1. María en los
planes de Dios.
El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y
verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a
límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo, previsto
desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano,
que había de provenir de la transgresión de Adán, y
habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar
al cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto,
por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre
impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que
iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el segundo,
eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para
que su unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud
de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas,
que en sola ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan
maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas,
sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y
santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda
hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no
se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera
de Dios.
Y, por cierto era convenientísimo
que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad
y que reportase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune
aun de la misma mancha de la culpa original, tan venerable Madre, a quien
Dios Padre dispuso dar a su único Hijo, a quien ama como a sí mismo,
engendrado como ha sido igual a sí de su corazón, de tal manera que
naturalmente fuese uno y el mismo Hijo común de Dios Padre y de la Virgen, y a la que el
mismo Hijo en persona determinó hacer sustancialmente su Madre y de la que el
Espíritu Santo quiso e hizo que fuese concebido y naciese Aquel de quien él
mismo procede.
2. Sentir de
la Iglesia
respecto a la concepción inmaculada.
Ahora bien, la Iglesia católica, que, de continuo enseñada
por el Espíritu Santo, es columna y fundamento firme de la verdad, jamás
desistió de explicar, poner de manifiesto y dar calor, de variadas e
ininterrumpidas maneras y con hechos cada vez más espléndidos, a la original
inocencia de la augusta Virgen, junto con su admirable santidad, y muy en
consonancia con la altísima dignidad de Madre de Dios, por tenerla como
doctrina recibida de lo alto y contenida en el depósito de la revelación.
Pues esta doctrina, en vigor desde las más antiguas edades, íntimamente
inoculada en los espíritus de los fieles, y maravillosamente propagada por el
mundo católico por los cuidados afanosos de los sagrados prelados,
espléndidamente la puso de relieve la Iglesia misma cuando no titubeó en proponer al
público culto y veneración de los fieles la Concepción de la
misma Virgen. Ahora bien, con este glorioso hecho, por cierto presentó al
culto la Concepción
de la misma Virgen como algo
singular, maravilloso y muy distinto de los principios de los demás hombres y perfectamente santo, por no
celebrar la Iglesia,
sino festividades de los santos. Y por eso acostumbró a emplear en los
oficios eclesiásticos y en la sagrada liturgia aún las mismísimas palabras
que emplean las divinas Escrituras tratando de la Sabiduría increada y
describiendo sus eternos orígenes, y aplicarla a los principios de la Virgen, los cuales habían
sido predeterminados con un mismo decreto, juntamente con la encarnación de
la divina Sabiduría.
Y aun cuando todas estas cosas, admitidas casi
universalmente por los fieles, manifiesten con qué celo haya mantenido también
la misma romana Iglesia, madre y maestra de todas las iglesias, la doctrina
de la
Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo de
eso, los gloriosos hechos de esta Iglesia son muy dignos de ser uno a uno
enumerados, siendo como es tan grande su dignidad y autoridad, cuanta
absolutamente se debe a la que es centro de la verdad y unidad católica, en
la cual sola ha sido custodiada inviolablemente la religión y de la cual
todas las demás iglesias han de recibir la tradición de la fe. Así que la misma
romana Iglesia no tuvo más en el corazón que profesar, propugnar, propagar y
defender la
Concepción Inmaculada de la Virgen, su culto y su
doctrina, de las maneras más significativas.
3. Favor
prestado por los papas al culto de la Inmaculada.
Muy clara y abiertamente por cierto testimonian y
declaran esto tantos insignes hechos de los Romanos Pontífices, nuestros
predecesores, a quienes en la persona del Príncipe de los Apóstoles encomendó
el mismo Cristo Nuestro Señor el supremo cuidado y potestad de apacentar los
corderos y las ovejas, de robustecer a los hermanos en la fe y de regir y
gobernar la universal Iglesia. Ahora bien, nuestros predecesores se gloriaron
muy mucho de establecer con su apostólica autoridad, en la romana Iglesia la
fiesta de la Concepción,
y darle más auge y esplendor con propio oficio y misa propia, en los que
clarísimamente se afirmaba la prerrogativa de la inmunidad de la mancha
hereditaria, y de promover y ampliar con toda suerte de industrias el culto
ya establecido, ora con la concesión de indulgencias, ora con el permiso
otorgado a las ciudades, provincias y reinos de que tomasen por patrona a la Madre de Dios bajo el
título de la
Inmaculada Concepción, ora con la aprobación de sodalicios, congregaciones, institutos religiosos
fundados en honra de la Inmaculada Concepción, ora alabando la piedad
de los fundadores de monasterios, hospitales, altares, templos bajo el título
de la
Inmaculada Concepción, o de los que se obligaron con voto a
defender valientemente la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Grandísima
alegría sintieron además en decretar que la, festividad de la Concepción debía
considerarse por toda la
Iglesia exactamente como la de la Natividad, y que debía
celebrarse por la universal Iglesia con octava, y que debía ser guardada
santamente por todos como las de precepto, y que había de haber capilla papal
en nuestra patriarcal basílica Liberiana anualmente el día dedicado a la Concepción de la Virgen. Y deseando
fomentar cada día más en las mentes de los fieles el conocimiento de la
doctrina de la
Concepción Inmaculada de María Madre de Dios y estimularles
al culto y veneración de la misma Virgen concebida sin mancha original, gozáronse en conceder, con la mayor satisfacción posible,
permiso para que públicamente se proclamase en las letanías lauretanas, y en
él mismo prefacio de la misa, la Inmaculada Concepción
de la Virgen,
y se estableciese de esa manera con la ley misma de orar la norma de la fe.
Nos, además, siguiendo fielmente las huellas de tan grandes predecesores, no
sólo tuvimos por buenas y aceptamos todas las cosas piadosísima y sapientísimamente por los mismos establecidas, sino
también, recordando lo determinado por Sixto IV, dimos nuestra autorización
al oficio propio de la Inmaculada Concepción y de muy buen grado
concedimos su uso a la universal Iglesia.
4. Débese a los papas la determinación exacta del culto de la Inmaculada
Mas, como quiera que las cosas relacionadas
con el culto está intima y totalmente ligadas con su objeto, y no
pueden permanecer firmes en su buen estado si éste queda envuelto en la
vaguedad y ambigüedad, por eso nuestros predecesores romanos Pontífices, qué
se dedicaron con todo esmero al esplendor del culto de la Concepción, pusieron
también todo su empeño en esclarecer e inculcar su objeto y doctrina. Pues
con plena claridad enseñaron que se trataba de festejar la concepción de la Virgen, y proscribieron,
como falsa y muy lejana a la mente de la Iglesia, la opinión de los que opinaban y
afirmaban que veneraba la
Iglesia, no la concepción, sino la santificación. Ni
creyeron que debían tratar con suavidad a los que, con el fin de echar por
tierra la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, distinguiendo
entre el primero o y segundo instante y momento de la concepción, afirmaban
que ciertamente se celebraba la concepción, mas no en el primer instante y
momento. Pues nuestros mismos predecesores juzgaron que era su deber defender
y propugnar con todo celo, como verdadero Objeto del culto, la festividad de la Concepción de la
santísima Virgen, y concepción en el primer instante. De ahí las palabras
verdaderamente decisivas con que Alejandro VII, nuestro predecesor, declaró
la clara mente de la Iglesia,
diciendo: Antigua por cierto es la piedad de los fieles cristianos para
con la santísima Madre Virgen María, que sienten que su alma, en el primer
instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la
mancha del pecado original, por singular gracia y privilegio de Dios, en
atención a los méritos de su hijo Jesucristo, redentor del género humano, y
que, en este sentido, veneran y celebran con solemne ceremonia la fiesta de
su Concepción. (Const. "Sollicitudo omnium Ecclesiarum", 8 de
diciembre de 1661).
Y, ante todas cosas, fue costumbre también entre
los mismos predecesores nuestros defender, con todo cuidado, celo y esfuerzo,
y mantener incólume la doctrina de la Concepción Inmaculada
de la Madre
de Dios. Pues no solamente no toleraron en modo alguno que se atreviese
alguien a mancillar y censurar la doctrina misma, antes, pasando más
adelante, clarísima y repetidamente declararon que la doctrina con la que
profesamos la
Inmaculada Concepción de la Virgen era y con razón se
tenía por muy en armonía con el culto eclesiástico y por antigua y casi
universal, y era tal que la romana Iglesia se había encargado de su fomento y
defensa y que era dignísima que se le diese cabida en la sagrada liturgia
misma y en las oraciones públicas
5. Los papas
prohibieron la doctrina contraria.
Y, no contentos con esto, para que la doctrina
misma de la
Concepción Inmaculada de la Virgen permaneciese
intacta, prohibieron severamente que se pudiese defender pública o
privadamente la opinión contraria a esta doctrina y quisieron acabar con
aquella a fuerza de múltiples golpes mortales. Esto no obstante, y a pesar de
repetidas y clarísimas declaraciones, pasaron a las
sanciones, para que estas no fueran vanas. Todas estas cosas comprendió el
citado predecesor nuestro Alejandro VII con estas palabras:"Nos, considerando que la Santa Romana
Iglesia celebra solemnemente la festividad de la Inmaculada siempre
Virgen María, y que dispuso en otro tiempo un oficio especial y propio acerca
de esto, conforme a la piadosa, devota, y laudable práctica que entonces
emanó de Sixto IV, Nuestro Predecesor: y queriendo, a ejemplo de los Romanos
Pontífices, Nuestros Predecesores, favorecer a esta laudable piedad y
devoción y fiesta, y al culto en consonancia con ella, y jamás cambiado
en la Iglesia Romana
después de la institución del mismo, y (queriendo), además, salvaguardar esta
piedad y devoción de venerar y celebrar la Santísima Virgen
preservada del pecado original, claro está, por la gracia proveniente del
Espíritu Santo; y deseando conservar en la grey de
Cristo la unidad del espíritu en los vínculos de la paz (Efes. 4, 3),
apaciguados los choques y contiendas y, removidos los escándalos: en atención
a la instancia a Nos presentada y a las preces de los mencionados Obispos con
los cabildos de sus iglesias y del rey Felipe y de sus reinos; renovamos las
Constituciones y decretos promulgados por los Romanos Pontífices, Nuestro
Predecesores, y principalmente por Sixto IV, Pablo V y Gregorio XV en favor
de la sentencia que afirma que el alma de Santa María Virgen en su creación,
en la infusión del cuerpo fue obsequiada con la gracia del Espíritu Santo y
preservada del pecado original y en favor también de la fiesta y culto de la Concepción de la
misma Virgen Madre de Dios, prestado, según se dice, conforme a esa piadosa
sentencia, y mandamos que se observe bajo las censuras y penas contenidas en
las mismas Constituciones.
Y además, a todos
y cada uno de los que continuaren interpretando las mencionadas
Constituciones o decretos, de suerte que anulen el favor dado por éstas a
dicha sentencia y fiesta o culto tributado conforme a ella, u osaren promover
una disputa sobre esta misma sentencia, fiesta o culto, o hablar, predicar,
tratar, disputar contra estas cosas de cualquier manera, directa o
indirectamente o con cualquier pretexto, aún examinar su definibilidad,
o de glosar o interpretar la Sagrada Escritura o los Santos Padres o
Doctores, finalmente con cualquier pretexto u ocasión por escrito o de
palabra, determinando y afirmando cosa alguna contra ellas, ora aduciendo
argumentos contra ellas y dejándolos sin solución, ora discutiendo de
cualquier otra manera inimaginable; fuera de las penas y censuras contenidas
en las Constituciones de Sixto IV, a las cuales queremos someterles, y por
las presentes les sometemos, queremos también privarlos del permiso de
predicar, dar lecciones públicas, o de enseñar, y de interpretar, y de voz
activa y pasiva en cualesquiera elecciones por el hecho de comportarse de ese
modo y sin otra declaración alguna en las penas de inhabilidad perpetua para
predicar y dar lecciones públicas, enseñar e interpretar; y que no pueden ser
absueltos o dispensados de estas cosas sino por Nos mismo o por Nuestros
Sucesores los Romanos Pontífices; y queremos asimismo que sean sometidos, y
por las presentes sometemos a los mismos a otras penas infligibles,
renovando las Constituciones o decretos de Paulo V y de Gregorio XV, arriba
mencionados.
Prohibimos, bajo
las penas y censuras contenidas en el Índice de los libros prohibidos,
los libros en los cuales se pone en duda la mencionada sentencia, fiesta o
culto conforme a ella, o se escribe o lee algo contra esas cosas de la manera
que sea, como arriba queda dicho, o se contienen frase, sermones,
tratados y disputas contra las mismas, editados después del decreto de Paulo
V arriba citado, o que se editaren de la manera que sea en lo porvenir por
expresamente prohibidos, ipso facto y sin más
declaración."
6. Sentir
unánime de los doctos obispos y religiosos.
Mas todos saben con qué celo tan grande fue
expuesta, afirmada y defendida esta doctrina de la Inmaculada Concepción
de la Virgen Madre
de Dios por las esclarecidísimas familias religiosas y por las más
concurridas academias teológicas y por los aventajadísimos doctores en la
ciencia de las cosas divinas. Todos, asimismo, saben con qué solicitud tan
grande hayan abierta y públicamente profesado los obispos, aun en las mismas
asambleas eclesiásticas, que la santísima Madre de Dios, la Virgen María, en
previsión de los merecimientos de Cristo Señor Redentor, nunca estuvo
sometida al pecado, sino que fue totalmente preservada de la mancha original,
y, de consiguiente, redimida de más sublime manera.
7. El
concilio de Trento y la tradición,
Ahora bien, a estas cosas se añade un hecho
verdaderamente de peso y sumamente extraordinario, conviene a saber: que
también el concilio Tridentino mismo, al promulgar el decreto dogmático del
pecado original, por el cual estableció y definió, conforme a los testimonios
de las sagradas Escrituras y de los Santos Padres y de los recomendabilísimos
concilios, que los hombres nacen manchados por la culpa original, sin
embargo, solemnemente declaró que no era su intención incluir a la santa e
Inmaculada Virgen Madre de Dios en el decreto mismo y en una definición tan
amplia. Pues con esta declaración suficientemente insinuaron los Padres
tridentinos, dadas las circunstancias de las cosas y de los tiempos, que la
misma santísima Virgen había sido librada de la mancha original, y hasta
clarísimamente dieron a entender que no podía aducirse fundadamente argumento
alguno de las divinas letras, de la tradición, de la autoridad de los Padres
que se opusiera en manera alguna a tan grande prerrogativa de la Virgen.
Y, en realidad de verdad, ilustres monumentos de
la venerada antigüedad de la
Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican
que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen,
tan espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más por el
gravísimo sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de la Iglesia, y tan
maravillosamente propagada entre todos los pueblos y naciones del orbe
católico, existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los
antepasados y distinguida con el sello de doctrina revelada.
Pues la
Iglesia de Cristo, diligente custodia y defensora de los
dogmas a ella confiados, jamás cambia en ellos nada, ni disminuye, ni añade,
antes, tratando fiel y sabiamente con todos sus recursos las verdades que la
antigüedad ha esbozado y la fe de los Padres ha sembrado, de tal manera
trabaja por limarlas y pulirlas, que los antiguos dogmas de la celestial
doctrina reciban claridad, luz, precisión, sin que pierdan, sin embargo, su
plenitud, su integridad, su índole propia, y se desarrollen tan sólo según su
naturaleza; es decir el mismo dogma, en el mismo sentido y parecer.
8. Sentir de
los Santos Padres y de los escritores eclesiásticos.
Y por cierto, los Padres y escritores de la Iglesia, adoctrinados
por las divinas enseñanzas, no tuvieron tanto en el corazón, en los libros compuestos
para explicar las Escrituras, defender los dogmas, y enseñar a los fieles,
como el predicar y ensalzar de muchas y maravillosas maneras, y a porfía, la
altísima santidad de la
Virgen, su dignidad, y su inmunidad de toda mancha de
pecado, y su gloriosa victoria del terrible enemigo del humano linaje.
9. El
Protoevangelio.
Por lo cual, al glosar las palabras con las que
Dios, vaticinando en los principios del mundo los remedios de su piedad
dispuestos para la reparación de los mortales, aplastó la osadía de la
engañosa serpiente levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje,
diciendo: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la
suya; enseñaron que, con este divino oráculo, fue de antemano designado
clara y patentemente el misericordioso Redentor del humano linaje, es decir,
el unigénito Hijo de Dios Cristo Jesús, y designada la santísima Madre, la Virgen María, y al
mismo tiempo brillantemente puestas de relieve las mismísimas enemistades de
entrambos contra el diablo. Por lo cual, así como Cristo, mediador de Dios y
de los hombres, asumida la naturaleza humana, borrando la escritura del
decreto que nos era contrario, lo clavó triunfante en la cruz, así la
santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo
hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa serpiente, y de la misma
triunfando en toda la línea, trituró su cabeza con el pie inmaculado.
10. Figuras
bíblicas de María.
Este eximio y sin par triunfo de la Virgen, y excelentísima
inocencia, pureza, santidad y su integridad de toda mancha de pecado e
inefable abundancia y grandeza de todas las gracias, virtudes y privilegios, viéronla los mismos Padres ya en el arca de Noé que,
providencialmente construida, salió totalmente salva e incólume del común
naufragio de todo el mundo; ya en aquella escala que vio Jacob que llegaba de
la tierra al cielo y por cuyas gradas subían y bajaban los ángeles de Dios y
en cuya cima se apoyaba el mismo Señor; ya en la zarza aquélla que contempló
Moisés arder de todas partes y entré el chisporroteo de las llamas no se
consumía o se gastaba lo más mínimo, sino que hermosamente reverdecía y
florecía; ora en aquella torre inexpugnable al enemigo, de la cual cuelgan
mil escudos y toda suerte de armas de los fuertes; ora en aquel huerto
cerrado que no logran violar ni abrir fraudes y trampas algunas; ora en
aquella resplandeciente ciudad de Dios, cuyos fundamentos se asientan en los
montes santos a veces en aquel augustísimo templo de Dios que, aureolado de
resplandores divinos, está lleno, de la gloria de Dios; a veces en otras
verdaderamente innumerables figuras de la misma clase, con las que los Padres
enseñaron que había sido vaticinada claramente la excelsa dignidad de la Madre de Dios, y su
incontaminada inocencia, y su santidad, jamás sujeta a mancha alguna.
11. Los
profetas.
Para describir este mismo como compendio de
divinos dones y la integridad original de la Virgen, de la que nació
Jesús, los mismos [Padres], sirviéndose de las palabras de los profetas, no
festejaron a la misma augusta Virgen de otra manera que como a paloma pura, y
a Jerusalén santa, y a trono excelso de Dios, y a arca de santificación, y a
casa que se construyó la eterna Sabiduría, y a la Reina aquella que,
rebosando felicidad y apoyada en su Amado, salió de la boca del Altísimo
absolutamente perfecta, hermosa y queridísima de Dios y siempre libre de toda
mancha.
12. El Ave
María y el Magnificat.
Mas atentamente considerando los mismos Padres y
escritores de la Iglesia
que la santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato
y en nombre del mismo Dios, por el Gabriel cuando éste le anunció la altísima
dignidad de Madre de Dios, enseñaron que, con ese singular y solemne saludo,
jamás oído, se manifestaba que la
Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que
estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu; más aún, que era
como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de suerte que,
jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la
perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el divino Espíritu: Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
De ahí se deriva su sentir no menos claro. que unánime, según el cual la gloriosísima
Virgen, en quien hizo cosas grandes el Poderoso, brilló con tal
abundancia de todos los dones celestiales, con tal plenitud de gracia y con
tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de Dios, más aún, como el
milagro cumbre de todos los milagros y digna Madre de Dios, y allegándose a
Dios mismo, según se lo permitía la condición de criatura, lo más cerca
posible, fue superior a toda alabanza humana y angélica.
13. Paralelo
entre María y Eva
Y, de consiguiente, para defender la original
inocencia y santidad de la
Madre de Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente con
Eva todavía virgen, todavía inocente, todavía incorrupta y todavía no engaña
a por as mortíferas asechanzas de la insidiosísima
serpiente, sino también la antepusieron a ella con maravillosa variedad de
palabras y pensamientos. Pues Eva, miserablemente complaciente con la
serpiente, cayó de la original inocencia y se convirtió en su esclava; mas la
santísima Virgen aumentando de continuo el don original, sin prestar jamás
atención a la serpiente, arruinó hasta los cimientos su poderosa fuerza con
la virtud recibida de lo alto.
14.
Expresiones de alabanza
Por lo cual jamás dejaron de llamar a la Madre de Dios o lirio
entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha ,
inmaculada, siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se
formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de
inocencia, de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido
de toda intriga de la venenosa serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás
carcomió el gusano del pecado; o fuente siempre limpia y sellada por la
virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o
tesoro de inmortalidad, o la única y sola hija no de la muerte, sino de la
vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia
de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de
las leyes comúnmente establecidas. Mas, como si éstas cosas, aunque muy
gloriosas, no fuesen suficientes, declararon, con propias y precisas
expresiones, que, al tratar de pecados, no se había de hacer la más mínima
mención de la santa Virgen María, a la cual se concedió más gracia para
triunfar totalmente del pecado; profesaron además que la gloriosísima
Virgen fue reparadora de los padres, vivificadora de los descendientes,
elegida desde la eternidad, preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por
Dios cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, que
ciertamente trituró la venenosa cabeza de la misma serpiente, y por eso
afirmaron que la misma santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha
de pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que
siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo
en las tinieblas, sino en la luz, y, de consiguiente, que fue aptísima morada
para Cristo, no por disposición corporal, sino por la gracia original.
A éstos hay que añadir los gloriosísimos
dichos con los que, hablando de la concepción de la Virgen, atestiguaron que
la naturaleza cedió su puesto a la gracia, paróse
trémula y no osó avanzar; pues la Virgen Madre de Dios no había de ser concebida
de Ana antes que la gracia diese su fruto: porque convenía, a la verdad, que
fuese concebida la primogénita de la que había de ser concebido el
primogénito de toda criatura.
15.
¡¡Inmaculada!!
Atestiguaron que la carne de la Virgen tomada de Adán no
recibió las manchas de Adán, y, de consiguiente, que la Virgen
Santísima es el tabernáculo creado por el mismo Dios, formado por el Espíritu
Santo, y que es verdaderamente de púrpura, que el nuevo Beseleel
elaboró con variadas labores de oro, y que Ella es, y con razón se la
celebra, como la primera y exclusiva obra de Dios, y como la que salió ilesa
de los igníferos dardos del maligno, y como la que hermosa por naturaleza y
totalmente inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su
Concepción Inmaculada. Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese
atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los
demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho
convenía que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines
ensalzan por Santísimo, tuviese también en la tierra Madre que no hubiera
jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad.
Y por cierto, esta doctrina había penetrado en las
mentes y corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre
ellos la singular y maravillosísima manera de
hablar con la que frecuentísimamente se dirigieron a la Madre de Dios llamándola
inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada, inocente e inocentísima,
sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada, santa y muy ajena a toda
mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de pureza e inocencia,
más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo ornato, mas santa que
la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó
toda integridad y virginidad, y sola convertida totalmente en domicilio de
todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de sólo Dios,
resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y santa que
los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de los ángeles, y
cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni las
lenguas de los ángeles ni las de los hombres. Y nadie desconoce que este modo
de hablar fue trasplantado como espontáneamente, a la santísima liturgia y a
los oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada paso con él y que lo
llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre de Dios como única
paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y en todos los
aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es celebrada como
la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva, que dio a luz
al Emmanuel.
16.
Universal consentimiento y peticiones de la definición dogmática.
No es, pues, de maravillar que los pastores de la
misma Iglesia y los pueblos fieles se hayan gloriado de profesar con tanta
piedad, religión y amor la doctrina de la Concepción Inmaculada
de la Virgen Madre
de Dios, según el juicio de los Padres, contenida en las divinas Escrituras,
confiada a la posteridad con testimonios gravísimos de los mismos, puesta de
relieve y cantada por tan gloriosos monumentos de la veneranda antigüedad, y
expuesta y defendida por el sentir soberano y respetabilísima autoridad de la Iglesia, de tal modo que
a los mismos no les era cosa más dulce, nada más querido, que agasajar,
venerar, invocar y hablar en todas partes con encendidísimo afecto a la Virgen Madre de
Dios, concebida sin mancha original. Por lo cual, ya desde los remotos
tiempos, los prelados, los eclesiásticos, las Ordenes religiosas, y aun los
mismos emperadores y reyes, suplicaron ahincadamente a esta Sede Apostólica
que fuese definida como dogma de fe católica la Inmaculada Concepción
de la santísima Madre de Dios. Y estas peticiones se repitieron también en
estos nuestros tiempos, y fueron muy principalmente presentadas a Gregorio XVI,
nuestro predecesor, de grato recuerdo, y a Nos mismo, ya por los obispos, ya
por el clero secular, ya por las familias religiosas, y por los príncipes
soberanos y por los fieles pueblos. Nos, pues, teniendo perfecto conocimiento
de todas estas cosas, con singular gozo de nuestra alma y pesándolas seriamente,
tan pronto como, por un misterioso plan de la divina Providencia, fuimos
elevados, aunque sin merecerlo, a esta sublime Cátedra de Pedro para hacernos
cargo del gobierno de la universal Iglesia, no tuvimos, ciertamente, tanto en
el, corazón, conforme a nuestra grandísima veneración, piedad y amor para con
la santísima Madre de Dios, la Virgen María, ya desde la tierna infancia
sentidos, como llevar al cabo todas aquellas cosas que todavía deseaba la Iglesia, conviene a
saber: dar mayor incremento al honor de la santísima Virgen y poner en mejor
luz sus prerrogativas.
17. Labor
preparatoria.
Mas queriendo extremar la prudencia, formamos una
congregación, de NN. VV. HH. de los
cardenales de la S.R.I.,
distinguidos por su piedad, don de consejo y ciencia de las cosas divinas, y
escogimos a teólogos eximios, tanto el clero secular como regular, para que
considerasen escrupulosamente todo lo referente a la Inmaculada Concepción
de la Virgen
y nos expusiesen su propio parecer. Mas aunque, a juzgar por las peticiones
recibidas, nos era plenamente conocido el sentir decisivo de muchísimos
prelados acerca de la definición de la Concepción Inmaculada
de la Virgen,
sin embargo, escribimos el 2 de febrero de 1849 en Cayeta
una carta encíclica, a todos los venerables hermanos del orbe católico, los
obispos, con el fin de que, después de orar a Dios, nos manifestasen también
a Nos por escrito cuál era la piedad y devoción de sus fieles para con la Inmaculada Concepción
de la Madre
de Dios, y qué sentían mayormente los obispos mismos acerca de la definición
o qué deseaban para poder dar nuestro soberano fallo de la manera más solemne
posible.
No fue para Nos consuelo exiguo la llegada de las
respuestas de los venerables hermanos. Pues los mismos, respondiéndonos con
una increíble complacencia, alegría y fervor, no sólo reafirmaron la piedad y
sentir propio y de su clero y pueblo respecto de la Inmaculada Concepción
de la santísima Virgen, sino también todos a una ardientemente nos pidieron
que definiésemos la
Inmaculada Concepción de la Virgen con nuestro
supremo y autoritativo fallo. Y, entre tanto, no nos sentimos ciertamente
inundados de menor gozo cuando nuestros venerables hermanos los cardenales de
la S.R.I., que formaban la mencionada congregación especial, y
los teólogos dichos elegidos por Nos, después de un diligente examen de la
cuestión, nos pidieron con igual entusiasta fervor la definición de la Inmaculada Concepción
de la Madre
de Dios.
Después de estas cosas, siguiendo las gloriosas
huellas de nuestros predecesores, y deseando proceder con omnímoda rectitud,
convocamos y celebramos consistorio, en el cual dirigimos la palabra a
nuestros venerables hermanos los cardenales de la santa romana Iglesia, y con
sumo consuelo de nuestra alma les oímos pedirnos que tuviésemos a bien
definir el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de
Dios.
Así, pues, extraordinariamente confiados en el
Señor de que ha llegado el tiempo oportuno de definir la Inmaculada Concepción
de la Madre
de Dios la Virgen María,
que maravillosamente esclarecen y declaran las divinas Escrituras, la
venerable tradición, el perpetuó sentir de la Iglesia, el ansia
unánime y singular de los católicos prelados y fieles, los famosos hechos y
constituciones de nuestros predecesores; consideradas todas las cosas con
suma diligencia, y dirigidas a Dios constantes y fervorosas oraciones, hemos
juzgado que Nos, no debíamos, ya titubear en sancionar o definir con nuestro
fallo soberano la
Inmaculada Concepción de la Virgen, y de este modo
complacer a los piadosísimos deseos del orbe católico, y a nuestra piedad con
la misma santísima Virgen, y juntamente glorificar y más y más en ella a su
unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, pues redunda en el Hijo el honor y
alabanza dirigidos a la
Madre.
18.
Definición.
Por lo cual, después de ofrecer sin interrupción a
Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras
privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar
nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda
corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu paráclito, e
inspirándonoslo él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para
gloria y prez de la Virgen Madre de
Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión,
con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles
Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos,
afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué
debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que
sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda
mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos
de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos
presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios
no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia
sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de
la Iglesia,
y que además, si osaren
manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo
que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas
establecidas por el derecho.
19.
Sentimientos de esperanza y exhortación final.
Nuestra boca está llena de gozo y nuestra lengua
de júbilo, y damos humildísimas y grandísimas gracias a nuestro Señor
Jesucristo, y siempre se las daremos, por habernos concedido aun sin
merecerlo, el singular beneficio de ofrendar y decretar este honor, esta
gloria y alabanza a su santísima Madre. Mas sentimos firmísima
esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima Virgen, que toda
hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima
serpiente, y trajo la salud al mundo, y que gloria de los profetas y
apóstoles, y honra de los mártires, y alegría y corona de todos los santos, y
que refugio segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora y
poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su
unigénito Hijo, y gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia santo, y
firmísimo baluarte destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de
las mayores calamidades de todas clases a los pueblos fieles y naciones, y a
Nos mismo nos sacó de tantos amenazadores peligros; hará con su valiosísimo
patrocinio que la santa Madre católica Iglesia, removidas todas las dificultades,
y vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga
vida cada vez más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río
hasta los términos de la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y
libertad, para que consigan los reos el perdón, los enfermos el remedio, los
pusilánimes la fuerza, los afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda
oportuna, y despejada la oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la
verdad y de la justicia los desviados y se forme un solo redil y un solo
pastor.
Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros
queridísimos hijos de la católica Iglesia, y continúen, con fervor cada vez
más encendido de piedad, religión y amor, venerando, invocando, orando a la
santísima Madre de Dios, la
Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, y
acudan con toda confianza a esta dulcísima Madre de
misericordia y gracia en todos los peligros, angustias, necesidades, y en
todas las situaciones oscuras y tremendas de la vida. Pues nada se ha de
temer, de nada hay que desesperar, si ella nos guía, patrocina, favorece,
protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y ocupada en los
negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el linaje humano,
constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y colocada por encima
de todos los coros de los ángeles y coros de los santos, situada a la derecha
de su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, alcanza con sus valiosísimos
ruegos maternales y encuentra lo que busca, y no puede, quedar decepcionada.
Finalmente, para que llegué al conocimiento de la
universal Iglesia esta nuestra definición de la Inmaculada Concepción
de la santísima Virgen María, queremos que, como perpetuo recuerdo, queden
estas nuestras letra apostólicas; y mandamos que a sus copias o ejemplares
aún impresos, firmados por algún notario público y resguardados por el
sello de alguna persona eclesiástica constituida en dignidad, den todos,
exactamente el mismo crédito que darían a éstas, si les fuesen presentadas y
mostradas.
A nadie, pues, le sea permitido quebrantar esta,
página de nuestra declaración, manifestación, y definición, y oponerse a ella
y hacer la guerra con osadía temeraria. Mas si alguien presumiese intentar
hacerlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios y de los santos
apóstoles Pedro y Pablo. Dado el 8 de diciembre de 1854. Pío IX.
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