Toda la experiencia
mariana de Santa Teresa que se encuentra diseminada en sus escritos, se puede
componer en un mosaico que ofrece una hermosa imagen de María; nos servimos
de tres líneas importantes de esta doctrina teresiana.
a. Devoción mariana y experiencia mística
mariana
Desde la primera
página de los escritos teresianos aparece la Virgen entre los
recuerdos más importantes de la niñez de Teresa; es el recuerdo de la
devoción que su madre Doña Beatriz le inculcaba y que ejercitaba con el
rezo del Santo Rosario (Vida 1,1.6); es conmovedor el episodio de su
oración a la Virgen
cuando pierde su madre Doña Beatriz, a la edad de 13 años: "Afligida fuíme a una imagen de nuestra Señora y suplicaba fuese
mi madre con muchas lágrimas. Parecíame que aunque se hizo con simpleza me
ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto
me he encomendado a ella, y, en fin, me ha tornado a sí" (Vida 1,7). La Santa atribuye, pues, a la Virgen, la gracia de
una protección constante y de manera especial la gracia de su conversión:
"me ha tornado a sí". Otros textos de la autobiografía nos
revelan la permanencia de esta devoción mariana: cuando acude a la Virgen en sus penas
(Vida 19,S), cuando recuerda sus fiestas de la Asunción y de la Inmaculada Concepción
(Ib. 5,9; 5,6), o la
Sagrada Familia (Ib. 6,8), o su devoción al Rosario (Ib. 29,7;
38,1).
Muy pronto la
devoción a la Virgen
pasa a ser, como en otros aspectos de la vida de la Santa, una experiencia
de sus misterios cuando Dios hace entrar a Teresa en contacto con el
misterio de Cristo y de todo lo que a él le pertenece. En la experiencia
mística teresiana del
misterio de la Virgen
hay como una progresiva contemplación y experiencia de los momentos más
importantes de la vida de la
Virgen, según la narración evangélica. Así por ejemplo,
tenemos una intuición del misterio de la obumbración
de la Virgen
y de su actitud humilde y sabia en la Anunciación
(Conceptos de Amor de Dios 5,2; 6,7). Por dos veces la Santa Madre ha
tenido una experiencia mística de las primeras palabras del Cántico de
María, el "Magnificat" (Relación 29,1;
61), que según el testimonio de María de San José con mucha frecuencia
"repetía en voz baja y en lenguaje castellano"' (Cfr. B.M.C. 18, p. 491).
Contempla con
estupor el misterio de la
Encarnación y de la presencia del Señor dentro de
nosotros a imagen de la
Virgen que lleva dentro de sí al Salvador: "Quiso
(el Señor) caber en el vientre de su Sacratísima Madre. Como es Señor,
consigo trae la libertad, y como nos ama hácese a nuestra medida"
(Camino Escorial 48,11). Contempla la Presentación de
Jesús en el templo y se le revela el sentido de las palabras de Simeón a la Virgen (Relación 35,1):
"No pienses cuando ves a mi Madre que me tiene en los brazos, que
gozaba de aquellos contentos sin graves tormentos. Desde que le dijo Simeón
aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese lo que yo había
de padecer" ( Cfr. también sobre el
nacimiento de Jesús la
Poesía 14 y sobre la presentación Camino 31,2). Tiene
presente la huída a Egipto y la vida oculta de la Sagrada Familia
(Carta a Doña Luisa de la Cerda,
27 de mayo de 1563, y Vida 6,8).
Tiene una especial
intuición de la presencia de María en el misterio pascual de su Hijo;
participa con ella en la pena de su desolación y en la alegría de la Resurrección del
Señor. A Teresa le gusta contemplar fortaleza de María y su comunión con el
misterio de Cristo al pie de la
Cruz (Camino 26,8). En los Conceptos de Amor de Dios
(3,11) describe la actitud de la
Virgen: "Estaba de pie y no dormida, sino padeciendo
su santísima anima y muriendo dura muerte". Ha entrado místicamente en
el dolor de la Virgen
cuando se le pone el Señor en sus brazos "a manera de como se pinta la
quinta angustia" (Relación 58); ha experimentado en la Pascua de 1571 en
Salamanca la desolación y el traspasamiento del alma (
que es como una noche oscura del espíritu); todo ello le hace hacen
recordar la soledad de la
Virgen al pie de la Cruz (Relación 15, 1.6). En esta misma
ocasión le dice el Señor que: "En resucitando había visto a nuestra
Señora, porque estaba ya con gran necesidad ... y
que había estado mucho con ella- porque había sido menester hasta
consolarla" (Ib.).
En varias ocasiones
ha podido contemplar el misterio de la glorificación de la Virgen en la fiesta de
su Asunción gloriosa (Vida 33,15 y 39,26). Tiene conciencia de que la Virgen acompaña con su
intercesión constante la comunidad en oración, como le acaece en San José
de Avila (Vida 36,24) y en la Encarnación (Relación 25,13).
Cuando en una
altísima experiencia mística de le da a conocer el misterio de la Trinidad percibe la
cercanía de la Virgen
en este misterio y el hecho de que la Virgen, con Cristo y el Espíritu Santo son un
don inefable del Padre: "Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a
esa Virgen. ¿Qué me puedes dar tu a mi? (Ib.)
Se puede afirmar que
la Santa ha
tenido una profunda experiencia mística mariana, ha gozado de la presencia
de María y ella misma, la
Madre, le ha hecho revivir sus misterios. Por eso es una
profunda convicción de la doctrina teresiana que los misterios de la Humanidad de Cristo
y los misterios de la
Virgen Madre forman parte de la experiencia mística de
los perfectos (Cfr. Moradas VI,7,13 y título del
cap.; 8,6).
b. María, modelo y madre de la vida espiritual.
Santa Teresa ha
expresado en algunas líneas doctrinales su experiencia y su contemplación
del misterioso de la
Virgen María. Hubiera, sin duda alguna, trazado una
hermosa síntesis de espiritualidad mariana si, como fue su intención,
hubiese comentado el "Ave María" como hizo con el Padre Nuestro
en la primera redacción del Camino de Perfección.
Podemos afirmar que
entre las virtudes características de la Virgen que Santa Teresa propone a la
imitación, hay una que las resume todas. María es la primera cristiana, la
discípula del Señor, la seguidora de Cristo hasta el pie de la Cruz (Camino 26,8). Es el
modelo de una adhesión total a la Humanidad de Cristo y a la comunión con El en
sus misterios, de manera que Ella es el modelo de una contemplacion
centrada en la
Sacratísima Humanidad (Cfr. Vida 22,1; Moradas VI,7,14).
Entre las virtudes
que son también las de la vida religiosa carmelitana podemos citar: la
pobreza que hace María pobre con Cristo (cfr. Camino 31,2); la humildad que
trajo a Dios del cielo "en las entrañas de la Virgen" (Camino
16,2) y por eso es una de las virtudes principales que hay que imitar:
"Parezcámonos en algo a la gran humildad de la Virgen Santísima"
(Camino 13,3); la actitud de humilde contemplacion
y de estupor ante las maravillas de Dios (Conceptos de Amor de Dios, 6,7) y
el total asentimiento a su voluntad (Ib.).
Su presencia
acompaña todo nuestro camino de vida espiritual, como si cada gracia y cada
momento crucial de madurez en la vida cristiana y religiosa tuvieran que
ver con la presencia activa de la
Madre en el camino de sus hijas. Así la Virgen aparece
activamente presente en toda la descripción que la Santa hace del
itinerario de la vida espiritual en el Castillo Interior. Es la Virgen que intercede
por los pecadores cuando a ella se encomiendan (Moradas I, 2,12). Es
ejemplo y modelo de todas las virtudes, para que con sus méritos y con sus
virtudes pueda servir de aliento su memoria en la hora de la conversión
definitiva (Moradas III 1,3). Es la Esposa de los Cantares (Conceptos de Amor de
Dios, 6,7), modelo de las almas perfectas. Y es la Madre en la que todas
las gracias se resumen en su comunión con Cristo en el "mucho
padecer": "Siempre hemos visto que los que mas cercanos
anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos: miremos
los que pasó su gloriosa Madre y sus gloriosos apóstoles" (Moradas VII
4,5). Por eso la memoria de Cristo y de la Virgen, en la
celebración litúrgica de sus misterios, nos acompaña y fortalece (Cfr.
Moradas VI,7,11.13).
c. La
Virgen María y el Carmelo
Teresa de Jesús con
su vocación de Carmelita ha entrado profundamente en toda la antigua
tradición espiritual del Carmelo. En el monasterio de la Encarnación de
Avila ha podido impregnarse de toda la rica espiritualidad mariana de la Orden, tal como en el
siglo XVI la expresaban la tradición histórica, las leyendas espirituales,
la liturgia carmelitana, la devoción popular, la iconografía carmelitana.
En sus escritos el nombre de la
Orden esta siempre unido al de la Virgen que es Señora,
Patrona, Madre de la Orden
y de cada uno de sus miembros. Todo es mariano en la Orden, según Santa
Teresa: el hábito, la Regla,
las casas.
Cuando es nombrada
Priora de la
Encarnación, en 1571, coloca en el lugar primero del coro
a la Virgen,
porque comprende que en María hay una convergencia de devoción, de amor y
respeto por parte de todas las religiosas. El gesto tiene un hermoso
epílogo mariano, con la aparición de la Virgen (Relación 25). En una Carta a María de
Mendoza (7 de marzo de 1572) dice afectuosamente: "Mi 'Priora' (la Virgen María)
hace estas maravillas". Acoge con gozo al P. Gracián,
tan devoto de la Virgen,
como ella recuerda con frecuencia en sus Cartas, y se entusiasma con el
conocimiento que él tiene y le comunica de los orígenes de la Orden, tal como eran
narrados en los libros de entonces (cfr. Fundaciones, c.23) Tiene plena
conciencia de los privilegios del Santo Escapulario, como parece aludir en
esta frase a propósito de la muerte de un carmelita: "Entendí que por
haber sido fraile que había guardado bien su profesión le habían aprovechado
las Bulas de la Orden
para no entrar en el Purgatorio (Vida 38,31).
Con idéntico
espíritu mariano, como un servicio de renovación de la Orden de nuestra Señora
y por impulsos de la Virgen,
emprende la tarea de la fundación de San José. Ya en las primeras gracias
que Cristo le hace, encontramos la alusión de la presencia de la Virgen en el Carmelo
(Vida 32,11).
Después es la misma
Virgen la que activa la fundación de San José con idénticas palabras y promesas
y con una gracia especial concedida a Teresa de pureza interior, una
especie de investidura mariana para ser Fundadora (Vida 33,14). Al concluir
felizmente la fundación de San José la Madre Teresa
confiesa sus sentimientos marianos: "Fue para mí como estar en una
gloria ver poner el Santísimo Sacramento... y hecha una obra que tenía
entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa
Madre" (Vida 36,6). Y añade: "Guardamos la Regla de nuestra Señora
del Carmen... Plega al Señor sea todo para gloria
y alabanza suya, y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos"
(Ib. 36, 26.28) Como respuesta a este servicio mariano, ve a Cristo que le
agradece "lo que había hecho por su Madre" y ve a la Virgen "con
grandísima gloria, con manto blanco y debajo de él parecía ampararnos a
todas" (Ib. 36, 24).
En la narración de
los progresos de la
Reforma, Teresa tiene siempre el cuidado de subrayar la
continuidad con la Orden,
el servicio hecho a nuestra Señora, la especial protección que Ella le
dispensa en todas las ocasiones. Así, por ejemplo, el encuentro con el
Padre Rubeo y el permiso obtenido para extender
los monasterios teresianos: "Escribí a nuestro Padre General una
carta... poniéndole delante el servicio que haría a nuestra Señora, de
quien era muy devoto. Ella debía ser la que lo negoció" (Fundaciones,
2,5). Todo el libro de las Fundaciones parece estar escrito en clave
mariana, pues son continuas las alusiones de Teresa a la Virgen y a su servicio,
como cuando escribe: "Comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora ..." (Ib. 4,5); o cuando subraya: "Son
estos principios para renovar la
Regla de la
Virgen su Madre y Señora y Patrona Nuestra" (Ib.
14,5), como dice a propósito de la fundación de Duruelo. Cuando vuelve la
vista atrás, al final del libro de las Fundaciones, contempla todo como un
servicio de la Virgen
y una obra en la que ha colaborado la misma Reina del Carmelo:
"Nosotras nos alegramos de poder en algo servir a nuestra Madre y
Señora y Patrona... Poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de
esta gloriosa Virgen y su Hijo ..." (Ib.
29,23.28). La misma separación de calzados y descalzos hecha en el Capítulo
de Alcalá, en 1581, es contemplada por Teresa con una referencia
pacificadora a la Madre
de la Orden:
"Acabó nuestro Señor cosa tan importante... a la honra y gloria de su
gloriosa Madre, pues es de su Orden, como Señora y Patrona que es nuestra ..." (Ib. 29,31).
El recuerdo de la Virgen sugiere a Teresa
en diversas ocasiones el sentido de la vocación carmelitana inspirada en
María. Así por ejemplo con una alusión implícita a la Virgen escribe:
"Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a
la oración y contemplación (porque este fue nuestro principio, de esta casta
venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo, que en tan
gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta
preciosa margarita de que hablamos" (Moradas V 1,2).
En el contexto
anterior y posterior la
Santa habla de la vocación la oración, tesoro escondido y
perla preciosa - dos alusiones evangélicas - que están dentro de nosotros,
pero que exigen el don total de nuestra vida para comprar el campo donde
esta el tesoro y adquirir la perla preciosa. María aparece como la Madre de esta
"casta de contemplativos", por su interioridad en la meditación y
la entrega total del Señor. En otra ocasión Teresa llama la atención sobre
la necesidad de la imitación de la Virgen para poder llamarnos de veras hijas
suyos: "Plega a nuestro Señor, hermanas, que
nosotras hagamos la vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos
nuestra profesión, para que nuestro Señor nos haga la merced que nos ha
prometido" (Fundaciones 16,7). En el amor a la Virgen y en la adhesión
a la misma familia se encuentra para la fraternidad teresiana el fundamento
del amor recíproco y de la comunión de bienes, como sugieren estos dos
textos: "Así que, mis hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas,
procuren amarse mucho unas a otras" (Carta a las monjas de Sevilla, 13
de enero de 1580, 6). "Por eso traemos todas un hábito, porque nos
ayudemos unos (monasterios) a otros, pues lo que es de uno es de
todos" (Carta a la
M. Priora y Hermanas de Valladolid, 31 de mayo de
1579,4).
Estas páginas
muestran como la Santa
Madre ha vivido intensamente la tradición mariana del
Carmelo y la ha enriquecido con su experiencia mística, su devoción y la
orientación doctrinal de sus escritos. Para la carmelita descalza la Virgen es, en la
perspectiva teresiana, modelo de adhesión a Cristo, de vivencia
contemplativa de su misterio y de servicio eclesial; para cada monasterio, la Virgen es la Madre que con su
presencia acrecienta el sentido de intimidad y de familia, alienta en el
camino de la vida espiritual, preside la oración como ferviente intercesora
ante su Hijo.
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