4. "Creamos, pues, en Jesucristo, nuestro Señor, nacido del
Espíritu Santo y de la
virgen María. Pues también la misma bienaventurada María concibió creyendo a quien alumbró
creyendo.
Después de habérsele prometido el hijo, preguntó cómo podía suceder
eso, puesto que no conocía varón. En efecto, sólo conocía un modo de concebir
y dar a luz; aunque personalmente no lo había experimentado, había aprendido
de otras mujeres -la naturaleza es repetitiva- que el hombre nace del varón y
de la mujer. El
ángel le dio por respuesta: El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso, lo que nazca de ti será santo y será llamado Hijo de Dios. Tras
estas palabras del ángel, ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo
antes en su mente que en su seno, dijo: He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Cúmplase, dijo,
el que una virgen conciba sin semen de varón; nazca del Espíritu Santo y de
una mujer virgen aquel en quien renacerá del Espíritu Santo la Iglesia,
virgen también. Llámese Hijo de Dios a aquel santo que ha de nacer de madre
humana, pero sin padre humano, puesto que fue conveniente que se hiciese hijo
del hombre el que de forma admirable nació de Dios Padre sin madre alguna; de
esta forma, nacido en aquella carne, cuando era pequeño, salió de un seno
cerrado, y en la misma carne, cuando era grande, ya resucitado, entró por
puertas cerradas. Estas cosas son maravillosas, porque son divinas; son
inefables, porque son también inescrutables; la boca del hombre no es
suficiente para explicarlas, porque tampoco lo es el corazón para
investigarlas. Creyó María, y se cumplió en ella lo que creyó. Creamos
también nosotros para que pueda sernos también provechoso lo que se cumplió.
Aunque también este nacimiento sea maravilloso, piensa, sin embargo, ¡oh
hombre!, qué tomó por ti tu Dios, qué el creador por la creatura: Dios que
permanece en Dios, el eterno que vive con el eterno, el Hijo igual al Padre,
no desdeñó revestirse de la forma de siervo en beneficio de los siervos, reos
y pecadores. Y esto no se debe a méritos humanos, pues más bien merecíamos el
castigo por nuestros pecados; pero, si hubiese puesto sus ojos en nuestras
maldades, ¿quién los hubiese resistido? Así, pues, por los siervos impíos y
pecadores, el Señor se dignó nacer, como siervo y hombre, del Espíritu Santo
y de la virgen María."
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