, con toda la tradición, la unión de María
con Dios: el Espíritu se posa sobre él y hace en él su morada; es hijo del
Padre celestial; es esposo, y hermano, y madre de Cristo. Lo que vale por
excelencia de María, «que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo
bien» (SalVM 3), vale también igualmente de
cualquier fiel que toma en serio su vocación evangélica. Sí, María es verdaderamente la figura de CONCLUSIÓN Expresiones del amor de
Francisco a María Su profundísima comprensión del cometido llevado a cabo por la «paupercula Virgo» en el designio de salvación, condujo a
Francisco, como hemos podido constatar, tanto a la contemplación admirativa
de María consagrada por la Trinidad, como a recurrir a ella lleno de
confianza a lo largo de todo su itinerario espiritual. No es, pues, extraño
cuanto relata Tomás de Celano: «Le tributaba
peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y
tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel
198). De sus «Laudes», sólo ha llegado hasta
nosotros el maravilloso Saludo. Al igual que otros fragmentos, nos demuestra
la influencia de la liturgia en Francisco y, sobre todo, cómo su amor filial
sabía también traducir en imágenes poéticas, sencillas y apropiadas, el Misterio
de María, de manera que se sintiese impregnado por él incluso el hombre más
rudo. De sus oraciones, ha quedado la Antífona del Oficio de la Pasión,
presentada anteriormente junto con el Saludo. María es invocada también en el
«confiteor» de la Carta a toda la Orden (CtaO 38) y en la petición de perdón de la Paráfrasis del
Padrenuestro (ParPN 7). Esto es tradicional. Pero
ya sabemos la intensidad de la oración de Francisco: ¡Reconocerse también
pecador ante María, contar también con sus méritos para obtener perdón, no
podían ser fórmulas recitadas distraídamente por Francisco! Por último, volvemos a encontrar a María en un aspecto original de la
piedad de Francisco. Él es el pobre que se sabe constantemente colmado
inmerecidamente por Dios, Soberano Bien y Autor de todo bien. De ahí su
actitud fundamental de agradecimiento. Pero se siente, a la vez, tan indigno
e incapaz de dar gracias por todo lo que Dios ha realizado y no cesa de
realizar por los hombres y por él, Francisco, en particular, que ruega al
Hijo amado que Él mismo, junto con el Espíritu Santo, dé gracias al Padre
como a Él le agrada. Luego dirige la misma petición a María (y a todos los
ángeles y santos) (1 R 23,5-6). ¡Admirable hallazgo: pedir a María que dé
gracias a Dios por nosotros, pues nosotros nos reconocemos incapaces de
hacerlo! (6). La piedad mariana de Francisco es fruto de la historia personal del Poverello, iluminada por la mejor doctrina tradicional,
tomada sobre todo de la liturgia, y vivida con su personal sensibilidad hacia
un determinado número de valores centrales del Evangelio. Por ello, y por su
contenido, sigue siendo ejemplar. 1) TC 7. Francisco no aclara el contenido de esta experiencia mística.
Se puede deducir por los efectos que produjo en él: mayor acercamiento a los
pobres, beso al leproso, etc. Cf. TC 8-11. 2) De todos los textos en que Francisco formula su proyecto de vida,
éste es el único en que asocia la pobreza de María a 3) Cf. Ephrem Longpré, François d'Assise et son expérience spirituelle, París 1966, pág. 63. 4) El relato de TC 22-24 no deja lugar a dudas sobre este rudo
aprendizaje de la pobreza. 5) Cf. EP 84: «La Madre de Dios tuvo aquí el doble y glorioso
alumbramiento de los hermanos y las señoras, por los que volvió a derramar a
Cristo por el mundo». 6) A la oración, Francisco añadía el ayuno en honor de María,
habitualmente desde la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta
de la Asunción (LM 9,4), e incidentalmente en otros períodos (LP 118 presenta
el caso en que, un año, ayunó desde la fiesta de la Asunción a la de san
Miguel). [Selecciones de Franciscanismo,
vol. X, n. 28 (1981) 53-65] Fuentes: DIRECTORIO FRANCISCANO |
Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |