DOCUMENTOS DE LOS PAPAS: PIO XII Y JUAN
PABLO II, ACERCA DE LOS CENTENARIOS DE LA ENTREGA DEL SANTO
ESCAPULARIO DEL CARMEN (1251-2001).
Ofrecemos
a los cristianos las cartas que los Papas Pío XII (1950) y Juan Pablo II
(2001) escribieron con motivo del Centenario de la entrega del Santo
Escapulario de parte de la Santísima Virgen del Carmen a San Simón Stok (1251).
1.- CARTA DE SU SANTIDAD PIO XII CON
MOTIVO DE VII CENTENARIO DEL ESCAPULARIO DEL CARMEN.
“A
los amados hijos Kiliano Lynch, Prior General de la Orden de la Bienaventurada Virgen
María del Monte Camelo y Silverio de Santa Teresa Prepósito General de los
Hermanos de los Descalzos de la Bienaventurada Virgen
María del Monte Carmelo. Papa XII.
Amados Hijos, Salud y Bendición
Apostólica.
Nadie
ignora ciertamente de cuenta eficacia sea para avivar la fe católica y
reformar las costumbres, el amor a la Santísima Virgen
Madre de Dios, ejercitado principalmente mediante aquellas manifestaciones de
devoción, que contribuyen en modo particular a iluminar las mentes con
celestial doctrina, y a excitar las voluntades a la práctica de la vida
cristiana. Entre éstas debe colocarse, ante todo, la devoción del Escapulario
de los Carmelitas, que, por su misma sencillez al alcance de todos, y por los
abundantes frutos de santificación que aporta, se halla extensamente
divulgada entre los fieles cristianos. Por esta razón, hemos recibido con
gran alegría la noticia de que, con motivo del séptimo Centenario de la
institución del Escapulario de la Virgen Madre de Dios del Monte Carmelo, los
Hermanos Carmelitas, así Calzados como Descalzos, han dispuesto de común
acuerdo celebrar con gran fervor solemnes cultos religiosos en honor de la
misma Bendita Virgen María. No sólo por Nuestro constante amor a la gran
Madre de Dios, sino por haber pertenecido desde Nuestra infancia a la Cofradía del mismo
Escapulario, aprobamos con sumo placer esas piadosas iniciativas, deseando
para ellas abundantísimos favores de Dios.
Y,
en verdad, no se trata de un asunto de poca importancia, sino de la
consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la
tradición, por la Santísima Virgen; se trata, en otras palabras, del más
importante entre todos los negocios y del modo de llevarle a cabo con
seguridad. Es, ciertamente, el Santo Escapulario una como librea mariana,
prenda y señal de protección de la
Madre de Dios. Mas no piensen los que visten esta librea que podrán conseguir la
salvación eterna abandonándose a la pereza y a la desidia espiritual, ya que
el Apóstol nos advierte: “obrad vuestra salvación con temor y temblor” (Flp. 2,12).
Todos
los Carmelitas, por tanto, así los que militan en los claustros de la primera
y segunda Orden, como los afiliados a la Tercera Orden regular o secular, y
los asociados a las Cofradías que forman por un especial vinculo de amor una
misma familia de la Santísima Madre, reconozcan en este memorial de la Virgen un espejo de
humildad y castidad; vean en la forma sencilla de su hechura un compendio de
modestia y candor; vean, sobre todo, en esta librea que vistean día y noche,
significada con simbolismo elocuente la oración con la cual invocan el
auxilio divino; reconozcan, por fin, en ella su consagración al Corazón sacratísimo
de la Virgen Inmaculada, por Nos recientemente recomendad.
En
tanto, como auspicio de divina protección, y auxilio, y en prenda de Nuestra
particular predilección damos a vosotros, Amados Hijos, y a toda la Orden de los Carmelitas,
con grande afecto en el Señor, la Bendición Apostólica”.
Dado
en Roma, junto a San Pedro, el 11 de febrero, festividad de la Aparición de María Inmaculada, del año 1950,
undécimo de Nuestro Pontificado.
PIO XII
2.- CARTA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II CON
MOTIVO DEL VIII ANIVERSARIO DE LA ENTREGA DEL
ESCAPULARIO.
A
los reverendos Padres
Joseph
Chalmers (O. Carm) y Camilo Maccise
(OCD).
1.-
“El providencial evento de gracia, que ha sido para la Iglesia el Año Jubilar,
la induce a mirar con fe y esperanza el camino apenas iniciado del nuevo
milenio. “Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo, he escrito en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, debe hacerse
más rápida.. Nos acompaña en este camino la
Santísima Virgen, a la que... he confiado el tercer milenio” (n.58). Con
profundo gozo he sabido por tanto que la Orden del Carmen, en sus dos ramas, antigua y
reformada, quiere expresar su propio amor filial hacia su Patrona, dedicando
el año 2001 a
ELLA, invocada como Flor del Carmelo, Madre y Guía en el camino de la
santidad. A este respecto, no puedo dejar de subrayar una feliz coincidencia:
la celebración del Año Mariano para todo el Carmelo acaece, según nos
transmite una venerable tradición de la misma Orden, en el 750º aniversario
de la entrega del Escapulario. Es consiguientemente una celebración que
constituye para toda la
Familia carmelitana una maravillosa ocasión para
profundizar no sólo en la espiritualidad mariana, sino en el misterio de
Cristo y de la Iglesia
y, por tanto, para seguirle a Ella que es la Estrella de la Evangelización”
(cfr. Novo millennio ineunte,
n.58).
2.-
Las distintas generaciones del Carmelo, desde los orígenes hasta hoy, en su
itinerario hacia la “santa montaña, Jesucristo nuestro Señor” (Misal Romano,
Colecta de la Misa
en honor de la B. V.
María del Monte Carmelo, 16 de julio), han tratado de plasmar la propia vida
sobre el ejemplo de María. Por esto en el Carmelo, y en toda alma movida por
un tierno afecto hacia la
Virgen y Madre Santísima, florece la contemplación de la
que, desde el principio, supo estar abierta a la escucha de la Palabra de Dios y
obediente a su voluntad (Lc. 2,19.51). María, de hecho, educada y plasmada
por el Espíritu (cfr. Lc. 2,44-50), fue capaz de leer en la fe su propia
historia (cfr. Lc. 1,46-55) y, dócil a la inspiración divina, “avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la
cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cfr. Jn.
19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas
de madre a su sacrificio” (Lumen gentium, 58).
3.-
La contemplación de la Virgen
nos la presenta, como Madre premurosa, ve crecer a
su Hijo en Nazaret (cfr. Lc.2, 40. 52), lo sigue por los caminos de
Palestina, lo asiste en las bodas de Caná (cfr. Jn. 2,5) y, a los pies de la Cruz, se convierte en la Madre asociada a su
ofrecimiento, donándose a todos los hombres en la entrega que el mismo Jesús
hace de Ella a su discípulo predilecto (cfr. Jn.19,26).
Como Madre de la Iglesia,
la Virgen Santa está unida a los discípulos “en continua oración” (Hch. 1,14)
y, como Mujer nueva que anticipa en sí lo que se realizará un día en todos
nosotros con la plena fruición de la vida trinitaria, es elevada al Cielo, de
donde extiende el manto de protección de su misericordia sobre los hijos que
peregrinan hacia el monte santo de la gloria.
Una
tal actitud contemplativa de la mente y del corazón lleva a admirar la
experiencia de fe y de amor de la
Virgen, que ya vive en sí cuanto todo fiel desea y espera
realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cfr. Sacrosanctum
Concilium 103; Lumen gentium
53). Justamente por esto, los carmelitas y las carmelitas han elegido a María
como Patrona y Madre espiritual y la tienen siempre ante los ojos del
corazón, la Virgen Purísima que guía a todos al perfecto conocimiento e
imitación de Cristo.
Florece
así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez la
comunión con Cristo y con María. Para los Miembros de la Familia carmelitana María,
la Virgen Madre de Dios y de los hombres, no es sólo un modelo para imitar,
sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en la cual confiar. Con
acierto santa Teresa de Jesús exhortaba: “Imitad a Maria y considerad qué tal
debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por Patrona”
(Castillo interior, III, 1, 3).
4.-
Esta intensa vida mariana, que se expresa en oración confiada, en entusiasta
alabanza y diligente imitación, conduce a comprender cómo la forma más
genuina de la devoción a la Virgen Santísima, expresada por el humilde signo
del Escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado (cfr. PIO XII,
Carta Neminem profecto latet (11 febrero 1950: AAS, pp. 390-391); Const.
Dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 67). De
este modo, en el corazón se realiza una creciente comunión y familiaridad con
la Virgen Santa, “como nueva manera de vivir para Dios y de continuar aquí en
la tierra el amor del Hijo Jesús a su madre María” (cfr. Discurso del
Ángelus, en Insegnamenti, XI /3, 1988, p.173). Se nos pone así, según
la expresión del Beato mártir carmelita Tito Brandsma,
en profunda sintonía con María la Theotokos,
convirtiéndonos como Ella en transmisores de la vida divina: “También a
nosotros nos manda el Señor su ángel... también nosotros debemos recibir a
Dios en nuestros corazones, llevarlo dentro de nuestros corazones,
alimentarlo y hacerlo crecer en nosotros de modo tal que él nazca de nosotros
y viva con nosotros como el Dios –con- nosotros, el Emmanuel” (De la relación
del B. Tito Brandsma al Congreso Mariológico de Tongerloo,
agosto 1936).
Este
rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, a través
de la difusión de la devoción del Santo Escapulario, en un tesoro para toda
la Iglesia. Por su sencillez, por su valor antropológico y por la relación
con el rol de María para con la
Iglesia y la humanidad esta devoción ha sido percibida
profunda y ampliamente por el pueblo de Dios, hasta el punto de encontrar
expresión en la memoria del 16 de julio existente en el Centenario litúrgico
de la Iglesia
universal.
5.-
En el signo del Escapulario se evidencia una síntesis eficaz de
espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los creyentes,
haciéndoles sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en sus vidas.
El Escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe viene agregado o
asociado a una grado más o menos íntimo a la Orden del Carmelo, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de
toda la Iglesia
(cfr. Fórmula de la
Imposición del Escapulario, en el Rito de la Bendición e imposición
del Escapulario” aprobado por la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos, 5/1/
1996). Quien viste el Escapulario viene por tanto introducido en la tierra
del Carmelo, para que “coma de sus frutos y bienes” (cfr. Jer. 2,7), y
experimenta la presencia dulce y materna de María en el compromiso cotidiano
de revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para
el bien de la Iglesia
y de toda la humanidad (cfr. Formula de imposición del Escapulario, cit.).
Dos, por tanto, son las verdades evocadas en el signo del Escapulario: por
una parte, la protección continua de la Virgen Santísima, no sólo a lo largo
del camino de la vida, sino también en el momento del tránsito hacia la
plenitud de la gloria eterna; por otra, la conciencia de que la devoción
hacia Ella no puede limitarse a oraciones y obsequios en su honor en algunas
circunstancias, sino que debe constituirse en un “hábito”, es decir, una
tesitura permanente de la propia conducta cristiana, entretejida de oración y
de vida interior, mediante la frecuente práctica de los sacramentos y el
concreto ejercicio de las obras de
misericordia espiritual y corporal. De este modo el Escapulario se convierte
en signo de “alianza” y de comunión recíproca entre María y los fieles: de
hecho, traduce de manera concreta la entrega que Jesús, desde la cruz, hizo a
Juan, y en él a todos nosotros, de su Madre, y la entrega del apóstol
predilecto y de nosotros a Ella, constituida como nuestra Madre espiritual.
6.-
De esta espiritualidad mariana, que plasma interiormente las personas y las
configura con Cristo, primogénito entre muchos hermanos, son un espléndido
ejemplo los testimonios de santidad y de sabiduría de tantos Santo Y Santas
del Carmelo, todos ellos crecidos a la sombra y bajo la tutela de la Madre. ¡También yo llevo
sobre mi corazón, desde hace tanto tiempo, el Escapulario del Carmen! Por el
amor que nutro hacia la Madre
común, cuya protección experimento continuamente, auguro que este año mariano
ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos
fieles que la veneran filialmente, para crecer en su amor e irradiar en el
mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como
Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia. Con estos
augurios, imparto gustoso la Bendición
Apostólica a todos los frailes, las monjas, las hermanas, los laicos y
las laicas de la Familia
carmelitana, que tanto se esfuerzan por difundir entre el pueblo de Dios la
devoción a María, ¡Estrella del Mar y Flor del Carmelo!”
Del Vaticano, 25 de marzo 2001. JOANNES
PAULUS II.
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