LOURDES. MARÍA,
MADRE LLENA DE DULZURA Santa Teresa de
los Andes Caminando con
Maria Pedro Sergio
Antonio Donoso Brant |
Febrero 12 [1917]. Anteayer y ayer fuimos
a Lourdes. ¡Lourdes! Esta sola palabra hace vibrar las cuerdas más sensibles
del cristiano, del católico. ¡Lourdes! ¡Quién no se siente conmovido al pronunciarla!
Significa un Cielo en el destierro. Lleva envuelto en su manto de misterio
todo lo grande de lo que es capaz de sentir el corazón católico. Su nombre hace remover los recuerdos
pasados y conmueve las sensaciones íntimas de nuestra alma. Ella encierra
alegría, paz so¬brehumana, donde el peregrino, fatigado del camino pesaroso
de la vida, puede descansar; puede sin cuidado dejar su bagaje, que son las
miserias humanas, [y] abrir su seno para recibir el agua del consuelo, del
alivio. Es donde las lágrimas del pobre con el rico se confunden, donde sólo
encuentra una Madre que los mira y los son¬ríe. Y en esa mirada y sonrisa
celestiales hacen brotar de ambos pechos sollozos que el corazón, de
felicidad, no puede dejar de es¬capar y que lo hace esperar, amar lo
imperecedero y lo divino. Si Tú eres, Madre, la celestial Madonna
que nos guío. Tú dejaste caer de entre tus manos maternales rayos de cielo.
No creí que existiera la felicidad en la tierra; pero ayer, mi corazón
se¬diento de ella, la encontró. Mi alma, extasiada a tus plantas virginales
te escuchaba. Eras Tú la que hablabas y tu lenguaje de Madre era tan
tierno... Era de cielo, casi divino. ¿Quién no se anima, al verte tan pura,
tan tierna, tan compasiva, a descubrir sus íntimos tormentos? ¿Quién no te
pide que seas estrella en este borrascoso mar?¿Quién
es el que no llora entre tus brazos sin que al punto reciba tus ósculos
inmaculados de amor y de consuelo? Si es pecador, tus caricias lo enternecen.
Si es tu fiel devoto, tu presencia
solamente enciende la llama viva del amor divino. Si es pobre, Tú con tu mano
poderosa lo socorres y le mues¬tras la patria verdadera. Si es rico, lo sostienes
con tu aliento contra los escollos de su vida agitadísima. Si es afligido,
Tú, con tus miradas lagrimosas, le muestras la Cruz y en ella a tu divino
Hijo. ¿Y quién no encuentra el bálsamo de sus penas al considerar los
tormentos de Jesús y de María? El enfermo, por fin, halla en su seno maternal
el agua de salud que deja brotar con su sonrisa encantadora, que lo hace
sonreír de amor y de felicidad. Sí, María, eres la Madre del universo entero.
Tu corazón está lleno de dulzura. A tus pies se postran con la misma
confianza el sacerdote como la virgen para hallar entre tus brazos al Amor de
tus entrañas. El rico como el pobre, para encontrar en tu corazón su cielo.
El afligido como el dichoso, para encontrar en tu boca la sonrisa celestial.
El enfermo como el sano, para encontrar en tus manos dulces caricias. Y por
fin, el pecador como yo encuentra en Ti la Madre protectora que bajo tus
plantas inmaculadas tienes quebrantada la cabeza del dragón; mientras que en
tus ojos descubre la misericordia, el perdón y faro luminoso para no caer en
las cenagosas aguas del pecado. Madre mía, sí. En Lourdes se encontraba
el cielo: estaba Dios en el altar rodeado de ángeles, y Tú, desde la
concavidad de la roca, le presentabas los clamores de la multitud arrodillada
ante el altar. Y le pedías que oyese las súplicas del pobre desterrado en
este valle de lágrimas, mientras que, junto con los cantos, te ofrecían un
corazón lleno de amor y gratitud. |